El equipo de San Lorenzo, un oasis que contagia optimismo en la gente en plena crisis económica e institucional

El desahogo saca la bronca interna de semanas. Esas lágrimas que algunos se secan exponen quién quiere a San Lorenzo y sufre por esta actualidad de irresponsables. Francisco alienta desde el cielo, pero también parece mirar e influir. No parece casualidad que, desde su partida, se hayan desnudado algunos de los malos manejos. No parece casual que el equipo haya ganado este sábado en el Nuevo Gasómetro como lo hizo. Con diez hombres durante 80 minutos y un gol sobre la hora de Alexis Cuello, el goleador del año pasado que hizo su primer gol en 2025 para poner al club en los cuartos de final del Torneo Apertura. Fue un 2-1 ante Tigre (lo abrió Andrés Vombergar y lo igualó Héctor Fértoli) tan trabajado y emocionante, que la gente llegó insultando y se retiró sólo con euforia.
San Lorenzo cerró la Liga Profesional 2024 cayendo ante el mismo rival que le tocó en estos octavos. Contextos diferentes en el club, casi en su totalidad. Para bien y para mal. Aquella noche, en la que el equipo culminó ubicado en el puesto 24 entre 28 clubes, el capitán Iker Muniain le ordenó a sus compañeros quedarse en el centro del campo por unos minutos. No para levantar los brazos para el saludo final, sino para atender respetuosamente el enojo de las tribunas: el fastidio era con los dirigentes, pero también con la campaña realizada. En la agradable tarde del sábado, la parcialidad aplaudió a cada jugador, lo alentó, lo entendió.
Porque el contexto empeoró y el hincha, que impone lo pasional por sobre lo racional, sabe contemplar hoy el sensible momento que los acompaña diariamente hasta saltar al campo. Reconocen el descalabro dirigencial que deriva, por ejemplo, en la deuda acumulada de salarios.
La impotencia continúa, por más que la cúpula se haya acomodado a los apurones y a pura tensión 48 horas antes, con Julio Lopardo asumiendo la vicepresidencia y la responsabilidad de las firmas en lugar del ya licenciado presidente Marcelo Moretti. Por eso, la bandera en las afueras del estadio: la imagen dibujada del directivo con la mano metida en el bolsillo del saco donde guardó el fajo de miles de dólares, acompañada de la frase que lanzó durante la cámara oculta (“¿Cómo estaba el nene?”). También, las sensaciones que se oían: “Los nervios que tengo… Necesitamos paz, un poco por lo menos”, lanzó una joven.
Lo mejor del partido
Por eso, antes de que los jugadores salieran al campo, el repudio. Incluso, de la barra brava: “¡Marcelo Moretti, no chamuyes más, te tomaste la licencia, vos tenés que renunciar!”. El resto del público se sumó con otro repertorio: “¡Moretti, hijo de p…, la p… que te parió!” y “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.
Y por eso la postal jamás vista en el Apertura: los futbolistas azulgranas armaron un círculo para motivarse, abrazarse y unirse detrás del objetivo, todo un mensaje que representa lo que sienten en estos tiempos. Soledad, más allá del aliento.
A jugar. Encima, la presión de un duelo de eliminación directa. Esa mini reunión los hizo leones. Y salieron a comer. Inversamente proporcional a la situación caótica, a los tres minutos ya estaba en ventaja por un contragolpe letal: Malcom Braida cacheteó bárbaro y sin perder tiempo para la corrida solitaria de Ezequiel Cerutti, que la picó en el mano a mano con Felipe Zenobio y Vombergar sólo tuvo que meterla.
Delirio total que duró ocho minutos. ¿Por qué? Elián Irala, en una acción insólita en la que tenía descarga hacia Orlando Gill o Elías Báez, se durmió y debió camisetear desesperado a Ignacio Russo. Yael Falcón Pérez, de un arbitraje muy flojo, interpretó que la corrida de “Nacho” terminaba en un mano a mano y, si bien el joven volante no quiso disputar la pelota, Báez ya había arrancado a cerrar desde la izquierda: desde la mitad de la cancha no se puede concluir que terminará en una situación de gol.
Se desarmó todo lo planificado en la semana, pero -sobre todo- destruyó lo construido en un comienzo feroz que era valioso. El local pasó a defenderse durante el resto del encuentro. A Miguel Russo le costó entender que, al ya no tener ideas más que para lanzarla adelante y matar a Vombergar, el que sobraba era el capitán vasco. Urgía un volante central que acompañara de nuevo a Nicolás Tripichio. Por eso, el ida y vuelta: Braida fue al centro y el español se abrió, pero por un rato efímero en el que el DT volvió a ver la falta de marca, ahora en ese costado izquierdo.
Todo pasó a las manos de Gill, que sacó dos pelotas increíbles: a los 20, sus reflejos impidieron el gol de Russo en el área chica y, a los 38, sacó del ángulo el tiro libre exquisito de Diego Sosa.
Su golpe inicial sería replicado desde el otro “Matador” a los cuatro minutos de la segunda etapa. Sosa lanzó un centro pasado que el esfuerzo de Jabes Saralegui cerca de la línea de fondo volvió a meter cerca del arco, donde Héctor Fértoli debió apenas empujarla. Un baldazo de agua fría, pero que se veía venir. Acaso, el lamento mayor fue lo que restaba de encuentro.
Tigre no se impulsó. Incomodó, pero no más. Pareció subestimar el contexto: el hincha del “Ciclón” ya reprochaba más de lo que contagiaba y sus futbolistas no lograban salir. Cada bombazo era posesión rival y seguir sosteniéndose. Pero bastó uno para dañar. O, mejor dicho, bastó el ingreso de Alexis Cuello promediando la segunda mitad: el hincha se agarraba la cabeza por su sequía, pero corrió esa pelota que Nehuén Paz creyó tener controlada en el retroceso (casi como Irala), le ganó con el cuerpo y, a los 44, se fue solo para definir de zurda al segundo palo.
Santa locura. Explotó el Gasómetro, como una respuesta alegre a tanto fuego descontrolado que hubo en las oficinas que hubo (hay) dentro. San Lorenzo se metió entre los ocho mejores (espera por Argentinos o Instituto) Y sí, tiene el rato de paz que pedían al comienzo de la tarde. La foto de la tarde fue la que se sacaron todos los jugadores y el cuerpo técnico en el vestuario, con Russo incluido. La sonrisa del DT, un oasis en medio de la crisis global del club.
El desahogo saca la bronca interna de semanas. Esas lágrimas que algunos se secan exponen quién quiere a San Lorenzo y sufre por esta actualidad de irresponsables. Francisco alienta desde el cielo, pero también parece mirar e influir. No parece casualidad que, desde su partida, se hayan desnudado algunos de los malos manejos. No parece casual que el equipo haya ganado este sábado en el Nuevo Gasómetro como lo hizo. Con diez hombres durante 80 minutos y un gol sobre la hora de Alexis Cuello, el goleador del año pasado que hizo su primer gol en 2025 para poner al club en los cuartos de final del Torneo Apertura. Fue un 2-1 ante Tigre (lo abrió Andrés Vombergar y lo igualó Héctor Fértoli) tan trabajado y emocionante, que la gente llegó insultando y se retiró sólo con euforia.
San Lorenzo cerró la Liga Profesional 2024 cayendo ante el mismo rival que le tocó en estos octavos. Contextos diferentes en el club, casi en su totalidad. Para bien y para mal. Aquella noche, en la que el equipo culminó ubicado en el puesto 24 entre 28 clubes, el capitán Iker Muniain le ordenó a sus compañeros quedarse en el centro del campo por unos minutos. No para levantar los brazos para el saludo final, sino para atender respetuosamente el enojo de las tribunas: el fastidio era con los dirigentes, pero también con la campaña realizada. En la agradable tarde del sábado, la parcialidad aplaudió a cada jugador, lo alentó, lo entendió.
Porque el contexto empeoró y el hincha, que impone lo pasional por sobre lo racional, sabe contemplar hoy el sensible momento que los acompaña diariamente hasta saltar al campo. Reconocen el descalabro dirigencial que deriva, por ejemplo, en la deuda acumulada de salarios.
La impotencia continúa, por más que la cúpula se haya acomodado a los apurones y a pura tensión 48 horas antes, con Julio Lopardo asumiendo la vicepresidencia y la responsabilidad de las firmas en lugar del ya licenciado presidente Marcelo Moretti. Por eso, la bandera en las afueras del estadio: la imagen dibujada del directivo con la mano metida en el bolsillo del saco donde guardó el fajo de miles de dólares, acompañada de la frase que lanzó durante la cámara oculta (“¿Cómo estaba el nene?”). También, las sensaciones que se oían: “Los nervios que tengo… Necesitamos paz, un poco por lo menos”, lanzó una joven.
Lo mejor del partido
Por eso, antes de que los jugadores salieran al campo, el repudio. Incluso, de la barra brava: “¡Marcelo Moretti, no chamuyes más, te tomaste la licencia, vos tenés que renunciar!”. El resto del público se sumó con otro repertorio: “¡Moretti, hijo de p…, la p… que te parió!” y “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.
Y por eso la postal jamás vista en el Apertura: los futbolistas azulgranas armaron un círculo para motivarse, abrazarse y unirse detrás del objetivo, todo un mensaje que representa lo que sienten en estos tiempos. Soledad, más allá del aliento.
A jugar. Encima, la presión de un duelo de eliminación directa. Esa mini reunión los hizo leones. Y salieron a comer. Inversamente proporcional a la situación caótica, a los tres minutos ya estaba en ventaja por un contragolpe letal: Malcom Braida cacheteó bárbaro y sin perder tiempo para la corrida solitaria de Ezequiel Cerutti, que la picó en el mano a mano con Felipe Zenobio y Vombergar sólo tuvo que meterla.
Delirio total que duró ocho minutos. ¿Por qué? Elián Irala, en una acción insólita en la que tenía descarga hacia Orlando Gill o Elías Báez, se durmió y debió camisetear desesperado a Ignacio Russo. Yael Falcón Pérez, de un arbitraje muy flojo, interpretó que la corrida de “Nacho” terminaba en un mano a mano y, si bien el joven volante no quiso disputar la pelota, Báez ya había arrancado a cerrar desde la izquierda: desde la mitad de la cancha no se puede concluir que terminará en una situación de gol.
Se desarmó todo lo planificado en la semana, pero -sobre todo- destruyó lo construido en un comienzo feroz que era valioso. El local pasó a defenderse durante el resto del encuentro. A Miguel Russo le costó entender que, al ya no tener ideas más que para lanzarla adelante y matar a Vombergar, el que sobraba era el capitán vasco. Urgía un volante central que acompañara de nuevo a Nicolás Tripichio. Por eso, el ida y vuelta: Braida fue al centro y el español se abrió, pero por un rato efímero en el que el DT volvió a ver la falta de marca, ahora en ese costado izquierdo.
Todo pasó a las manos de Gill, que sacó dos pelotas increíbles: a los 20, sus reflejos impidieron el gol de Russo en el área chica y, a los 38, sacó del ángulo el tiro libre exquisito de Diego Sosa.
Su golpe inicial sería replicado desde el otro “Matador” a los cuatro minutos de la segunda etapa. Sosa lanzó un centro pasado que el esfuerzo de Jabes Saralegui cerca de la línea de fondo volvió a meter cerca del arco, donde Héctor Fértoli debió apenas empujarla. Un baldazo de agua fría, pero que se veía venir. Acaso, el lamento mayor fue lo que restaba de encuentro.
Tigre no se impulsó. Incomodó, pero no más. Pareció subestimar el contexto: el hincha del “Ciclón” ya reprochaba más de lo que contagiaba y sus futbolistas no lograban salir. Cada bombazo era posesión rival y seguir sosteniéndose. Pero bastó uno para dañar. O, mejor dicho, bastó el ingreso de Alexis Cuello promediando la segunda mitad: el hincha se agarraba la cabeza por su sequía, pero corrió esa pelota que Nehuén Paz creyó tener controlada en el retroceso (casi como Irala), le ganó con el cuerpo y, a los 44, se fue solo para definir de zurda al segundo palo.
Santa locura. Explotó el Gasómetro, como una respuesta alegre a tanto fuego descontrolado que hubo en las oficinas que hubo (hay) dentro. San Lorenzo se metió entre los ocho mejores (espera por Argentinos o Instituto) Y sí, tiene el rato de paz que pedían al comienzo de la tarde. La foto de la tarde fue la que se sacaron todos los jugadores y el cuerpo técnico en el vestuario, con Russo incluido. La sonrisa del DT, un oasis en medio de la crisis global del club.
El equipo de Miguel Russo jugó casi todo el partido con diez jugadores por la incorrecta expulsión de Irala; en cuartos de final se medirá contra el ganador de Argentinos e Instituto LA NACION