Adrián Navarro: protagonizó exitosas novelas, vivió seis años en España y su regreso a la Argentina inspiró un unipersonal
A los 9 años, mientras miraba las novelas de la tarde y las películas de Luis Sandrini y Pepe Biondi, Adrián Navarro supo que quería ser actor. Y a pesar de que se formó desde muy joven y trabajó en teatro independiente, la gran oportunidad le llegó con Ay Juancito, la película de Héctor Olivera sobre Juan Duarte. Desde entonces no paro de trabajar y entre las muchas tiras que hizo, se destacan Montecristo y Vidas robadas.
El lunes 12 de mayo, a las 20.30, Navarro vuelve a subirse al escenario de El Tinglado (Mario Bravo 948, CABA) para hacer Es paria, una creación propia que escribió, dirige y actúa. “Habla de la grieta social Y política, de la agresividad del discurso y el protagonista es Fiero, un tipo común, un laburante”, cuenta entusiasmado. En diálogo con LA NACION, el actor explica por qué decidió retomar el texto de esa obra que estaba encajonado desde hacía años, reflexiona sobre su vida en España durante los últimos seis años y sobre su regreso, hace apenas unos meses. También habla de sus hijos, Facundo, actor y músico, y Violeta, también actriz.
-¿Cómo se gestó Es paria?
-Es algo que empecé a escribir hace muchos años y el texto se resignificó cuando volví al país, hace ocho meses, luego de estar viviendo seis años en España. El contexto social con el que me encontré me motivó a retomar el texto porque muchas cosas se repetían, pero de manera más aguda. Ya habíamos vivido situaciones similares y eso me resultaba más grave, porque se supone que si metemos el dedo en el enchufe y nos lastimamos, no volvemos a hacerlo porque nos electrocutamos. Y sin embargo, estábamos repitiendo muchas cosas. Entonces me dieron muchas ganas de concretar Es paria. Vamos a hacer otras funciones también: el 4 de julio en el Centro Cultural Caras y Caretas (Venezuela 330, San Telmo) y el 19 de julio en campana. Y vamos a ir sumando funciones, pero ahora me voy a Madrid y me quedo un mes y medio allá.
-Después de seis años y una pandemia, ¿encontraste otra Argentina?
-Encontré otra gente en la Argentina, porque noté la tristeza, la desesperación, la angustia. Me preocupa que en la marcha de los miércoles les peguen a los viejos y lo veamos en televisión. Quise tener otra mirada en la obra y sumé a Iván Domnanovich, que también es actor y es mi asistente de dirección. Y también descubrí resistencia a lo que está sucediendo. Hay un ataque muy fuerte para la cultura y por eso sé que la revolución tiene que ser cultural y hay que responder con cultura, con obras de teatro. Es mi granito de arena desde el pequeño lugar que ocupo en esta Tierra, que es sobre un escenario, y eso me hace sentir bien conmigo y con mis hijos.
-¿Por qué Es paria?
-Porque es un desterrado, un aislado. Quedó solo. Y así me veo y veo a todos, que estamos solos, como mutantes. Y es muy fuerte. La obra superó mis expectativas porque además trabajo con obras sobre el escenario hechas por el escultor Omar Toro Musis, que trabaja con material de reciclaje; y son esculturas reales que pesan entre 120 y 170 kilos.
-¿Tenés una mirada esperanzadora o fatalista sobre nuestro país?
-Siempre quiero tener una mirada esperanzadora, no podría decir lo contrario. Tengo hijos y no me queda otra que pensar con esperanza que todo va a ser mejor en algún momento.
-¿Por qué volvés a España por un mes?
-Me voy a gestionar algunas cosas para llevar Es paria allá.
-¿Esos seis años se extendieron por la pandemia o fue una decisión quedarte?
-Fui a hacer una película, después hice una serie, me seguí quedando, dirigí teatro. Y además mi hijo mayor, Facundo, vive en Madrid y es músico.
-Entonces es como una segunda casa para vos…
-El otro día alguien me preguntaba si me voy a quedar, y le respondí que ya no me voy a quedar más en ningún lado y en ningún sentido de la palabra. Voy a avanzar todo el tiempo. Ya estuve quedado.
-Vas a ir donde haya trabajo…
-Donde haya trabajo, estén los amigos, los afectos.
-Y tu hija vive acá.
-Sí, Violeta es actriz y vive en Buenos Aires y estudia historia del cine.
-Decís que ya no querés quedarte en ningún lado, ¿no necesitás echar raíces y proyectar? ¿Sos más itinerante?
-Itinerante es una palabra que me gusta y sentir que lo soy también me gusta. Me atrae poder caminar por cualquier sitio, a cualquier hora. A veces me pregunto qué hago viviendo en la ciudad porque me gustaría, por ejemplo, vivir en Córdoba. Entonces me gusta esa posibilidad de fantasear, de soñar. Siento que ya no soy de acá ni de allá. Necesito el aroma de esta tierra, y en España también me siento como en casa porque tengo un hijo allá y la experiencia me dio amigos, trabajo, buenos momentos.
-¿Nunca pensaste en quedarte, entonces?
-Cuando llegué, al año, pensé “yo me quedo acá”. Y después me di cuenta de que no hace falta que me quede, que tengo un lugar y puedo volver a hacérmelo, como en la Argentina.
-Tus hijos están en el mundo del espectáculo, ¿qué consejos les dás en un momento en que la cultura está en crisis?
-Les digo que no cierren los ojos, que miren qué sucede, que se manejen sin hipocresía. Y que siempre caminen hacia adelante sin dejar de mirar hacia los costados, porque podés perderte de gente que no camina a tu misma velocidad y está bueno poder levantar a alguien, acompañarse e impulsar a quienes queremos. Les digo que estudien, que se regalen conocimiento justamente para que no les pasen por arriba.
-El primer trabajo que te dio popularidad fue la película Ay Juancito, ¿qué hiciste antes?
-Empecé muy joven, a los 14 años, pero Ay Juancito fue el primer trabajo popular que hice. A los 9 ya sabía que quería ser actor porque en mi casa se miraba mucha televisión, era como un integrante más de la familia, desde que me levantaba a la mañana, la novela del mediodía, las de la tarde y los domingos las películas de Pepe Biondi, Luis Sandrini, Palito Ortega. El fin de semana era una panzada y en la semana miraba telenovelas con mi mamá. Y quería estar ahí. Estudié teatro a los 14, me formé y a los 22 años ya no tuve televisión en casa porque lo sentía como una invasión, era algo que no quería escuchar ni ver tampoco lo que mostraba. Desde entonces ya no tengo aparato de televisión.
-Toda una paradoja… ¿Y cómo te ganabas la vida cuando el teatro no te daba de comer?
-Hice de todo, como cualquiera que se quiere dedicar al arte y sobrevive con trabajos que no le cortan los horarios. Entonces fui mozo, taxista, vendedor ambulante, saqué fotos en una plaza. Y mientras hacía teatro y no ganaba un peso (risas). Me fui a España a los 31 años con una obra de teatro y estando allá me llamaron para hacer el casting de Ay Juancito, y me volví.
-Eso te cambió la vida.
-Sí, me cambió la vida artística porque a partir de ese momento empecé a trabajar mucho. Hasta entonces no podía vivir de la profesión. Mi padrino artístico es Héctor Olivera, que me dio esa gran oportunidad. En realidad, me la gané porque hice varias audiciones. Estudié la vida de Perón, de Eva y de su hermano Juan, de quien se sabía bastante poco, y fue la primera vez que me encontraba cara a cara con actores que veía en el teatro, como Norma Aleandro, Jorge Marrale, Inés Estévez, Leticia Brédice, Alejandro Awada, Carlos Portaluppi.
-¿Qué otros personajes te dejaron huella?
-Uno que hice en la película Que parezca un accidente, que dirigió Gerardo Herrero, y donde fui hijo de Federico Luppi, que fue un gran maestro para mí. Y me gustó mi personaje en la película Solos también. La última película que filmé fue La leyenda del cóndor ciego en el 2021 y todavía no se estrenó por cuestiones de presupuesto. Y en tele hice muchos personajes, pero hay dos que fueron más reconocidos: Dante Mansilla de Vidas robadas y Federico Solano en Montecristo, dos novelas que tenían un contenido social importante; una hablaba de trata y la otra de los desaparecidos. Y me interesa contar esas historias.
-¿Tenés proyectos?
-Dos que estoy impulsando, una serie y una película. Y también un proyecto para trabajar con discapacidad. Hoy no tenemos en cuenta la inclusión en la Argentina, está detenido ese tema, y me puse en contacto con gente de México para que me asesoren y poder avanzar.
A los 9 años, mientras miraba las novelas de la tarde y las películas de Luis Sandrini y Pepe Biondi, Adrián Navarro supo que quería ser actor. Y a pesar de que se formó desde muy joven y trabajó en teatro independiente, la gran oportunidad le llegó con Ay Juancito, la película de Héctor Olivera sobre Juan Duarte. Desde entonces no paro de trabajar y entre las muchas tiras que hizo, se destacan Montecristo y Vidas robadas.
El lunes 12 de mayo, a las 20.30, Navarro vuelve a subirse al escenario de El Tinglado (Mario Bravo 948, CABA) para hacer Es paria, una creación propia que escribió, dirige y actúa. “Habla de la grieta social Y política, de la agresividad del discurso y el protagonista es Fiero, un tipo común, un laburante”, cuenta entusiasmado. En diálogo con LA NACION, el actor explica por qué decidió retomar el texto de esa obra que estaba encajonado desde hacía años, reflexiona sobre su vida en España durante los últimos seis años y sobre su regreso, hace apenas unos meses. También habla de sus hijos, Facundo, actor y músico, y Violeta, también actriz.
-¿Cómo se gestó Es paria?
-Es algo que empecé a escribir hace muchos años y el texto se resignificó cuando volví al país, hace ocho meses, luego de estar viviendo seis años en España. El contexto social con el que me encontré me motivó a retomar el texto porque muchas cosas se repetían, pero de manera más aguda. Ya habíamos vivido situaciones similares y eso me resultaba más grave, porque se supone que si metemos el dedo en el enchufe y nos lastimamos, no volvemos a hacerlo porque nos electrocutamos. Y sin embargo, estábamos repitiendo muchas cosas. Entonces me dieron muchas ganas de concretar Es paria. Vamos a hacer otras funciones también: el 4 de julio en el Centro Cultural Caras y Caretas (Venezuela 330, San Telmo) y el 19 de julio en campana. Y vamos a ir sumando funciones, pero ahora me voy a Madrid y me quedo un mes y medio allá.
-Después de seis años y una pandemia, ¿encontraste otra Argentina?
-Encontré otra gente en la Argentina, porque noté la tristeza, la desesperación, la angustia. Me preocupa que en la marcha de los miércoles les peguen a los viejos y lo veamos en televisión. Quise tener otra mirada en la obra y sumé a Iván Domnanovich, que también es actor y es mi asistente de dirección. Y también descubrí resistencia a lo que está sucediendo. Hay un ataque muy fuerte para la cultura y por eso sé que la revolución tiene que ser cultural y hay que responder con cultura, con obras de teatro. Es mi granito de arena desde el pequeño lugar que ocupo en esta Tierra, que es sobre un escenario, y eso me hace sentir bien conmigo y con mis hijos.
-¿Por qué Es paria?
-Porque es un desterrado, un aislado. Quedó solo. Y así me veo y veo a todos, que estamos solos, como mutantes. Y es muy fuerte. La obra superó mis expectativas porque además trabajo con obras sobre el escenario hechas por el escultor Omar Toro Musis, que trabaja con material de reciclaje; y son esculturas reales que pesan entre 120 y 170 kilos.
-¿Tenés una mirada esperanzadora o fatalista sobre nuestro país?
-Siempre quiero tener una mirada esperanzadora, no podría decir lo contrario. Tengo hijos y no me queda otra que pensar con esperanza que todo va a ser mejor en algún momento.
-¿Por qué volvés a España por un mes?
-Me voy a gestionar algunas cosas para llevar Es paria allá.
-¿Esos seis años se extendieron por la pandemia o fue una decisión quedarte?
-Fui a hacer una película, después hice una serie, me seguí quedando, dirigí teatro. Y además mi hijo mayor, Facundo, vive en Madrid y es músico.
-Entonces es como una segunda casa para vos…
-El otro día alguien me preguntaba si me voy a quedar, y le respondí que ya no me voy a quedar más en ningún lado y en ningún sentido de la palabra. Voy a avanzar todo el tiempo. Ya estuve quedado.
-Vas a ir donde haya trabajo…
-Donde haya trabajo, estén los amigos, los afectos.
-Y tu hija vive acá.
-Sí, Violeta es actriz y vive en Buenos Aires y estudia historia del cine.
-Decís que ya no querés quedarte en ningún lado, ¿no necesitás echar raíces y proyectar? ¿Sos más itinerante?
-Itinerante es una palabra que me gusta y sentir que lo soy también me gusta. Me atrae poder caminar por cualquier sitio, a cualquier hora. A veces me pregunto qué hago viviendo en la ciudad porque me gustaría, por ejemplo, vivir en Córdoba. Entonces me gusta esa posibilidad de fantasear, de soñar. Siento que ya no soy de acá ni de allá. Necesito el aroma de esta tierra, y en España también me siento como en casa porque tengo un hijo allá y la experiencia me dio amigos, trabajo, buenos momentos.
-¿Nunca pensaste en quedarte, entonces?
-Cuando llegué, al año, pensé “yo me quedo acá”. Y después me di cuenta de que no hace falta que me quede, que tengo un lugar y puedo volver a hacérmelo, como en la Argentina.
-Tus hijos están en el mundo del espectáculo, ¿qué consejos les dás en un momento en que la cultura está en crisis?
-Les digo que no cierren los ojos, que miren qué sucede, que se manejen sin hipocresía. Y que siempre caminen hacia adelante sin dejar de mirar hacia los costados, porque podés perderte de gente que no camina a tu misma velocidad y está bueno poder levantar a alguien, acompañarse e impulsar a quienes queremos. Les digo que estudien, que se regalen conocimiento justamente para que no les pasen por arriba.
-El primer trabajo que te dio popularidad fue la película Ay Juancito, ¿qué hiciste antes?
-Empecé muy joven, a los 14 años, pero Ay Juancito fue el primer trabajo popular que hice. A los 9 ya sabía que quería ser actor porque en mi casa se miraba mucha televisión, era como un integrante más de la familia, desde que me levantaba a la mañana, la novela del mediodía, las de la tarde y los domingos las películas de Pepe Biondi, Luis Sandrini, Palito Ortega. El fin de semana era una panzada y en la semana miraba telenovelas con mi mamá. Y quería estar ahí. Estudié teatro a los 14, me formé y a los 22 años ya no tuve televisión en casa porque lo sentía como una invasión, era algo que no quería escuchar ni ver tampoco lo que mostraba. Desde entonces ya no tengo aparato de televisión.
-Toda una paradoja… ¿Y cómo te ganabas la vida cuando el teatro no te daba de comer?
-Hice de todo, como cualquiera que se quiere dedicar al arte y sobrevive con trabajos que no le cortan los horarios. Entonces fui mozo, taxista, vendedor ambulante, saqué fotos en una plaza. Y mientras hacía teatro y no ganaba un peso (risas). Me fui a España a los 31 años con una obra de teatro y estando allá me llamaron para hacer el casting de Ay Juancito, y me volví.
-Eso te cambió la vida.
-Sí, me cambió la vida artística porque a partir de ese momento empecé a trabajar mucho. Hasta entonces no podía vivir de la profesión. Mi padrino artístico es Héctor Olivera, que me dio esa gran oportunidad. En realidad, me la gané porque hice varias audiciones. Estudié la vida de Perón, de Eva y de su hermano Juan, de quien se sabía bastante poco, y fue la primera vez que me encontraba cara a cara con actores que veía en el teatro, como Norma Aleandro, Jorge Marrale, Inés Estévez, Leticia Brédice, Alejandro Awada, Carlos Portaluppi.
-¿Qué otros personajes te dejaron huella?
-Uno que hice en la película Que parezca un accidente, que dirigió Gerardo Herrero, y donde fui hijo de Federico Luppi, que fue un gran maestro para mí. Y me gustó mi personaje en la película Solos también. La última película que filmé fue La leyenda del cóndor ciego en el 2021 y todavía no se estrenó por cuestiones de presupuesto. Y en tele hice muchos personajes, pero hay dos que fueron más reconocidos: Dante Mansilla de Vidas robadas y Federico Solano en Montecristo, dos novelas que tenían un contenido social importante; una hablaba de trata y la otra de los desaparecidos. Y me interesa contar esas historias.
-¿Tenés proyectos?
-Dos que estoy impulsando, una serie y una película. Y también un proyecto para trabajar con discapacidad. Hoy no tenemos en cuenta la inclusión en la Argentina, está detenido ese tema, y me puse en contacto con gente de México para que me asesoren y poder avanzar.
El actor conversó con LA NACION acerca de su deseo de ser “itinerante”, del recuerdo de Montecristo y Vidas robadas, y del proyecto teatral que lo trajo de vuelta al teatro LA NACION