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jueves, mayo 8, 2025
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Lo tiraron en una bolsa de basura; su estado era tan grave que la eutanasia parecía la mejor forma de ayudarlo: “Esperemos un día más”

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Nunca supieron nada sobre su pasado hasta que esa tarde apareció dentro de una bolsa de basura en Rincón de Milberg, en el partido de Tigre. Su cuerpo, lastimado y enfermo, mostraba las consecuencias del abandono y la indiferencia que había padecido, quizás, toda su vida.

En ese triste estado lo encontró Agustina, quien lo llevó de inmediato al centro de zoonosis de esa localidad. Allí le pasaron suero y le dieron medicación básica para que, al menos, pudiera pasar la noche.

Perdido y enfermo, llegó a un peaje de Panamericana con su último aliento: “Parecía pedir ayuda”

“Pensamos en la eutanasia…”

“Pero Agustina no tenía dónde llevarlo. Lo iba a tener que dejar nuevamente en la calle, donde seguiría sufriendo hasta morir. Pidió ayuda desesperadamente. Lili, rescatista de Rincón de Milberg, ofreció tránsito provisorio para darle una oportunidad. Proyecto Hocicos Contentos tomó el caso y Marita lo siguió minuto a minuto con el apoyo de todo el grupo”, detalla Amanda Schwint, voluntaria del grupo que brinda asistencia a animales en situación de calle.

Tigre, como habían bautizado al perro de pelaje negro que luchaba por su vida, estaba grave: “tenía signos neurológicos de la segunda o tercera fase de moquillo, lesiones generalizadas de sarna sarcóptica (una enfermedad de la piel altamente contagiosa que causa una erupción con picazón intensa), gran cantidad de garrapatas, parálisis de las patas traseras, compatible con un golpe en la zona lumbosacra de la columna, era incapaz de ponerse de pie y apenas podía levantar la cabeza”, recuerda con resignación Amanda.

Eso fue lo que se confirmó en la consulta con el médico veterinario José Luis González Juana que lo atendió al día siguiente. También dio positivo para el test de Ehrlichia (una bacteria que transmiten las garrapatas y causa daño severo si no se trata a tiempo). Como si fuera poco, tenía múltiples lesiones en el cuerpo invadidas por moscas.

“Comía muy poquito, pero no tomaba agua. Aullaba, producto de las alteraciones neurológicas causadas por el moquillo. Estaba en un estado de total abandono, con un grado tan avanzado de enfermedad y lesiones que hacía pensar que quizás la única forma de ayudarlo era la eutanasia”.

“Esperemos hasta el viernes”

Pero Tigre quería vivir y sus rescatistas también querían que viviera. Por eso, junto al veterinario que se puso al hombro su caso, decidieron darle una oportunidad. Comenzó el tratamiento. Lili y su vecina Mariela lo cuidaron con dedicación y amor: le administraban los medicamentos, curaban sus heridas, lo monitoreaban, lo higienizaban, le daban de comer con cuchara y lo hidrataban por boca con una jeringa. Mientras, el médico José Luis lo controlaba de cerca y daba las indicaciones necesarias.

“Esperemos hasta el viernes”, dijo con preocupación el especialista. “Si no muestra pequeños signos de mejoría, lo ayudamos a partir con la eutanasia”. Y ese viernes, contra todos los pronósticos, la oscuridad en la que el perro de cuatro años estaba hundido, se iluminó con un pequeño rayo de luz: Tigre empezó a tomar agua por sus propios medios.

Y así fue. Pasito a pasito, Tigre empezó a comer con más apetito, a tomar agua sin ayuda, dejó de aullar y, en el transcurso de cuatro meses de cuidados, fue recuperando su movilidad. Primero logró ponerse de pie con ayuda; luego se sostuvo por sí mismo hasta que pudo levantarse solo y dar unos pasos. Finalmente recuperó el 100% de movilidad voluntaria. Gracias al milagro del amor, la atención veterinaria de José Luis, el cuidado de las dos mujeres que lo asistían día y noche y el apoyo del grupo de voluntarios, Tigre había esquivado la muerte a la que lo habían condenado.

“Todos podemos ayudar a uno”

Hoy está castrado, vacunado y en perfecto estado de salud. Es cariñoso y alegre. Busca una familia a quien amar y que lo ame. Él quiso vivir, y luchó por lograrlo. A pesar de todo el sufrimiento y el abandono que atravesó, es un perro lleno de nobleza y amor.

“Tigre (como tantos otros) nos enseña la importancia de involucrarse, de rescatar, de ofrecer tránsito para recuperar, de contar con la atención y dedicación de ese veterinario con vocación y profesionalismo, dispuesto a pelearla junto al animal, y del trabajo en equipo de proteccionistas que luchan incansablemente por el bienestar animal. En esa cadena de eslabones, cada uno es indispensable para salvar a uno. Quizás no podremos salvar a todos, pero todos podemos ayudar a uno”.

Compartí una historia

Si tenés una historia de adopción, rescate, rehabilitación o ayudaste a algún animal en situación de riesgo y querés contar su historia, escribinos a bestiariolanacion@gmail.com

Nunca supieron nada sobre su pasado hasta que esa tarde apareció dentro de una bolsa de basura en Rincón de Milberg, en el partido de Tigre. Su cuerpo, lastimado y enfermo, mostraba las consecuencias del abandono y la indiferencia que había padecido, quizás, toda su vida.

En ese triste estado lo encontró Agustina, quien lo llevó de inmediato al centro de zoonosis de esa localidad. Allí le pasaron suero y le dieron medicación básica para que, al menos, pudiera pasar la noche.

Perdido y enfermo, llegó a un peaje de Panamericana con su último aliento: “Parecía pedir ayuda”

“Pensamos en la eutanasia…”

“Pero Agustina no tenía dónde llevarlo. Lo iba a tener que dejar nuevamente en la calle, donde seguiría sufriendo hasta morir. Pidió ayuda desesperadamente. Lili, rescatista de Rincón de Milberg, ofreció tránsito provisorio para darle una oportunidad. Proyecto Hocicos Contentos tomó el caso y Marita lo siguió minuto a minuto con el apoyo de todo el grupo”, detalla Amanda Schwint, voluntaria del grupo que brinda asistencia a animales en situación de calle.

Tigre, como habían bautizado al perro de pelaje negro que luchaba por su vida, estaba grave: “tenía signos neurológicos de la segunda o tercera fase de moquillo, lesiones generalizadas de sarna sarcóptica (una enfermedad de la piel altamente contagiosa que causa una erupción con picazón intensa), gran cantidad de garrapatas, parálisis de las patas traseras, compatible con un golpe en la zona lumbosacra de la columna, era incapaz de ponerse de pie y apenas podía levantar la cabeza”, recuerda con resignación Amanda.

Eso fue lo que se confirmó en la consulta con el médico veterinario José Luis González Juana que lo atendió al día siguiente. También dio positivo para el test de Ehrlichia (una bacteria que transmiten las garrapatas y causa daño severo si no se trata a tiempo). Como si fuera poco, tenía múltiples lesiones en el cuerpo invadidas por moscas.

“Comía muy poquito, pero no tomaba agua. Aullaba, producto de las alteraciones neurológicas causadas por el moquillo. Estaba en un estado de total abandono, con un grado tan avanzado de enfermedad y lesiones que hacía pensar que quizás la única forma de ayudarlo era la eutanasia”.

“Esperemos hasta el viernes”

Pero Tigre quería vivir y sus rescatistas también querían que viviera. Por eso, junto al veterinario que se puso al hombro su caso, decidieron darle una oportunidad. Comenzó el tratamiento. Lili y su vecina Mariela lo cuidaron con dedicación y amor: le administraban los medicamentos, curaban sus heridas, lo monitoreaban, lo higienizaban, le daban de comer con cuchara y lo hidrataban por boca con una jeringa. Mientras, el médico José Luis lo controlaba de cerca y daba las indicaciones necesarias.

“Esperemos hasta el viernes”, dijo con preocupación el especialista. “Si no muestra pequeños signos de mejoría, lo ayudamos a partir con la eutanasia”. Y ese viernes, contra todos los pronósticos, la oscuridad en la que el perro de cuatro años estaba hundido, se iluminó con un pequeño rayo de luz: Tigre empezó a tomar agua por sus propios medios.

Y así fue. Pasito a pasito, Tigre empezó a comer con más apetito, a tomar agua sin ayuda, dejó de aullar y, en el transcurso de cuatro meses de cuidados, fue recuperando su movilidad. Primero logró ponerse de pie con ayuda; luego se sostuvo por sí mismo hasta que pudo levantarse solo y dar unos pasos. Finalmente recuperó el 100% de movilidad voluntaria. Gracias al milagro del amor, la atención veterinaria de José Luis, el cuidado de las dos mujeres que lo asistían día y noche y el apoyo del grupo de voluntarios, Tigre había esquivado la muerte a la que lo habían condenado.

“Todos podemos ayudar a uno”

Hoy está castrado, vacunado y en perfecto estado de salud. Es cariñoso y alegre. Busca una familia a quien amar y que lo ame. Él quiso vivir, y luchó por lograrlo. A pesar de todo el sufrimiento y el abandono que atravesó, es un perro lleno de nobleza y amor.

“Tigre (como tantos otros) nos enseña la importancia de involucrarse, de rescatar, de ofrecer tránsito para recuperar, de contar con la atención y dedicación de ese veterinario con vocación y profesionalismo, dispuesto a pelearla junto al animal, y del trabajo en equipo de proteccionistas que luchan incansablemente por el bienestar animal. En esa cadena de eslabones, cada uno es indispensable para salvar a uno. Quizás no podremos salvar a todos, pero todos podemos ayudar a uno”.

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 Nunca supieron nada sobre su pasado hasta que esa tarde apareció dentro de una bolsa de basura en Rincón de Milberg, en el partido de Tigre. Su cuerpo, lastimado y enfermo, mostraba las consecuencias del abandono y la indiferencia que había padecido, quizás, toda su vida.En ese triste estado lo encontró Agustina, quien lo llevó de inmediato al centro de zoonosis de esa localidad. Allí le pasaron suero y le dieron medicación básica para que, al menos, pudiera pasar la noche. Perdido y enfermo, llegó a un peaje de Panamericana con su último aliento: “Parecía pedir ayuda”“Pensamos en la eutanasia…”“Pero Agustina no tenía dónde llevarlo. Lo iba a tener que dejar nuevamente en la calle, donde seguiría sufriendo hasta morir. Pidió ayuda desesperadamente. Lili, rescatista de Rincón de Milberg, ofreció tránsito provisorio para darle una oportunidad. Proyecto Hocicos Contentos tomó el caso y Marita lo siguió minuto a minuto con el apoyo de todo el grupo”, detalla Amanda Schwint, voluntaria del grupo que brinda asistencia a animales en situación de calle.Tigre, como habían bautizado al perro de pelaje negro que luchaba por su vida, estaba grave: “tenía signos neurológicos de la segunda o tercera fase de moquillo, lesiones generalizadas de sarna sarcóptica (una enfermedad de la piel altamente contagiosa que causa una erupción con picazón intensa), gran cantidad de garrapatas, parálisis de las patas traseras, compatible con un golpe en la zona lumbosacra de la columna, era incapaz de ponerse de pie y apenas podía levantar la cabeza”, recuerda con resignación Amanda. Eso fue lo que se confirmó en la consulta con el médico veterinario José Luis González Juana que lo atendió al día siguiente. También dio positivo para el test de Ehrlichia (una bacteria que transmiten las garrapatas y causa daño severo si no se trata a tiempo). Como si fuera poco, tenía múltiples lesiones en el cuerpo invadidas por moscas. “Comía muy poquito, pero no tomaba agua. Aullaba, producto de las alteraciones neurológicas causadas por el moquillo. Estaba en un estado de total abandono, con un grado tan avanzado de enfermedad y lesiones que hacía pensar que quizás la única forma de ayudarlo era la eutanasia”. “Esperemos hasta el viernes”Pero Tigre quería vivir y sus rescatistas también querían que viviera. Por eso, junto al veterinario que se puso al hombro su caso, decidieron darle una oportunidad. Comenzó el tratamiento. Lili y su vecina Mariela lo cuidaron con dedicación y amor: le administraban los medicamentos, curaban sus heridas, lo monitoreaban, lo higienizaban, le daban de comer con cuchara y lo hidrataban por boca con una jeringa. Mientras, el médico José Luis lo controlaba de cerca y daba las indicaciones necesarias. “Esperemos hasta el viernes”, dijo con preocupación el especialista. “Si no muestra pequeños signos de mejoría, lo ayudamos a partir con la eutanasia”. Y ese viernes, contra todos los pronósticos, la oscuridad en la que el perro de cuatro años estaba hundido, se iluminó con un pequeño rayo de luz: Tigre empezó a tomar agua por sus propios medios. Y así fue. Pasito a pasito, Tigre empezó a comer con más apetito, a tomar agua sin ayuda, dejó de aullar y, en el transcurso de cuatro meses de cuidados, fue recuperando su movilidad. Primero logró ponerse de pie con ayuda; luego se sostuvo por sí mismo hasta que pudo levantarse solo y dar unos pasos. Finalmente recuperó el 100% de movilidad voluntaria. Gracias al milagro del amor, la atención veterinaria de José Luis, el cuidado de las dos mujeres que lo asistían día y noche y el apoyo del grupo de voluntarios, Tigre había esquivado la muerte a la que lo habían condenado.“Todos podemos ayudar a uno”Hoy está castrado, vacunado y en perfecto estado de salud. Es cariñoso y alegre. Busca una familia a quien amar y que lo ame. Él quiso vivir, y luchó por lograrlo. A pesar de todo el sufrimiento y el abandono que atravesó, es un perro lleno de nobleza y amor. “Tigre (como tantos otros) nos enseña la importancia de involucrarse, de rescatar, de ofrecer tránsito para recuperar, de contar con la atención y dedicación de ese veterinario con vocación y profesionalismo, dispuesto a pelearla junto al animal, y del trabajo en equipo de proteccionistas que luchan incansablemente por el bienestar animal. En esa cadena de eslabones, cada uno es indispensable para salvar a uno. Quizás no podremos salvar a todos, pero todos podemos ayudar a uno”. Compartí una historiaSi tenés una historia de adopción, rescate, rehabilitación o ayudaste a algún animal en situación de riesgo y querés contar su historia, escribinos a bestiariolanacion@gmail.com  LA NACION