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viernes, mayo 2, 2025
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La familia Ingalls: la escritora que inspiró la serie y los secretos que salieron a la luz después de su muerte

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En la pantalla, una niña de trenzas corre entre flores silvestres. Es Laura, y la siguen sus hermanas Mary y Carrie. Así empieza La familia Ingalls (Little House on the Prairie), la entrañable serie que marcó a generaciones desde su estreno en 1974. Ambientada a fines del siglo XIX, cuenta la vida de una familia pionera que enfrenta la dureza del oeste estadounidense con coraje y ternura.

Pero más allá de la cálida ficción televisiva, detrás de la pantalla y los decorados, hubo una mujer real: Laura Elizabeth Ingalls Wilder y su vida inspiró los libros que dieron origen a la serie. Sin embargo, su historia fue mucho más dura y compleja que los relatos que escribió para niños y muy distinta a la versión idealizada que llegó a la televisión.

La infancia

Laura nació en febrero de 1867 en Wisconsin, Estados Unidos. Era la segunda de cuatro hermanos, hija de Charles Phillip Ingalls y Caroline Lake Quiner. Desde muy pequeña, conoció el dolor: sufrió la pérdida de su hermano menor, Freddie, y más adelante debió acompañar a su hermana mayor, Mary, cuando una enfermedad le quitó la visión.

Su infancia estuvo marcada por el movimiento constante. La familia recorría distintas regiones del oeste estadounidense en busca de un lugar donde asentarse. Se mudaron de Wisconsin a Kansas, luego a Minnesota, Iowa y finalmente a Dakota del Sur. Cada cambio significaba empezar de nuevo: construir una casa desde cero, adaptarse al clima, al suelo, a los vecinos, y confiar en que la próxima cosecha sería mejor que la anterior.

Las condiciones no eran fáciles: los inviernos eran largos y duros, los veranos, secos y agobiantes. Había enfermedades, escasez y épocas en las que lo que había para comer no alcanzaba.

Las constantes mudanzas dificultaron que Laura pudiera asistir regularmente a la escuela. Su educación fue intermitente, y por eso gran parte de lo que aprendió lo hizo sola, de manera autodidacta.

La adultez

El 25 de agosto de 1885, con apenas 18 años, Laura se casó con Almanzo James Wilder en el entonces territorio de Dakota. Poco después, la pareja compró una finca con la esperanza de construir una vida juntos a base de trabajo y esfuerzo. Durante un tiempo, todo parecía encaminarse: el nacimiento de sus hijos fue una de las mayores alegrías del matrimonio. Sin embargo, esa felicidad fue breve. Su hijo varón murió siendo aún un bebé, y poco después Almanzo contrajo difteria, una enfermedad infecciosa que le dejó secuelas físicas severas, incluida una parálisis parcial en las piernas.

Como si eso no fuera suficiente, la casa y la granja que habían levantado con tanto sacrificio se incendió. A eso le siguieron largos periodos de sequía que arruinaron sus cosechas y terminaron por desestabilizar por completo la economía familiar. Sin poder sostenerse por sus propios medios, los Wilder se vieron obligados a mudarse temporalmente a la casa de los padres de Almanzo en Minnesota. Todo lo que habían soñado empezó a desmoronarse.

En 1891, con la esperanza de que el clima cálido y húmedo ayudara a la recuperación de Almanzo, la familia se mudó por un corto tiempo a Westville, en el condado de Holmes, Florida, donde vivía un primo de Laura. Sin embargo, el calor extremo y la humedad le resultaron agobiantes, era un clima muy distinto al que estaban acostumbrados en las llanuras del norte. Poco después, decidieron regresar. Finalmente, volvieron a Dakota del Sur y se establecieron en De Smet, en el condado de Kingsbury, donde compraron una pequeña casa.

En agosto de 1894, volvieron a mudarse y se asentaron de manera definitiva en Mansfield, Missouri. Allí compraron una parcela de tierra y construyeron su hogar, al que llamaron Rocky Ridge Farm. Pasaron el resto de sus vidas dedicados a la cría de aves y al cultivo de árboles frutales. Fue en ese entorno tranquilo donde Laura comenzó a escribir artículos para el Missouri Ruralist.

Con el tiempo, alentada por su hija Rose, que para ese entonces ya era escritora y periodista, Laura se animó a dar un paso más: transformar los recuerdos de su infancia en una obra literaria para niños. Así, en 1932, a los 65 años, publicó su primer libro, Little House in the Big Woods, dando inicio a una de las sagas autobiográficas más queridas de la literatura infantil estadounidense. A lo largo de ocho volúmenes, conocidos como Little House on the Prairie (La casa de la pradera), Laura narró la vida de su familia en la frontera.

“Estoy empezando a aprender que, después de todo, las cosas dulces y sencillas de la vida son las verdaderas”, dice una de las frases más recordadas de Laura en Little House on the Prairie. Esa idea, simple pero profunda, atraviesa toda la serie y refleja el espíritu con el que fue creada: valorar lo cotidiano, lo esencial… lo verdaderamente importante.

El impacto de su obra fue tan grande que, a mediados de la década de 1950, la Asociación para el Servicio de Bibliotecas para los Niños (ALSC), que forma parte de la American Library Association (ALA), decidió crear un premio en su honor: el Laura Ingalls Wilder Award, como reconocimiento a su contribución a la literatura infantil.

El lado oscuro de la pradera

Laura murió el 10 de febrero de 1957, a los 90 años, en Mansfield, Missouri. Su historia conquistó a generaciones enteras de lectores en todo el mundo, incluso, en los en los años setenta, llegó a la pantalla como una serie que dejó huella en la cultura popular.

En 2014, la South Dakota Historical Society Press publicó Pioneer Girl: The Annotated Autobiography, un manuscrito autobiográfico que Laura escribió entre 1929 y 1930. Este texto, que había permanecido inédito durante décadas, revela una versión más cruda y realista de su vida en la frontera estadounidense.

Allí, la autora narra episodios de violencia doméstica, hambre, precariedad y hasta un intento de abuso sexual por parte del esposo borracho de una vecina a la que cuidaba. El tono es más adulto y descarnado, sin los filtros ni el enfoque infantil que caracterizaban a sus novelas. La directora de la editorial, Nancy Tystad Koupal, explicó que “en esa época, la violencia formaba parte de la vida cotidiana”, y que este manuscrito muestra una dimensión más realista y valiente de la autora.

Las críticas

Con el tiempo, su obra también comenzó a recibir críticas. Una de las más importantes apunta a cómo retrata a los pueblos originarios. Y si bien sus relatos reflejan el contexto de la época, hoy algunas expresiones y escenas resultan polémicas.

En Little House on the Prairie, por ejemplo, se incluye la frase “el único indio bueno es un indio muerto”, dicha por un personaje sin que se cuestione explícitamente. Además, se ha señalado que los pueblos nativos aparecen muchas veces retratados como figuras salvajes, una visión estereotipada y deshumanizante. También hay pasajes donde se describe a personajes afroamericanos con un lenguaje que hoy podría considerarse ofensivo o caricaturesco.

En un artículo publicado en noviembre de 2017 en The New York Times, titulado “Little House on the Prairie and the Truth About the American West”, la historiadora Patricia Nelson Limerick analiza cómo los libros de Laura Ingalls Wilder ayudaron a construir una imagen idealizada de la vida en la frontera. Según Limerick, aunque las historias muestran con ternura el esfuerzo de una familia para salir adelante, también dejan fuera o suavizan aspectos oscuros de ese período histórico, como el despojo de tierras y la violencia sufrida por los pueblos indígenas. La autora explica que esa mirada romántica del “espíritu pionero” fue clave en la creación de una narrativa nacional que oculta las consecuencias reales de la expansión territorial en el siglo XIX.

Todas estas representaciones dieron lugar a un intenso debate sobre el lugar que ocupan estas obras en la literatura infantil contemporánea. Como respuesta, en 2018, la American Library Association decidió cambiar el nombre del premio “Laura Ingalls Wilder Award” por “Children’s Literature Legacy Award”, reconociendo tanto la importancia histórica de su obra como sus aspectos más controvertidos.

A este debate se sumó también una discusión en torno al rol de su hija, Rose Wilder Lane, quien para ese entonces ya era una escritora profesional. Se sabe que colaboró estrechamente con Laura durante la redacción y edición de los libros. Algunos investigadores sostienen que Rose no solo revisó los textos, sino que también aportó estructura narrativa, estilo y diálogos, al punto de que hay quienes la consideran una coautora no reconocida oficialmente.

El regreso

Más allá del paso del tiempo, las revelaciones póstumas y las controversias, “La familia Ingalls” (Little House on the Prairie) volverá a la pantalla. Netflix anunció que a fines de junio de este año comenzará la filmación de una nueva adaptación de la clásica historia basada en los libros de Laura Ingalls Wilder.

La serie será dirigida por Rebecca Sonnenshine, reconocida por su trabajo en producciones como The Boys y The Vampire Diaries. Aunque aún no se confirmó el elenco ni la fecha de estreno, el proyecto ya despierta expectativa por la posibilidad de ofrecer una mirada renovada sobre la vida de los pioneros en el siglo XIX.

En la pantalla, una niña de trenzas corre entre flores silvestres. Es Laura, y la siguen sus hermanas Mary y Carrie. Así empieza La familia Ingalls (Little House on the Prairie), la entrañable serie que marcó a generaciones desde su estreno en 1974. Ambientada a fines del siglo XIX, cuenta la vida de una familia pionera que enfrenta la dureza del oeste estadounidense con coraje y ternura.

Pero más allá de la cálida ficción televisiva, detrás de la pantalla y los decorados, hubo una mujer real: Laura Elizabeth Ingalls Wilder y su vida inspiró los libros que dieron origen a la serie. Sin embargo, su historia fue mucho más dura y compleja que los relatos que escribió para niños y muy distinta a la versión idealizada que llegó a la televisión.

La infancia

Laura nació en febrero de 1867 en Wisconsin, Estados Unidos. Era la segunda de cuatro hermanos, hija de Charles Phillip Ingalls y Caroline Lake Quiner. Desde muy pequeña, conoció el dolor: sufrió la pérdida de su hermano menor, Freddie, y más adelante debió acompañar a su hermana mayor, Mary, cuando una enfermedad le quitó la visión.

Su infancia estuvo marcada por el movimiento constante. La familia recorría distintas regiones del oeste estadounidense en busca de un lugar donde asentarse. Se mudaron de Wisconsin a Kansas, luego a Minnesota, Iowa y finalmente a Dakota del Sur. Cada cambio significaba empezar de nuevo: construir una casa desde cero, adaptarse al clima, al suelo, a los vecinos, y confiar en que la próxima cosecha sería mejor que la anterior.

Las condiciones no eran fáciles: los inviernos eran largos y duros, los veranos, secos y agobiantes. Había enfermedades, escasez y épocas en las que lo que había para comer no alcanzaba.

Las constantes mudanzas dificultaron que Laura pudiera asistir regularmente a la escuela. Su educación fue intermitente, y por eso gran parte de lo que aprendió lo hizo sola, de manera autodidacta.

La adultez

El 25 de agosto de 1885, con apenas 18 años, Laura se casó con Almanzo James Wilder en el entonces territorio de Dakota. Poco después, la pareja compró una finca con la esperanza de construir una vida juntos a base de trabajo y esfuerzo. Durante un tiempo, todo parecía encaminarse: el nacimiento de sus hijos fue una de las mayores alegrías del matrimonio. Sin embargo, esa felicidad fue breve. Su hijo varón murió siendo aún un bebé, y poco después Almanzo contrajo difteria, una enfermedad infecciosa que le dejó secuelas físicas severas, incluida una parálisis parcial en las piernas.

Como si eso no fuera suficiente, la casa y la granja que habían levantado con tanto sacrificio se incendió. A eso le siguieron largos periodos de sequía que arruinaron sus cosechas y terminaron por desestabilizar por completo la economía familiar. Sin poder sostenerse por sus propios medios, los Wilder se vieron obligados a mudarse temporalmente a la casa de los padres de Almanzo en Minnesota. Todo lo que habían soñado empezó a desmoronarse.

En 1891, con la esperanza de que el clima cálido y húmedo ayudara a la recuperación de Almanzo, la familia se mudó por un corto tiempo a Westville, en el condado de Holmes, Florida, donde vivía un primo de Laura. Sin embargo, el calor extremo y la humedad le resultaron agobiantes, era un clima muy distinto al que estaban acostumbrados en las llanuras del norte. Poco después, decidieron regresar. Finalmente, volvieron a Dakota del Sur y se establecieron en De Smet, en el condado de Kingsbury, donde compraron una pequeña casa.

En agosto de 1894, volvieron a mudarse y se asentaron de manera definitiva en Mansfield, Missouri. Allí compraron una parcela de tierra y construyeron su hogar, al que llamaron Rocky Ridge Farm. Pasaron el resto de sus vidas dedicados a la cría de aves y al cultivo de árboles frutales. Fue en ese entorno tranquilo donde Laura comenzó a escribir artículos para el Missouri Ruralist.

Con el tiempo, alentada por su hija Rose, que para ese entonces ya era escritora y periodista, Laura se animó a dar un paso más: transformar los recuerdos de su infancia en una obra literaria para niños. Así, en 1932, a los 65 años, publicó su primer libro, Little House in the Big Woods, dando inicio a una de las sagas autobiográficas más queridas de la literatura infantil estadounidense. A lo largo de ocho volúmenes, conocidos como Little House on the Prairie (La casa de la pradera), Laura narró la vida de su familia en la frontera.

“Estoy empezando a aprender que, después de todo, las cosas dulces y sencillas de la vida son las verdaderas”, dice una de las frases más recordadas de Laura en Little House on the Prairie. Esa idea, simple pero profunda, atraviesa toda la serie y refleja el espíritu con el que fue creada: valorar lo cotidiano, lo esencial… lo verdaderamente importante.

El impacto de su obra fue tan grande que, a mediados de la década de 1950, la Asociación para el Servicio de Bibliotecas para los Niños (ALSC), que forma parte de la American Library Association (ALA), decidió crear un premio en su honor: el Laura Ingalls Wilder Award, como reconocimiento a su contribución a la literatura infantil.

El lado oscuro de la pradera

Laura murió el 10 de febrero de 1957, a los 90 años, en Mansfield, Missouri. Su historia conquistó a generaciones enteras de lectores en todo el mundo, incluso, en los en los años setenta, llegó a la pantalla como una serie que dejó huella en la cultura popular.

En 2014, la South Dakota Historical Society Press publicó Pioneer Girl: The Annotated Autobiography, un manuscrito autobiográfico que Laura escribió entre 1929 y 1930. Este texto, que había permanecido inédito durante décadas, revela una versión más cruda y realista de su vida en la frontera estadounidense.

Allí, la autora narra episodios de violencia doméstica, hambre, precariedad y hasta un intento de abuso sexual por parte del esposo borracho de una vecina a la que cuidaba. El tono es más adulto y descarnado, sin los filtros ni el enfoque infantil que caracterizaban a sus novelas. La directora de la editorial, Nancy Tystad Koupal, explicó que “en esa época, la violencia formaba parte de la vida cotidiana”, y que este manuscrito muestra una dimensión más realista y valiente de la autora.

Las críticas

Con el tiempo, su obra también comenzó a recibir críticas. Una de las más importantes apunta a cómo retrata a los pueblos originarios. Y si bien sus relatos reflejan el contexto de la época, hoy algunas expresiones y escenas resultan polémicas.

En Little House on the Prairie, por ejemplo, se incluye la frase “el único indio bueno es un indio muerto”, dicha por un personaje sin que se cuestione explícitamente. Además, se ha señalado que los pueblos nativos aparecen muchas veces retratados como figuras salvajes, una visión estereotipada y deshumanizante. También hay pasajes donde se describe a personajes afroamericanos con un lenguaje que hoy podría considerarse ofensivo o caricaturesco.

En un artículo publicado en noviembre de 2017 en The New York Times, titulado “Little House on the Prairie and the Truth About the American West”, la historiadora Patricia Nelson Limerick analiza cómo los libros de Laura Ingalls Wilder ayudaron a construir una imagen idealizada de la vida en la frontera. Según Limerick, aunque las historias muestran con ternura el esfuerzo de una familia para salir adelante, también dejan fuera o suavizan aspectos oscuros de ese período histórico, como el despojo de tierras y la violencia sufrida por los pueblos indígenas. La autora explica que esa mirada romántica del “espíritu pionero” fue clave en la creación de una narrativa nacional que oculta las consecuencias reales de la expansión territorial en el siglo XIX.

Todas estas representaciones dieron lugar a un intenso debate sobre el lugar que ocupan estas obras en la literatura infantil contemporánea. Como respuesta, en 2018, la American Library Association decidió cambiar el nombre del premio “Laura Ingalls Wilder Award” por “Children’s Literature Legacy Award”, reconociendo tanto la importancia histórica de su obra como sus aspectos más controvertidos.

A este debate se sumó también una discusión en torno al rol de su hija, Rose Wilder Lane, quien para ese entonces ya era una escritora profesional. Se sabe que colaboró estrechamente con Laura durante la redacción y edición de los libros. Algunos investigadores sostienen que Rose no solo revisó los textos, sino que también aportó estructura narrativa, estilo y diálogos, al punto de que hay quienes la consideran una coautora no reconocida oficialmente.

El regreso

Más allá del paso del tiempo, las revelaciones póstumas y las controversias, “La familia Ingalls” (Little House on the Prairie) volverá a la pantalla. Netflix anunció que a fines de junio de este año comenzará la filmación de una nueva adaptación de la clásica historia basada en los libros de Laura Ingalls Wilder.

La serie será dirigida por Rebecca Sonnenshine, reconocida por su trabajo en producciones como The Boys y The Vampire Diaries. Aunque aún no se confirmó el elenco ni la fecha de estreno, el proyecto ya despierta expectativa por la posibilidad de ofrecer una mirada renovada sobre la vida de los pioneros en el siglo XIX.

 Laura Ingalls Wilder transformó una infancia marcada por la adversidad en una saga literaria que cautivó a millones, pero décadas después otra verdad salió a la luz y su obra fue cuestionada  LA NACION