
Scott Bessent tendrá un reconocimiento muy especial cuando en el futuro se estudie a fondo la primera etapa de la administración Milei. El influyente secretario del Tesoro, figura clave en el gabinete de Donald Trump, declaró el martes último que nuestro país podría aspirar a obtener ayuda directa de su gobierno en caso de un shock externo que complique la continuidad del programa de reformas que la Argentina se comprometió a poner en marcha en el marco del generoso programa de facilidades extendidas que acaba de acordar con el FMI. Un financiamiento como el que obtuvo México hace tres décadas, en el apogeo de la globalización, con Estados Unidos convertido en la única potencia del planeta y luego de que durante más de 12 años los gobiernos de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas de Gortari implementaran una ambiciosa agenda similar a la que imperiosamente necesita ahora llevar adelante la Argentina. Incluía el Tratado de Libre Comercio con Canadá y EE.UU., que convirtió a México en un socio comercial primordial.
En este sentido, las enormes diferencias, de contexto y geopolíticas, le otorgan mucho más valor a este compromiso de la administración Trump con nuestro país: es un respaldo inédito, completado por el significativo gesto que representó la visita a Buenos Aires por algunas horas del propio Bessent, experimentado y prestigioso veterano de Wall Street, cuando el mercado esperaba nervioso el comienzo oficial del nuevo esquema cambiario. Un prestigioso diplomático con casi 40 años de experiencia en el Departamento de Estado encontró algún paralelo con el Plan Colombia, fundamental para transferirles capacidad operativa a las fuerzas armadas y de seguridad de ese país en la lucha contra el narcotráfico (y sus aliados, las guerrillas) cuando era su principal aliado en el continente. Pues bien, eso parece ocurrir ahora con la Argentina.
Al revés de lo que ocurría con el apoyo que oportunamente obtuvieron México y Colombia, ahora Washington giró hacia el unilateralismo, el proteccionismo y un supuesto desapego en cuestiones que no respondan directamente a su “interés nacional”. La simpatía personal y la consonancia en la lucha contra los valores woke que comparten Trump y Milei, entre otras coincidencias en sus estilos de liderazgo, son determinantes para entender esta inusitada ayuda. Pero aún más importante es el hecho de que Trump pretende una Argentina aliada en su confrontación con China. ¿Está nuestro país en condiciones de prescindir de un socio comercial como el gigante asiático, el segundo en importancia después de Brasil? Es cierto que, en términos relativos, China desarrolló vínculos mucho más estrechos con otras naciones de la región, como Brasil y Perú, sobre todo en cuanto a inversiones, incluida infraestructura. El propio Bessent declaró que nuestro Banco Central debería ser capaz de acumular suficientes reservas para devolver pronto el swap con China, que acaba de extenderse. Esta tensión podría profundizarse en la medida en que continúa la guerra comercial entre ambas potencias. ¿Cuánto espacio para una política exterior autónoma, con márgenes relevantes de flexibilidad y ambigüedad, tiene la Argentina?
La respuesta a este interrogante depende en buena medida de hasta qué punto estamos en un escenario de polarización geopolítica extrema (¿una nueva Guerra Fría?) o en un replanteo (se escucha a menudo el anglicismo “reseteo”) del sistema económico global. Considerando que China adopta una posición reactiva y que la iniciativa está en manos de EE.UU., la clave está en determinar los eventuales cursos de acción que pueden ocurrir en el corto y el mediano plazo. En los últimos días se advierten claros signos de distensión por parte de Trump, que anunció que su gobierno revertiría la escalada de aranceles en relación con China luego de disponer muchas excepciones a componentes electrónicos y autopartes. También se acotarían las tarifas por el aluminio y el acero, sectores muy importantes para la Argentina. Las diferencias dentro del propio equipo de colaboradores del presidente norteamericano se venían acentuando, con el mismo Bessent cumpliendo un papel crucial en su giro pragmático, junto con el secretario de Comercio, Howard Lutnick. Las crónicas de los medios especializados reflejan la singular dinámica política que impera en la Casa Blanca (estos funcionarios habrían visitado a Trump en el Salón Oval sin que esa reunión estuviera en la agenda, para evitar la presencia y el eventual veto de otros funcionarios que defienden el proteccionismo, como Peter Navarro). Al margen del aparente impasse, la saga no ha terminado: las idas y venidas, el caos y los volantazos impredecibles constituyen la característica más preocupante de los primeros tres meses de esta segunda presidencia.
Hasta el momento se identifican tres hipótesis. Los defensores a ultranza de las iniciativas desplegadas por Trump sostienen que continuará atacando los principios normativos y fácticos del actual orden económico global a pesar del desastroso impacto negativo en el mercado financiero y en la economía real (en este breve período se perdieron unos 12 trillones de dólares por la caída de los activos financieros). El objetivo consiste en fomentar la reindustrialización con políticas de corte proteccionista y una política exterior aislacionista o con prioridad a las demandas internas. Quienes alientan esta visión consideran que, dado el tamaño del mercado interno, sus beneficios serían inmediatos y que el desacople con China y en menor medida con otros socios comerciales tendrá muchísimas más ventajas que costos, aun para las empresas más dependientes de componentes importados. El impacto en el empleo y en la supuesta mejora en el ingreso promedio compensaría con creces el aumento de precios derivado de la política arancelaria.
Por el contrario, hay quienes sostienen que lo que busca es desplegar una táctica agresiva de dislocaciones y amenazas en términos económicos (como la OMC) y de seguridad (OTAN, ONU) para lograr un “nuevo equilibrio” que permita reducir el déficit fiscal y comercial, lo que mejoraría la relación deuda/PBI. Están tan preocupados por esto que presionan a Powell para que baje la tasa de interés. Trump comprendió que la Fed tiene mecanismos de toma de decisión colegiados y que remover a su titular no garantizaba un cambio de política monetaria, al margen del enorme costo reputacional que traería aparejado. Según esta interpretación, un dólar más débil ayudaría a corregir estos desequilibrios al desalentar las importaciones y el turismo e incentivar las exportaciones.
Finalmente, las voces más críticas apuntan a una mezcla explosiva de ideología anacrónica (mercantilismo + proteccionismo), improvisación, prejuicios y caprichos, con errores catastróficos en la implementación y en la comunicación (como la famosa fórmula de los aranceles). Por presiones internas (del GOP, que debe explicar a sus votantes que sus ahorros desaparecen por la impericia del gobierno, de importantes líderes del sector privado y de aliados como Giorgia Meloni), la ofensiva MAGA luce estancada, pero la incertidumbre predomina y no puede descartarse una nueva ola de aranceles. Más aún, los fracasos en “solucionar” conflictos como Ucrania y Gaza (potencialmente, incluso Irán) generarían un rápido desgaste del poder de Trump que ya se refleja en los sondeos. Algunos aventuran un mal resultado en las elecciones de mitad de mandato, si es que la frustración y el malhumor social no precipitan antes escenarios aún más complejos.
Scott Bessent tendrá un reconocimiento muy especial cuando en el futuro se estudie a fondo la primera etapa de la administración Milei. El influyente secretario del Tesoro, figura clave en el gabinete de Donald Trump, declaró el martes último que nuestro país podría aspirar a obtener ayuda directa de su gobierno en caso de un shock externo que complique la continuidad del programa de reformas que la Argentina se comprometió a poner en marcha en el marco del generoso programa de facilidades extendidas que acaba de acordar con el FMI. Un financiamiento como el que obtuvo México hace tres décadas, en el apogeo de la globalización, con Estados Unidos convertido en la única potencia del planeta y luego de que durante más de 12 años los gobiernos de Miguel de la Madrid y de Carlos Salinas de Gortari implementaran una ambiciosa agenda similar a la que imperiosamente necesita ahora llevar adelante la Argentina. Incluía el Tratado de Libre Comercio con Canadá y EE.UU., que convirtió a México en un socio comercial primordial.
En este sentido, las enormes diferencias, de contexto y geopolíticas, le otorgan mucho más valor a este compromiso de la administración Trump con nuestro país: es un respaldo inédito, completado por el significativo gesto que representó la visita a Buenos Aires por algunas horas del propio Bessent, experimentado y prestigioso veterano de Wall Street, cuando el mercado esperaba nervioso el comienzo oficial del nuevo esquema cambiario. Un prestigioso diplomático con casi 40 años de experiencia en el Departamento de Estado encontró algún paralelo con el Plan Colombia, fundamental para transferirles capacidad operativa a las fuerzas armadas y de seguridad de ese país en la lucha contra el narcotráfico (y sus aliados, las guerrillas) cuando era su principal aliado en el continente. Pues bien, eso parece ocurrir ahora con la Argentina.
Al revés de lo que ocurría con el apoyo que oportunamente obtuvieron México y Colombia, ahora Washington giró hacia el unilateralismo, el proteccionismo y un supuesto desapego en cuestiones que no respondan directamente a su “interés nacional”. La simpatía personal y la consonancia en la lucha contra los valores woke que comparten Trump y Milei, entre otras coincidencias en sus estilos de liderazgo, son determinantes para entender esta inusitada ayuda. Pero aún más importante es el hecho de que Trump pretende una Argentina aliada en su confrontación con China. ¿Está nuestro país en condiciones de prescindir de un socio comercial como el gigante asiático, el segundo en importancia después de Brasil? Es cierto que, en términos relativos, China desarrolló vínculos mucho más estrechos con otras naciones de la región, como Brasil y Perú, sobre todo en cuanto a inversiones, incluida infraestructura. El propio Bessent declaró que nuestro Banco Central debería ser capaz de acumular suficientes reservas para devolver pronto el swap con China, que acaba de extenderse. Esta tensión podría profundizarse en la medida en que continúa la guerra comercial entre ambas potencias. ¿Cuánto espacio para una política exterior autónoma, con márgenes relevantes de flexibilidad y ambigüedad, tiene la Argentina?
La respuesta a este interrogante depende en buena medida de hasta qué punto estamos en un escenario de polarización geopolítica extrema (¿una nueva Guerra Fría?) o en un replanteo (se escucha a menudo el anglicismo “reseteo”) del sistema económico global. Considerando que China adopta una posición reactiva y que la iniciativa está en manos de EE.UU., la clave está en determinar los eventuales cursos de acción que pueden ocurrir en el corto y el mediano plazo. En los últimos días se advierten claros signos de distensión por parte de Trump, que anunció que su gobierno revertiría la escalada de aranceles en relación con China luego de disponer muchas excepciones a componentes electrónicos y autopartes. También se acotarían las tarifas por el aluminio y el acero, sectores muy importantes para la Argentina. Las diferencias dentro del propio equipo de colaboradores del presidente norteamericano se venían acentuando, con el mismo Bessent cumpliendo un papel crucial en su giro pragmático, junto con el secretario de Comercio, Howard Lutnick. Las crónicas de los medios especializados reflejan la singular dinámica política que impera en la Casa Blanca (estos funcionarios habrían visitado a Trump en el Salón Oval sin que esa reunión estuviera en la agenda, para evitar la presencia y el eventual veto de otros funcionarios que defienden el proteccionismo, como Peter Navarro). Al margen del aparente impasse, la saga no ha terminado: las idas y venidas, el caos y los volantazos impredecibles constituyen la característica más preocupante de los primeros tres meses de esta segunda presidencia.
Hasta el momento se identifican tres hipótesis. Los defensores a ultranza de las iniciativas desplegadas por Trump sostienen que continuará atacando los principios normativos y fácticos del actual orden económico global a pesar del desastroso impacto negativo en el mercado financiero y en la economía real (en este breve período se perdieron unos 12 trillones de dólares por la caída de los activos financieros). El objetivo consiste en fomentar la reindustrialización con políticas de corte proteccionista y una política exterior aislacionista o con prioridad a las demandas internas. Quienes alientan esta visión consideran que, dado el tamaño del mercado interno, sus beneficios serían inmediatos y que el desacople con China y en menor medida con otros socios comerciales tendrá muchísimas más ventajas que costos, aun para las empresas más dependientes de componentes importados. El impacto en el empleo y en la supuesta mejora en el ingreso promedio compensaría con creces el aumento de precios derivado de la política arancelaria.
Por el contrario, hay quienes sostienen que lo que busca es desplegar una táctica agresiva de dislocaciones y amenazas en términos económicos (como la OMC) y de seguridad (OTAN, ONU) para lograr un “nuevo equilibrio” que permita reducir el déficit fiscal y comercial, lo que mejoraría la relación deuda/PBI. Están tan preocupados por esto que presionan a Powell para que baje la tasa de interés. Trump comprendió que la Fed tiene mecanismos de toma de decisión colegiados y que remover a su titular no garantizaba un cambio de política monetaria, al margen del enorme costo reputacional que traería aparejado. Según esta interpretación, un dólar más débil ayudaría a corregir estos desequilibrios al desalentar las importaciones y el turismo e incentivar las exportaciones.
Finalmente, las voces más críticas apuntan a una mezcla explosiva de ideología anacrónica (mercantilismo + proteccionismo), improvisación, prejuicios y caprichos, con errores catastróficos en la implementación y en la comunicación (como la famosa fórmula de los aranceles). Por presiones internas (del GOP, que debe explicar a sus votantes que sus ahorros desaparecen por la impericia del gobierno, de importantes líderes del sector privado y de aliados como Giorgia Meloni), la ofensiva MAGA luce estancada, pero la incertidumbre predomina y no puede descartarse una nueva ola de aranceles. Más aún, los fracasos en “solucionar” conflictos como Ucrania y Gaza (potencialmente, incluso Irán) generarían un rápido desgaste del poder de Trump que ya se refleja en los sondeos. Algunos aventuran un mal resultado en las elecciones de mitad de mandato, si es que la frustración y el malhumor social no precipitan antes escenarios aún más complejos.
La simpatía y las consonancias entre Trump y Milei son determinantes en la ayuda que recibió el país, pero más importante es que el presidente estadounidense pretende una Argentina aliada en su confrontación con China LA NACION