Naza ya no va a la escuela: ¿en qué piensan los adolescentes que deciden quitarse la vida?

Suicidio adolescente
Naza ya no va a la escuela ¿En qué piensan los chicos que deciden quitarse la vida?
Por Paula Soler
29 de abril de 2025
Nazareno Gitali era el chico de 13 años que se sentaba en el primer banco del aula de su colegio secundario. Arrimaba el pupitre bien cerca del pizarrón blanco. Ponía la mochila a un costado, sacaba su carpeta anillada con la calavera pirata ilustrada en la tapa, miraba al frente y esperaba en silencio, tranquilo.
A veces caminaba solo por los pasillos. El cabello oscuro bajo la capucha del buzo bordó, las mejillas de niño, una media sonrisa, callado. Con el tiempo, el silencio de Naza se fue transformando. Los docentes lo descubrían en ataques de enojo. En plena clase empujaba su pupitre o gritaba. Le llamaban la atención con un “otra vez vos”. Comenzó a salir del aula sin permiso. Se iba al patio y no quería regresar. Las preceptoras se enojaban con él y lo señalaban como “el tontito al que hay que medicar”.
“De la nada, Naza revoleó un banco”, “De la nada, grita en el pasillo”. Eso decían desde el colegio cuando llamaban a su mamá, Guadalupe, para que fuera a retirarlo. Ella iba con la tristeza y la impotencia clavadas en la garganta. Sabía que en cada “de la nada” hizo tal cosa, en realidad había mucho. Sus reacciones brotaban después de frases hirientes dichas por lo bajo o acoso físico: golpes en la nuca, empujones y patadas por parte de compañeros y a la vista de docentes, preceptores y directivos.
El último día que fue a clases entró en el aula, estuvo unos minutos y salió al jardín de la escuela. Ahí comenzó a tirar piedras contra un muro. Llamaron a su madre para decirle que “de la nada” salió del aula y no quería regresar.
Naza se suicidó al día siguiente, el 12 de junio de 2024. Fue un miércoles nublado y frío, por la tarde, a la hora en la que solía salir rumbo a la escuela.
Guadalupe Abaca, madre de Nazareno
En el velatorio, sus padres se enteraron de que en marzo, un chico lo había contactado por Instagram haciéndose pasar por una chica, le pidió un video íntimo y que le dedicara una frase. Luego lo viralizó. En clase, en el recreo o en la calle, muchos de sus compañeros le repetían las palabras que decía frente a la cámara. Creen que ese “fue el detonante”, que “no aguantó tanta maldad y dolor”.
Un drama que desorienta a las escuelas
Nazareno era preadolescente cuando se quitó la vida en su casa de Pellegrini, un pueblo pequeño al noroeste de la provincia de Buenos Aires. Como él, cada 20 horas una niña, niño o adolescente de entre 10 y 19 años se suicida en la Argentina. Se trata de un drama invisibilizado, que no traspasa las puertas de los hogares que los lloran, pero que se agravó en las últimas décadas: mientras a principio de 1990 la tasa de suicidios entre chicos de 15 a 19 años era de 5 cada 100.000, en 2023 se ubicó en 11 cada 100.000, según los últimos datos oficiales disponibles (ver metodología). El suicidio es, además, la expresión más extrema de un fenómeno que crece y desorienta a las familias y a las escuelas: cada vez más chicos y a edades más tempranas tienen ideas de muerte, se autolesionan o transitan cuadros de ansiedad y depresión.
En este contexto, la escuela aparece como un lugar clave para prevenir e identificar estos problemas de salud mental, según coinciden psiquiatras infantojuveniles, psicólogos y expertos en suicidología. Sin embargo, en la mayoría de los colegios no existen espacios para que los chicos pongan en palabras lo que sienten, los docentes no están preparados para reconocer señales de alerta y los equipos de orientación escolar son insuficientes. Mientras que a nivel nacional no existe una ley ni políticas públicas que determinen cómo se deben abordar estos temas en el aula.
La estadística revela que 59 chicos de 10, 11, 12, 13 y 14 se suicidaron en 2023. Uno cada seis días. Observar qué ocurre a esas edades tiene una explicación médica: “Cuando se acercan a los 14 años, los chicos comienzan a manifestar padecimientos en su salud mental”, explica Javier Quesada, psicólogo especializado en adolescencia de Unicef. Mientras que Eliana Papávero, psiquiatra infantojuvenil del Hospital Elizalde, agrega: “En la adolescencia ya se observan con mayor frecuencia conductas y pensamientos suicidas”.
El problema es que esos padecimientos no suelen ser detectados ni tratados, expone Quesada y remarca que el principal factor que afecta la salud mental de los niños y preadolescentes de 14 años o menos es la discriminación, el bullying y el ciberbullying, según un informe de Unicef del año pasado. Eso es lo que señaló el 43% de los chicos de esa edad.
Si bien los suicidios se explican por múltiples causas, entre las que la depresión y la angustia aparecen como factores de base, el acoso escolar tiene un fuerte impacto en la salud mental de niños y adolescentes, ya sea que ocurra en la escuela o espacios virtuales asociados al grupo escolar. “El bullying y el ciberacoso son un disparador muy serio en las causas de suicidio”, advierte el psiquiatra Juan José Fernández, especialista en pediatría y presidente del Capítulo de Suicidología de la Asociación de Psiquiatras de Argentina.
Guadalupe Abaca, madre de Nazareno
“Minimizamos lo que sienten los chicos”
Pellegrini, un viernes de marzo pasado el mediodía, es puro silencio. El pueblo, de 7400 habitantes, parece vacío. Es época de cosecha y muchos trabajan en el campo. Las calles dibujan una cuadrícula impecable de manzanas de casas bajas y veredas limpias que se ramifican desde la plaza principal. Allí se alza el palacio municipal. Su torre, de 34 metros, parece un vigía mudo y solitario.
A ocho cuadras, en una plaza pequeña, que ocupa una esquina con juegos coloridos, está el mural que la familia y amigos de Naza pintaron para recordarlo. Se lo ve de espaldas, con una remera de Boca y alas de ángel. “Tratemos con amor y respeto”, “Basta de bullying”, “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente” son algunas de las frases que rodean la imagen. La última, sobre la indiferencia, toca el punto clave del sufrimiento de Nazareno. Eso creen sus padres y lo dirán sus amigas.
En un recreo, cuando Naza caminaba por el pasillo, un chico lo tomó por detrás. Los docentes observaban. Le apretó el cuello hasta hacerlo caer. Se había quedado sin aire y desde el piso sus bocanadas se convirtieron en llanto. Su hermana, Antonella, cuatro años mayor, lo asistió y llamó a su madre.
Debido a las reacciones de Naza, -gritos, patadas a los pupitres y salidas de clase- la escuela le recomendó a la familia que fuera a una psicopedagoga. Con ella, Naza habló de lo que sentía. En el informe que la profesional le entregó a las autoridades del colegio en septiembre de 2023, recomendaba que trabajaran junto a él sabiendo que sus reacciones y su bajo rendimiento escolar se debían “al maltrato” que sufría y a que la “sensación de indefensión le generaba mucha angustia”. Y agregaba: “Es un niño con mucho potencial y posibilidad de abrirse al aprendizaje y a la comunicación cuando se siente respetado, validado y valorado”.
Pero nada cambió. Ni ese año ni al siguiente. “Su suicidio originó una gran crisis en el colegio”, asegura a LA NACION la inspectora Jefa Distrital de Pellegrini, Enriqueta Diaz Roulier, quien fue nombrada en ese puesto después de la muerte de Naza. El equipo directivo de la escuela fue reemplazado.
–¿Sabía la escuela que Nazareno sufría bullying?
–Su caso no se analizó desde el hostigamiento escolar, sino desde el vínculo con algunos compañeros. No hubo un espacio para que eso llegara a los docentes, no hubo escucha atenta ni por parte del equipo de orientación escolar. Eso no sucedió, hay mucho por cambiar, no puede volver a pasar.
–¿Por qué cree que no repararon en lo que significaban sus reacciones?
–Aún nos preguntamos qué no vimos, qué no escuchamos. Mi opinión es que la mirada adultocentrista obstaculiza el acercamiento a los adolescentes porque minimiza lo que sienten los chicos.
Andrea Toxverdt, docente de la escuela
Andrea Toxverdt solía cruzarse con Nazareno en los pasillos de la escuela. Es profesora de Ciudadanía, pero él no fue su alumno. Ella fue testigo del ataque que sufrió el día que cayó al suelo. “Los docentes cometemos el error de ver que los chicos se agreden y decimos ´no es alumno mío´ cuando todos son nuestros alumnos. Naturalizamos, decimos que es algo de chicos. Yo cometí el error de no hacer nada ese día”, admite. Coincide con Diaz Roulier en que hay muchas cosas que cambiar, pero que antes se debe admitir que existe el bullying. Para resolverlo, el título docente no les da herramientas, dice Toxverdt, pero sí pueden “no mirar hacia otro lado” y ayudar con un abrazo, con escucha: “Los chicos piden a gritos un espacio para hablar”.
Ante la muerte del niño, Díaz Roulier organizó una jornada en la que invitó a los docentes a repensar su papel y a dialogar con los alumnos. “Todos somos responsables”, les dijo.
La ausencia de Naza instauró un clima escolar de calma inquietante ante el silencio de los adultos. Al poco tiempo surgieron padecimientos en alumnos de diferentes cursos: ideas de muerte, tristeza y desgano. En trabajos prácticos algunos expresaron con enojo que en el colegio no se hablaba de lo que pasó con Nazareno, ni de él. El llamado de algunos padres terminó de encender nuevas alarmas: salieron a la luz casos de autolesiones y tres intentos de suicidio. Los dos últimos, este año.
El suicidio, la punta del iceberg
Por cada suicidio pueden existir entre 10 y 30 intentos. Lo advierte la Organización Mundial de la Salud y varios informes de riesgo suicida. Fernández, experto en suicidología, explica que ese efecto de imitación se neutraliza cuando se genera un espacio para que los chicos y las familias puedan hablar. “Solo así se pueden detectar problemáticas y tratarlas”, advierte.
Cambios bruscos de humor, apatía, bajo rendimiento escolar y angustia son algunas señales de un estado depresivo en niños y adolescentes. Saberlo ayuda a prevenir intentos de autolesión, señala la psicóloga Cintya Castañeda, coordinadora en Empesares, una ONG dedicada a la prevención del suicidio. “Un niño decide quitarse la vida porque tiene la sensación de que no hay salida, que sus problemas lo desbordan, que es un peso para los demás”, dice Castañeda y señala que de acuerdo a la OMS, el 80% de los suicidios se puede evitar si hay una pronta detección y consulta.
Por eso destacan el papel de la escuela en la prevención y la posvención. La capacitación de docentes y directivos es una estrategia que debe instalarse no tanto como un protocolo, sino como una “cultura” que no minimice lo que sienten los chicos, dice Castañeda.
Pero cuando el bullying está presente, hablar se hace más difícil. Interfieren “los códigos de silencio” en el grupo de pares y el temor a ser una víctima más. “Después de pedir ayuda reiteradas veces y sentir que el contexto es negligente y no valida lo que sufre, el chico siente que nada va a cambiar, que solo debe aguantar. Es cuando pueden surgir ideas de muerte”, describe Candelaria Irazusta, psicóloga infantojuvenil y fundadora de Anti Bullying Argentina (ABA).
El problema es que el adulto, que pone límites y sanciona, está desdibujado. “Cuando hay violencia en una escuela es porque no está explícitamente prohibida y sancionada”, analiza Eduardo Arcángeli Arias, psicoanalista y especialista en educación y políticas públicas. Cree que no se debe “patologizar a los adolescentes con la etiqueta de violentos porque la violencia se aprende y debe prohibirse en la familia y la escuela”, más aún cuando hoy la violencia, ejercida por adultos, “está naturalizada tanto en el espacio físico como en el digital”.
Desde ABA sugieren abordar también a los acosadores y su entorno. “La escuela ya no tiene sanciones punitivas. Eso desorienta. Pero sí hay sanciones reparatorias. Debe haber un pedido de disculpas, una colaboración en una tarea escolar. Si no hay consecuencias, se impone la lógica de la impunidad y la impunidad refuerza la violencia”.
El suicidio adolescente es solo la punta de un iceberg que oculta problemáticas relacionadas con la salud mental y problemáticas en el ámbito familiar y el entorno social, señala Arcángeli Arias. Las familias muchas veces se ven desbordadas o sin red para comprender qué pasa con sus hijos. Que un chico no quiera entrar en el colegio, que llore o que se quiera escapar es una señal de alarma determinante y grave.
“Le saqué el celular porque lo veía muy aislado”
En los límites del pueblo, antes del puro campo, está la escuela a la que iba Naza, la EESN°1. Sobre la misma calle, a 200 metros, su hogar, donde vivía con sus padres y Antonela, su hermana de 17 años. Cuando Naza llegaba del colegio de buen humor, se sentaba cerca de su madre. Sonreía y le contaba lo que habían hecho en clase. Cuando llegaba enojado o triste, iba directo a su habitación. Guadalupe se desesperaba por saber qué había pasado y trataba de sacarle palabras. Pero él le decía poco. O nada.
Siempre le había gustado jugar a la pelota con los vecinos de la esquina, pero en sus últimos meses no quería salir de su casa. Muchas tardes, Naza lloraba cuando tenía que ir al colegio. Sus padres le habían sacado el celular en marzo porque lo veían muy aislado. “En verano, era feliz. Cuando empezaba la escuela, era otro. A veces llegaba del trabajo y lo encontraba llorando en la cama. Era un niño triste y callado”, dice su papá, Martín. Ante esos cambios, habían buscado apoyo profesional y ya desde el primer año del secundario Naza hacía terapia con una psicóloga.
Martín Gitali, padre de Nazareno
“Naza era dulce. Me daba besos, me abrazaba”, cuenta Guadalupe y se le rompe la voz. Evita el llanto apretando las manos, clavando las uñas en las yemas de los dedos. Cuenta que Antonella está mal, que no puede dormir. Martín dice: “Ya no somos felices como antes”. Llora cuando explica que se siente culpable porque su trabajo en el campo lo hacía ausentarse mucho: “Me perdí cumpleaños, fiestas de la escuela, del jardín. Pasaba días, semanas, sin volver”.
Los dos lloran cuando se preguntan qué habría pasado si se hubieran enterado del video antes y qué si Naza dejaba el cole para siempre. “Pero él tenía derecho a estudiar, a estar seguro en la escuela”, se responde Guadalupe. Abraza la remera preferida de Naza. Su buzo preferido, el bordó, se lo regaló a Rubí, una de las mejores amigas del niño.
Chicos de 8 años que dicen que se quieren morir
El aumento en la demanda de atención en salud mental de niños y adolescentes es evidente. En el Hospital de Clínicas porteño las consultas por cuadros depresivos, ideas e intentos de suicidio, auotlesiones y ansiedad en adolescentes y jóvenes aumentaron casi un 30% entre 2023 y 2024.
“Llegan chicos de hasta 8 años con frases como ‘me quiero morir’”, dice la psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini, del Departamento de Pediatría del Clínicas. Muchas veces los síntomas se minimizan o se confunden con problemas de conducta, explica. “Es imperante que el Estado facilite el acceso a la salud mental y no todas las escuelas tienen un equipo de orientación”, apunta Ongini.
Soledad, ansiedad y depresión son tres de las situaciones más mencionadas por los adolescentes cuando hablan de sus preocupaciones, según un estudio en proceso que Fernando Zingman, médico especializado en adolescencia, hace desde Fundar, una organización dedicada al diseño de políticas públicas.
Si bien existen protocolos de intervención e iniciativas interesantes de algunos colegios y municipios, apunta Zingman, no hay una política uniforme para contener los problemas de salud mental en los chicos. Tampoco hay inversión por parte del Estado. “La inversión nacional en salud mental es del 5% del total del presupuesto cuando por ley debería ser del 10%. Mientras que lo que se destina a la atención de la salud mental de adolescentes es apenas el 0,4% del presupuesto total destinado a la atención de la salud mental”, expone.
LA NACION se comunicó con el Ministerio de Salud de la Nación para conocer cómo planean atender esta problemática, pero no obtuvo respuestas. Desde la Subsecretaría de Educación nacional, en tanto, aseguraron que llevan adelante políticas de capacitación a docentes sobre el tema y que la línea 0800 Convivencia está disponible para denunciar, entre otras situaciones, casos de bullying. Sin embargo, no dieron respuestas sobre la necesidad de reforzar los equipos de salud mental en escuelas.
Una conclusión interesante de la investigación en curso de Zingman es que “los chicos identifican que los adultos no son del todo confiables ni efectivos para acompañarlos en sus crisis emocionales ni cuando intervienen para resolver sus conflictos con pares”.
El banco vacío de Nazareno
En Pellegrini se ven niños y adolescentes caminando solos por la calle. Un sábado por la mañana tres niños se trepan a un juego frente al mural de Nazareno. Tienen una libertad infinita hasta que suena un celular. Es su madre. Les pregunta dónde están.
LA NACION conversa ahí mismo con Priscilla, de 13 años. Ella cursó con Naza. A la semana siguiente de su muerte, los docentes dijeron que estaban abiertos a cualquier inquietud que tuvieran. “Solo eso. Nunca más nos preguntaron nada ni se habló de él”, dice. Durante un recreo, ella y sus compañeros, cuenta, hablaron sobre lo que “le pasó a Naza”. Algunos de los que lo hostigaban lloraron.
Rubí, de 15, y Taina, de 16, eran las mejores amigas de Naza. “Los profesores solo veían a Naza cuando explotaba, no cuando alguno lo golpeaba o le decía la frase del video”, cuentan, sentadas a la mesa del comedor de la casa de una de ellas.
A veces hacen una pausa y se tapan la cara. Toman aire, se miran tristes, se secan las lágrimas y siguen. Cuando hablan de los días buenos, sonríen. Se encontraban en la esquina del colegio para entrar juntos. Si ellas llegaban tarde, él las esperaba en la puerta. Dicen que era inteligente. Tenía 10 en matemáticas. “Le gustaba porque la profesora, para que él se quedara en el aula, le buscaba juegos matemáticos online. Le encantaba ganarme y me gritaba: ‘¡Te gané!’”, dice Rubí y lo imita con una carcajada.
Taina cree que sería bueno que algunos docentes estuvieran más atentos. Rubí suma que eso le faltó a Naza, un adulto atento. Creen que el video, del que no le gustaba hablar, fue lo que lo hizo tomar su decisión. “Estaba cansado. Ahora tenemos miedo de que pase de nuevo con otros chicos”. No dicen más.
Guadalupe Abaca, madre de Nazareno
Cuentan que el último día de Naza en la escuela ellas no habían ido al colegio. La tarde siguiente lo esperaron en la esquina, como siempre. Se enteraron durante el recreo por un chat con otros compañeros. No lo podían creer. Las clases se suspendieron ese miércoles y el jueves. Se retomaron el viernes. Ellas volvieron recién el lunes.
“Ver el banco vacío fue raro”, dicen y entre las dos reconstruyen lo que siguió: “Les pedimos a los profesores ir a otra aula. Nos dijeron que sí. Pero al día siguiente volvimos al aula de siempre. Era como que nada había pasado. Nunca más se habló de él. Hicieron de cuenta que nunca existió, pero para nosotras Naza existió y todos los días falta”.
Metodología: el Ministerio de Salud de la Nación publica datos de suicidios desde 2005 y su última actualización es de 2023. Sin embargo, la información está agrupada en rangos de edad demasiado amplios para analizar específicamente el fenómeno en adolescentes. Por este motivo, LA NACION hizo un pedido de acceso a información pública para conocer la evolución de los suicidios en este grupo etario, pero la solicitud fue rechazada. Ante esta limitación, se decidió analizar el informe 2023 de la Dirección Nacional de Estadística Criminal del Ministerio de Seguridad, que ofrece datos de suicidios desagregados por edad desde 2017. La tasa de suicidio adolescente para 2023 se calculó tomando como base la población de 15 a 19 años, según el censo 2022. Posteriormente, se contrastó con las tasas registradas en las últimas tres décadas, a partir de informes de la Defensoría de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación y de Unicef, elaborados sobre datos del Ministerio de Salud y proyecciones poblacionales del Indec para el mismo rango de edad.
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Créditos
Edición y producción periodística Javier Drovetto @JavierDrovetto Ilustraciones Guido Ferro Video Julieta Izzo @julietaizzo /Inés Pujana @ipujana Edición de video Julieta Bollini Fotos Soledad Aznares Asesoría de datos Natalia Louzau @natilouz Desarrollo Gastón Ballati Edición visual Florencia Abd @florenabd
Suicidio adolescente
Naza ya no va a la escuela ¿En qué piensan los chicos que deciden quitarse la vida?
Por Paula Soler
29 de abril de 2025
Nazareno Gitali era el chico de 13 años que se sentaba en el primer banco del aula de su colegio secundario. Arrimaba el pupitre bien cerca del pizarrón blanco. Ponía la mochila a un costado, sacaba su carpeta anillada con la calavera pirata ilustrada en la tapa, miraba al frente y esperaba en silencio, tranquilo.
A veces caminaba solo por los pasillos. El cabello oscuro bajo la capucha del buzo bordó, las mejillas de niño, una media sonrisa, callado. Con el tiempo, el silencio de Naza se fue transformando. Los docentes lo descubrían en ataques de enojo. En plena clase empujaba su pupitre o gritaba. Le llamaban la atención con un “otra vez vos”. Comenzó a salir del aula sin permiso. Se iba al patio y no quería regresar. Las preceptoras se enojaban con él y lo señalaban como “el tontito al que hay que medicar”.
“De la nada, Naza revoleó un banco”, “De la nada, grita en el pasillo”. Eso decían desde el colegio cuando llamaban a su mamá, Guadalupe, para que fuera a retirarlo. Ella iba con la tristeza y la impotencia clavadas en la garganta. Sabía que en cada “de la nada” hizo tal cosa, en realidad había mucho. Sus reacciones brotaban después de frases hirientes dichas por lo bajo o acoso físico: golpes en la nuca, empujones y patadas por parte de compañeros y a la vista de docentes, preceptores y directivos.
El último día que fue a clases entró en el aula, estuvo unos minutos y salió al jardín de la escuela. Ahí comenzó a tirar piedras contra un muro. Llamaron a su madre para decirle que “de la nada” salió del aula y no quería regresar.
Naza se suicidó al día siguiente, el 12 de junio de 2024. Fue un miércoles nublado y frío, por la tarde, a la hora en la que solía salir rumbo a la escuela.
Guadalupe Abaca, madre de Nazareno
En el velatorio, sus padres se enteraron de que en marzo, un chico lo había contactado por Instagram haciéndose pasar por una chica, le pidió un video íntimo y que le dedicara una frase. Luego lo viralizó. En clase, en el recreo o en la calle, muchos de sus compañeros le repetían las palabras que decía frente a la cámara. Creen que ese “fue el detonante”, que “no aguantó tanta maldad y dolor”.
Un drama que desorienta a las escuelas
Nazareno era preadolescente cuando se quitó la vida en su casa de Pellegrini, un pueblo pequeño al noroeste de la provincia de Buenos Aires. Como él, cada 20 horas una niña, niño o adolescente de entre 10 y 19 años se suicida en la Argentina. Se trata de un drama invisibilizado, que no traspasa las puertas de los hogares que los lloran, pero que se agravó en las últimas décadas: mientras a principio de 1990 la tasa de suicidios entre chicos de 15 a 19 años era de 5 cada 100.000, en 2023 se ubicó en 11 cada 100.000, según los últimos datos oficiales disponibles (ver metodología). El suicidio es, además, la expresión más extrema de un fenómeno que crece y desorienta a las familias y a las escuelas: cada vez más chicos y a edades más tempranas tienen ideas de muerte, se autolesionan o transitan cuadros de ansiedad y depresión.
En este contexto, la escuela aparece como un lugar clave para prevenir e identificar estos problemas de salud mental, según coinciden psiquiatras infantojuveniles, psicólogos y expertos en suicidología. Sin embargo, en la mayoría de los colegios no existen espacios para que los chicos pongan en palabras lo que sienten, los docentes no están preparados para reconocer señales de alerta y los equipos de orientación escolar son insuficientes. Mientras que a nivel nacional no existe una ley ni políticas públicas que determinen cómo se deben abordar estos temas en el aula.
La estadística revela que 59 chicos de 10, 11, 12, 13 y 14 se suicidaron en 2023. Uno cada seis días. Observar qué ocurre a esas edades tiene una explicación médica: “Cuando se acercan a los 14 años, los chicos comienzan a manifestar padecimientos en su salud mental”, explica Javier Quesada, psicólogo especializado en adolescencia de Unicef. Mientras que Eliana Papávero, psiquiatra infantojuvenil del Hospital Elizalde, agrega: “En la adolescencia ya se observan con mayor frecuencia conductas y pensamientos suicidas”.
El problema es que esos padecimientos no suelen ser detectados ni tratados, expone Quesada y remarca que el principal factor que afecta la salud mental de los niños y preadolescentes de 14 años o menos es la discriminación, el bullying y el ciberbullying, según un informe de Unicef del año pasado. Eso es lo que señaló el 43% de los chicos de esa edad.
Si bien los suicidios se explican por múltiples causas, entre las que la depresión y la angustia aparecen como factores de base, el acoso escolar tiene un fuerte impacto en la salud mental de niños y adolescentes, ya sea que ocurra en la escuela o espacios virtuales asociados al grupo escolar. “El bullying y el ciberacoso son un disparador muy serio en las causas de suicidio”, advierte el psiquiatra Juan José Fernández, especialista en pediatría y presidente del Capítulo de Suicidología de la Asociación de Psiquiatras de Argentina.
Guadalupe Abaca, madre de Nazareno
“Minimizamos lo que sienten los chicos”
Pellegrini, un viernes de marzo pasado el mediodía, es puro silencio. El pueblo, de 7400 habitantes, parece vacío. Es época de cosecha y muchos trabajan en el campo. Las calles dibujan una cuadrícula impecable de manzanas de casas bajas y veredas limpias que se ramifican desde la plaza principal. Allí se alza el palacio municipal. Su torre, de 34 metros, parece un vigía mudo y solitario.
A ocho cuadras, en una plaza pequeña, que ocupa una esquina con juegos coloridos, está el mural que la familia y amigos de Naza pintaron para recordarlo. Se lo ve de espaldas, con una remera de Boca y alas de ángel. “Tratemos con amor y respeto”, “Basta de bullying”, “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente” son algunas de las frases que rodean la imagen. La última, sobre la indiferencia, toca el punto clave del sufrimiento de Nazareno. Eso creen sus padres y lo dirán sus amigas.
En un recreo, cuando Naza caminaba por el pasillo, un chico lo tomó por detrás. Los docentes observaban. Le apretó el cuello hasta hacerlo caer. Se había quedado sin aire y desde el piso sus bocanadas se convirtieron en llanto. Su hermana, Antonella, cuatro años mayor, lo asistió y llamó a su madre.
Debido a las reacciones de Naza, -gritos, patadas a los pupitres y salidas de clase- la escuela le recomendó a la familia que fuera a una psicopedagoga. Con ella, Naza habló de lo que sentía. En el informe que la profesional le entregó a las autoridades del colegio en septiembre de 2023, recomendaba que trabajaran junto a él sabiendo que sus reacciones y su bajo rendimiento escolar se debían “al maltrato” que sufría y a que la “sensación de indefensión le generaba mucha angustia”. Y agregaba: “Es un niño con mucho potencial y posibilidad de abrirse al aprendizaje y a la comunicación cuando se siente respetado, validado y valorado”.
Pero nada cambió. Ni ese año ni al siguiente. “Su suicidio originó una gran crisis en el colegio”, asegura a LA NACION la inspectora Jefa Distrital de Pellegrini, Enriqueta Diaz Roulier, quien fue nombrada en ese puesto después de la muerte de Naza. El equipo directivo de la escuela fue reemplazado.
–¿Sabía la escuela que Nazareno sufría bullying?
–Su caso no se analizó desde el hostigamiento escolar, sino desde el vínculo con algunos compañeros. No hubo un espacio para que eso llegara a los docentes, no hubo escucha atenta ni por parte del equipo de orientación escolar. Eso no sucedió, hay mucho por cambiar, no puede volver a pasar.
–¿Por qué cree que no repararon en lo que significaban sus reacciones?
–Aún nos preguntamos qué no vimos, qué no escuchamos. Mi opinión es que la mirada adultocentrista obstaculiza el acercamiento a los adolescentes porque minimiza lo que sienten los chicos.
Andrea Toxverdt, docente de la escuela
Andrea Toxverdt solía cruzarse con Nazareno en los pasillos de la escuela. Es profesora de Ciudadanía, pero él no fue su alumno. Ella fue testigo del ataque que sufrió el día que cayó al suelo. “Los docentes cometemos el error de ver que los chicos se agreden y decimos ´no es alumno mío´ cuando todos son nuestros alumnos. Naturalizamos, decimos que es algo de chicos. Yo cometí el error de no hacer nada ese día”, admite. Coincide con Diaz Roulier en que hay muchas cosas que cambiar, pero que antes se debe admitir que existe el bullying. Para resolverlo, el título docente no les da herramientas, dice Toxverdt, pero sí pueden “no mirar hacia otro lado” y ayudar con un abrazo, con escucha: “Los chicos piden a gritos un espacio para hablar”.
Ante la muerte del niño, Díaz Roulier organizó una jornada en la que invitó a los docentes a repensar su papel y a dialogar con los alumnos. “Todos somos responsables”, les dijo.
La ausencia de Naza instauró un clima escolar de calma inquietante ante el silencio de los adultos. Al poco tiempo surgieron padecimientos en alumnos de diferentes cursos: ideas de muerte, tristeza y desgano. En trabajos prácticos algunos expresaron con enojo que en el colegio no se hablaba de lo que pasó con Nazareno, ni de él. El llamado de algunos padres terminó de encender nuevas alarmas: salieron a la luz casos de autolesiones y tres intentos de suicidio. Los dos últimos, este año.
El suicidio, la punta del iceberg
Por cada suicidio pueden existir entre 10 y 30 intentos. Lo advierte la Organización Mundial de la Salud y varios informes de riesgo suicida. Fernández, experto en suicidología, explica que ese efecto de imitación se neutraliza cuando se genera un espacio para que los chicos y las familias puedan hablar. “Solo así se pueden detectar problemáticas y tratarlas”, advierte.
Cambios bruscos de humor, apatía, bajo rendimiento escolar y angustia son algunas señales de un estado depresivo en niños y adolescentes. Saberlo ayuda a prevenir intentos de autolesión, señala la psicóloga Cintya Castañeda, coordinadora en Empesares, una ONG dedicada a la prevención del suicidio. “Un niño decide quitarse la vida porque tiene la sensación de que no hay salida, que sus problemas lo desbordan, que es un peso para los demás”, dice Castañeda y señala que de acuerdo a la OMS, el 80% de los suicidios se puede evitar si hay una pronta detección y consulta.
Por eso destacan el papel de la escuela en la prevención y la posvención. La capacitación de docentes y directivos es una estrategia que debe instalarse no tanto como un protocolo, sino como una “cultura” que no minimice lo que sienten los chicos, dice Castañeda.
Pero cuando el bullying está presente, hablar se hace más difícil. Interfieren “los códigos de silencio” en el grupo de pares y el temor a ser una víctima más. “Después de pedir ayuda reiteradas veces y sentir que el contexto es negligente y no valida lo que sufre, el chico siente que nada va a cambiar, que solo debe aguantar. Es cuando pueden surgir ideas de muerte”, describe Candelaria Irazusta, psicóloga infantojuvenil y fundadora de Anti Bullying Argentina (ABA).
El problema es que el adulto, que pone límites y sanciona, está desdibujado. “Cuando hay violencia en una escuela es porque no está explícitamente prohibida y sancionada”, analiza Eduardo Arcángeli Arias, psicoanalista y especialista en educación y políticas públicas. Cree que no se debe “patologizar a los adolescentes con la etiqueta de violentos porque la violencia se aprende y debe prohibirse en la familia y la escuela”, más aún cuando hoy la violencia, ejercida por adultos, “está naturalizada tanto en el espacio físico como en el digital”.
Desde ABA sugieren abordar también a los acosadores y su entorno. “La escuela ya no tiene sanciones punitivas. Eso desorienta. Pero sí hay sanciones reparatorias. Debe haber un pedido de disculpas, una colaboración en una tarea escolar. Si no hay consecuencias, se impone la lógica de la impunidad y la impunidad refuerza la violencia”.
El suicidio adolescente es solo la punta de un iceberg que oculta problemáticas relacionadas con la salud mental y problemáticas en el ámbito familiar y el entorno social, señala Arcángeli Arias. Las familias muchas veces se ven desbordadas o sin red para comprender qué pasa con sus hijos. Que un chico no quiera entrar en el colegio, que llore o que se quiera escapar es una señal de alarma determinante y grave.
“Le saqué el celular porque lo veía muy aislado”
En los límites del pueblo, antes del puro campo, está la escuela a la que iba Naza, la EESN°1. Sobre la misma calle, a 200 metros, su hogar, donde vivía con sus padres y Antonela, su hermana de 17 años. Cuando Naza llegaba del colegio de buen humor, se sentaba cerca de su madre. Sonreía y le contaba lo que habían hecho en clase. Cuando llegaba enojado o triste, iba directo a su habitación. Guadalupe se desesperaba por saber qué había pasado y trataba de sacarle palabras. Pero él le decía poco. O nada.
Siempre le había gustado jugar a la pelota con los vecinos de la esquina, pero en sus últimos meses no quería salir de su casa. Muchas tardes, Naza lloraba cuando tenía que ir al colegio. Sus padres le habían sacado el celular en marzo porque lo veían muy aislado. “En verano, era feliz. Cuando empezaba la escuela, era otro. A veces llegaba del trabajo y lo encontraba llorando en la cama. Era un niño triste y callado”, dice su papá, Martín. Ante esos cambios, habían buscado apoyo profesional y ya desde el primer año del secundario Naza hacía terapia con una psicóloga.
Martín Gitali, padre de Nazareno
“Naza era dulce. Me daba besos, me abrazaba”, cuenta Guadalupe y se le rompe la voz. Evita el llanto apretando las manos, clavando las uñas en las yemas de los dedos. Cuenta que Antonella está mal, que no puede dormir. Martín dice: “Ya no somos felices como antes”. Llora cuando explica que se siente culpable porque su trabajo en el campo lo hacía ausentarse mucho: “Me perdí cumpleaños, fiestas de la escuela, del jardín. Pasaba días, semanas, sin volver”.
Los dos lloran cuando se preguntan qué habría pasado si se hubieran enterado del video antes y qué si Naza dejaba el cole para siempre. “Pero él tenía derecho a estudiar, a estar seguro en la escuela”, se responde Guadalupe. Abraza la remera preferida de Naza. Su buzo preferido, el bordó, se lo regaló a Rubí, una de las mejores amigas del niño.
Chicos de 8 años que dicen que se quieren morir
El aumento en la demanda de atención en salud mental de niños y adolescentes es evidente. En el Hospital de Clínicas porteño las consultas por cuadros depresivos, ideas e intentos de suicidio, auotlesiones y ansiedad en adolescentes y jóvenes aumentaron casi un 30% entre 2023 y 2024.
“Llegan chicos de hasta 8 años con frases como ‘me quiero morir’”, dice la psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini, del Departamento de Pediatría del Clínicas. Muchas veces los síntomas se minimizan o se confunden con problemas de conducta, explica. “Es imperante que el Estado facilite el acceso a la salud mental y no todas las escuelas tienen un equipo de orientación”, apunta Ongini.
Soledad, ansiedad y depresión son tres de las situaciones más mencionadas por los adolescentes cuando hablan de sus preocupaciones, según un estudio en proceso que Fernando Zingman, médico especializado en adolescencia, hace desde Fundar, una organización dedicada al diseño de políticas públicas.
Si bien existen protocolos de intervención e iniciativas interesantes de algunos colegios y municipios, apunta Zingman, no hay una política uniforme para contener los problemas de salud mental en los chicos. Tampoco hay inversión por parte del Estado. “La inversión nacional en salud mental es del 5% del total del presupuesto cuando por ley debería ser del 10%. Mientras que lo que se destina a la atención de la salud mental de adolescentes es apenas el 0,4% del presupuesto total destinado a la atención de la salud mental”, expone.
LA NACION se comunicó con el Ministerio de Salud de la Nación para conocer cómo planean atender esta problemática, pero no obtuvo respuestas. Desde la Subsecretaría de Educación nacional, en tanto, aseguraron que llevan adelante políticas de capacitación a docentes sobre el tema y que la línea 0800 Convivencia está disponible para denunciar, entre otras situaciones, casos de bullying. Sin embargo, no dieron respuestas sobre la necesidad de reforzar los equipos de salud mental en escuelas.
Una conclusión interesante de la investigación en curso de Zingman es que “los chicos identifican que los adultos no son del todo confiables ni efectivos para acompañarlos en sus crisis emocionales ni cuando intervienen para resolver sus conflictos con pares”.
El banco vacío de Nazareno
En Pellegrini se ven niños y adolescentes caminando solos por la calle. Un sábado por la mañana tres niños se trepan a un juego frente al mural de Nazareno. Tienen una libertad infinita hasta que suena un celular. Es su madre. Les pregunta dónde están.
LA NACION conversa ahí mismo con Priscilla, de 13 años. Ella cursó con Naza. A la semana siguiente de su muerte, los docentes dijeron que estaban abiertos a cualquier inquietud que tuvieran. “Solo eso. Nunca más nos preguntaron nada ni se habló de él”, dice. Durante un recreo, ella y sus compañeros, cuenta, hablaron sobre lo que “le pasó a Naza”. Algunos de los que lo hostigaban lloraron.
Rubí, de 15, y Taina, de 16, eran las mejores amigas de Naza. “Los profesores solo veían a Naza cuando explotaba, no cuando alguno lo golpeaba o le decía la frase del video”, cuentan, sentadas a la mesa del comedor de la casa de una de ellas.
A veces hacen una pausa y se tapan la cara. Toman aire, se miran tristes, se secan las lágrimas y siguen. Cuando hablan de los días buenos, sonríen. Se encontraban en la esquina del colegio para entrar juntos. Si ellas llegaban tarde, él las esperaba en la puerta. Dicen que era inteligente. Tenía 10 en matemáticas. “Le gustaba porque la profesora, para que él se quedara en el aula, le buscaba juegos matemáticos online. Le encantaba ganarme y me gritaba: ‘¡Te gané!’”, dice Rubí y lo imita con una carcajada.
Taina cree que sería bueno que algunos docentes estuvieran más atentos. Rubí suma que eso le faltó a Naza, un adulto atento. Creen que el video, del que no le gustaba hablar, fue lo que lo hizo tomar su decisión. “Estaba cansado. Ahora tenemos miedo de que pase de nuevo con otros chicos”. No dicen más.
Guadalupe Abaca, madre de Nazareno
Cuentan que el último día de Naza en la escuela ellas no habían ido al colegio. La tarde siguiente lo esperaron en la esquina, como siempre. Se enteraron durante el recreo por un chat con otros compañeros. No lo podían creer. Las clases se suspendieron ese miércoles y el jueves. Se retomaron el viernes. Ellas volvieron recién el lunes.
“Ver el banco vacío fue raro”, dicen y entre las dos reconstruyen lo que siguió: “Les pedimos a los profesores ir a otra aula. Nos dijeron que sí. Pero al día siguiente volvimos al aula de siempre. Era como que nada había pasado. Nunca más se habló de él. Hicieron de cuenta que nunca existió, pero para nosotras Naza existió y todos los días falta”.
Metodología: el Ministerio de Salud de la Nación publica datos de suicidios desde 2005 y su última actualización es de 2023. Sin embargo, la información está agrupada en rangos de edad demasiado amplios para analizar específicamente el fenómeno en adolescentes. Por este motivo, LA NACION hizo un pedido de acceso a información pública para conocer la evolución de los suicidios en este grupo etario, pero la solicitud fue rechazada. Ante esta limitación, se decidió analizar el informe 2023 de la Dirección Nacional de Estadística Criminal del Ministerio de Seguridad, que ofrece datos de suicidios desagregados por edad desde 2017. La tasa de suicidio adolescente para 2023 se calculó tomando como base la población de 15 a 19 años, según el censo 2022. Posteriormente, se contrastó con las tasas registradas en las últimas tres décadas, a partir de informes de la Defensoría de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación y de Unicef, elaborados sobre datos del Ministerio de Salud y proyecciones poblacionales del Indec para el mismo rango de edad.
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“No va a abandonarlos”. La lucha de una adolescente en la provincia con más suicidios
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“Un clic puede causar una tragedia”. Se suicidó luego de que un chico viralizara un video íntimo
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Créditos
Edición y producción periodística Javier Drovetto @JavierDrovetto Ilustraciones Guido Ferro Video Julieta Izzo @julietaizzo /Inés Pujana @ipujana Edición de video Julieta Bollini Fotos Soledad Aznares Asesoría de datos Natalia Louzau @natilouz Desarrollo Gastón Ballati Edición visual Florencia Abd @florenabd
Suicidio adolescente Naza ya no va a la escuela ¿En qué piensan los chicos que deciden quitarse la vida? Por Paula Soler 29 de abril de 2025 Activá los audios de esta historia Nazareno Gitali era el chico de 13 años que se sentaba en el primer banco del aula de su colegio secundario. Arrimaba el pupitre bien cerca del pizarrón blanco. Ponía la mochila a un costado, sacaba su carpeta anillada con la calavera pirata ilustrada en la tapa, miraba al frente y esperaba en silencio, tranquilo.
A veces caminaba solo por los pasillos. El cabello oscuro bajo la capucha del buzo bordó, las mejillas de niño, una media sonrisa, callado. Con el tiempo, el silencio de Naza se fue transformando. Los docentes lo descubrían en ataques de enojo. En plena clase empujaba su pupitre o gritaba. Le llamaban la atención con un “otra vez vos”. Comenzó a salir del aula sin permiso. Se iba al patio y no quería regresar. Las preceptoras se enojaban con él y lo señalaban como “el tontito al que hay que medicar”.
“De la nada, Naza revoleó un banco”, “De la nada, grita en el pasillo”. Eso decían desde el colegio cuando llamaban a su mamá, Guadalupe, para que fuera a retirarlo. Ella iba con la tristeza y la impotencia clavadas en la garganta. Sabía que en cada “de la nada” hizo tal cosa, en realidad había mucho. Sus reacciones brotaban después de frases hirientes dichas por lo bajo o acoso físico: golpes en la nuca, empujones y patadas por parte de compañeros y a la vista de docentes, preceptores y directivos.
El último día que fue a clases entró en el aula, estuvo unos minutos y salió al jardín de la escuela. Ahí comenzó a tirar piedras contra un muro. Llamaron a su madre para decirle que “de la nada” salió del aula y no quería regresar.
Naza se suicidó al día siguiente, el 12 de junio de 2024. Fue un miércoles nublado y frío, por la tarde, a la hora en la que solía salir rumbo a la escuela. Guadalupe Abaca, madre de Nazareno En el velatorio, sus padres se enteraron de que en marzo, un chico lo había contactado por Instagram haciéndose pasar por una chica, le pidió un video íntimo y que le dedicara una frase. Luego lo viralizó. En clase, en el recreo o en la calle, muchos de sus compañeros le repetían las palabras que decía frente a la cámara. Creen que ese “fue el detonante”, que “no aguantó tanta maldad y dolor”. Un drama que desorienta a las escuelas Nazareno era preadolescente cuando se quitó la vida en su casa de Pellegrini, un pueblo pequeño al noroeste de la provincia de Buenos Aires. Como él, cada 20 horas una niña, niño o adolescente de entre 10 y 19 años se suicida en la Argentina. Se trata de un drama invisibilizado, que no traspasa las puertas de los hogares que los lloran, pero que se agravó en las últimas décadas: mientras a principio de 1990 la tasa de suicidios entre chicos de 15 a 19 años era de 5 cada 100.000, en 2023 se ubicó en 11 cada 100.000, según los últimos datos oficiales disponibles (ver metodología). El suicidio es, además, la expresión más extrema de un fenómeno que crece y desorienta a las familias y a las escuelas: cada vez más chicos y a edades más tempranas tienen ideas de muerte, se autolesionan o transitan cuadros de ansiedad y depresión.
En este contexto, la escuela aparece como un lugar clave para prevenir e identificar estos problemas de salud mental, según coinciden psiquiatras infantojuveniles, psicólogos y expertos en suicidología. Sin embargo, en la mayoría de los colegios no existen espacios para que los chicos pongan en palabras lo que sienten, los docentes no están preparados para reconocer señales de alerta y los equipos de orientación escolar son insuficientes. Mientras que a nivel nacional no existe una ley ni políticas públicas que determinen cómo se deben abordar estos temas en el aula.
La estadística revela que 59 chicos de 10, 11, 12, 13 y 14 se suicidaron en 2023. Uno cada seis días. Observar qué ocurre a esas edades tiene una explicación médica: “Cuando se acercan a los 14 años, los chicos comienzan a manifestar padecimientos en su salud mental”, explica Javier Quesada, psicólogo especializado en adolescencia de Unicef. Mientras que Eliana Papávero, psiquiatra infantojuvenil del Hospital Elizalde, agrega: “En la adolescencia ya se observan con mayor frecuencia conductas y pensamientos suicidas”.
El problema es que esos padecimientos no suelen ser detectados ni tratados, expone Quesada y remarca que el principal factor que afecta la salud mental de los niños y preadolescentes de 14 años o menos es la discriminación, el bullying y el ciberbullying, según un informe de Unicef del año pasado. Eso es lo que señaló el 43% de los chicos de esa edad.
Si bien los suicidios se explican por múltiples causas, entre las que la depresión y la angustia aparecen como factores de base, el acoso escolar tiene un fuerte impacto en la salud mental de niños y adolescentes, ya sea que ocurra en la escuela o espacios virtuales asociados al grupo escolar. “El bullying y el ciberacoso son un disparador muy serio en las causas de suicidio”, advierte el psiquiatra Juan José Fernández, especialista en pediatría y presidente del Capítulo de Suicidología de la Asociación de Psiquiatras de Argentina. Guadalupe Abaca, madre de Nazareno “Minimizamos lo que sienten los chicos” Pellegrini, un viernes de marzo pasado el mediodía, es puro silencio. El pueblo, de 7400 habitantes, parece vacío. Es época de cosecha y muchos trabajan en el campo. Las calles dibujan una cuadrícula impecable de manzanas de casas bajas y veredas limpias que se ramifican desde la plaza principal. Allí se alza el palacio municipal. Su torre, de 34 metros, parece un vigía mudo y solitario.
A ocho cuadras, en una plaza pequeña, que ocupa una esquina con juegos coloridos, está el mural que la familia y amigos de Naza pintaron para recordarlo. Se lo ve de espaldas, con una remera de Boca y alas de ángel. “Tratemos con amor y respeto”, “Basta de bullying”, “Solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente” son algunas de las frases que rodean la imagen. La última, sobre la indiferencia, toca el punto clave del sufrimiento de Nazareno. Eso creen sus padres y lo dirán sus amigas.
En un recreo, cuando Naza caminaba por el pasillo, un chico lo tomó por detrás. Los docentes observaban. Le apretó el cuello hasta hacerlo caer. Se había quedado sin aire y desde el piso sus bocanadas se convirtieron en llanto. Su hermana, Antonella, cuatro años mayor, lo asistió y llamó a su madre.
Debido a las reacciones de Naza, -gritos, patadas a los pupitres y salidas de clase- la escuela le recomendó a la familia que fuera a una psicopedagoga. Con ella, Naza habló de lo que sentía. En el informe que la profesional le entregó a las autoridades del colegio en septiembre de 2023, recomendaba que trabajaran junto a él sabiendo que sus reacciones y su bajo rendimiento escolar se debían “al maltrato” que sufría y a que la “sensación de indefensión le generaba mucha angustia”. Y agregaba: “Es un niño con mucho potencial y posibilidad de abrirse al aprendizaje y a la comunicación cuando se siente respetado, validado y valorado”.
Pero nada cambió. Ni ese año ni al siguiente. “Su suicidio originó una gran crisis en el colegio”, asegura a LA NACION la inspectora Jefa Distrital de Pellegrini, Enriqueta Diaz Roulier, quien fue nombrada en ese puesto después de la muerte de Naza. El equipo directivo de la escuela fue reemplazado.
–¿Sabía la escuela que Nazareno sufría bullying?
–Su caso no se analizó desde el hostigamiento escolar, sino desde el vínculo con algunos compañeros. No hubo un espacio para que eso llegara a los docentes, no hubo escucha atenta ni por parte del equipo de orientación escolar. Eso no sucedió, hay mucho por cambiar, no puede volver a pasar.
–¿Por qué cree que no repararon en lo que significaban sus reacciones?
–Aún nos preguntamos qué no vimos, qué no escuchamos. Mi opinión es que la mirada adultocentrista obstaculiza el acercamiento a los adolescentes porque minimiza lo que sienten los chicos. Andrea Toxverdt, docente de la escuela Andrea Toxverdt solía cruzarse con Nazareno en los pasillos de la escuela. Es profesora de Ciudadanía, pero él no fue su alumno. Ella fue testigo del ataque que sufrió el día que cayó al suelo. “Los docentes cometemos el error de ver que los chicos se agreden y decimos ´no es alumno mío´ cuando todos son nuestros alumnos. Naturalizamos, decimos que es algo de chicos. Yo cometí el error de no hacer nada ese día”, admite. Coincide con Diaz Roulier en que hay muchas cosas que cambiar, pero que antes se debe admitir que existe el bullying. Para resolverlo, el título docente no les da herramientas, dice Toxverdt, pero sí pueden “no mirar hacia otro lado” y ayudar con un abrazo, con escucha: “Los chicos piden a gritos un espacio para hablar”.
Ante la muerte del niño, Díaz Roulier organizó una jornada en la que invitó a los docentes a repensar su papel y a dialogar con los alumnos. “Todos somos responsables”, les dijo.
La ausencia de Naza instauró un clima escolar de calma inquietante ante el silencio de los adultos. Al poco tiempo surgieron padecimientos en alumnos de diferentes cursos: ideas de muerte, tristeza y desgano. En trabajos prácticos algunos expresaron con enojo que en el colegio no se hablaba de lo que pasó con Nazareno, ni de él. El llamado de algunos padres terminó de encender nuevas alarmas: salieron a la luz casos de autolesiones y tres intentos de suicidio. Los dos últimos, este año. El suicidio, la punta del iceberg Por cada suicidio pueden existir entre 10 y 30 intentos. Lo advierte la Organización Mundial de la Salud y varios informes de riesgo suicida. Fernández, experto en suicidología, explica que ese efecto de imitación se neutraliza cuando se genera un espacio para que los chicos y las familias puedan hablar. “Solo así se pueden detectar problemáticas y tratarlas”, advierte.
Cambios bruscos de humor, apatía, bajo rendimiento escolar y angustia son algunas señales de un estado depresivo en niños y adolescentes. Saberlo ayuda a prevenir intentos de autolesión, señala la psicóloga Cintya Castañeda, coordinadora en Empesares, una ONG dedicada a la prevención del suicidio. “Un niño decide quitarse la vida porque tiene la sensación de que no hay salida, que sus problemas lo desbordan, que es un peso para los demás”, dice Castañeda y señala que de acuerdo a la OMS, el 80% de los suicidios se puede evitar si hay una pronta detección y consulta.
Por eso destacan el papel de la escuela en la prevención y la posvención. La capacitación de docentes y directivos es una estrategia que debe instalarse no tanto como un protocolo, sino como una “cultura” que no minimice lo que sienten los chicos, dice Castañeda.
Pero cuando el bullying está presente, hablar se hace más difícil. Interfieren “los códigos de silencio” en el grupo de pares y el temor a ser una víctima más. “Después de pedir ayuda reiteradas veces y sentir que el contexto es negligente y no valida lo que sufre, el chico siente que nada va a cambiar, que solo debe aguantar. Es cuando pueden surgir ideas de muerte”, describe Candelaria Irazusta, psicóloga infantojuvenil y fundadora de Anti Bullying Argentina (ABA). NAZARENO. Su historia contada por sus padres y una docente de la escuela a la que iba El problema es que el adulto, que pone límites y sanciona, está desdibujado. “Cuando hay violencia en una escuela es porque no está explícitamente prohibida y sancionada”, analiza Eduardo Arcángeli Arias, psicoanalista y especialista en educación y políticas públicas. Cree que no se debe “patologizar a los adolescentes con la etiqueta de violentos porque la violencia se aprende y debe prohibirse en la familia y la escuela”, más aún cuando hoy la violencia, ejercida por adultos, “está naturalizada tanto en el espacio físico como en el digital”.
Desde ABA sugieren abordar también a los acosadores y su entorno. “La escuela ya no tiene sanciones punitivas. Eso desorienta. Pero sí hay sanciones reparatorias. Debe haber un pedido de disculpas, una colaboración en una tarea escolar. Si no hay consecuencias, se impone la lógica de la impunidad y la impunidad refuerza la violencia”.
El suicidio adolescente es solo la punta de un iceberg que oculta problemáticas relacionadas con la salud mental y problemáticas en el ámbito familiar y el entorno social, señala Arcángeli Arias. Las familias muchas veces se ven desbordadas o sin red para comprender qué pasa con sus hijos. Que un chico no quiera entrar en el colegio, que llore o que se quiera escapar es una señal de alarma determinante y grave. “Le saqué el celular porque lo veía muy aislado” En los límites del pueblo, antes del puro campo, está la escuela a la que iba Naza, la EESN°1. Sobre la misma calle, a 200 metros, su hogar, donde vivía con sus padres y Antonela, su hermana de 17 años. Cuando Naza llegaba del colegio de buen humor, se sentaba cerca de su madre. Sonreía y le contaba lo que habían hecho en clase. Cuando llegaba enojado o triste, iba directo a su habitación. Guadalupe se desesperaba por saber qué había pasado y trataba de sacarle palabras. Pero él le decía poco. O nada.
Siempre le había gustado jugar a la pelota con los vecinos de la esquina, pero en sus últimos meses no quería salir de su casa. Muchas tardes, Naza lloraba cuando tenía que ir al colegio. Sus padres le habían sacado el celular en marzo porque lo veían muy aislado. “En verano, era feliz. Cuando empezaba la escuela, era otro. A veces llegaba del trabajo y lo encontraba llorando en la cama. Era un niño triste y callado”, dice su papá, Martín. Ante esos cambios, habían buscado apoyo profesional y ya desde el primer año del secundario Naza hacía terapia con una psicóloga. Martín Gitali, padre de Nazareno “Naza era dulce. Me daba besos, me abrazaba”, cuenta Guadalupe y se le rompe la voz. Evita el llanto apretando las manos, clavando las uñas en las yemas de los dedos. Cuenta que Antonella está mal, que no puede dormir. Martín dice: “Ya no somos felices como antes”. Llora cuando explica que se siente culpable porque su trabajo en el campo lo hacía ausentarse mucho: “Me perdí cumpleaños, fiestas de la escuela, del jardín. Pasaba días, semanas, sin volver”.
Los dos lloran cuando se preguntan qué habría pasado si se hubieran enterado del video antes y qué si Naza dejaba el cole para siempre. “Pero él tenía derecho a estudiar, a estar seguro en la escuela”, se responde Guadalupe. Abraza la remera preferida de Naza. Su buzo preferido, el bordó, se lo regaló a Rubí, una de las mejores amigas del niño. Chicos de 8 años que dicen que se quieren morir El aumento en la demanda de atención en salud mental de niños y adolescentes es evidente. En el Hospital de Clínicas porteño las consultas por cuadros depresivos, ideas e intentos de suicidio, auotlesiones y ansiedad en adolescentes y jóvenes aumentaron casi un 30% entre 2023 y 2024.
“Llegan chicos de hasta 8 años con frases como ‘me quiero morir’”, dice la psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini, del Departamento de Pediatría del Clínicas. Muchas veces los síntomas se minimizan o se confunden con problemas de conducta, explica. “Es imperante que el Estado facilite el acceso a la salud mental y no todas las escuelas tienen un equipo de orientación”, apunta Ongini.
Soledad, ansiedad y depresión son tres de las situaciones más mencionadas por los adolescentes cuando hablan de sus preocupaciones, según un estudio en proceso que Fernando Zingman, médico especializado en adolescencia, hace desde Fundar, una organización dedicada al diseño de políticas públicas.
Si bien existen protocolos de intervención e iniciativas interesantes de algunos colegios y municipios, apunta Zingman, no hay una política uniforme para contener los problemas de salud mental en los chicos. Tampoco hay inversión por parte del Estado. “La inversión nacional en salud mental es del 5% del total del presupuesto cuando por ley debería ser del 10%. Mientras que lo que se destina a la atención de la salud mental de adolescentes es apenas el 0,4% del presupuesto total destinado a la atención de la salud mental”, expone.
LA NACION se comunicó con el Ministerio de Salud de la Nación para conocer cómo planean atender esta problemática, pero no obtuvo respuestas. Desde la Subsecretaría de Educación nacional, en tanto, aseguraron que llevan adelante políticas de capacitación a docentes sobre el tema y que la línea 0800 Convivencia está disponible para denunciar, entre otras situaciones, casos de bullying. Sin embargo, no dieron respuestas sobre la necesidad de reforzar los equipos de salud mental en escuelas.
Una conclusión interesante de la investigación en curso de Zingman es que “los chicos identifican que los adultos no son del todo confiables ni efectivos para acompañarlos en sus crisis emocionales ni cuando intervienen para resolver sus conflictos con pares”. El banco vacío de Nazareno En Pellegrini se ven niños y adolescentes caminando solos por la calle. Un sábado por la mañana tres niños se trepan a un juego frente al mural de Nazareno. Tienen una libertad infinita hasta que suena un celular. Es su madre. Les pregunta dónde están.
LA NACION conversa ahí mismo con Priscilla, de 13 años. Ella cursó con Naza. A la semana siguiente de su muerte, los docentes dijeron que estaban abiertos a cualquier inquietud que tuvieran. “Solo eso. Nunca más nos preguntaron nada ni se habló de él”, dice. Durante un recreo, ella y sus compañeros, cuenta, hablaron sobre lo que “le pasó a Naza”. Algunos de los que lo hostigaban lloraron.
Rubí, de 15, y Taina, de 16, eran las mejores amigas de Naza. “Los profesores solo veían a Naza cuando explotaba, no cuando alguno lo golpeaba o le decía la frase del video”, cuentan, sentadas a la mesa del comedor de la casa de una de ellas.
A veces hacen una pausa y se tapan la cara. Toman aire, se miran tristes, se secan las lágrimas y siguen. Cuando hablan de los días buenos, sonríen. Se encontraban en la esquina del colegio para entrar juntos. Si ellas llegaban tarde, él las esperaba en la puerta. Dicen que era inteligente. Tenía 10 en matemáticas. “Le gustaba porque la profesora, para que él se quedara en el aula, le buscaba juegos matemáticos online. Le encantaba ganarme y me gritaba: ‘¡Te gané!’”, dice Rubí y lo imita con una carcajada.
Taina cree que sería bueno que algunos docentes estuvieran más atentos. Rubí suma que eso le faltó a Naza, un adulto atento. Creen que el video, del que no le gustaba hablar, fue lo que lo hizo tomar su decisión. “Estaba cansado. Ahora tenemos miedo de que pase de nuevo con otros chicos”. No dicen más. Guadalupe Abaca, madre de Nazareno Cuentan que el último día de Naza en la escuela ellas no habían ido al colegio. La tarde siguiente lo esperaron en la esquina, como siempre. Se enteraron durante el recreo por un chat con otros compañeros. No lo podían creer. Las clases se suspendieron ese miércoles y el jueves. Se retomaron el viernes. Ellas volvieron recién el lunes.
“Ver el banco vacío fue raro”, dicen y entre las dos reconstruyen lo que siguió: “Les pedimos a los profesores ir a otra aula. Nos dijeron que sí. Pero al día siguiente volvimos al aula de siempre. Era como que nada había pasado. Nunca más se habló de él. Hicieron de cuenta que nunca existió, pero para nosotras Naza existió y todos los días falta”. Metodología: el Ministerio de Salud de la Nación publica datos de suicidios desde 2005 y su última actualización es de 2023. Sin embargo, la información está agrupada en rangos de edad demasiado amplios para analizar específicamente el fenómeno en adolescentes. Por este motivo, LA NACION hizo un pedido de acceso a información pública para conocer la evolución de los suicidios en este grupo etario, pero la solicitud fue rechazada. Ante esta limitación, se decidió analizar el informe 2023 de la Dirección Nacional de Estadística Criminal del Ministerio de Seguridad, que ofrece datos de suicidios desagregados por edad desde 2017. La tasa de suicidio adolescente para 2023 se calculó tomando como base la población de 15 a 19 años, según el censo 2022. Posteriormente, se contrastó con las tasas registradas en las últimas tres décadas, a partir de informes de la Defensoría de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación y de Unicef, elaborados sobre datos del Ministerio de Salud y proyecciones poblacionales del Indec para el mismo rango de edad. Conocé más sobre la problemática Guía para padres y docentes. ¿Cómo identificar si un adolescente tiene ideas suicidas? Por María Ayuso Leer nota “Hay casos graves”. Así trabajan las escuelas que ya previenen la depresión y la ansiedad Por María Ayuso Leer nota “No va a abandonarlos”. La lucha de una adolescente en la provincia con más suicidios Por Jazmín Lell Leer nota “Un clic puede causar una tragedia”. Se suicidó luego de que un chico viralizara un video íntimo Por María Ayuso Leer nota Conforme a los criterios de Conocé másCréditos Edición y producción periodística Javier Drovetto @JavierDrovetto Ilustraciones Guido Ferro Video Julieta Izzo @julietaizzo /Inés Pujana @ipujana Edición de video Julieta Bollini Fotos Soledad Aznares Asesoría de datos Natalia Louzau @natilouz Desarrollo Gastón Ballati Edición visual Florencia Abd @florenabd Copyright 2025 – SA LA NACION | Todos los derechos reservados LA NACION