
Por algo habrá sido. Por algo dos enormes del documentalismo y el cine de autor, Joris Ivens y Chris Marker, a comienzos de los sesenta unieron miradas, cámaras y poética para filmar À Valparaíso, película de funiculares y mar, de sudor y ternura, de escaleras empinadas y vida hecha de trancos empinados, trabajo y un aire salobre imposible de fotografiar. Esta imagen es horizontal; la Valparaíso empinada la rodea: sabemos que está ahí, fuera de campo. “Valpo”, el nombre de la ciudad encaramada en los cerros, relumbra en el mural callejero. Plácido, un vendedor ambulante lee un diario en papel mientras aguarda la llegada de algún que otro cliente. Los grafitis con contemporáneos; la parsimonia no parece tener tiempo. Alguien, en la ciudad que los marineros soñaron edén, se gana la vida. Sin estridencias, al tanto de ser uno más en la larga corriente que nos incluye a todos.
Por algo habrá sido. Por algo dos enormes del documentalismo y el cine de autor, Joris Ivens y Chris Marker, a comienzos de los sesenta unieron miradas, cámaras y poética para filmar À Valparaíso, película de funiculares y mar, de sudor y ternura, de escaleras empinadas y vida hecha de trancos empinados, trabajo y un aire salobre imposible de fotografiar. Esta imagen es horizontal; la Valparaíso empinada la rodea: sabemos que está ahí, fuera de campo. “Valpo”, el nombre de la ciudad encaramada en los cerros, relumbra en el mural callejero. Plácido, un vendedor ambulante lee un diario en papel mientras aguarda la llegada de algún que otro cliente. Los grafitis con contemporáneos; la parsimonia no parece tener tiempo. Alguien, en la ciudad que los marineros soñaron edén, se gana la vida. Sin estridencias, al tanto de ser uno más en la larga corriente que nos incluye a todos.
Por algo habrá sido. Por algo dos enormes del documentalismo y el cine de autor, Joris Ivens y Chris Marker, a comienzos de los sesenta unieron miradas, cámaras y poética para filmar À Valparaíso, película de funiculares y mar, de sudor y ternura, de escaleras empinadas y vida hecha de trancos empinados, trabajo y un aire salobre imposible de fotografiar. Esta imagen es horizontal; la Valparaíso empinada la rodea: sabemos que está ahí, fuera de campo. “Valpo”, el nombre de la ciudad encaramada en los cerros, relumbra en el mural callejero. Plácido, un vendedor ambulante lee un diario en papel mientras aguarda la llegada de algún que otro cliente. Los grafitis con contemporáneos; la parsimonia no parece tener tiempo. Alguien, en la ciudad que los marineros soñaron edén, se gana la vida. Sin estridencias, al tanto de ser uno más en la larga corriente que nos incluye a todos. LA NACION