
Antes no había redes sociales. No había internet, no había chats, no había metrobús, no existía Netflix ni la televisión por cable. Antes no había tantos restaurantes, no había celulares, no había cámaras de foto sin rollo ni vehículos eléctricos ni cigarrillos para dejar de fumar. Antes no había mucha gente que viajara a Miami o se comprara zapatillas made in USA. No había McDLT o Whoopers o Sundays o deliveries. Y tampoco estaba este libro.
Tengo una amiga a la que le decimos Sol porque parece lo más acorde, nada de Sole ni Soli. Ella tiene mucho de luz. De la sonrisa en adelante. La ves y por algo te reís. Hace poco alguien dijo y tuvo razón: “Sol sabe usar el humor con el mejor fin: hacerte feliz”. Tiene otras cosas también, sus obsesiones, que son lindas como ella. A mí a lo largo de estos años en que merodeo en su universo me pasó un par: frutas secas remojadas en agua, el cuidado del rostro, el localcito que vende velas escondido en una galería. Lo que tiene Sol es que si estás cerca, te irradia lo que sea. Ahora fue por más y lo hizo público: escribió un libro.
Ella misma cuenta por qué. Era verano hace unos años y se le vinieron a la cabeza esos almuerzos como anaranjados con su abuela en Pumper Nic, la cadena de hamburguesas argentina que ya no existe, y se obsesionó. Todo tan Sol. La alegría y la insistencia. En ese apagón que fue el Covid empezó a descocer esa felicidad de mediodía y buscó más. Esa es otra cosa muy de ella, la voracidad. Se hizo las preguntas que hay que hacerse –qué pasó, cuándo, por qué– escribió el libro, lo mandó a un concurso y ganó.
Un sueño made in Argentina es la historia de la primera cadena de comida rápida del país que vendió hamburguesas antes que nadie. Y a pesar del bife de chorizo. En 1974, cuando se inauguró el primer local a metros del Obelisco, no había otro igual. No había Big Mc ni conos de helados ni un espacio que les gustara tanto a los jóvenes ni un restaurante que vendiera la comida como se vendía ahí, con el circuito de ordenar ante una cajera, pagar, esperar, tomar la bandeja con el pedido y sentarse. Pumper dio vuelta las cosas, de nuevo, todo muy Sol.
Leer su libro tiene mucho de comer en un lugar de estos. Por las capas. Es la historia de una empresa, de un hombre, de una familia, de la inmigración, del esfuerzo, del legado, de un imitador serial, de un país, de un país en su momento más violento, de una transición democrática, del furor por lo importado, de una economía fantasiosa, de un nuevo quiebre, total. El libro es el papel en el que viene envuelta la hamburguesa, es el pan, el medallón de carne, la lechuga, el tomate, el pepino encurtido, la cebolla, la mayonesa y de nuevo el pan. Pumper o una mamushka. Y es que Sol hace esto muy bien, te habla mucho y te destripa.
Está escrito con solemnidad, desfachatez, picardía, datos duros, ironías sutiles, amorosidad. Está escrito con las voces de los que trabajaron allí, de los que comieron allí, de los que festejaron su cumpleaños, de quienes fueron felices. Pumper Nic, las paredes en colores, las mesas sin manteles y las sillas simples, funcionó para muchos, para quienes pudieron, como un pelotero corrido del mundo. Acá se comía rico y se la pasaba bien. Y afuera el resto, que no entraba. Cómo no contar la historia de un imposible. Quién no quisiera tener un refugio.
Un sueño made in Argentina es completamente comestible. Y actual. Porque Sol habla del pasado y cuenta igual lo que ocurre ahora. Y de paso mete el dedo en una herida que estaba abierta pero quizá no dolía. No existe nada como Pumper hoy. No hay lugar que reúna a los jóvenes y los muestre juntos, reír, así, como liberados, sin todo lo que antes no había, con apenas una bandeja de plástico, envoltorios de papel en bollitos, el cartón de las Frenys y el vaso de un Wulffys.
Antes no había redes sociales. No había internet, no había chats, no había metrobús, no existía Netflix ni la televisión por cable. Antes no había tantos restaurantes, no había celulares, no había cámaras de foto sin rollo ni vehículos eléctricos ni cigarrillos para dejar de fumar. Antes no había mucha gente que viajara a Miami o se comprara zapatillas made in USA. No había McDLT o Whoopers o Sundays o deliveries. Y tampoco estaba este libro.
Tengo una amiga a la que le decimos Sol porque parece lo más acorde, nada de Sole ni Soli. Ella tiene mucho de luz. De la sonrisa en adelante. La ves y por algo te reís. Hace poco alguien dijo y tuvo razón: “Sol sabe usar el humor con el mejor fin: hacerte feliz”. Tiene otras cosas también, sus obsesiones, que son lindas como ella. A mí a lo largo de estos años en que merodeo en su universo me pasó un par: frutas secas remojadas en agua, el cuidado del rostro, el localcito que vende velas escondido en una galería. Lo que tiene Sol es que si estás cerca, te irradia lo que sea. Ahora fue por más y lo hizo público: escribió un libro.
Ella misma cuenta por qué. Era verano hace unos años y se le vinieron a la cabeza esos almuerzos como anaranjados con su abuela en Pumper Nic, la cadena de hamburguesas argentina que ya no existe, y se obsesionó. Todo tan Sol. La alegría y la insistencia. En ese apagón que fue el Covid empezó a descocer esa felicidad de mediodía y buscó más. Esa es otra cosa muy de ella, la voracidad. Se hizo las preguntas que hay que hacerse –qué pasó, cuándo, por qué– escribió el libro, lo mandó a un concurso y ganó.
Un sueño made in Argentina es la historia de la primera cadena de comida rápida del país que vendió hamburguesas antes que nadie. Y a pesar del bife de chorizo. En 1974, cuando se inauguró el primer local a metros del Obelisco, no había otro igual. No había Big Mc ni conos de helados ni un espacio que les gustara tanto a los jóvenes ni un restaurante que vendiera la comida como se vendía ahí, con el circuito de ordenar ante una cajera, pagar, esperar, tomar la bandeja con el pedido y sentarse. Pumper dio vuelta las cosas, de nuevo, todo muy Sol.
Leer su libro tiene mucho de comer en un lugar de estos. Por las capas. Es la historia de una empresa, de un hombre, de una familia, de la inmigración, del esfuerzo, del legado, de un imitador serial, de un país, de un país en su momento más violento, de una transición democrática, del furor por lo importado, de una economía fantasiosa, de un nuevo quiebre, total. El libro es el papel en el que viene envuelta la hamburguesa, es el pan, el medallón de carne, la lechuga, el tomate, el pepino encurtido, la cebolla, la mayonesa y de nuevo el pan. Pumper o una mamushka. Y es que Sol hace esto muy bien, te habla mucho y te destripa.
Está escrito con solemnidad, desfachatez, picardía, datos duros, ironías sutiles, amorosidad. Está escrito con las voces de los que trabajaron allí, de los que comieron allí, de los que festejaron su cumpleaños, de quienes fueron felices. Pumper Nic, las paredes en colores, las mesas sin manteles y las sillas simples, funcionó para muchos, para quienes pudieron, como un pelotero corrido del mundo. Acá se comía rico y se la pasaba bien. Y afuera el resto, que no entraba. Cómo no contar la historia de un imposible. Quién no quisiera tener un refugio.
Un sueño made in Argentina es completamente comestible. Y actual. Porque Sol habla del pasado y cuenta igual lo que ocurre ahora. Y de paso mete el dedo en una herida que estaba abierta pero quizá no dolía. No existe nada como Pumper hoy. No hay lugar que reúna a los jóvenes y los muestre juntos, reír, así, como liberados, sin todo lo que antes no había, con apenas una bandeja de plástico, envoltorios de papel en bollitos, el cartón de las Frenys y el vaso de un Wulffys.
Antes no había redes sociales. No había internet, no había chats, no había metrobús, no existía Netflix ni la televisión por cable. Antes no había tantos restaurantes, no había celulares, no había cámaras de foto sin rollo ni vehículos eléctricos ni cigarrillos para dejar de fumar. Antes no había mucha gente que viajara a Miami o se comprara zapatillas made in USA. No había McDLT o Whoopers o Sundays o deliveries. Y tampoco estaba este libro.Tengo una amiga a la que le decimos Sol porque parece lo más acorde, nada de Sole ni Soli. Ella tiene mucho de luz. De la sonrisa en adelante. La ves y por algo te reís. Hace poco alguien dijo y tuvo razón: “Sol sabe usar el humor con el mejor fin: hacerte feliz”. Tiene otras cosas también, sus obsesiones, que son lindas como ella. A mí a lo largo de estos años en que merodeo en su universo me pasó un par: frutas secas remojadas en agua, el cuidado del rostro, el localcito que vende velas escondido en una galería. Lo que tiene Sol es que si estás cerca, te irradia lo que sea. Ahora fue por más y lo hizo público: escribió un libro.Ella misma cuenta por qué. Era verano hace unos años y se le vinieron a la cabeza esos almuerzos como anaranjados con su abuela en Pumper Nic, la cadena de hamburguesas argentina que ya no existe, y se obsesionó. Todo tan Sol. La alegría y la insistencia. En ese apagón que fue el Covid empezó a descocer esa felicidad de mediodía y buscó más. Esa es otra cosa muy de ella, la voracidad. Se hizo las preguntas que hay que hacerse –qué pasó, cuándo, por qué– escribió el libro, lo mandó a un concurso y ganó.Un sueño made in Argentina es la historia de la primera cadena de comida rápida del país que vendió hamburguesas antes que nadie. Y a pesar del bife de chorizo. En 1974, cuando se inauguró el primer local a metros del Obelisco, no había otro igual. No había Big Mc ni conos de helados ni un espacio que les gustara tanto a los jóvenes ni un restaurante que vendiera la comida como se vendía ahí, con el circuito de ordenar ante una cajera, pagar, esperar, tomar la bandeja con el pedido y sentarse. Pumper dio vuelta las cosas, de nuevo, todo muy Sol.Leer su libro tiene mucho de comer en un lugar de estos. Por las capas. Es la historia de una empresa, de un hombre, de una familia, de la inmigración, del esfuerzo, del legado, de un imitador serial, de un país, de un país en su momento más violento, de una transición democrática, del furor por lo importado, de una economía fantasiosa, de un nuevo quiebre, total. El libro es el papel en el que viene envuelta la hamburguesa, es el pan, el medallón de carne, la lechuga, el tomate, el pepino encurtido, la cebolla, la mayonesa y de nuevo el pan. Pumper o una mamushka. Y es que Sol hace esto muy bien, te habla mucho y te destripa.Está escrito con solemnidad, desfachatez, picardía, datos duros, ironías sutiles, amorosidad. Está escrito con las voces de los que trabajaron allí, de los que comieron allí, de los que festejaron su cumpleaños, de quienes fueron felices. Pumper Nic, las paredes en colores, las mesas sin manteles y las sillas simples, funcionó para muchos, para quienes pudieron, como un pelotero corrido del mundo. Acá se comía rico y se la pasaba bien. Y afuera el resto, que no entraba. Cómo no contar la historia de un imposible. Quién no quisiera tener un refugio.Un sueño made in Argentina es completamente comestible. Y actual. Porque Sol habla del pasado y cuenta igual lo que ocurre ahora. Y de paso mete el dedo en una herida que estaba abierta pero quizá no dolía. No existe nada como Pumper hoy. No hay lugar que reúna a los jóvenes y los muestre juntos, reír, así, como liberados, sin todo lo que antes no había, con apenas una bandeja de plástico, envoltorios de papel en bollitos, el cartón de las Frenys y el vaso de un Wulffys. LA NACION