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lunes, abril 28, 2025
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“Está decidida a no abandonarlos”: la lucha de una adolescente en la provincia con más suicidios del país

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Cada vez que Luana tiene un día difícil, en su cuarto se escucha un crujido seco que se mezcla con un chirrido agudo, metálico. Es el ruido que hace al abrir el cofre que tiene sobre un mueble frente a su cama y al que recurre cuando necesita motivarse. Está hecho de una madera oscura y tiene una cerradura de hierro. Sobre un costado, la joven de 18 años le pegó una calcomanía que dice: “Soy el cambio que quiero ver en el mundo”.

En ese cofre Luana guarda su mayor tesoro: notitas escritas a mano por otros adolescentes. “Me alienta saber que alguien que pasó por lo mismo que yo haya llegado tan lejos”, “Yo también pasé por eso, te agradezco por la charla” o “Tus palabras me ayudaron mucho” son algunos de los mensajes que corre a leer cuando se siente insegura o necesita un empujón extra para encarar el día.

Aunque esos son los más “lindos” de leer, los que más le recargan las ganas de ayudar a la mayor cantidad de adolescentes de su provincia son otros: “Necesito ayuda”, “Me hacen mucho bullying”, “Por favor hablame”.

Cuando estaba en la secundaria, Luana fue víctima de bullying, tuvo ideas de muerte y se provocó autolesiones. Pero desde los 14 años lleva adelante “Te Escucho”, un espacio de escucha dirigido a adolescentes con el que va a las escuelas de su provincia, Catamarca. Concretamente, da charlas sobre problemáticas como el acoso escolar, la depresión y el suicidio.

“Me da una felicidad enorme saber que puedo ayudar a otro joven que pasa por lo mismo que pasé yo y evitar que sufra”, cuenta Luana, a quien en el pasado le costaba horrores hablar sobre lo que le pasaba. Por eso, al final de cada una de sus exposiciones, reparte papelitos para que, de manera anónima, los estudiantes puedan dejar su número de teléfono y hacerle preguntas.

Así, cuando llega a su casa, agenda a los chicos que le piden ayuda y chatea con ellos durante horas, días e incluso semanas, hasta que se asegura de que se sientan mejor o hayan contactado a un profesional.

Catamarca es la provincia con la tasa de suicidio adolescente más alta del país, según los últimos datos oficiales. En 2023, 14 chicos de entre 10 y 19 años se quitaron la vida, lo que da una tasa de 20 adolescentes cada 100.000. Ese indicador triplica el promedio del país, que durante 2023 registró 438 suicidios de adolescentes, un drama que suele quedar invisibilizado pero que se agravó en las últimas décadas, según reveló una investigación de LA NACION.

Riesgo de suicidio: dónde recurrir en busca de ayuda

“Hay chicos que no tienen a nadie”

Desde la cocina y mientras prepara las milanesas con puré que cenarán esa noche, Cecilia, su mamá, observa orgullosa a Luana, que desde que llegó está sentada en la mesa con la mirada fija en el celular.

“Me llena el alma el compromiso y la dedicación que le pone Luana a su proyecto y a cada uno de los jóvenes que le piden ayuda. Ella me tuvo a mí, pero hay otros chicos que no tienen a nadie o que no saben hablar de lo que les pasa y yo sé que mi hija está decidida a no abandonarlos”, dice la mujer de 46 años.

Para Luana, su mamá es “su mejor amiga”. Es profesora particular de economía y se hace cargo de los gastos de su hogar en Valle Viejo, Catamarca, desde que su exmarido las abandonó cuando Luana tenía 7 años. Todos los días desayunan juntas un té y charlan sobre el día que cada una tiene por delante.

Los días de Luana son más o menos iguales: a la mañana se ocupa de su trabajo en el área de juventud de la Municipalidad de Valle Viejo; a la tarde se toma un colectivo y en 45 minutos llega a la Universidad Nacional de Catamarca, donde cursa Abogacía. A la noche va al gimnasio. A su casa, vuelve justo a tiempo para cenar con su mamá.

Distinto es cuando tiene agendada una charla en alguna escuela. Ese día, la acompañan unos nervios que se mezclan con un sentimiento de esperanza. En general son los centros de estudiantes quienes la contactan para que vaya a exponer. El año pasado habló en tres colegios y, por charla, se llevó por lo menos 20 papelitos con consultas de chicos. Este año, ya se presentó frente a cientos de estudiantes y tiene agendadas exposiciones en escuelas para todo el año.

–¿Qué es lo que más te preguntan?

–Detrás de los mensajes que me llegan hay chicos pasando por situaciones que van desde el bullying hasta trastornos de la alimentación o depresión. Una vez me llegó una consulta que decía: “Mi forma de superar lo que me estaba pasando fue intentar terminar con mi vida. ¿Qué puedo hacer”. También me pasó que, a medida que fluía la conversación y yo preguntaba, me confesaban que se habían autolesionado o hasta tenido algún intento de suicidio. Pero, en general, la razón por la que acuden a mí es porque sienten que no tienen a quién contarle las situaciones que viven o bien no saben o no se animan a hacerlo.

–¿Qué les respondés?

–Hay algo que tengo muy en claro y que mi mamá me repite cada vez que voy a dar una charla: yo no soy psicóloga. Al contrario, busco ser más bien ese puente hacia la ayuda profesional. Por eso, lo que hago es alentar a cada uno de los chicos que me escriben a identificar a “su persona”. O sea, a aquel padre, amigo, profesor, primo a quien saben que le pueden confiar lo que sea que les esté pasando. Y después, obviamente, les recalco el paso gigante y la valentía enorme que implica el simple hecho de contarlo.

–¿Creés que alguna vez le salvaste la vida a alguien?

–Me gusta creer que sí. O sea, la verdad es que me han llegado mensajes diciendo “me salvaste la vida”, pero no sé qué tan literales son. Lo que sí sé es que en algunas oportunidades chatear con chicos que estaban en situaciones verdaderamente delicadas. También me han llegado muchos mensajes que dicen “gracias por escucharme” o “gracias por no dejarme solo”.

Aunque Te Escucho surgió como un proyecto en redes sociales, en los últimos años su presencia online pasó a segundo plano. “Me di cuenta de que ir a hablar presencialmente con los chicos permite una mejor comunicación. Reafirmar con la presencia física el mensaje de ‘estoy acá’ me parece clave para que se sientan en confianza para contarme lo que sea”, señala Luana y agrega: “Cuando me paro al frente del aula y miro a los chicos a los ojos, puedo darme cuenta por su mirada si están mintiendo, si tienen vergüenza, si parecen tristes”. Y si reconoce esas miradas es porque son las mismas que portó su rostro hace algunos años.

“Querer desaparecer del mundo”

De niña, Luana era muy unida a su abuela Carmela, quien todos los miércoles sin falta la llevaba a tomar un helado. “Admiraba lo coqueta que era. Siempre usaba tacos y conjuntos de seda y amaba su cabello rizado. Me quedó muy marcado lo mucho que sufrió cuando perdió todo su pelo por el cáncer”, explica la joven, quien, inspirada por su abuela, durante las primeras semanas de su primer año de escuela secundaria se cortó el pelo a la altura de las orejas para donarlo a una fundación que hacía pelucas para pacientes oncológicos.

Sin embargo, toda la alegría que le trajo su nuevo corte fue eclipsada por comentarios de sus nuevos compañeros, que iban desde “marimacho” a “pelo achado”. Y el entusiasmo por empezar una nueva etapa en una nueva escuela y hacer nuevos amigos se transformaron en un sentimiento que nunca había experimentado: “querer desaparecer del mundo”.

“De repente, ese brillo que tenía mi hija se apagó”, cuenta su madre. “Luana siempre había sido una chica hiperactiva, alegre, con ganas de hacer cosas nuevas. Cantaba, bailaba, era ruidosa. De a poco empezó a estar más triste, enojada y aislada”, agrega.

Cada mañana, Luana se calzaba su mochila con lentejuelas y se subía al auto para ir a la escuela. “Siempre fue una chica 10”, así que se sentaba adelante, prestaba atención a la clase, hacía preguntas y deseaba que los minutos empezaran a correr hacia atrás. Sabía que cuando llegara el recreo, incluso aunque se quedara en el aula, los comentarios horribles de sus compañeros la nublarían y la próxima clase no podría prestar atención porque no podría dejar de pensar en ellos. Algunos días, incluso, llegaba a encerrarse en el baño a llorar hasta que su mamá iba a buscarla.

Pero Luana no quería ser un peso para su madre y las cosas que le decían la avergonzaban, así que durante mucho tiempo se guardó lo que sentía. “Yo le insistí para que me contara y entonces ella me empezó a hablar y se ahogaba en lágrimas y yo también lloraba porque me angustiaba verla así y terminábamos abrazadas en llanto”, cuenta Cecilia, que decidió llevar a su hija a una psicóloga cuando descubrió que se autolesionaba.

“Todavía no termino de entender por qué lo hacía. Era chica y no se muy bien en qué pensaba. No encontré todavía una respuesta. Es como que te sentís tan mal que simplemente lo hacés y pensé que quizás iba a ser una solución, pero por suerte entendí que no”, dice Luana, que ahora está segura de que hablarlo con profesionales y con su mamá fue lo que la salvó y la sacó de ese lugar oscuro.

Ahora, como prueba de que es posible salir adelante, Luana cuenta su historia al principio de cada una de sus charlas: “Te Escucho me ayudó a reflexionar porque para contar quién soy tengo que contar de dónde vengo y qué me pasó”.

La normalización del bullying

Te Escucho surgió cuando con 14 años una amiga de su mamá le envió a Luana el enlace de una convocatoria para el programa SOMOS, de la Fundación Líderes de Ansenuza, que conforma una red de jóvenes voluntarios de todo el país que buscan transformar la educación. “Ella sabía que yo siempre había tenido ganas de hacer algo para cambiar el mundo y dije: ´¿Por qué no hacer algo que nadie hace en Catamarca?´”, explica Luana, que jamás pensó que iba a quedar seleccionada.

Además, logró que su proyecto quedara seleccionado en Tribu 24, una iniciativa de Ashoka Cono Sur que busca conectar jóvenes agentes de cambio para consolidar una red que promueva el impacto positivo en sus comunidades.

Hoy, lo que más le preocupa a Luana es lo naturalizado que está el bullying, tanto entre los jóvenes como entre las autoridades: “Son años y años de normalizar una conducta que es cruel y que, como en mi caso, puede desembocar en autolesiones o hasta en un suicidio. Y las escuelas, como mucho, dan la misma charla genérica y estandarizada a la que ni yo le daba bola. No escuchan a los chicos”.

Jenifer Lobo tiene 17 años y es la presidenta del centro de estudiantes de la Secundaria N°69, a la que Luana fue a dar una charla hace dos semanas. “El año pasado teníamos detectados más de 10 casos de bullying. Desde el centro planteamos la necesidad de hablar más del tema. Y cumplieron y dio resultado. Ahora, al menos que sepamos, hay solo tres o cuatro casos”, cuenta la adolescente.

“Luana explica muy bien y los chicos la miraban concentradísimos. Creo que es porque les da información valiosa que en la escuela no nos suelen dar y porque, cuando cuenta su historia, los chicos empatizan con ella y entran en confianza”, opina Jenifer.

Cuando era una niña, Luana soñaba con ser cantante o actriz. Convertía cualquier objeto en un micrófono e imaginaba que una multitud la escuchaba. Y aunque de su boca no salgan canciones, su escenario sea más bien un aula y sus oyentes sean alumnos de secundaria, de alguna manera, algo de lo que alguna vez soñó, se cumplió: “Hace unos años, no me veía acá. Seguir viva y contribuir a que alguien más tenga ganas de vivir es maravilloso. Te Escucho me ayudó a sanar a esa Luana chiquita que sufría y también me hizo darme cuenta de que mi vida merece ser mi vida, y a mi manera”.

Más información

Si querés saber más sobre los signos de alerta y cómo actuar cuando un adolescente tiene ideas de muerte o pensamientos suicidas, podés entrar a esta guía para padres que LA NACION armó con un equipo de especialistas.Si querés contactarte con Luana, podés mandarle un mail a abigailaguero173@gmali.com o hablarle por su cuenta de Instagram @luanaagueroo_

Cada vez que Luana tiene un día difícil, en su cuarto se escucha un crujido seco que se mezcla con un chirrido agudo, metálico. Es el ruido que hace al abrir el cofre que tiene sobre un mueble frente a su cama y al que recurre cuando necesita motivarse. Está hecho de una madera oscura y tiene una cerradura de hierro. Sobre un costado, la joven de 18 años le pegó una calcomanía que dice: “Soy el cambio que quiero ver en el mundo”.

En ese cofre Luana guarda su mayor tesoro: notitas escritas a mano por otros adolescentes. “Me alienta saber que alguien que pasó por lo mismo que yo haya llegado tan lejos”, “Yo también pasé por eso, te agradezco por la charla” o “Tus palabras me ayudaron mucho” son algunos de los mensajes que corre a leer cuando se siente insegura o necesita un empujón extra para encarar el día.

Aunque esos son los más “lindos” de leer, los que más le recargan las ganas de ayudar a la mayor cantidad de adolescentes de su provincia son otros: “Necesito ayuda”, “Me hacen mucho bullying”, “Por favor hablame”.

Cuando estaba en la secundaria, Luana fue víctima de bullying, tuvo ideas de muerte y se provocó autolesiones. Pero desde los 14 años lleva adelante “Te Escucho”, un espacio de escucha dirigido a adolescentes con el que va a las escuelas de su provincia, Catamarca. Concretamente, da charlas sobre problemáticas como el acoso escolar, la depresión y el suicidio.

“Me da una felicidad enorme saber que puedo ayudar a otro joven que pasa por lo mismo que pasé yo y evitar que sufra”, cuenta Luana, a quien en el pasado le costaba horrores hablar sobre lo que le pasaba. Por eso, al final de cada una de sus exposiciones, reparte papelitos para que, de manera anónima, los estudiantes puedan dejar su número de teléfono y hacerle preguntas.

Así, cuando llega a su casa, agenda a los chicos que le piden ayuda y chatea con ellos durante horas, días e incluso semanas, hasta que se asegura de que se sientan mejor o hayan contactado a un profesional.

Catamarca es la provincia con la tasa de suicidio adolescente más alta del país, según los últimos datos oficiales. En 2023, 14 chicos de entre 10 y 19 años se quitaron la vida, lo que da una tasa de 20 adolescentes cada 100.000. Ese indicador triplica el promedio del país, que durante 2023 registró 438 suicidios de adolescentes, un drama que suele quedar invisibilizado pero que se agravó en las últimas décadas, según reveló una investigación de LA NACION.

Riesgo de suicidio: dónde recurrir en busca de ayuda

“Hay chicos que no tienen a nadie”

Desde la cocina y mientras prepara las milanesas con puré que cenarán esa noche, Cecilia, su mamá, observa orgullosa a Luana, que desde que llegó está sentada en la mesa con la mirada fija en el celular.

“Me llena el alma el compromiso y la dedicación que le pone Luana a su proyecto y a cada uno de los jóvenes que le piden ayuda. Ella me tuvo a mí, pero hay otros chicos que no tienen a nadie o que no saben hablar de lo que les pasa y yo sé que mi hija está decidida a no abandonarlos”, dice la mujer de 46 años.

Para Luana, su mamá es “su mejor amiga”. Es profesora particular de economía y se hace cargo de los gastos de su hogar en Valle Viejo, Catamarca, desde que su exmarido las abandonó cuando Luana tenía 7 años. Todos los días desayunan juntas un té y charlan sobre el día que cada una tiene por delante.

Los días de Luana son más o menos iguales: a la mañana se ocupa de su trabajo en el área de juventud de la Municipalidad de Valle Viejo; a la tarde se toma un colectivo y en 45 minutos llega a la Universidad Nacional de Catamarca, donde cursa Abogacía. A la noche va al gimnasio. A su casa, vuelve justo a tiempo para cenar con su mamá.

Distinto es cuando tiene agendada una charla en alguna escuela. Ese día, la acompañan unos nervios que se mezclan con un sentimiento de esperanza. En general son los centros de estudiantes quienes la contactan para que vaya a exponer. El año pasado habló en tres colegios y, por charla, se llevó por lo menos 20 papelitos con consultas de chicos. Este año, ya se presentó frente a cientos de estudiantes y tiene agendadas exposiciones en escuelas para todo el año.

–¿Qué es lo que más te preguntan?

–Detrás de los mensajes que me llegan hay chicos pasando por situaciones que van desde el bullying hasta trastornos de la alimentación o depresión. Una vez me llegó una consulta que decía: “Mi forma de superar lo que me estaba pasando fue intentar terminar con mi vida. ¿Qué puedo hacer”. También me pasó que, a medida que fluía la conversación y yo preguntaba, me confesaban que se habían autolesionado o hasta tenido algún intento de suicidio. Pero, en general, la razón por la que acuden a mí es porque sienten que no tienen a quién contarle las situaciones que viven o bien no saben o no se animan a hacerlo.

–¿Qué les respondés?

–Hay algo que tengo muy en claro y que mi mamá me repite cada vez que voy a dar una charla: yo no soy psicóloga. Al contrario, busco ser más bien ese puente hacia la ayuda profesional. Por eso, lo que hago es alentar a cada uno de los chicos que me escriben a identificar a “su persona”. O sea, a aquel padre, amigo, profesor, primo a quien saben que le pueden confiar lo que sea que les esté pasando. Y después, obviamente, les recalco el paso gigante y la valentía enorme que implica el simple hecho de contarlo.

–¿Creés que alguna vez le salvaste la vida a alguien?

–Me gusta creer que sí. O sea, la verdad es que me han llegado mensajes diciendo “me salvaste la vida”, pero no sé qué tan literales son. Lo que sí sé es que en algunas oportunidades chatear con chicos que estaban en situaciones verdaderamente delicadas. También me han llegado muchos mensajes que dicen “gracias por escucharme” o “gracias por no dejarme solo”.

Aunque Te Escucho surgió como un proyecto en redes sociales, en los últimos años su presencia online pasó a segundo plano. “Me di cuenta de que ir a hablar presencialmente con los chicos permite una mejor comunicación. Reafirmar con la presencia física el mensaje de ‘estoy acá’ me parece clave para que se sientan en confianza para contarme lo que sea”, señala Luana y agrega: “Cuando me paro al frente del aula y miro a los chicos a los ojos, puedo darme cuenta por su mirada si están mintiendo, si tienen vergüenza, si parecen tristes”. Y si reconoce esas miradas es porque son las mismas que portó su rostro hace algunos años.

“Querer desaparecer del mundo”

De niña, Luana era muy unida a su abuela Carmela, quien todos los miércoles sin falta la llevaba a tomar un helado. “Admiraba lo coqueta que era. Siempre usaba tacos y conjuntos de seda y amaba su cabello rizado. Me quedó muy marcado lo mucho que sufrió cuando perdió todo su pelo por el cáncer”, explica la joven, quien, inspirada por su abuela, durante las primeras semanas de su primer año de escuela secundaria se cortó el pelo a la altura de las orejas para donarlo a una fundación que hacía pelucas para pacientes oncológicos.

Sin embargo, toda la alegría que le trajo su nuevo corte fue eclipsada por comentarios de sus nuevos compañeros, que iban desde “marimacho” a “pelo achado”. Y el entusiasmo por empezar una nueva etapa en una nueva escuela y hacer nuevos amigos se transformaron en un sentimiento que nunca había experimentado: “querer desaparecer del mundo”.

“De repente, ese brillo que tenía mi hija se apagó”, cuenta su madre. “Luana siempre había sido una chica hiperactiva, alegre, con ganas de hacer cosas nuevas. Cantaba, bailaba, era ruidosa. De a poco empezó a estar más triste, enojada y aislada”, agrega.

Cada mañana, Luana se calzaba su mochila con lentejuelas y se subía al auto para ir a la escuela. “Siempre fue una chica 10”, así que se sentaba adelante, prestaba atención a la clase, hacía preguntas y deseaba que los minutos empezaran a correr hacia atrás. Sabía que cuando llegara el recreo, incluso aunque se quedara en el aula, los comentarios horribles de sus compañeros la nublarían y la próxima clase no podría prestar atención porque no podría dejar de pensar en ellos. Algunos días, incluso, llegaba a encerrarse en el baño a llorar hasta que su mamá iba a buscarla.

Pero Luana no quería ser un peso para su madre y las cosas que le decían la avergonzaban, así que durante mucho tiempo se guardó lo que sentía. “Yo le insistí para que me contara y entonces ella me empezó a hablar y se ahogaba en lágrimas y yo también lloraba porque me angustiaba verla así y terminábamos abrazadas en llanto”, cuenta Cecilia, que decidió llevar a su hija a una psicóloga cuando descubrió que se autolesionaba.

“Todavía no termino de entender por qué lo hacía. Era chica y no se muy bien en qué pensaba. No encontré todavía una respuesta. Es como que te sentís tan mal que simplemente lo hacés y pensé que quizás iba a ser una solución, pero por suerte entendí que no”, dice Luana, que ahora está segura de que hablarlo con profesionales y con su mamá fue lo que la salvó y la sacó de ese lugar oscuro.

Ahora, como prueba de que es posible salir adelante, Luana cuenta su historia al principio de cada una de sus charlas: “Te Escucho me ayudó a reflexionar porque para contar quién soy tengo que contar de dónde vengo y qué me pasó”.

La normalización del bullying

Te Escucho surgió cuando con 14 años una amiga de su mamá le envió a Luana el enlace de una convocatoria para el programa SOMOS, de la Fundación Líderes de Ansenuza, que conforma una red de jóvenes voluntarios de todo el país que buscan transformar la educación. “Ella sabía que yo siempre había tenido ganas de hacer algo para cambiar el mundo y dije: ´¿Por qué no hacer algo que nadie hace en Catamarca?´”, explica Luana, que jamás pensó que iba a quedar seleccionada.

Además, logró que su proyecto quedara seleccionado en Tribu 24, una iniciativa de Ashoka Cono Sur que busca conectar jóvenes agentes de cambio para consolidar una red que promueva el impacto positivo en sus comunidades.

Hoy, lo que más le preocupa a Luana es lo naturalizado que está el bullying, tanto entre los jóvenes como entre las autoridades: “Son años y años de normalizar una conducta que es cruel y que, como en mi caso, puede desembocar en autolesiones o hasta en un suicidio. Y las escuelas, como mucho, dan la misma charla genérica y estandarizada a la que ni yo le daba bola. No escuchan a los chicos”.

Jenifer Lobo tiene 17 años y es la presidenta del centro de estudiantes de la Secundaria N°69, a la que Luana fue a dar una charla hace dos semanas. “El año pasado teníamos detectados más de 10 casos de bullying. Desde el centro planteamos la necesidad de hablar más del tema. Y cumplieron y dio resultado. Ahora, al menos que sepamos, hay solo tres o cuatro casos”, cuenta la adolescente.

“Luana explica muy bien y los chicos la miraban concentradísimos. Creo que es porque les da información valiosa que en la escuela no nos suelen dar y porque, cuando cuenta su historia, los chicos empatizan con ella y entran en confianza”, opina Jenifer.

Cuando era una niña, Luana soñaba con ser cantante o actriz. Convertía cualquier objeto en un micrófono e imaginaba que una multitud la escuchaba. Y aunque de su boca no salgan canciones, su escenario sea más bien un aula y sus oyentes sean alumnos de secundaria, de alguna manera, algo de lo que alguna vez soñó, se cumplió: “Hace unos años, no me veía acá. Seguir viva y contribuir a que alguien más tenga ganas de vivir es maravilloso. Te Escucho me ayudó a sanar a esa Luana chiquita que sufría y también me hizo darme cuenta de que mi vida merece ser mi vida, y a mi manera”.

Más información

Si querés saber más sobre los signos de alerta y cómo actuar cuando un adolescente tiene ideas de muerte o pensamientos suicidas, podés entrar a esta guía para padres que LA NACION armó con un equipo de especialistas.Si querés contactarte con Luana, podés mandarle un mail a abigailaguero173@gmali.com o hablarle por su cuenta de Instagram @luanaagueroo_ Luana tiene 18 años y cuando iba al secundario sufrió bullying, tuvo ideas de muerte y se provocó autolesiones; después de buscar ayuda profesional, empezó a dar charlas para adolescentes en escuelas de Catamarca  LA NACION