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domingo, mayo 4, 2025
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Bárbara Ruiz, la estilista argentina elegida por Antonela Roccuzzo

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Hay quienes hablan de moda y quienes la respiran a cada paso. Bárbara Ruiz (32) llega al Four Seasons de Buenos Aires para la entrevista y lo deja claro en cada detalle: un body blanco de Alaïa, jean de Zara –porque el lujo también sabe relajarse–, blazer de Lacoste, zapatos Chanel y una cartera Yves Saint Laurent que no necesita presentación. Su estilo no busca llamar la atención: la atrae.

En lo que va del 2025, Barbie –como la llaman todos– ya recorrió París, Milán, México, Miami y Buenos Aires. Es estilista, empresaria y, sobre todo, una arquitecta silenciosa del lujo. Se convirtió, además, en la elegida de Antonela Roccuzzo para varios de sus looks. “Hoy el lujo no es mostrar, es saber elegir”, dirá cuando la charla avance y quede claro que detrás de cada prenda hay estrategia, sensibilidad y una mirada que atraviesa fronteras.

–¿Cómo fue tu infancia y cuándo apareció ese vínculo con la estética y la moda?

–Soy de Ranelagh, zona sur. Mi infancia fue hermosa, muy familiar, con mis papás, mis dos hermanas y mi abuela Elda, que vivía con nosotros y fue mi gran referente de estilo. Ella era súper fashion: combinaba rojo con leopardo, siempre maquillada, con ruleros y peinados incluso para estar en casa. Además cocía, así que cuando yo le decía que me gustaba un vestido, ella me lo hacía. Tenía una sensibilidad especial para la estética, amaba las joyas, los aros, los anillos. Creo que ahí empezó mi curiosidad por la moda, desde muy chica. Después estudié Diseño de Interiores, pero me quedaron materias pendientes porque me enamoré y me fui a Francia.

–¿Cómo fue esa decisión de irte a París?

–Me fui por amor. Conocí a Thomas, mi novio francés, en la Argentina, hace 12 años. Al principio fue una relación a distancia, hasta que me convenció de irme con una visa de tipo Working Holiday. Me costó decidirlo, porque yo era feliz en la Argentina: trabajaba como modelo desde chica, estudiaba, era muy independiente. Pero me la jugué. Tenía 21 años, no hablaba una palabra de francés, y pensé: “Si no me gusta, al menos vuelvo con un idioma nuevo”. Era una experiencia que no podía salir mal.

–¿Cómo fue tu llegada a París?

–A los pocos días, ya quería trabajar. Con mi novio imprimimos 100 currículums y salimos a repartirlos por todas las tiendas de Champs-Élysées. No hablaba francés, pero sí inglés y español, y tenía muchas ganas. Para mí, trabajar era la mejor manera de aprender el idioma y hacer mi propio círculo. Me llamaron de varias marcas y empecé en Bimba & Lola, donde las vendedoras hablaban español y me ayudaron mucho. A los tres meses ya manejaba el francés y me pasé a Ted Baker, donde tuve una manager francesa que me terminó de afianzar con el idioma.

–¿Cuándo diste el salto al mundo del lujo?

–Un día mi manager me dijo: “Estás lista para el mundo del lujo”. Yo jamás lo había pensado, me asustaban marcas como Chanel o Louis Vuitton. Pero surgió una oportunidad en Gucci y me animé. El manager era argentino, conectamos enseguida y él me enseñó todo. Arranqué vendiendo carteras, pero cuando mi visa venció tuve que volver a la Argentina a hacer trámites. Al regresar, me ofrecieron un lugar en la tienda de Rue Saint-Honoré, uno de los flagships más grandes de Europa. Ahí sí empezó todo: era 2016, pleno boom de Gucci con Alessandro Michele, la tienda explotaba y las clientas querían todo. En dos meses ya era la mejor vendedora de zapatos. De a poco empecé a jugar con el styling y terminé en el sector de ropa.

–¿Ahí empezó tu contacto con celebridades?

–Exacto, fue increíble. Éramos pocos los que manejábamos ciertos perfiles de clientes. Atendí a Elton John, Chiara Ferragni, Fedez, Gigi Hadid, Kendall Jenner… Me sentía muy cómoda trabajando con celebridades, ahí entendí que eso era lo que quería hacer. Me acuerdo de ayudar a Kendall a elegir cosas para su mamá y para Kylie. Fue una etapa muy intensa.

–¿Qué te llevó a dejar Gucci y cómo fue el paso a Chanel?

–Después de un año y medio, tuve un burnout. Soy muy trabajadora y siempre daba más: si tenía que trabajar siete horas, me quedaba 12. Cuando tuve un problema familiar y pedí vacaciones, me las negaron porque era el Fashion Week. Entonces renuncié. Volví a la Argentina y, al poco tiempo, me contactaron de Chanel. Fue una experiencia totalmente distinta, mucho más ordenada, con reuniones diarias, styling sessions y otra filosofía. Además, ver a Karl Lagerfeld llegar todas las mañanas a la tienda del 31 Rue Cambon con su chofer ya era un espectáculo en sí mismo. Chanel fue mi lugar de sanación y crecimiento.

–¿Por qué dejaste Chanel y cómo nació la idea de emprender por tu cuenta?

-Cuando estaba en Chanel, con mi novio decidimos tomarnos un año sabático. Me costó renunciar porque es un lugar muy difícil de entrar y todo se me había dado muy rápido, pero tenía ganas de viajar, de vivir esa experiencia. Estuvimos casi un mes en cada país del sudeste asiático, disfrutando, conociendo culturas —yo tenía varias clientas asiáticas y quería entender más su mundo—. Ese viaje nos abrió la cabeza. Cuando volví a París, me llamaban de todos lados: Chanel, Chloé… pero sentí que era el momento de hacer algo propio. Las francesas siempre me decían que mis bikinis eran diferentes, así que me lancé a crear una marca eco-responsable. Armé el proyecto, me capacité en la Cámara de Comercio Francesa, tenía todo listo… y llegó la pandemia.

–¿Cómo fue que te convertiste en estilista?

–Sin buscarlo. Yo siempre seguí en contacto con mis clientas, muchas se volvieron amigas. Una de ellas me propuso trabajar formalmente como su estilista. Empezó como un hobby, pero el boca a boca hizo lo suyo. Me recomendaron, sumé más clientas y, sin planearlo, me encontré dedicándome a esto que hoy es mi carrera: estilista y personal shopper.

–¿Cómo surgió tu relación con Antonela Roccuzzo?

–Fue por personas en común que me recomendaron cuando ella vivía en París. Me escribió y la conexión fue instantánea. Anto es divina, súper sencilla, familiera y muy cercana. Empezamos a trabajar juntas antes del Mundial y fue una de las experiencias más lindas que tuve a nivel profesional.

–¿Qué significó para vos trabajar con alguien tan expuesta a nivel mundial?

–Una gran responsabilidad. Anto es la primera dama del fútbol y una referente de la Argentina en el mundo. Lo primero que hicimos juntas fue el look para los premios The Best de la FIFA en París. Trabajamos con Dolce & Gabbana y elegimos un vestido negro impecable, pero el protagonista fue un bolso rojo en forma de rosa, una pieza artesanal única. También decidimos sumar labios rojos al styling, y ese detalle explotó en redes. Hasta ese momento nadie sabía que trabajábamos juntas, así que fue un orgullo verla brillar, tan segura y elegante, con sus joyas de Tiffany mientras acompañaba a Messi. Es un recuerdo que siempre voy a tener conmigo.

–Hoy Antonela es un ícono de la moda. ¿Cómo ves esa evolución?

–Anto es una gran representante de la elegancia. Podría hacer mucho más si quisiera, pero prioriza a su familia y elige muy bien cada proyecto. De a poco fue haciendo colaboraciones con marcas como Adidas, Tiffany, y el año pasado protagonizó una portada para Harper’s Bazaar. Es una celebridad internacional, las marcas se mueren por trabajar con ella.

–¿Qué tipo de clientas tenés?

–Trabajo con mujeres muy diferentes, desde miembros de alguna monarquía hasta abogadas, financistas o directoras de bancos. Puedo armar un look para un evento importante o ayudar a organizar su guardarropa diario. Es un trabajo súper gratificante y, además, me da la posibilidad de viajar por todo el mundo.

Hay quienes hablan de moda y quienes la respiran a cada paso. Bárbara Ruiz (32) llega al Four Seasons de Buenos Aires para la entrevista y lo deja claro en cada detalle: un body blanco de Alaïa, jean de Zara –porque el lujo también sabe relajarse–, blazer de Lacoste, zapatos Chanel y una cartera Yves Saint Laurent que no necesita presentación. Su estilo no busca llamar la atención: la atrae.

En lo que va del 2025, Barbie –como la llaman todos– ya recorrió París, Milán, México, Miami y Buenos Aires. Es estilista, empresaria y, sobre todo, una arquitecta silenciosa del lujo. Se convirtió, además, en la elegida de Antonela Roccuzzo para varios de sus looks. “Hoy el lujo no es mostrar, es saber elegir”, dirá cuando la charla avance y quede claro que detrás de cada prenda hay estrategia, sensibilidad y una mirada que atraviesa fronteras.

–¿Cómo fue tu infancia y cuándo apareció ese vínculo con la estética y la moda?

–Soy de Ranelagh, zona sur. Mi infancia fue hermosa, muy familiar, con mis papás, mis dos hermanas y mi abuela Elda, que vivía con nosotros y fue mi gran referente de estilo. Ella era súper fashion: combinaba rojo con leopardo, siempre maquillada, con ruleros y peinados incluso para estar en casa. Además cocía, así que cuando yo le decía que me gustaba un vestido, ella me lo hacía. Tenía una sensibilidad especial para la estética, amaba las joyas, los aros, los anillos. Creo que ahí empezó mi curiosidad por la moda, desde muy chica. Después estudié Diseño de Interiores, pero me quedaron materias pendientes porque me enamoré y me fui a Francia.

–¿Cómo fue esa decisión de irte a París?

–Me fui por amor. Conocí a Thomas, mi novio francés, en la Argentina, hace 12 años. Al principio fue una relación a distancia, hasta que me convenció de irme con una visa de tipo Working Holiday. Me costó decidirlo, porque yo era feliz en la Argentina: trabajaba como modelo desde chica, estudiaba, era muy independiente. Pero me la jugué. Tenía 21 años, no hablaba una palabra de francés, y pensé: “Si no me gusta, al menos vuelvo con un idioma nuevo”. Era una experiencia que no podía salir mal.

–¿Cómo fue tu llegada a París?

–A los pocos días, ya quería trabajar. Con mi novio imprimimos 100 currículums y salimos a repartirlos por todas las tiendas de Champs-Élysées. No hablaba francés, pero sí inglés y español, y tenía muchas ganas. Para mí, trabajar era la mejor manera de aprender el idioma y hacer mi propio círculo. Me llamaron de varias marcas y empecé en Bimba & Lola, donde las vendedoras hablaban español y me ayudaron mucho. A los tres meses ya manejaba el francés y me pasé a Ted Baker, donde tuve una manager francesa que me terminó de afianzar con el idioma.

–¿Cuándo diste el salto al mundo del lujo?

–Un día mi manager me dijo: “Estás lista para el mundo del lujo”. Yo jamás lo había pensado, me asustaban marcas como Chanel o Louis Vuitton. Pero surgió una oportunidad en Gucci y me animé. El manager era argentino, conectamos enseguida y él me enseñó todo. Arranqué vendiendo carteras, pero cuando mi visa venció tuve que volver a la Argentina a hacer trámites. Al regresar, me ofrecieron un lugar en la tienda de Rue Saint-Honoré, uno de los flagships más grandes de Europa. Ahí sí empezó todo: era 2016, pleno boom de Gucci con Alessandro Michele, la tienda explotaba y las clientas querían todo. En dos meses ya era la mejor vendedora de zapatos. De a poco empecé a jugar con el styling y terminé en el sector de ropa.

–¿Ahí empezó tu contacto con celebridades?

–Exacto, fue increíble. Éramos pocos los que manejábamos ciertos perfiles de clientes. Atendí a Elton John, Chiara Ferragni, Fedez, Gigi Hadid, Kendall Jenner… Me sentía muy cómoda trabajando con celebridades, ahí entendí que eso era lo que quería hacer. Me acuerdo de ayudar a Kendall a elegir cosas para su mamá y para Kylie. Fue una etapa muy intensa.

–¿Qué te llevó a dejar Gucci y cómo fue el paso a Chanel?

–Después de un año y medio, tuve un burnout. Soy muy trabajadora y siempre daba más: si tenía que trabajar siete horas, me quedaba 12. Cuando tuve un problema familiar y pedí vacaciones, me las negaron porque era el Fashion Week. Entonces renuncié. Volví a la Argentina y, al poco tiempo, me contactaron de Chanel. Fue una experiencia totalmente distinta, mucho más ordenada, con reuniones diarias, styling sessions y otra filosofía. Además, ver a Karl Lagerfeld llegar todas las mañanas a la tienda del 31 Rue Cambon con su chofer ya era un espectáculo en sí mismo. Chanel fue mi lugar de sanación y crecimiento.

–¿Por qué dejaste Chanel y cómo nació la idea de emprender por tu cuenta?

-Cuando estaba en Chanel, con mi novio decidimos tomarnos un año sabático. Me costó renunciar porque es un lugar muy difícil de entrar y todo se me había dado muy rápido, pero tenía ganas de viajar, de vivir esa experiencia. Estuvimos casi un mes en cada país del sudeste asiático, disfrutando, conociendo culturas —yo tenía varias clientas asiáticas y quería entender más su mundo—. Ese viaje nos abrió la cabeza. Cuando volví a París, me llamaban de todos lados: Chanel, Chloé… pero sentí que era el momento de hacer algo propio. Las francesas siempre me decían que mis bikinis eran diferentes, así que me lancé a crear una marca eco-responsable. Armé el proyecto, me capacité en la Cámara de Comercio Francesa, tenía todo listo… y llegó la pandemia.

–¿Cómo fue que te convertiste en estilista?

–Sin buscarlo. Yo siempre seguí en contacto con mis clientas, muchas se volvieron amigas. Una de ellas me propuso trabajar formalmente como su estilista. Empezó como un hobby, pero el boca a boca hizo lo suyo. Me recomendaron, sumé más clientas y, sin planearlo, me encontré dedicándome a esto que hoy es mi carrera: estilista y personal shopper.

–¿Cómo surgió tu relación con Antonela Roccuzzo?

–Fue por personas en común que me recomendaron cuando ella vivía en París. Me escribió y la conexión fue instantánea. Anto es divina, súper sencilla, familiera y muy cercana. Empezamos a trabajar juntas antes del Mundial y fue una de las experiencias más lindas que tuve a nivel profesional.

–¿Qué significó para vos trabajar con alguien tan expuesta a nivel mundial?

–Una gran responsabilidad. Anto es la primera dama del fútbol y una referente de la Argentina en el mundo. Lo primero que hicimos juntas fue el look para los premios The Best de la FIFA en París. Trabajamos con Dolce & Gabbana y elegimos un vestido negro impecable, pero el protagonista fue un bolso rojo en forma de rosa, una pieza artesanal única. También decidimos sumar labios rojos al styling, y ese detalle explotó en redes. Hasta ese momento nadie sabía que trabajábamos juntas, así que fue un orgullo verla brillar, tan segura y elegante, con sus joyas de Tiffany mientras acompañaba a Messi. Es un recuerdo que siempre voy a tener conmigo.

–Hoy Antonela es un ícono de la moda. ¿Cómo ves esa evolución?

–Anto es una gran representante de la elegancia. Podría hacer mucho más si quisiera, pero prioriza a su familia y elige muy bien cada proyecto. De a poco fue haciendo colaboraciones con marcas como Adidas, Tiffany, y el año pasado protagonizó una portada para Harper’s Bazaar. Es una celebridad internacional, las marcas se mueren por trabajar con ella.

–¿Qué tipo de clientas tenés?

–Trabajo con mujeres muy diferentes, desde miembros de alguna monarquía hasta abogadas, financistas o directoras de bancos. Puedo armar un look para un evento importante o ayudar a organizar su guardarropa diario. Es un trabajo súper gratificante y, además, me da la posibilidad de viajar por todo el mundo.

 Se radicó en Francia por amor y trabajó para las marcas más exclusivas  LA NACION