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viernes, mayo 2, 2025
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Punta Arenas. Naufragios, aventureros y celulares baratos: la ciudad alejada de todo, pero repleta de historia

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A fondo

Punta Arenas Meca de exploradores, naufragios, aventureros y celulares baratos

Por Leandro Vesco // Fotos y videos de Hernán Zenteno

2 de mayo de 2025

PUNTA ARENAS, Chile.- Esta es la única ciudad sobre el estrecho que fue descubierto en 1520 por Fernando de Magallanes, cuando halló el paso que permitió dar la vuelta al mundo. Desde entonces, fue testigo del cruce de piratas, corsarios, y los más audaces exploradores marinos. Está a 3.000 kilómetros de Santiago de Chile y sus habitantes se sienten olvidados. “Somos la República Independiente de Magallanes”, dice Susana Muñoz.

Historia. Punta Arenas era parada habitual para los buques que atravesaban el Estrecho de Magallanes

“Por estar tan alejados, nos sentimos independientes del resto del país”, dice Gabriela Schiller jefa de Marketing de Hoteles Australis. Su filial en Punta Arenas es el magnífico Cabo de Hornos, frente a la Plaza de Armas Benjamín Gamero, en cuyo centro se levanta un espectacular monumento a Magallanes. Pulcra, clásica y con aires europeos, la ciudad más austral de Chile tiene códigos propios. “Somos la más limpia de todas”, afirma Santiago Diaz, a cargo del Shackleton Bar.

Mientras en todo Chile se adelanta una hora en invierno y se retrasa una hora en verano, en Punta Arenas permanece siempre la misma. “Tenemos nuestro propio horario”, sostiene Diaz. “Es muy difícil encontrar basura, no vas a verla en las calles”, agrega.

La última ciudad

De 44 años, Muñoz maneja un Uber. El App de transporte es muy usada, fundamentalmente por los turistas, incluyendo los argentinos que visitan la Zona Franca. “En Santiago hay harta suciedad, acá cuidamos nuestra ciudad y no dejamos que nadie la ensucie”, sostiene Muñoz.

“Hay días en que tenemos más argentinos que chilenos”, cuenta Catalina Rodriguez, detrás del vidrio de una casa de cambios. La Zona Franca moviliza la economía de Punta Arenas y es la principal atracción de la ciudad. A 20 minutos de la plaza, es de libre acceso y está abierta de 10 a 21 horas. Es una pequeña ciudad de 53 hectáreas donde se levantan malls, galpones temáticos y supermercados que venden productos con exenciones tributarias.

Es el principal polo de negocios de la Patagonia austral. Si Chile está barato en general para los argentinos, la Zona Franca es aún más accesible. “Son nuestra principal fuente de trabajo”, dice Muñoz hablando de los turistas que llegan principalmente de Río Gallegos, El Calafate, Río Turbio, Ushuaia y Río Grande.

Los productos de la canasta básica suelen estar más caros. La atención está puesta en celulares, electrodomésticos, repuestos para autos, cubiertas, ropa, zapatillas y perfumes. Un Iphone 16 Pro Max en Argentina tiene un valor que puede alcanzar -según los modelos- los 4 millones de pesos. En la Zona Franca se puede conseguir por 1000 dólares. La gastronomía es accesible, mucho más que en la ciudad de Buenos Aires.

Zona franca. La ciudad es un polo económico de la Pagonia

“Arrasan con los perfumes”, dice Muñoz. Principalmente los de las primeras marcas: el Eros Flame de Versace está agotado, pero los frascos de 100 ml de los árabes están a menos de 20 dólares. Las zapatillas de marcas tope de gama salen 30 dólares. Las mismas en Buenos Aires están a 300 dólares.

Desde la costa de la ciudad se ve el rig de una plataforma petrolera. “Este fin de semana está el presidente”, anuncia Diaz. Gabriel Boric nació aquí y es un orgullo para Punta Arenas. Tiene una casa natal y los fines de semana se lo suele ver con sus ministros.

Punta Arenas es cosmopolita en su origen. Inmigrantes europeos llegaron a fines del siglo XIX y hasta a mitad del XX buscando “hacerse la América” en este confín donde el clima es extremo, con días en invierno de 15 grados bajo y vientos de hasta 150 km/h. En los próximos meses el sol estará presente apenas seis horas en el día. En verano, la noche es casi inexistente. Una prematura nevada tiñó de blanco las calles. En julio se hace el carnaval de invierno.

Aquí se mantienen la estética y costumbres británicas. Igual que la relación con el estrecho y el mundo marino.

“Sabemos y protegemos nuestra historia de mar”, dice Diaz. Desde la costanera se puede ver la costa de Tierra del Fuego, y el pueblo más cercano, Porvenir. Con la isla no tienen mucha relación, aunque un ferry cruza varias veces al día. La Argentina se ha vuelto costosa. “Antes íbamos a pasear a Río Gallegos o El Calafate”, dice Schiller.

En las calles se ven las banderas de la Antártica Chilena, (ellos no usan la toponimia Antártida), cuya capital es Punta Arenas, y de la Región de Magallanes. Esta última es la bandera que se identifica con el espíritu independentista, más presente que la chilena.

Destino. La ciudad fue un imán para la inmigración europea

En kioskos, panaderías y pequeños mercados está pegada la calcomanía de la República Independiente de Magallanes. La venden a 500 pesos chilenos. Es muy accesible y popular, como las paltas Hass, que son el maná del país transandino. Del doble de tamaño que las que se consiguen en Argentina, tienen un costo de 1000 pesos chilenos cada una. “Tenemos nuestras propias comidas”, dice Diaz. Tres se destacan y una es muy popular: la pichanga.

Viajes. La expedición de Magallanes alrededor del mundo fue una epopeya para la época

Papas fritas, carne, huevo, tomate y palta servidos en una fuente para dos, cuatro y hasta seis personas. Luego el Barros Luco, el sándwich más popular, de carne, queso gratinado y algunos aros de cebolla. “Nuestro cordero es el mejor de la Patagonia”, dice Díaz. Lo hacen “al palo” (a la estaca) en una cocción larga de entre cinco a seis horas a leña, y al rescoldo. También consumen todo lo que sea de mar. El chupe de centollas es celebrado en el restaurante Faro Lounge, del Hotel Cabo de Hornos.

Todos estos aromas populares conviven con una época de gloria que perdura y se vive con orgullo. Esa resistencia patrimonial distingue el destino. Familias pioneras como Braun y Menéndez han marcado la historia de esta localidad y de toda la Patagonia.

“Todos vienen a probar el whisky del aventurero más grande del mundo”, cuenta Diaz. Tiene enfrente una botella Shackleton. El bar del mismo nombre está en el tradicional hotel José Nogueira, en el aristocrático Palacio Sara Braun, que fue la mujer más rica de la Patagonia. Tiene rango de Casa Real para los puntaresenses. Fue inaugurado en 1906. Se usaron tapices de Francia, mármol italiano, maderas belgas, ladrillos uruguayos y todos los muebles, de sólida madera y vidrio, de Londres y París.

Héroe local. El Shackleton Bar recuerda la gesta del marino, que paro en la ciudad luego de su aventura antártica

“Es el mismo whisky que tomó Shackleton”, aporta Diaz. Ernest Shackleton fue un explorador irlandés, probablemente el último de la época dorada de las expediciones a los lugares remotos del mundo. Su expedición a la Antártida fue épica e inigualable. Tuvo una idea: ser el primer hombre en cruzarla a pie, en un viaje de fábula de 3000 kilómetros por territorio desconocido, su plan era infalible, pero tuvo todos los obstáculos posibles.

La expedición, ambiciosa y en extremo peligrosa, iba a tener importantes hitos: ser la primera en caminar el continente blanco -el noruego Roald Amudensen había llegado al Polo Sur en 1911, pero utilizó trineos- y atravesar más de 1000 km por tierra inexplorada. Zarpó el 8 de agosto de 1914 en plena ebullición por la primera guerra mundial desde el puerto de Londres en dos barcos, el Aurora (que esperaría en el Mar de Ross) y el legendario Endurance, que tocó puerto de Buenos Aires y tenía la intención de entrar a la Antártida por el Mar de Wedell (donde está la Base Marambio).

Réplica. Una reproducción de la Nao Victorica, de Magallanes

Nada de lo planeado sucedió. En las islas Georgias ese invierno fue largo y duro. El mar presentó mucha banquisa, hielos flotantes. La navegación fue imposible y en la noche del 18 de enero de 1915 el Endurance quedó atrapado en el hielo. Nunca más pudo salir. En mayo el sol desapareció y la presión de las masas de hielo trituraron el casco del barco, hundiéndolo en heladas aguas. La temperatura bajó a -30 grados y debieron comerse los perros que llevaban para los trineos de carga.

Al borde de sus capacidades y con una férrea e inquebrantable conducta de líder, Shackleton guió a sus hombres a pie, arrastrando tres botes, por 500 kilómetros. Hallaron agua y se hicieron a la mar a ciegas para buscar las islas Georgias. Veinte días después, encontraron a la isla Elefante, deshabitada, gélida y mortal.

La vida es movimiento, lo sabía Shackleton y practicó la máxima de Leonardo Da Vinci. Dejó a parte de su tripulación allí y, junto a cinco marineros, se lanzaron en el bote bautizado James Caird (de apenas 6 metros de eslora) a una travesía suicida, sin cartas náuticas ni artes de navegación. Zarparon en busca de las anheladas islas Georgias, a 1300 kilómetros de distancia. Un desvío podría llevarlos al Pasaje de Drake y al temido Cabo de Hornos. El infierno marino.

17 días después, abrazados unos con otros, durmiendo entre la constante inconsciencia, con poca agua y comida, al borde del congelamiento, Shackleton y sus hombres -haciendo guardia para no pasarse de largo- llegaron a las islas Georgias, pero a una bahía sin presencia humana. Tuvieron que volver a moverse, tres se quedaron ahí y el capitán y dos valientes cruzaron a pie las montañas nevadas hasta dar con un campamento ballenero. Dos años y medio después, regresaban a la humanidad.

“Lo trajo con él”, dice Diaz sobre el whisky. En donde hoy está el bar, Shackleton organizó las expediciones de rescate de sus hombres. Desembarcó en Punta Arenas con su gloria, y una botella de whisky. Más de un siglo después, sirven ese whisky, destilan la misma fórmula en esta “taberna de aventureros”, lugar de peregrinación para todos los amantes de esta historia. En las paredes de uno de los salones se exhiben ilustraciones de la época.

Nave. Una réplica del HMS Beagle de Fitz Roy que llevó a Darwin a la Patagonia

“Es muy tranquilo vivir en Punta Arenas”, afirma Schiller. “Estamos lejos de todo, pero tenemos nuestras cosas”, agrega Muñoz. Por ejemplo, un cementerio considerado de los más importantes del mundo en arte funerario, donde llaman la atención el panteón de Sara Braun (la puerta principal nunca más se abrió desde que ella, quien financió la obra, falleció) y alrededor de 600 tumbas de niños, víctimas de las enfermedades que arrasaron la población en el siglo XIX y los primeros años del XX.

Con el horizonte marino, también están expuestas réplicas de algunas de las famosas embarcaciones que fondearon en este puerto, como el HMS Beagle, de Fitz Roy y Darwin, la nao Victoria, de Magallanes, y el bote de Shackleton, entre otras. “Es un museo a cielo abierto”, dice Díaz.

Conforme a los criterios de

Conocé más

Créditos

Edición periodística Nicolás Cassese @nicassese Edición fotográfica @anibalgreco Infografía Gabriel Podestá @gabrielpodesta Diseño María Rodríguez Alcobendas @merirodriguez

A fondo

Punta Arenas Meca de exploradores, naufragios, aventureros y celulares baratos

Por Leandro Vesco // Fotos y videos de Hernán Zenteno

2 de mayo de 2025

PUNTA ARENAS, Chile.- Esta es la única ciudad sobre el estrecho que fue descubierto en 1520 por Fernando de Magallanes, cuando halló el paso que permitió dar la vuelta al mundo. Desde entonces, fue testigo del cruce de piratas, corsarios, y los más audaces exploradores marinos. Está a 3.000 kilómetros de Santiago de Chile y sus habitantes se sienten olvidados. “Somos la República Independiente de Magallanes”, dice Susana Muñoz.

Historia. Punta Arenas era parada habitual para los buques que atravesaban el Estrecho de Magallanes

“Por estar tan alejados, nos sentimos independientes del resto del país”, dice Gabriela Schiller jefa de Marketing de Hoteles Australis. Su filial en Punta Arenas es el magnífico Cabo de Hornos, frente a la Plaza de Armas Benjamín Gamero, en cuyo centro se levanta un espectacular monumento a Magallanes. Pulcra, clásica y con aires europeos, la ciudad más austral de Chile tiene códigos propios. “Somos la más limpia de todas”, afirma Santiago Diaz, a cargo del Shackleton Bar.

Mientras en todo Chile se adelanta una hora en invierno y se retrasa una hora en verano, en Punta Arenas permanece siempre la misma. “Tenemos nuestro propio horario”, sostiene Diaz. “Es muy difícil encontrar basura, no vas a verla en las calles”, agrega.

La última ciudad

De 44 años, Muñoz maneja un Uber. El App de transporte es muy usada, fundamentalmente por los turistas, incluyendo los argentinos que visitan la Zona Franca. “En Santiago hay harta suciedad, acá cuidamos nuestra ciudad y no dejamos que nadie la ensucie”, sostiene Muñoz.

“Hay días en que tenemos más argentinos que chilenos”, cuenta Catalina Rodriguez, detrás del vidrio de una casa de cambios. La Zona Franca moviliza la economía de Punta Arenas y es la principal atracción de la ciudad. A 20 minutos de la plaza, es de libre acceso y está abierta de 10 a 21 horas. Es una pequeña ciudad de 53 hectáreas donde se levantan malls, galpones temáticos y supermercados que venden productos con exenciones tributarias.

Es el principal polo de negocios de la Patagonia austral. Si Chile está barato en general para los argentinos, la Zona Franca es aún más accesible. “Son nuestra principal fuente de trabajo”, dice Muñoz hablando de los turistas que llegan principalmente de Río Gallegos, El Calafate, Río Turbio, Ushuaia y Río Grande.

Los productos de la canasta básica suelen estar más caros. La atención está puesta en celulares, electrodomésticos, repuestos para autos, cubiertas, ropa, zapatillas y perfumes. Un Iphone 16 Pro Max en Argentina tiene un valor que puede alcanzar -según los modelos- los 4 millones de pesos. En la Zona Franca se puede conseguir por 1000 dólares. La gastronomía es accesible, mucho más que en la ciudad de Buenos Aires.

Zona franca. La ciudad es un polo económico de la Pagonia

“Arrasan con los perfumes”, dice Muñoz. Principalmente los de las primeras marcas: el Eros Flame de Versace está agotado, pero los frascos de 100 ml de los árabes están a menos de 20 dólares. Las zapatillas de marcas tope de gama salen 30 dólares. Las mismas en Buenos Aires están a 300 dólares.

Desde la costa de la ciudad se ve el rig de una plataforma petrolera. “Este fin de semana está el presidente”, anuncia Diaz. Gabriel Boric nació aquí y es un orgullo para Punta Arenas. Tiene una casa natal y los fines de semana se lo suele ver con sus ministros.

Punta Arenas es cosmopolita en su origen. Inmigrantes europeos llegaron a fines del siglo XIX y hasta a mitad del XX buscando “hacerse la América” en este confín donde el clima es extremo, con días en invierno de 15 grados bajo y vientos de hasta 150 km/h. En los próximos meses el sol estará presente apenas seis horas en el día. En verano, la noche es casi inexistente. Una prematura nevada tiñó de blanco las calles. En julio se hace el carnaval de invierno.

Aquí se mantienen la estética y costumbres británicas. Igual que la relación con el estrecho y el mundo marino.

“Sabemos y protegemos nuestra historia de mar”, dice Diaz. Desde la costanera se puede ver la costa de Tierra del Fuego, y el pueblo más cercano, Porvenir. Con la isla no tienen mucha relación, aunque un ferry cruza varias veces al día. La Argentina se ha vuelto costosa. “Antes íbamos a pasear a Río Gallegos o El Calafate”, dice Schiller.

En las calles se ven las banderas de la Antártica Chilena, (ellos no usan la toponimia Antártida), cuya capital es Punta Arenas, y de la Región de Magallanes. Esta última es la bandera que se identifica con el espíritu independentista, más presente que la chilena.

Destino. La ciudad fue un imán para la inmigración europea

En kioskos, panaderías y pequeños mercados está pegada la calcomanía de la República Independiente de Magallanes. La venden a 500 pesos chilenos. Es muy accesible y popular, como las paltas Hass, que son el maná del país transandino. Del doble de tamaño que las que se consiguen en Argentina, tienen un costo de 1000 pesos chilenos cada una. “Tenemos nuestras propias comidas”, dice Diaz. Tres se destacan y una es muy popular: la pichanga.

Viajes. La expedición de Magallanes alrededor del mundo fue una epopeya para la época

Papas fritas, carne, huevo, tomate y palta servidos en una fuente para dos, cuatro y hasta seis personas. Luego el Barros Luco, el sándwich más popular, de carne, queso gratinado y algunos aros de cebolla. “Nuestro cordero es el mejor de la Patagonia”, dice Díaz. Lo hacen “al palo” (a la estaca) en una cocción larga de entre cinco a seis horas a leña, y al rescoldo. También consumen todo lo que sea de mar. El chupe de centollas es celebrado en el restaurante Faro Lounge, del Hotel Cabo de Hornos.

Todos estos aromas populares conviven con una época de gloria que perdura y se vive con orgullo. Esa resistencia patrimonial distingue el destino. Familias pioneras como Braun y Menéndez han marcado la historia de esta localidad y de toda la Patagonia.

“Todos vienen a probar el whisky del aventurero más grande del mundo”, cuenta Diaz. Tiene enfrente una botella Shackleton. El bar del mismo nombre está en el tradicional hotel José Nogueira, en el aristocrático Palacio Sara Braun, que fue la mujer más rica de la Patagonia. Tiene rango de Casa Real para los puntaresenses. Fue inaugurado en 1906. Se usaron tapices de Francia, mármol italiano, maderas belgas, ladrillos uruguayos y todos los muebles, de sólida madera y vidrio, de Londres y París.

Héroe local. El Shackleton Bar recuerda la gesta del marino, que paro en la ciudad luego de su aventura antártica

“Es el mismo whisky que tomó Shackleton”, aporta Diaz. Ernest Shackleton fue un explorador irlandés, probablemente el último de la época dorada de las expediciones a los lugares remotos del mundo. Su expedición a la Antártida fue épica e inigualable. Tuvo una idea: ser el primer hombre en cruzarla a pie, en un viaje de fábula de 3000 kilómetros por territorio desconocido, su plan era infalible, pero tuvo todos los obstáculos posibles.

La expedición, ambiciosa y en extremo peligrosa, iba a tener importantes hitos: ser la primera en caminar el continente blanco -el noruego Roald Amudensen había llegado al Polo Sur en 1911, pero utilizó trineos- y atravesar más de 1000 km por tierra inexplorada. Zarpó el 8 de agosto de 1914 en plena ebullición por la primera guerra mundial desde el puerto de Londres en dos barcos, el Aurora (que esperaría en el Mar de Ross) y el legendario Endurance, que tocó puerto de Buenos Aires y tenía la intención de entrar a la Antártida por el Mar de Wedell (donde está la Base Marambio).

Réplica. Una reproducción de la Nao Victorica, de Magallanes

Nada de lo planeado sucedió. En las islas Georgias ese invierno fue largo y duro. El mar presentó mucha banquisa, hielos flotantes. La navegación fue imposible y en la noche del 18 de enero de 1915 el Endurance quedó atrapado en el hielo. Nunca más pudo salir. En mayo el sol desapareció y la presión de las masas de hielo trituraron el casco del barco, hundiéndolo en heladas aguas. La temperatura bajó a -30 grados y debieron comerse los perros que llevaban para los trineos de carga.

Al borde de sus capacidades y con una férrea e inquebrantable conducta de líder, Shackleton guió a sus hombres a pie, arrastrando tres botes, por 500 kilómetros. Hallaron agua y se hicieron a la mar a ciegas para buscar las islas Georgias. Veinte días después, encontraron a la isla Elefante, deshabitada, gélida y mortal.

La vida es movimiento, lo sabía Shackleton y practicó la máxima de Leonardo Da Vinci. Dejó a parte de su tripulación allí y, junto a cinco marineros, se lanzaron en el bote bautizado James Caird (de apenas 6 metros de eslora) a una travesía suicida, sin cartas náuticas ni artes de navegación. Zarparon en busca de las anheladas islas Georgias, a 1300 kilómetros de distancia. Un desvío podría llevarlos al Pasaje de Drake y al temido Cabo de Hornos. El infierno marino.

17 días después, abrazados unos con otros, durmiendo entre la constante inconsciencia, con poca agua y comida, al borde del congelamiento, Shackleton y sus hombres -haciendo guardia para no pasarse de largo- llegaron a las islas Georgias, pero a una bahía sin presencia humana. Tuvieron que volver a moverse, tres se quedaron ahí y el capitán y dos valientes cruzaron a pie las montañas nevadas hasta dar con un campamento ballenero. Dos años y medio después, regresaban a la humanidad.

“Lo trajo con él”, dice Diaz sobre el whisky. En donde hoy está el bar, Shackleton organizó las expediciones de rescate de sus hombres. Desembarcó en Punta Arenas con su gloria, y una botella de whisky. Más de un siglo después, sirven ese whisky, destilan la misma fórmula en esta “taberna de aventureros”, lugar de peregrinación para todos los amantes de esta historia. En las paredes de uno de los salones se exhiben ilustraciones de la época.

Nave. Una réplica del HMS Beagle de Fitz Roy que llevó a Darwin a la Patagonia

“Es muy tranquilo vivir en Punta Arenas”, afirma Schiller. “Estamos lejos de todo, pero tenemos nuestras cosas”, agrega Muñoz. Por ejemplo, un cementerio considerado de los más importantes del mundo en arte funerario, donde llaman la atención el panteón de Sara Braun (la puerta principal nunca más se abrió desde que ella, quien financió la obra, falleció) y alrededor de 600 tumbas de niños, víctimas de las enfermedades que arrasaron la población en el siglo XIX y los primeros años del XX.

Con el horizonte marino, también están expuestas réplicas de algunas de las famosas embarcaciones que fondearon en este puerto, como el HMS Beagle, de Fitz Roy y Darwin, la nao Victoria, de Magallanes, y el bote de Shackleton, entre otras. “Es un museo a cielo abierto”, dice Díaz.

Conforme a los criterios de

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Créditos

Edición periodística Nicolás Cassese @nicassese Edición fotográfica @anibalgreco Infografía Gabriel Podestá @gabrielpodesta Diseño María Rodríguez Alcobendas @merirodriguez

 A fondo Punta Arenas Meca de exploradores, naufragios, aventureros y celulares baratos Por Leandro Vesco // Fotos y videos de Hernán Zenteno 2 de mayo de 2025 PUNTA ARENAS, Chile.- Esta es la única ciudad sobre el estrecho que fue descubierto en 1520 por Fernando de Magallanes, cuando halló el paso que permitió dar la vuelta al mundo. Desde entonces, fue testigo del cruce de piratas, corsarios, y los más audaces exploradores marinos. Está a 3.000 kilómetros de Santiago de Chile y sus habitantes se sienten olvidados. “Somos la República Independiente de Magallanes”, dice Susana Muñoz. Historia. Punta Arenas era parada habitual para los buques que atravesaban el Estrecho de Magallanes “Por estar tan alejados, nos sentimos independientes del resto del país”, dice Gabriela Schiller jefa de Marketing de Hoteles Australis. Su filial en Punta Arenas es el magnífico Cabo de Hornos, frente a la Plaza de Armas Benjamín Gamero, en cuyo centro se levanta un espectacular monumento a Magallanes. Pulcra, clásica y con aires europeos, la ciudad más austral de Chile tiene códigos propios. “Somos la más limpia de todas”, afirma Santiago Diaz, a cargo del Shackleton Bar.

Mientras en todo Chile se adelanta una hora en invierno y se retrasa una hora en verano, en Punta Arenas permanece siempre la misma. “Tenemos nuestro propio horario”, sostiene Diaz. “Es muy difícil encontrar basura, no vas a verla en las calles”, agrega. La última ciudad De 44 años, Muñoz maneja un Uber. El App de transporte es muy usada, fundamentalmente por los turistas, incluyendo los argentinos que visitan la Zona Franca. “En Santiago hay harta suciedad, acá cuidamos nuestra ciudad y no dejamos que nadie la ensucie”, sostiene Muñoz.

“Hay días en que tenemos más argentinos que chilenos”, cuenta Catalina Rodriguez, detrás del vidrio de una casa de cambios. La Zona Franca moviliza la economía de Punta Arenas y es la principal atracción de la ciudad. A 20 minutos de la plaza, es de libre acceso y está abierta de 10 a 21 horas. Es una pequeña ciudad de 53 hectáreas donde se levantan malls, galpones temáticos y supermercados que venden productos con exenciones tributarias.

Es el principal polo de negocios de la Patagonia austral. Si Chile está barato en general para los argentinos, la Zona Franca es aún más accesible. “Son nuestra principal fuente de trabajo”, dice Muñoz hablando de los turistas que llegan principalmente de Río Gallegos, El Calafate, Río Turbio, Ushuaia y Río Grande.

Los productos de la canasta básica suelen estar más caros. La atención está puesta en celulares, electrodomésticos, repuestos para autos, cubiertas, ropa, zapatillas y perfumes. Un Iphone 16 Pro Max en Argentina tiene un valor que puede alcanzar -según los modelos- los 4 millones de pesos. En la Zona Franca se puede conseguir por 1000 dólares. La gastronomía es accesible, mucho más que en la ciudad de Buenos Aires. Zona franca. La ciudad es un polo económico de la Pagonia “Arrasan con los perfumes”, dice Muñoz. Principalmente los de las primeras marcas: el Eros Flame de Versace está agotado, pero los frascos de 100 ml de los árabes están a menos de 20 dólares. Las zapatillas de marcas tope de gama salen 30 dólares. Las mismas en Buenos Aires están a 300 dólares.

Desde la costa de la ciudad se ve el rig de una plataforma petrolera. “Este fin de semana está el presidente”, anuncia Diaz. Gabriel Boric nació aquí y es un orgullo para Punta Arenas. Tiene una casa natal y los fines de semana se lo suele ver con sus ministros.

Punta Arenas es cosmopolita en su origen. Inmigrantes europeos llegaron a fines del siglo XIX y hasta a mitad del XX buscando “hacerse la América” en este confín donde el clima es extremo, con días en invierno de 15 grados bajo y vientos de hasta 150 km/h. En los próximos meses el sol estará presente apenas seis horas en el día. En verano, la noche es casi inexistente. Una prematura nevada tiñó de blanco las calles. En julio se hace el carnaval de invierno.

Aquí se mantienen la estética y costumbres británicas. Igual que la relación con el estrecho y el mundo marino.

“Sabemos y protegemos nuestra historia de mar”, dice Diaz. Desde la costanera se puede ver la costa de Tierra del Fuego, y el pueblo más cercano, Porvenir. Con la isla no tienen mucha relación, aunque un ferry cruza varias veces al día. La Argentina se ha vuelto costosa. “Antes íbamos a pasear a Río Gallegos o El Calafate”, dice Schiller.

En las calles se ven las banderas de la Antártica Chilena, (ellos no usan la toponimia Antártida), cuya capital es Punta Arenas, y de la Región de Magallanes. Esta última es la bandera que se identifica con el espíritu independentista, más presente que la chilena. Destino. La ciudad fue un imán para la inmigración europea En kioskos, panaderías y pequeños mercados está pegada la calcomanía de la República Independiente de Magallanes. La venden a 500 pesos chilenos. Es muy accesible y popular, como las paltas Hass, que son el maná del país transandino. Del doble de tamaño que las que se consiguen en Argentina, tienen un costo de 1000 pesos chilenos cada una. “Tenemos nuestras propias comidas”, dice Diaz. Tres se destacan y una es muy popular: la pichanga. Viajes. La expedición de Magallanes alrededor del mundo fue una epopeya para la época Papas fritas, carne, huevo, tomate y palta servidos en una fuente para dos, cuatro y hasta seis personas. Luego el Barros Luco, el sándwich más popular, de carne, queso gratinado y algunos aros de cebolla. “Nuestro cordero es el mejor de la Patagonia”, dice Díaz. Lo hacen “al palo” (a la estaca) en una cocción larga de entre cinco a seis horas a leña, y al rescoldo. También consumen todo lo que sea de mar. El chupe de centollas es celebrado en el restaurante Faro Lounge, del Hotel Cabo de Hornos.

Todos estos aromas populares conviven con una época de gloria que perdura y se vive con orgullo. Esa resistencia patrimonial distingue el destino. Familias pioneras como Braun y Menéndez han marcado la historia de esta localidad y de toda la Patagonia.

“Todos vienen a probar el whisky del aventurero más grande del mundo”, cuenta Diaz. Tiene enfrente una botella Shackleton. El bar del mismo nombre está en el tradicional hotel José Nogueira, en el aristocrático Palacio Sara Braun, que fue la mujer más rica de la Patagonia. Tiene rango de Casa Real para los puntaresenses. Fue inaugurado en 1906. Se usaron tapices de Francia, mármol italiano, maderas belgas, ladrillos uruguayos y todos los muebles, de sólida madera y vidrio, de Londres y París. Héroe local. El Shackleton Bar recuerda la gesta del marino, que paro en la ciudad luego de su aventura antártica “Es el mismo whisky que tomó Shackleton”, aporta Diaz. Ernest Shackleton fue un explorador irlandés, probablemente el último de la época dorada de las expediciones a los lugares remotos del mundo. Su expedición a la Antártida fue épica e inigualable. Tuvo una idea: ser el primer hombre en cruzarla a pie, en un viaje de fábula de 3000 kilómetros por territorio desconocido, su plan era infalible, pero tuvo todos los obstáculos posibles.

La expedición, ambiciosa y en extremo peligrosa, iba a tener importantes hitos: ser la primera en caminar el continente blanco -el noruego Roald Amudensen había llegado al Polo Sur en 1911, pero utilizó trineos- y atravesar más de 1000 km por tierra inexplorada. Zarpó el 8 de agosto de 1914 en plena ebullición por la primera guerra mundial desde el puerto de Londres en dos barcos, el Aurora (que esperaría en el Mar de Ross) y el legendario Endurance, que tocó puerto de Buenos Aires y tenía la intención de entrar a la Antártida por el Mar de Wedell (donde está la Base Marambio). Réplica. Una reproducción de la Nao Victorica, de Magallanes Nada de lo planeado sucedió. En las islas Georgias ese invierno fue largo y duro. El mar presentó mucha banquisa, hielos flotantes. La navegación fue imposible y en la noche del 18 de enero de 1915 el Endurance quedó atrapado en el hielo. Nunca más pudo salir. En mayo el sol desapareció y la presión de las masas de hielo trituraron el casco del barco, hundiéndolo en heladas aguas. La temperatura bajó a -30 grados y debieron comerse los perros que llevaban para los trineos de carga.

Al borde de sus capacidades y con una férrea e inquebrantable conducta de líder, Shackleton guió a sus hombres a pie, arrastrando tres botes, por 500 kilómetros. Hallaron agua y se hicieron a la mar a ciegas para buscar las islas Georgias. Veinte días después, encontraron a la isla Elefante, deshabitada, gélida y mortal.

La vida es movimiento, lo sabía Shackleton y practicó la máxima de Leonardo Da Vinci. Dejó a parte de su tripulación allí y, junto a cinco marineros, se lanzaron en el bote bautizado James Caird (de apenas 6 metros de eslora) a una travesía suicida, sin cartas náuticas ni artes de navegación. Zarparon en busca de las anheladas islas Georgias, a 1300 kilómetros de distancia. Un desvío podría llevarlos al Pasaje de Drake y al temido Cabo de Hornos. El infierno marino.

17 días después, abrazados unos con otros, durmiendo entre la constante inconsciencia, con poca agua y comida, al borde del congelamiento, Shackleton y sus hombres -haciendo guardia para no pasarse de largo- llegaron a las islas Georgias, pero a una bahía sin presencia humana. Tuvieron que volver a moverse, tres se quedaron ahí y el capitán y dos valientes cruzaron a pie las montañas nevadas hasta dar con un campamento ballenero. Dos años y medio después, regresaban a la humanidad.

“Lo trajo con él”, dice Diaz sobre el whisky. En donde hoy está el bar, Shackleton organizó las expediciones de rescate de sus hombres. Desembarcó en Punta Arenas con su gloria, y una botella de whisky. Más de un siglo después, sirven ese whisky, destilan la misma fórmula en esta “taberna de aventureros”, lugar de peregrinación para todos los amantes de esta historia. En las paredes de uno de los salones se exhiben ilustraciones de la época. Nave. Una réplica del HMS Beagle de Fitz Roy que llevó a Darwin a la Patagonia “Es muy tranquilo vivir en Punta Arenas”, afirma Schiller. “Estamos lejos de todo, pero tenemos nuestras cosas”, agrega Muñoz. Por ejemplo, un cementerio considerado de los más importantes del mundo en arte funerario, donde llaman la atención el panteón de Sara Braun (la puerta principal nunca más se abrió desde que ella, quien financió la obra, falleció) y alrededor de 600 tumbas de niños, víctimas de las enfermedades que arrasaron la población en el siglo XIX y los primeros años del XX.

Con el horizonte marino, también están expuestas réplicas de algunas de las famosas embarcaciones que fondearon en este puerto, como el HMS Beagle, de Fitz Roy y Darwin, la nao Victoria, de Magallanes, y el bote de Shackleton, entre otras. “Es un museo a cielo abierto”, dice Díaz. Conforme a los criterios de Conocé másCréditos Edición periodística Nicolás Cassese @nicassese Edición fotográfica @anibalgreco Infografía Gabriel Podestá @gabrielpodesta Diseño María Rodríguez Alcobendas @merirodriguez Copyright 2025 – SA LA NACION | Todos los derechos reservados  LA NACION