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domingo, abril 27, 2025
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Los consejos del Papa que Milei y CFK desatendieron

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¿Cuál fue la peor ofensa dirigida hacia la figura patriarcal y ecuménica de Francisco? ¿La ridiculez, en modo de panelista payasesco, de Javier Milei cuando lo acusó de ser “el representante del Maligno en la Tierra”? ¿O fue el ninguneo soberbio de Cristina Kirchner cuando, después de una larga perorata en Tecnópolis, el día en que Jorge Bergoglio fue elegido sumo pontífice, se dignó, por fin, a mencionarlo, pero a regañadientes, solo como el “papa latinoamericano”?

A favor del actual presidente hay que recordar que aquel exabrupto lo dijo desde el llano y cuando a nadie se le podía pasar por la cabeza que un día lo sería. Cristina Kirchner, en cambio, atravesaba su segundo mandato en lo más alto del poder y el agrio desaire hacia Francisco se complementó con una persistente campaña en contra del kirchnerismo que incluyó groseras fake news, como que Bergoglio le había dado la comunión a Jorge Rafael Videla y una poderosa ofensiva mediática/judicial, encabezada por Horacio Verbitsky para culpar falsamente al Pontífice de haber entregado a dos sacerdotes jesuitas a la dictadura, cuando en realidad los había protegido.

Es interesante, a la luz de estos viejos episodios, revisar los posteos que Milei y CFK hicieron en la red social X a la hora de homenajear al ilustre muerto para constatar si se disculparon con el fallecido jefe de la Iglesia Católica universal.

“Pese a diferencias que hoy resultan menores –escribió el primer mandatario en la red de Elon Musk–haberlo conocido fue un verdadero honor.” Hace unas horas reveló por Radio Mitre que, además, le había pedido disculpas personalmente. “Te vamos a extrañar, Francisco, la tristeza que tenemos es infinita”, escribió grandilocuente, también en X, la expresidenta. Pero no incluyó ni una mínima señal de arrepentimiento sobre aquel mal paso que dejó de lado en cuanto percibió que el sentimiento popular estaba a full con el papa argentino. Unas palabras de desagravio acerca de aquella conducta (y, de paso, sumar algunas más en nombre de su marido, que cuando era presidente hacía espiar al entonces arzobispo de Buenos Aires por la SIDE y que, con tal de no escuchar sus duras homilías en la Catedral Metropolitana, se iba al tedeum del 25 de Mayo de alguna provincia) habrían sido muy apropiadas. Nunca trascendió tampoco que la vice de Alberto Fernández se haya disculpado con el propio Bergoglio.

La autocrítica no es una virtud que figure en el repertorio de la jefa del PJ, quien hace dos semanas la pifió feo cuando auguró una devaluación del 30% del dólar. No se conoce, hasta el momento, ninguna fe de erratas de su parte. Ni la habrá.

Ella y el actual presidente, tan ramplones y ásperos al expresarse, deberían reparar en el párrafo de la encíclica de Francisco, Laudato si, en el que advierte que “prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora”. Ni siquiera en estos días de duelo, Milei fue capaz de bajar los decibeles de sus “latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro” (para decirlo con palabras del papa enterrado ayer).

“Somos lo que comunicamos”, advirtió Francisco en alguna ocasión. ¿No lo advierten CFK y Milei o están orgullosos de ser así?

Como la “terapia de aversión” a la que es sometido Alex DeLarge, el personaje central de La naranja mecánica, sería fabuloso exponer a ambos a la tortura de verse obligados a mirar y escuchar una y otra vez sus más irritantes exabruptos, a ver si se hastían y cambian de una buena vez. Sería un verdadero milagro si eso sucediera y habría que santificar de inmediato a Bergoglio.

La labor de los medios y del periodismo también era un tema de preocupación para Francisco. En un mensaje a la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, el año pasado, pidió que se mantuvieran “fieles a la verdad, ayuden a la paz, a una convivencia digna, a la solidaridad de las naciones y al cuidado de los más débiles”. Y reclamó “responder con firmeza a cualquier discurso de odio”.

En 2022, había señalado los cuatro pecados capitales que él veía en la comunicación: la desinformación, las calumnias, la difamación y la coprofilia, un término que definió como “el amor a la cosa sucia, literalmente amor a la caca, amor a los escándalos, sean verdaderos o no”.

Francisco alertó sobre un cisma entre el individuo y la comunidad por la falta de hijos y el abandono de los ancianos, que “es un modo sutil de expresar que todo termina en nosotros, que solo cuentan nuestros intereses individuales”.

Sobre la trata de personas dejó caer una recomendación –“necesita ser tomada en serio”– que haría muy bien la televisión argentina de estos días en practicar.

¿Cuál fue la peor ofensa dirigida hacia la figura patriarcal y ecuménica de Francisco? ¿La ridiculez, en modo de panelista payasesco, de Javier Milei cuando lo acusó de ser “el representante del Maligno en la Tierra”? ¿O fue el ninguneo soberbio de Cristina Kirchner cuando, después de una larga perorata en Tecnópolis, el día en que Jorge Bergoglio fue elegido sumo pontífice, se dignó, por fin, a mencionarlo, pero a regañadientes, solo como el “papa latinoamericano”?

A favor del actual presidente hay que recordar que aquel exabrupto lo dijo desde el llano y cuando a nadie se le podía pasar por la cabeza que un día lo sería. Cristina Kirchner, en cambio, atravesaba su segundo mandato en lo más alto del poder y el agrio desaire hacia Francisco se complementó con una persistente campaña en contra del kirchnerismo que incluyó groseras fake news, como que Bergoglio le había dado la comunión a Jorge Rafael Videla y una poderosa ofensiva mediática/judicial, encabezada por Horacio Verbitsky para culpar falsamente al Pontífice de haber entregado a dos sacerdotes jesuitas a la dictadura, cuando en realidad los había protegido.

Es interesante, a la luz de estos viejos episodios, revisar los posteos que Milei y CFK hicieron en la red social X a la hora de homenajear al ilustre muerto para constatar si se disculparon con el fallecido jefe de la Iglesia Católica universal.

“Pese a diferencias que hoy resultan menores –escribió el primer mandatario en la red de Elon Musk–haberlo conocido fue un verdadero honor.” Hace unas horas reveló por Radio Mitre que, además, le había pedido disculpas personalmente. “Te vamos a extrañar, Francisco, la tristeza que tenemos es infinita”, escribió grandilocuente, también en X, la expresidenta. Pero no incluyó ni una mínima señal de arrepentimiento sobre aquel mal paso que dejó de lado en cuanto percibió que el sentimiento popular estaba a full con el papa argentino. Unas palabras de desagravio acerca de aquella conducta (y, de paso, sumar algunas más en nombre de su marido, que cuando era presidente hacía espiar al entonces arzobispo de Buenos Aires por la SIDE y que, con tal de no escuchar sus duras homilías en la Catedral Metropolitana, se iba al tedeum del 25 de Mayo de alguna provincia) habrían sido muy apropiadas. Nunca trascendió tampoco que la vice de Alberto Fernández se haya disculpado con el propio Bergoglio.

La autocrítica no es una virtud que figure en el repertorio de la jefa del PJ, quien hace dos semanas la pifió feo cuando auguró una devaluación del 30% del dólar. No se conoce, hasta el momento, ninguna fe de erratas de su parte. Ni la habrá.

Ella y el actual presidente, tan ramplones y ásperos al expresarse, deberían reparar en el párrafo de la encíclica de Francisco, Laudato si, en el que advierte que “prima la costumbre de descalificar rápidamente al adversario, aplicándole epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un diálogo abierto y respetuoso, donde se busque alcanzar una síntesis superadora”. Ni siquiera en estos días de duelo, Milei fue capaz de bajar los decibeles de sus “latigazos verbales hasta destrozar la figura del otro” (para decirlo con palabras del papa enterrado ayer).

“Somos lo que comunicamos”, advirtió Francisco en alguna ocasión. ¿No lo advierten CFK y Milei o están orgullosos de ser así?

Como la “terapia de aversión” a la que es sometido Alex DeLarge, el personaje central de La naranja mecánica, sería fabuloso exponer a ambos a la tortura de verse obligados a mirar y escuchar una y otra vez sus más irritantes exabruptos, a ver si se hastían y cambian de una buena vez. Sería un verdadero milagro si eso sucediera y habría que santificar de inmediato a Bergoglio.

La labor de los medios y del periodismo también era un tema de preocupación para Francisco. En un mensaje a la asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa, el año pasado, pidió que se mantuvieran “fieles a la verdad, ayuden a la paz, a una convivencia digna, a la solidaridad de las naciones y al cuidado de los más débiles”. Y reclamó “responder con firmeza a cualquier discurso de odio”.

En 2022, había señalado los cuatro pecados capitales que él veía en la comunicación: la desinformación, las calumnias, la difamación y la coprofilia, un término que definió como “el amor a la cosa sucia, literalmente amor a la caca, amor a los escándalos, sean verdaderos o no”.

Francisco alertó sobre un cisma entre el individuo y la comunidad por la falta de hijos y el abandono de los ancianos, que “es un modo sutil de expresar que todo termina en nosotros, que solo cuentan nuestros intereses individuales”.

Sobre la trata de personas dejó caer una recomendación –“necesita ser tomada en serio”– que haría muy bien la televisión argentina de estos días en practicar.

 No incitar los discursos de odio con “latigazos verbales” no figura entre las prioridades del Presidente y la jefa del PJ  LA NACION