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sábado, mayo 17, 2025
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Horacio de la Peña, del tenista cancherito al entrenador apasionado: “Cuando la pelota me corría, era muy difícil ganarme”

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Flaquito, verborrágico, gestual. Una sonrisa tatuada. Tenía 18 y ya era un personaje. Zurdo. Reloj en la muñeca derecha (sin sponsor). Pelo semilargo. Usaba vincha. En muchas fotos aparecía con la lengua afuera. Y jugaba lindo, bien. De fondo, pero metía drops. Hacía cosas distintas. Le decían Pulga, un apodo que se lo estampó el sueco Thomás Stalhandske, otro tenista de aquellas épocas, promediando los ochenta. Todavía estaban Guillermo Vilas y José Luis Clerc en escena, al punto de que a fines de 1981 habían disputado juntos (aunque separados de espíritu) la primera final de Copa Davis para la Argentina, perdiendo con Estados Unidos en Cincinatti. Pero el nombre de Horacio de la Peña empezaba a sonar. Fuerte.

La gente lo seguía en sus primeras incursiones. Justo coincidió con la vuelta de la democracia, de la mano de Raúl Alfonsín, y había regresado, de Barcelona, un chico al que se conocía poco: Martín Jaite. Y colisionaron como dos trenes de frente, tenísticamente hablando y también en los modos, las formas. De la Peña era como era y Jaite, más serio, menos grandilocuente. Salió otro clásico de la nada cuando el de Vilas-Clerc todavía no se había apagado. Jugaban por todos lados exhibiciones, para 5000, 6000 personas: San Juan Tennis Club, Camino de Cintura, Lanús South Tennis. A cara de perro. Las canchas se llenaban. Pero también eran compañeros, y de los buenos: en 1986 y 1987 jugaron juntos en la Copa Davis siendo los singlistas elegidos por Tito Vázquez, el capitán.

Algo llamaba la atención en ese juvenil De la Peña además de su tenis: cuando hablaba, era como una procesadora de datos. No comentaba su partido: lo desmenuzaba tácticamente y explicaba los golpes que había jugado, y por qué los había tirado de esa manera, en una determinada situación. Tenía el mapa del partido en la cabeza. A veces era imposible seguirle el ritmo porque el caudal informativo sobrepasaba la capacidad de entendimiento del interlocutor. De lo que no teníamos duda era de que el futuro estaba asegurado: “Este tipo está llamado a ser un docente, un entrenador de lujo, si consigue bajar a tierra todo eso que genera en su propia cabeza”.

Su carrera fue relativamente corta por lesiones. Una del codo izquierdo lo maltrató especialmente a fines de los ochenta. Años más tarde quiso estudiar abogacía, como un legado del padre y para seguir los pasos de su hermana melliza, Nuria. “Ella actúa como que es la mayor, pero yo nací segundo, así que…”. Horacio hijo sólo cursó seis meses porque justo coincidió con empezar a trabajar con Gastón Gaudio y con Totó Squillari. Su padre, también Horacio, lo marcó a fuego desde chico y lo proyectó como futuro campeón al punto de acelerarle los estudios.

Ganó cuatro títulos, derrotó a grandes como John McEnroe, Mats Wilander, Jim Courier, Andrés Gómez, Michael Chang. Hizo su carrera juvenil a la par de un crack como Boris Becker. Se retiró joven, a los 28. Vivió en Miami. Años más tarde, cuando Argentina le daba temores, eligió Santiago de Chile. Se casó tres veces, la primera de ellas con Heidi, hija de una leyenda del tenis australiano: Roy Emerson. Hoy, a los 58, disfruta de la vida con Lorena. De la Peña es padre de cinco hijos: las mellizas Camila y Guadalupe (29 años), de su segundo matrimonio, y Francesca (20), Valentino (17) y Bautista (15), con Lorena. Bauti es chileno y tenista en formación. Horacio también es abuelo, de Luca.

No dirigió jugadores durante 16 años hasta que recibió un llamado para guiar a Tomás Etcheverry. Y volvió. Están en plena temporada europea sobre polvo de ladrillo. Verlo un rato en un entrenamiento previo a la gira, en Parque Norte, permitió corroborar que es la Pulga de siempre: inquieto, docente, perfeccionista. Explicándole a su jugador qué quiere y de qué manera lograrlo. Ilusionado también con el futuro de Bauti. Apasionado de siempre por el tenis y enamorado de la buena cocina. Hablando de su vida, de su carrera, de todo lo que hizo en el tenis chileno, con medallas olímpicas incluidas, muchos años después de haber revoleado monedazos a la tribuna en Santiago durante una Copa Davis; de la convivencia con Guillermo Pérez Roldán en tiempos violentos cuando nada trascendía en los medios.

-Horacio, ¿en qué momento de tu vida te diste cuenta que querías ser tenista? ¿Cuál fue el clic?

-A los 4 empecé con una paleta de ping-pong. Desde los 6, 7 años, arranqué. Pero inconscientemente. Tuve una profesora, Nora Somoza, que tenía una manera muy apasionada de vivir el tenis. Me hablaba del tenis, de los Grand Slams, me contaba de lo que hacían Tony Roche, Lew Hoad, Roy Emerson, Rod Laver y a mí se me rompía la cabeza. Y después empecé a jugar bien, lideraba los rankings de juniors, y a los 13, 14 años no es que me decía: “¡Ah, mirá qué sorpresa, voy a ser profesional!”. Ya proyectaba mi mente a ser un campeón de tenis desde muy chiquitito. Estaba en mi cabeza. Y después hubo que tomar una decisión familiar.

-¿Eras chico de club, así de ir en familia, o ibas a la clase de tenis y nada más?

-No, club, familia, club… Creo que la gran diferencia que hace el tenis argentino con buena parte de Sudamérica es la vida del club. Los chicos hacen deporte, los padres los tiran al club a las 8 de la mañana y los buscan a las 9 de la noche, si es que los buscan o no se los lleva un amigo a dormir a su casa. Y hacen de todo. Hacen el deporte que les gusta y después van con un amigo, con la chica que les gusta y prueban otro, y así. Entonces, van teniendo una motricidad mucho más completa que el chico que hace una sola cosa.

-¿Y cómo se perfila para el tenis en este caso?

-Se hace fácil porque el club está orgulloso de que haya un chico que juegue bien al tenis. Entonces, aparece uno que tiene un par de lucas más y lo ayuda para que pueda afrontar ciertos costos. Se vive así. Eso lo viví en el Club Belgrano Social, y después en el Athletic. Más tarde me fui a un club privado, con Tony Pena: al Máster. Pero ojo, yo era un caso más atípico: a los 14 años ya jugaba con profesionales. Con el Flaco Stalhandske, con Toto Cerúndolo, con Gustavo Guerrero. Yo entrenaba con ellos desde muy chiquito.

-¿Y mientras tanto, en el cole qué onda?

-Brillante de chiquitito. ¡Brillante! Abanderado. Tenía un poder de captación impresionante. Leía una vez y ya estaba, escuchaba la clase y ya. Y siempre tuve habilidades para hablar, entonces si no sabía, inventaba. Después, cuando pasé a cuarto grado, mi papá dijo: “Yo estoy proyectando que este chico va a ser profesional y tiene que terminar el colegio temprano porque si no va a ser un problema”. Entonces, en el verano, cuando aprobé tercer grado, me puso a estudiar todo cuarto grado como si hubiera repetido. Y me llevó al colegio diciendo que nosotros nos íbamos a ir a Europa todo el año, que iba a perder el año… Pidió si por favor me dejaban dar el año como si hubiera repetido.

-¿Y qué pasó?

-Que fui a dar 4° y lo aprobé. Y me pasé a otro colegio… ¡a quinto grado! Pasé de tercero a quinto. Y ahí fue muy duro. Ahí pasé de ser muy inteligente a más o menos, porque ya jugaba muchas horas al tenis y eran todos más grandes. Era muy difícil. Se me complicó. Se me complicó todo el tiempo: desde tercer grado hasta que terminé el secundario.

-¿Las épocas de junior? Recuerdo que vi una foto tuya con Gaby Sabatini, Mecha Paz, Minuto (Miniussi), todos chicos.

-Síiiii, el Sudamericano de Chile, épocas divinas. De hecho, cuando uno se va poniendo viejo empieza a valorar ciertas cosas. El otro día me encontré en la cancha de River con Gaby. Yo estaba con uno de mis hijos y le digo: “Vamos a darle un beso a Sabatini”. Entonces vamos, le doy un beso y Gaby se queda abrazada a mí, pero abrazada como cuando estoy con alguien que me da tranquilidad, con quien estuve muchísimos años en mi vida, y mi hijo me decía: “¿Pero tan amigo sos de Gaby?”. Es que vivimos muchas cosas juntos, muchos procesos, o sea, cuando queríamos ser campeones sudamericanos, cuando quisimos entrar al tenis profesional, cuando queríamos ser número uno del mundo. Yo tenía 18 años y era 30 el mundo, quería ser número uno y ella también, y vivíamos cosas muy parecidas. No sé bien por qué, pero como que nos queremos mucho, nos respetamos mucho, y lo apreciamos mucho más ahora que cuando pasaba. Cuando Gaby me decía “Haceme picar la pelota así porque Arantxa Sánchez me la tira allá arriba”. O “tirame revés con slice”. Y nos ayudábamos mutuamente. Son cosas, recuerdos, que de más grande valorás y apreciás mucho más que en el momento.

-Pulga te puso el sueco Stalhandske, ¿pero por qué?

-Porque era chiquito y en ese momento había salido un Cartoon llamado “La hormiga atómica”. Entonces me pusieron “La pulga atómica”, y después me quedó la Pulga. Les hinchaba las bolas a todos para que me jueguen: “Jugame, jugame, jugame”. No los jodía con bromas, sino para que jugaran conmigo. Les quemaba la cabeza. Y me decían: “Pero pará Pulga. ¿Cuántas horas querés jugar?”. Y yo quería todas las que se pudieran.

-Irrumpiste muy joven, la gente te seguía, te quería, le gustaba verte. ¿Cuál era tu secreto en ese momento? Se hablaba de un nuevo fenómeno. ¿Qué era, el carisma o el tenis?

-A ver, en mi vida, hiciera lo que hiciera… yo iba a la pileta y me ponía a hacer saltos, daba vueltas carnero, muy natural mío. Siempre me gustó sobresalir, que la gente mirara y dijera “Ah, mirá”.

-Hacerte notar…

-Eso. Siempre me gustó, naturalmente, y con el tenis se me daba mucho, porque yo tenía más talento que algunos. Pero la gran diferencia que yo hacía era porque me entrenaba mucho más que el resto. Mucho más. Entonces mi talento pasaba a ser superlativo, pero no porque era tan talentoso. Yo no me veo tan talentoso como Coria, pero a los 18 años ya había ganado un ATP, a los 17 ya había ganado ya dos Challengers. O sea, jugaba muy en su nivel y hacía cosas muy parecido, pero él era mucho más talentoso que yo. Yo tiraba drop shots, globos con top, hacía muchas cosas…

-Tenían ciertas similitudes.

-Tenía mano. Pero después de muchos años de tenis me di cuenta de que Coria, Nalbandian, tenían más todavía. Pero yo le ponía muchas horas, muchas.

-Ganaste cuatro títulos, el último fue en Charlotte 1993. ¿Quedaste conforme con tu carrera o pensás que podías haber hecho más?

-No, quedé insatisfecho porque el destino me hizo terminar muy rápido. A los 23 años me lesiono un codo, donde me salió una piedra, me rompe toda la articulación y de ahí hasta los 28, cuando dejé, gané un par de títulos, pero no podía doblar el codo. De chiquito tuve el mismo problema que Coria, él 4 centímetros más bajo: pesábamos 62 kilos. Con Tony Pena no encontrábamos la manera de crecer. Las cosas que hay hoy para ponerte fuerte no existían, y las que existían eran muy peligrosas. A mí me faltó envergadura física. Entonces, me quedé sin poder de fuego. Era flaquito más que chiquito. Con 1,78m, pero muy flaquito y no podía subir de peso, y ahí daba handicap.

-El resto se fortalecía físicamente y vos no podías.

-Te cuento. Me encontré hace unas semanas con Boris Becker en el torneo de Montecarlo y nos reíamos de cómo habíamos empezado juntos en las carreras de junior a profesional. Fuimos de la mano. De hecho, yo ganaba más que él hasta que Boris gana Wimbledon en 1985. Éramos muy amigos y entrenábamos juntos siempre, él fue padrino de mi primera boda. Y me sacó 15 kilos en un año. ¡15 kilos! Se puso así (dibuja una figura gigante). No había cómo competir. Y sacaba a más de 200 km/h. Yo no podía ni mover la pelota. Entonces, me quedé como diciendo “Pucha, qué lástima que no pude encontrar la manera de crecer físicamente acorde con el talento y el esfuerzo que le ponía”.

Aun así, he ganado torneos importantes, como Kitzbühel, venciendo a tres top 10 (Brad Gilbert, Emilio Sánchez y Sergi Bruguera). Porque cuando la pelota me corría era muy difícil ganarme. Aunque eso me pasaba pocas semanas.

La rivalidad con Jaite y los monedazos

-Fines del año 83, el regreso de la democracia en Argentina. Martín Jaite, que se había ido con la familia a vivir a España durante la dictadura, vuelve al país. Y se genera un clásico muy especial con vos.

-¡Divino el clásico! Había una rivalidad de locos que nunca supe por qué. Nunca pasó nada entre nosotros. No tengo la más pálida idea de por qué estábamos enfrentados.

-No era que a vos te causara rechazo algo de él.

-¡Nada! Éramos completamente distintos. Yo era muy como cancherito y él tenía otra personalidad. Entonces chocaban las personalidades. Pero nada en particular. Cero de cero.

-Y además eran muy compañeros en la Copa Davis.

-Exacto. Por eso, cuando nos encontramos ya de viejos, ahora somos muy amigos y decimos “pero qué boludos”. Pero bueno, era la edad y también el medio alrededor no ayudó, no tuvimos dos que nos dijeran “Dale boludo, dejen de pelear. Aprovechen que la gente los quiere ver pelear y hagan como que sí están peleados y listo, se divierten”. Un detrás de las cortinas, como hacen los políticos. Lo cierto es que me quedaron muy lindos recuerdos de esa rivalidad.

-Y muy joven también debutaste en la Davis. Te tocaron dos partidos de local contra Uruguay y Perú, por la Zona Americana, y la final en el Estadio Nacional de Santiago, de Chile. Fue en 1986. Eras chico, tenías 19, y te metieron en “La Caldera”. ¿Vos te olfateabas que podía pasar algo así con la gente?

-Me acuerdo que el profe Juan Carlos Belfonte me decía: “Pulga, mirá que Chile es otra cosa, nunca vas a ver una cancha tan difícil”. Recuerdo que me preparé mucho, estaba entrenadísimo porque sabía que el perro Hans Gildemeister no tiraba ni una afuera y que me iba a tirar 8 mil drop shots, me la iba a tirar para arriba. El éxito de esa Copa Davis era que el primer día jugara contra él para gastarlo. Se dio. Entonces mi planteo fue desde la primera pelota cansarlo. Alto, alto, alto. ¡Lo maté, lo rompí todo!. Pero me putearon como nunca en mi vida.

-Nunca te achicaste en ese clima.

-Al contrario: me encantaba. Yo confiaba mucho en el trabajo. Sabía que iba a poder jugar 10 horas.

-Te tiraban monedas de la tribuna, las recogías del piso y se las tirabas vos a ellos…

-Sí, no me iban a achicar. En una me subí arriba del cajón de un juez de línea porque había uno que me escupía todo el tiempo. ¡Me tenían loco!

-¿Y cómo te bancás eso, cómo no se te va la cabeza?

-Estaba enfocadísimo en lo mío. Lo que más me desconcentró fue… Nosotros peleamos los dos primeros sets: 6-3 le gano el primero, 9-7 pierdo el segundo. En el tercer set él se muere. Voy 5-0, set point, gano la pelota, que fue mala, y dicen “game, set, Argentina”. Me voy adentro, al descanso largo. Mientras, en la cancha se pelean jugadores y capitán con el juez y los líneas. Encuentran “otro pique”, la dan buena y tengo que seguir. ¡Yo estaba en la ducha ya! Me tuve que vestir y salir a jugar de nuevo. Ahí me desconcentré un poco, de 5-0 pasé a 5-2, gané 6-2 y Gildemeister estaba roto. Lo definí en el cuarto set por 10-8.

-Fue una experiencia fuerte.

-Sí, y me dio muchas cosas para la vida: para mi vida tenística, como entrenador y para mi vida profesional.

-Y al año siguiente vas al césped en la India, a Nueva Delhi. No eras muy amigo del pasto…

-Dificilísimo. No lo entendía, no tenía herramientas. Recién más grande, cuando me caso con Heidi, la hija de Roy Emerson, y él me enseña a entender el juego de aire. Me llegó tarde esa enseñanza.

-Y no fueron muchos años más de Davis para vos después de ese 1987. Jugaste un dobles con México (1993, con Javier Frana), otro con Canadá (1989, con Batata Clerc).

-Lo que pasa es que me fui a Miami y entonces estaba muy desconectado.

-¿Qué es haber tenido de suegro a un jugador legendario como Roy Emerson?

-Era muy difícil porque era titánico Roy como entrenador. Él me preparó para jugar el dobles de la Copa Davis contra Canadá, enfrentando a Connel-Michibata. Hacíamos 7 sets seguidos de segundos saque y red, siempre sacando yo. ¡Siete sets seguidos por día! Y le tenía que decir dónde sacaba. Era una locura. Te mataba. Pero después fui y no erraba una pelota.

-Pero tenés un tipo así enfrente tuyo, inquieto y curioso como sos, ¿qué hacés?

-Yo le preguntaba todo el tiempo. Era un gran maestro del juego de aire. Lo que él sabía del juego de fondo de cancha era medio obsoleto para las nuevas curvas. Tuve la fortuna de utilizar lo que él hacía para el juego de aire y trasladarlo al juego de fondo. Todas las estructuras, jugadas, por qué la pelota iba acá, cuándo iba por detrás, cuándo iba para el otro lado, qué hacer con la pelota. Todo eso que él me enseñaba de aire yo lo trasladé al fondo. Me ayudó muchísimo para ser un gran entrenador.

“Vilas era como esa estrella a seguir, esa luz en el camino que te dice ‘es por acá’. Yo miraba lo que hacía. Y copiaba. Trataba de copiarle muchas cosas. Me entrené muchas veces con él. Me impresionaban su calidad de trabajo, su perseverancia y su búsqueda. Guillermo buscaba siempre hacer cosas nuevas. Era innovador”.

Su relación con Vilas

-Sos zurdo, usabas vincha, tenías una gran cultura para el entrenamiento, inteligencia en la cancha. Todo muy de Guillermo Vilas. ¿Cuál era tu relación con Willy?

-Era como esa estrella a seguir, esa luz en el camino que te dice “es por acá”. Yo miraba lo que hacía. Y copiaba. Trataba de copiarle muchas cosas. Me entrené muchas veces con él. Me impresionaban su calidad de trabajo, su perseverancia y su búsqueda. Guillermo buscaba siempre hacer cosas nuevas, como las que hacía con el saque con los pasitos, las que hacía al pegarle con el spin. Siempre buscaba y eso me gustó mucho de él. Era innovador.

-¿Y tenías charlas con él? ¿Te daba bola?

-Teníamos una muy buena relación, pero yo sentí que nunca me daba. Compartía conmigo tiempo, espacio, entrenamiento, pero nunca me decía “tirala esta para acá, la otra para allá”. Nunca. No me enseñaba. Yo agarraba, miraba y copiaba.

-¿Y eso por qué creés que sucedía, que no te enseñara lo que sabía?

-No sé. Yo como entrenador, como ex-jugador, soy pedagógico, mucho más generoso hasta con mis pares, los entrenadores, que son mis rivales. No tengo problemas en compartir.

-¿Qué jugador fuera de Vilas te impresionó a lo largo de tu carrera?

-A ver, el talento de Nalbandian y de Coria. De Coria me impresionaba su habilidad para encontrarle el punto flojo o lo que le molestaba al otro tipo y tirarle 300 millones de veces la pelota ahí y la habilidad de correr y agarrar los viandazos que le tiraban y volvérsela a poner ahí. Después, lo que hicieron Nadal, Federer y Djokovic es de otro planeta.

-¿Alguno te gustó más?

-A mi me gustaba la aceleración y la capacidad de adaptación de Rafa Nadal. Es una cosa de locos. Jugaba al tenis de una manera, se empieza a lesionar, jugaba de otra forma y seguía ganando y logrando cosas. Ganó 14 veces Roland Garros y en todas jugaba distinto. No podía correr, no podía hacer esto, y el tipo seguía jugando y ganando.

-¿Fue el mejor?

-Yo creo que los tres hicieron cosas galácticas. O sea, por detallecitos cualquiera de los tres podría haber pasado al otro. Si Rafa no se hubiera lesionado tanto, hubiera pasado a Nole. Si Roger le gana esa final de Wimbledon que lo tiene match point a Djokovic, cuando hace el ace, pero la pelota había tocado la faja. Si era ace, seguro le ganaba un Wimbledon más y entonces hubieran cambiado los números. Lo que hace Djokovic detrás de estos dos monstruos es una cosa de locos, impensado. Había dos tipos peleando por todo, por la gloria, y salió este y se les metió ahí. Impresionante. Y las cosas que hacía Roger con la raqueta no las hace nadie ni las va a hacer nadie. Impresionante cómo tocaba la pelota

-Le ganaste a Wilander en Boston, a McEnroe en Roland Garros. ¿Qué fueron esas victorias para vos?

-Fueron cosas importantes, muy importantes. Igual que cuando derroté a Jim Courier en Hamburgo, el mismo año que gana a Roland Garros. O a Andrés Gómez en semis de Florencia, después a Goran Ivanisevic en la final, y Andrés gana a Roland Garros a las pocas semanas. A Michael Chang el mismo año que gana Roland Garros. A mí cuando la pelota me corría, le podía jugar a cualquiera. El problema era cuando la pelota no me corría. Ellos lograban que la pelota les corriera más. Y ahí, cagaba. Michael Chang pasó de ser un chico normal a… ¿no viste lo que era? Era un músculo. Los tipos tuvieron acceso a cosas que yo no tenía. Porque no me jodas que todos se ponían así. El alemán Carl Uwe Steeb era un paquete, jugábamos juniors y me divertía con él. Terminó siendo un animal.

-¿Pero se ponían qué?

-No sé qué se ponían. Pero de eso no había, nosotros no teníamos. Porque ellos se pusieron físicamente muchísimo más fuertes que nosotros. Otro nivel. Eso hacía muchísima diferencia. Muchísima. Porque yo para generar esa misma fuerza tenía que hacer tanto desgaste que me rompía todo. Y por eso las lesiones.

-En general, vos sos un tipo muy apasionado, muy didáctico. Eras muy meticuloso como jugador y lo sos como entrenador. ¿Cómo hacés para que todo ese caudal de información le llegue al jugador sin que se enoje?

-Es difícil. Es una de las cosas que uno tiene que aprender como docente. Muchas veces, el preparador físico, el kinesiólogo, están al lado y me dicen: “Horacio, ya se le llenó el vaso. No le sigas tirando información porque está derramando”. Me cuesta. Porque me gusta explicar mucho. Pero bueno, voy aprendiendo. Me gusta aprender.

La experiencia en Chile

-¿Te fuiste a Chile en qué año?

-En el 2004, después de las medallas doradas olímpicas en Atenas que lograron Fernando González y Nico Massú.

-¿Por qué te fuiste?

-Porque estaba muy difícil la Argentina. Estaba muy peligroso, más que difícil. Muchos secuestros. Y yo estaba con jugadores profesionales que hablaban de dólares, lo que ganábamos. Y dije: “Me van a secuestrar a un pibe”. Era cuestión de tiempo. Encima la prensa, todo el mundo… porque se habla del premio del torneo y la gente lee y piensa que te llevás toda esa plata, y resulta que te queda el 10% si ganás el torneo. Pero no, “ganó un millón de dólares”. Entonces dije “esto es peligrosísimo”. Y la verdad es que era muy injusto porque a mí me gusta mucho el trabajo y sentía que la Argentina era muy injusta, porque vos trabajabas mucho y podías progresar poco. Me fui a Chile y en 20 años de Chile progresé muchísimo. Muchísimo.

“En chile me recibieron muy bien. Fue raro porque al argentino no lo quieren mucho en Chile. Pero tuve la suerte de entrenar a un chico que jugaba bien (Fernando González), pero que no ganaba. Hacerlo campeón. Y después salimos dos veces campeón del mundo (en Düsseldorf), fuimos a las Olimpíadas, trajimos dos medallas de oro, una de plata. Y la gente relacionó como que gracias a mí pasaban todas esas cosas. Entonces siempre me tiraron muy buena onda”.

-¿Estuviste más tranquilo ahí desde que llegaste?

-Mucho más. Muchísimo más, no un poco más. Ojo, nunca me robaron acá. Sí me robaron el estéreo, tonterías. Pero situaciones angustiantes, digamos, no viví.

-¿Y allá te recibieron bien siendo argentino?

-Te diría que muy bien. Fue raro porque al argentino no lo quieren mucho en Chile. Pero tuve la suerte de entrenar a un chico que jugaba bien (Fernando González), pero que no ganaba. Hacerlo campeón. Y después salimos dos veces campeón del mundo (en Düsseldorf), fuimos a las Olimpíadas, trajimos dos medallas de oro, una de plata y una de bronce. Y la gente relacionó como que gracias a mí pasaban todas esas cosas. Entonces siempre me tiraron muy buena onda. Y me fue muy fácil hacer cosas. Me llaman para dar charlas motivacionales por todo el país, para contar cómo hice yo para liderar un equipo que estuvo 20 años en segunda división y de repente pasa a ganar todo. Fue un momento mágico. A la gente le interesa mucho el cómo. ¿Cómo hiciste para agarrar algo así y darlo vuelta? Y yo cuento cómo es dirigir un equipo con tres megaestrellas como el Chino Ríos, Fernando González y Nicolás Massú. Es dificilísimo.

-¿Y cómo hiciste?

-Con el ejemplo, liderando, siendo el primero, teniendo mucho estudio detrás. Mostrándoles que yo me preocupaba. Yo sabía todo. Todo lo de los contrarios y todo lo de ellos. Tanto como ellos. ¿Cómo sabés que yo cambié la cuerda y que ahora uso esta? Sé todo. Miro todo. Y de esa manera te vas ganando la confianza y tomando decisiones drásticas, como ir a jugar un campeonato del mundo e improvisar y decir “¿Sabés qué? Vamos a jugar el dobles de fondo” cuando no se juega de fondo. Los únicos que jugaban de fondo eran el Gringo Schneiter y Escopeta Roitman. Entonces, me dije: “Las habilidades nuestras no están adelante. Llevemos el partido a nuestras habilidades”. Y salimos campeones del mundo y ganamos la medalla de oro jugando atrás. Venciendo a los mejores del mundo. Como siempre innové y no tuve nunca miedo a buscar cosas nuevas, me reconocieron mucho eso.

-Contaste no hace mucho que el Chino Ríos se tuvo que ir de Chile, que lo echaron. ¿Fue así?

-Sí, por su pensamiento, por todo. Él es muy de derecha. Muy perfeccionista. Valora mucho su trabajo y su calidad. Y le molesta la gente que no valora el trabajo y que no valora las cosas. La gente que quiere las cosas gratis o sin trabajar. Y él es muy directo.

-¿Se fue porque no le gustaba lo que veía o porque sintió que lo expulsaban?

-Se sintió muy incómodo. Porque vio que venían cuatro años (presidencia de Boric) como son. Incómodos para una persona como él. Y no lo quiso atravesar. Se fue a Estados Unidos.

-¿Y el Chino que conociste vos, ¿cuál era su secreto?

-Era muy perfeccionista. Él veía las cosas que veían muy pocos. Tenía un don, así como Coria, Nalbandian, mismo Gaudio, Federer. Ven cosas que otros no ven. Y tocaba la pelota como los dioses. Era un genio. Muy perfeccionista y muy trabajador, cosas que la gente no sabía. El fastidio que tenía con la prensa, con otros, con cualquiera, no existía. Era otro Chino. Se lo solía ver como un tipo difícil, jodido, y no, era otra persona. Y en la cancha era un animal. Lo único que quería era ganar y hacer las cosas perfectas.

-¿Feña González?

-Uno de los jugadores más explosivos del momento. Un innovador en el tenis, porque en esa época jugaba el tenis que se juega hoy: a dos, tres tiros. Una potencia, una aceleración de derecha de locos. Y muy trabajador. Con muchas ganas de lograr cosas. Empezamos estando 186 del mundo y a los 6 meses era 16. Y después se metió entre los 10 y no salió nunca más. Un tipo que quería mucho.

-¿Y Massú?

-Otro que quería mucho. Un perro, un animal de trabajo. Repetitivo. Siempre trataba de encontrarle la vuelta. Otro tipo distinto. Ganó dos oros en Atenas 2004.

-En Chile tuviste algún contacto con Guillermo Pérez Roldán, que también vive ahí, ¿no?

-Sí, hace unas semanas estuve con él.

-¿Qué impacto te causó cuando en una nota que hizo con LA NACION reveló lo de los golpes y abusos que sufrió de parte de su padre, Raúl?

-Yo lo viví al lado de él. Cuando lo vivís te parece que es normal, no lo entendés, no entendés la gravedad. Lo veo ahora y digo “qué terrible”. Pero lo viví al lado de él. Él tenía dos años menos que yo. Terrible fue.

-¿En esa época lo hablaba con ustedes?

-Yo lo vi.

-¿Pero qué viste? ¿Golpes?

-Yo lo viví al lado de él.

-O sea, eras consciente de lo que pasaba.

-Sí.

-¿Y nunca le preguntaste algo al respecto?

-Nunca me animé. Nunca me animé. Por eso digo que… Increíble. Y me da mucha pena. Porque las personas que más te pueden afectar en la vida realmente son tus padres. Y te marcan. Entonces… ¡Qué terrible!

El regreso tras 16 años

-Estuviste mucho tiempo sin dirigir y ahora volviste, con Tommy Etcheverry. ¿Por qué estuviste ausente?

-Porque yo no reconozco el tenis de entrenador como “Ah, te veo un par de semanas, después me voy y después vuelvo”. Para mí el trabajo es a full. Y con mi familia formándose, no era. Entonces dije “voy a formar a mis hijos”. Y voy a hacer cosas con el tenis que mi rol de padre me permitiera hacerlas. Y después de 16 años fuera de actividad, apareció una llamada. “Che, ¿te gustaría volver?”. Y dije, bueno, ¿qué mejor manera de prepararme para lo que me va a venir con mi hijo Bauti? De mamar el tenis ahí y ver qué es lo que está pasando, cómo está pasando.

-Volviste cuando cerraste una etapa familiar como padre.

-Sí. Y estoy recontra convencido de que fue lo correcto.

-¿Y es como si hubieras dejado el traje de entrenador y tenista y volviste a ponértelo al día siguiente? ¿No sentiste el paso de los 16 años?

-Es que ya hace cinco años que estoy con los Challengers en Chile. Viendo todos los días a los chicos. El ATP Tour es un poco más estricto y vertiginoso. Pero no me costó mucho adaptarme. Sigo mucho tenis. Hay televisores por todos lados en casa. Se ve mucho tenis. Y fútbol también, je. Soy fanático de River. Veo todos los partidos. No me pierdo ni uno. Los de River y los de Argentina. Y los partidos especiales, como Barcelona y Real Madrid o un Barcelona-Inter de la Champions League. Me gusta ir a ver a River, me fascina.

-¿A qué edad te casaste la primera vez?

-A los 23, con Heidi. No duró mucho, no hubo hijos. Me volví a casar a los 28. Fui padre de mellizas: Camila y Guadalupe. Y después a los 35, con Lorena. Nos fuimos a vivir a Chile. Tenemos tres hijos: los dos primeros nacieron acá y Bauti en Chile.

-Hablaste del Bauti tenista. ¿Qué expectativa te genera?

-Mucha. Voy a hacer todo lo posible para que sea feliz jugando al tenis. Y le voy a dar las herramientas como para que progrese.

-¿Y cómo vas a hacer para no atosigarlo de conceptos?

-Bueno, trabajamos mucho en eso con mi esposa, hablamos mucho. Pero la verdad, él es el que me reclama, no quiere a nadie más. “Basta, no es lo mismo si no sos vos”, me dice. Y pasó por los mejores lugares, ¿eh? Tiene 15 años. Juega muy bien. Cuenta con un gran físico, es diestro, tiene mucha fuerza. Le pega durísimo, sobre todo la derecha. Le falta fortalecer un poquito más la cabeza, pero se va a ir forjando.

-Dijiste que Feña González se adelantó un poco al tenis de estos tiempos. ¿Te gusta este tenis?

-No mucho. Hacen cosas sin mucho sentido. Cuando vos ves que vos le tirás una derecha invertida a Alex De Minaur, y el tipo intenta un winner de revés paralelo… Es rarísimo. Tiene poca lógica. Es un tute. O ves como juega Andrey Rublev. O Taylor Fritz. Muy poca lógica. ¡Pam, Pam! O el zurdo Ben Shelton. Claro, el día que entra todo, te impresiona. Pero no tienen lógica.

-Desde tu época hasta esta, ¿cuál fue el cambio más significativo que notaste en el tenis?

-La velocidad con que la pelota va en el aire. Vertiginoso. Juegan muy fuerte.

-¿Para qué está Echeverry?

-Creo que, primero, para consolidarse. Consolidarse top 40. Un buen top 40. Después está para entrar entre los 25 primeros. Y si logra estos dos pasos, creo que está para más. Meterse, consolidarse. Son dos pasos que cada vez están más cerca, cada vez tiene más herramientas. Tiene que seguir buscando. Queriendo más. Le cuesta mucho cambiar cosas. Lo que hacía tiene un techo y ya no le alcanza. Tenés que sorprender. Va camino a eso.

-Se ha hablado mucho de la salud mental de los deportistas, incluidos los tenistas. Incluso habló Casper Ruud antes de ganar en el Masters 1000 de Madrid y habló de sus problemas, serios. ¿Qué pasa con eso?

-Es que viven todo el día metidos en el teléfono. El teléfono es… Escuchan y ven lo que todo el mundo piensa de ellos. Y los afecta, le dan mucha bola a eso. Entonces, un flaco está comiendo unos Doritos en la casa y te dice “Sos cagón”, y lo toman como si se lo estuviera diciendo su madre. A los chicos les cuesta entender que es un boludo que apostó plata para que ganes y te está puteando porque perdiste. El cerebro no estaba todavía adaptado a lo que está pasando con la cibernética.

-¿Cómo te imaginás en 10 años?

-En 10 años me imagino viajando mucho más por el mundo viendo a mi hijo jugar por los grandes torneos. Disfrutando mucho de la vida. Me gusta comer, me gusta cocinar, me gusta viajar.

-Te vi cocinando en un concurso por TV, ¿eh?

-Je, sí. Me gusta disfrutar la vida y estoy para disfrutarla. La estoy disfrutando mucho. Y en 10 años más la voy a disfrutar más todavía. Cada vez voy a tener menos responsabilidades y la misma plata, así que la voy a disfrutar más.

-¿En casa cocinás vos?

-Muchas veces, sí. Casi todos los días.

-¿Qué es lo que mejor te sale?

-Ya estoy bastante profesional. Hago de todo. Lo que sea. Me especializo mucho en pastas, porque Bauti come muchas pastas. Me gustan mucho las carnes, los sabores. Entonces improviso y hago cosas. Me gustan mucho los mariscos. El pulpo me vuelve loco y lo hago de 80 maneras distintas. En Chile hay unos mariscos… ¡Espectacular! Participé en el concurso en la TV y me encantó. Me fue bien.

-Vivís en Lo Barnechea, en las fueras de Santiago. ¿Vas a volver alguna vez a Buenos Aires o no?

-Puede ser. Como familia lo que estamos viendo es que no queremos estar tan lejos de nuestros hijos. Tenemos una hija (Francesca) que está en la universidad acá. Bauti jugando por el mundo. Las mellizas ya están grandes, están viviendo en Chile conmigo. Tienen 29, una de ellas ya es mamá de Luca, mi único nieto, por ahora. Valentino se va a ir a estudiar a Estados Unidos, entonces también vamos a estar un poco por allá. No quiero estar tan atado a un lugar. Ya hice todo. Ya está.

Flaquito, verborrágico, gestual. Una sonrisa tatuada. Tenía 18 y ya era un personaje. Zurdo. Reloj en la muñeca derecha (sin sponsor). Pelo semilargo. Usaba vincha. En muchas fotos aparecía con la lengua afuera. Y jugaba lindo, bien. De fondo, pero metía drops. Hacía cosas distintas. Le decían Pulga, un apodo que se lo estampó el sueco Thomás Stalhandske, otro tenista de aquellas épocas, promediando los ochenta. Todavía estaban Guillermo Vilas y José Luis Clerc en escena, al punto de que a fines de 1981 habían disputado juntos (aunque separados de espíritu) la primera final de Copa Davis para la Argentina, perdiendo con Estados Unidos en Cincinatti. Pero el nombre de Horacio de la Peña empezaba a sonar. Fuerte.

La gente lo seguía en sus primeras incursiones. Justo coincidió con la vuelta de la democracia, de la mano de Raúl Alfonsín, y había regresado, de Barcelona, un chico al que se conocía poco: Martín Jaite. Y colisionaron como dos trenes de frente, tenísticamente hablando y también en los modos, las formas. De la Peña era como era y Jaite, más serio, menos grandilocuente. Salió otro clásico de la nada cuando el de Vilas-Clerc todavía no se había apagado. Jugaban por todos lados exhibiciones, para 5000, 6000 personas: San Juan Tennis Club, Camino de Cintura, Lanús South Tennis. A cara de perro. Las canchas se llenaban. Pero también eran compañeros, y de los buenos: en 1986 y 1987 jugaron juntos en la Copa Davis siendo los singlistas elegidos por Tito Vázquez, el capitán.

Algo llamaba la atención en ese juvenil De la Peña además de su tenis: cuando hablaba, era como una procesadora de datos. No comentaba su partido: lo desmenuzaba tácticamente y explicaba los golpes que había jugado, y por qué los había tirado de esa manera, en una determinada situación. Tenía el mapa del partido en la cabeza. A veces era imposible seguirle el ritmo porque el caudal informativo sobrepasaba la capacidad de entendimiento del interlocutor. De lo que no teníamos duda era de que el futuro estaba asegurado: “Este tipo está llamado a ser un docente, un entrenador de lujo, si consigue bajar a tierra todo eso que genera en su propia cabeza”.

Su carrera fue relativamente corta por lesiones. Una del codo izquierdo lo maltrató especialmente a fines de los ochenta. Años más tarde quiso estudiar abogacía, como un legado del padre y para seguir los pasos de su hermana melliza, Nuria. “Ella actúa como que es la mayor, pero yo nací segundo, así que…”. Horacio hijo sólo cursó seis meses porque justo coincidió con empezar a trabajar con Gastón Gaudio y con Totó Squillari. Su padre, también Horacio, lo marcó a fuego desde chico y lo proyectó como futuro campeón al punto de acelerarle los estudios.

Ganó cuatro títulos, derrotó a grandes como John McEnroe, Mats Wilander, Jim Courier, Andrés Gómez, Michael Chang. Hizo su carrera juvenil a la par de un crack como Boris Becker. Se retiró joven, a los 28. Vivió en Miami. Años más tarde, cuando Argentina le daba temores, eligió Santiago de Chile. Se casó tres veces, la primera de ellas con Heidi, hija de una leyenda del tenis australiano: Roy Emerson. Hoy, a los 58, disfruta de la vida con Lorena. De la Peña es padre de cinco hijos: las mellizas Camila y Guadalupe (29 años), de su segundo matrimonio, y Francesca (20), Valentino (17) y Bautista (15), con Lorena. Bauti es chileno y tenista en formación. Horacio también es abuelo, de Luca.

No dirigió jugadores durante 16 años hasta que recibió un llamado para guiar a Tomás Etcheverry. Y volvió. Están en plena temporada europea sobre polvo de ladrillo. Verlo un rato en un entrenamiento previo a la gira, en Parque Norte, permitió corroborar que es la Pulga de siempre: inquieto, docente, perfeccionista. Explicándole a su jugador qué quiere y de qué manera lograrlo. Ilusionado también con el futuro de Bauti. Apasionado de siempre por el tenis y enamorado de la buena cocina. Hablando de su vida, de su carrera, de todo lo que hizo en el tenis chileno, con medallas olímpicas incluidas, muchos años después de haber revoleado monedazos a la tribuna en Santiago durante una Copa Davis; de la convivencia con Guillermo Pérez Roldán en tiempos violentos cuando nada trascendía en los medios.

-Horacio, ¿en qué momento de tu vida te diste cuenta que querías ser tenista? ¿Cuál fue el clic?

-A los 4 empecé con una paleta de ping-pong. Desde los 6, 7 años, arranqué. Pero inconscientemente. Tuve una profesora, Nora Somoza, que tenía una manera muy apasionada de vivir el tenis. Me hablaba del tenis, de los Grand Slams, me contaba de lo que hacían Tony Roche, Lew Hoad, Roy Emerson, Rod Laver y a mí se me rompía la cabeza. Y después empecé a jugar bien, lideraba los rankings de juniors, y a los 13, 14 años no es que me decía: “¡Ah, mirá qué sorpresa, voy a ser profesional!”. Ya proyectaba mi mente a ser un campeón de tenis desde muy chiquitito. Estaba en mi cabeza. Y después hubo que tomar una decisión familiar.

-¿Eras chico de club, así de ir en familia, o ibas a la clase de tenis y nada más?

-No, club, familia, club… Creo que la gran diferencia que hace el tenis argentino con buena parte de Sudamérica es la vida del club. Los chicos hacen deporte, los padres los tiran al club a las 8 de la mañana y los buscan a las 9 de la noche, si es que los buscan o no se los lleva un amigo a dormir a su casa. Y hacen de todo. Hacen el deporte que les gusta y después van con un amigo, con la chica que les gusta y prueban otro, y así. Entonces, van teniendo una motricidad mucho más completa que el chico que hace una sola cosa.

-¿Y cómo se perfila para el tenis en este caso?

-Se hace fácil porque el club está orgulloso de que haya un chico que juegue bien al tenis. Entonces, aparece uno que tiene un par de lucas más y lo ayuda para que pueda afrontar ciertos costos. Se vive así. Eso lo viví en el Club Belgrano Social, y después en el Athletic. Más tarde me fui a un club privado, con Tony Pena: al Máster. Pero ojo, yo era un caso más atípico: a los 14 años ya jugaba con profesionales. Con el Flaco Stalhandske, con Toto Cerúndolo, con Gustavo Guerrero. Yo entrenaba con ellos desde muy chiquito.

-¿Y mientras tanto, en el cole qué onda?

-Brillante de chiquitito. ¡Brillante! Abanderado. Tenía un poder de captación impresionante. Leía una vez y ya estaba, escuchaba la clase y ya. Y siempre tuve habilidades para hablar, entonces si no sabía, inventaba. Después, cuando pasé a cuarto grado, mi papá dijo: “Yo estoy proyectando que este chico va a ser profesional y tiene que terminar el colegio temprano porque si no va a ser un problema”. Entonces, en el verano, cuando aprobé tercer grado, me puso a estudiar todo cuarto grado como si hubiera repetido. Y me llevó al colegio diciendo que nosotros nos íbamos a ir a Europa todo el año, que iba a perder el año… Pidió si por favor me dejaban dar el año como si hubiera repetido.

-¿Y qué pasó?

-Que fui a dar 4° y lo aprobé. Y me pasé a otro colegio… ¡a quinto grado! Pasé de tercero a quinto. Y ahí fue muy duro. Ahí pasé de ser muy inteligente a más o menos, porque ya jugaba muchas horas al tenis y eran todos más grandes. Era muy difícil. Se me complicó. Se me complicó todo el tiempo: desde tercer grado hasta que terminé el secundario.

-¿Las épocas de junior? Recuerdo que vi una foto tuya con Gaby Sabatini, Mecha Paz, Minuto (Miniussi), todos chicos.

-Síiiii, el Sudamericano de Chile, épocas divinas. De hecho, cuando uno se va poniendo viejo empieza a valorar ciertas cosas. El otro día me encontré en la cancha de River con Gaby. Yo estaba con uno de mis hijos y le digo: “Vamos a darle un beso a Sabatini”. Entonces vamos, le doy un beso y Gaby se queda abrazada a mí, pero abrazada como cuando estoy con alguien que me da tranquilidad, con quien estuve muchísimos años en mi vida, y mi hijo me decía: “¿Pero tan amigo sos de Gaby?”. Es que vivimos muchas cosas juntos, muchos procesos, o sea, cuando queríamos ser campeones sudamericanos, cuando quisimos entrar al tenis profesional, cuando queríamos ser número uno del mundo. Yo tenía 18 años y era 30 el mundo, quería ser número uno y ella también, y vivíamos cosas muy parecidas. No sé bien por qué, pero como que nos queremos mucho, nos respetamos mucho, y lo apreciamos mucho más ahora que cuando pasaba. Cuando Gaby me decía “Haceme picar la pelota así porque Arantxa Sánchez me la tira allá arriba”. O “tirame revés con slice”. Y nos ayudábamos mutuamente. Son cosas, recuerdos, que de más grande valorás y apreciás mucho más que en el momento.

-Pulga te puso el sueco Stalhandske, ¿pero por qué?

-Porque era chiquito y en ese momento había salido un Cartoon llamado “La hormiga atómica”. Entonces me pusieron “La pulga atómica”, y después me quedó la Pulga. Les hinchaba las bolas a todos para que me jueguen: “Jugame, jugame, jugame”. No los jodía con bromas, sino para que jugaran conmigo. Les quemaba la cabeza. Y me decían: “Pero pará Pulga. ¿Cuántas horas querés jugar?”. Y yo quería todas las que se pudieran.

-Irrumpiste muy joven, la gente te seguía, te quería, le gustaba verte. ¿Cuál era tu secreto en ese momento? Se hablaba de un nuevo fenómeno. ¿Qué era, el carisma o el tenis?

-A ver, en mi vida, hiciera lo que hiciera… yo iba a la pileta y me ponía a hacer saltos, daba vueltas carnero, muy natural mío. Siempre me gustó sobresalir, que la gente mirara y dijera “Ah, mirá”.

-Hacerte notar…

-Eso. Siempre me gustó, naturalmente, y con el tenis se me daba mucho, porque yo tenía más talento que algunos. Pero la gran diferencia que yo hacía era porque me entrenaba mucho más que el resto. Mucho más. Entonces mi talento pasaba a ser superlativo, pero no porque era tan talentoso. Yo no me veo tan talentoso como Coria, pero a los 18 años ya había ganado un ATP, a los 17 ya había ganado ya dos Challengers. O sea, jugaba muy en su nivel y hacía cosas muy parecido, pero él era mucho más talentoso que yo. Yo tiraba drop shots, globos con top, hacía muchas cosas…

-Tenían ciertas similitudes.

-Tenía mano. Pero después de muchos años de tenis me di cuenta de que Coria, Nalbandian, tenían más todavía. Pero yo le ponía muchas horas, muchas.

-Ganaste cuatro títulos, el último fue en Charlotte 1993. ¿Quedaste conforme con tu carrera o pensás que podías haber hecho más?

-No, quedé insatisfecho porque el destino me hizo terminar muy rápido. A los 23 años me lesiono un codo, donde me salió una piedra, me rompe toda la articulación y de ahí hasta los 28, cuando dejé, gané un par de títulos, pero no podía doblar el codo. De chiquito tuve el mismo problema que Coria, él 4 centímetros más bajo: pesábamos 62 kilos. Con Tony Pena no encontrábamos la manera de crecer. Las cosas que hay hoy para ponerte fuerte no existían, y las que existían eran muy peligrosas. A mí me faltó envergadura física. Entonces, me quedé sin poder de fuego. Era flaquito más que chiquito. Con 1,78m, pero muy flaquito y no podía subir de peso, y ahí daba handicap.

-El resto se fortalecía físicamente y vos no podías.

-Te cuento. Me encontré hace unas semanas con Boris Becker en el torneo de Montecarlo y nos reíamos de cómo habíamos empezado juntos en las carreras de junior a profesional. Fuimos de la mano. De hecho, yo ganaba más que él hasta que Boris gana Wimbledon en 1985. Éramos muy amigos y entrenábamos juntos siempre, él fue padrino de mi primera boda. Y me sacó 15 kilos en un año. ¡15 kilos! Se puso así (dibuja una figura gigante). No había cómo competir. Y sacaba a más de 200 km/h. Yo no podía ni mover la pelota. Entonces, me quedé como diciendo “Pucha, qué lástima que no pude encontrar la manera de crecer físicamente acorde con el talento y el esfuerzo que le ponía”.

Aun así, he ganado torneos importantes, como Kitzbühel, venciendo a tres top 10 (Brad Gilbert, Emilio Sánchez y Sergi Bruguera). Porque cuando la pelota me corría era muy difícil ganarme. Aunque eso me pasaba pocas semanas.

La rivalidad con Jaite y los monedazos

-Fines del año 83, el regreso de la democracia en Argentina. Martín Jaite, que se había ido con la familia a vivir a España durante la dictadura, vuelve al país. Y se genera un clásico muy especial con vos.

-¡Divino el clásico! Había una rivalidad de locos que nunca supe por qué. Nunca pasó nada entre nosotros. No tengo la más pálida idea de por qué estábamos enfrentados.

-No era que a vos te causara rechazo algo de él.

-¡Nada! Éramos completamente distintos. Yo era muy como cancherito y él tenía otra personalidad. Entonces chocaban las personalidades. Pero nada en particular. Cero de cero.

-Y además eran muy compañeros en la Copa Davis.

-Exacto. Por eso, cuando nos encontramos ya de viejos, ahora somos muy amigos y decimos “pero qué boludos”. Pero bueno, era la edad y también el medio alrededor no ayudó, no tuvimos dos que nos dijeran “Dale boludo, dejen de pelear. Aprovechen que la gente los quiere ver pelear y hagan como que sí están peleados y listo, se divierten”. Un detrás de las cortinas, como hacen los políticos. Lo cierto es que me quedaron muy lindos recuerdos de esa rivalidad.

-Y muy joven también debutaste en la Davis. Te tocaron dos partidos de local contra Uruguay y Perú, por la Zona Americana, y la final en el Estadio Nacional de Santiago, de Chile. Fue en 1986. Eras chico, tenías 19, y te metieron en “La Caldera”. ¿Vos te olfateabas que podía pasar algo así con la gente?

-Me acuerdo que el profe Juan Carlos Belfonte me decía: “Pulga, mirá que Chile es otra cosa, nunca vas a ver una cancha tan difícil”. Recuerdo que me preparé mucho, estaba entrenadísimo porque sabía que el perro Hans Gildemeister no tiraba ni una afuera y que me iba a tirar 8 mil drop shots, me la iba a tirar para arriba. El éxito de esa Copa Davis era que el primer día jugara contra él para gastarlo. Se dio. Entonces mi planteo fue desde la primera pelota cansarlo. Alto, alto, alto. ¡Lo maté, lo rompí todo!. Pero me putearon como nunca en mi vida.

-Nunca te achicaste en ese clima.

-Al contrario: me encantaba. Yo confiaba mucho en el trabajo. Sabía que iba a poder jugar 10 horas.

-Te tiraban monedas de la tribuna, las recogías del piso y se las tirabas vos a ellos…

-Sí, no me iban a achicar. En una me subí arriba del cajón de un juez de línea porque había uno que me escupía todo el tiempo. ¡Me tenían loco!

-¿Y cómo te bancás eso, cómo no se te va la cabeza?

-Estaba enfocadísimo en lo mío. Lo que más me desconcentró fue… Nosotros peleamos los dos primeros sets: 6-3 le gano el primero, 9-7 pierdo el segundo. En el tercer set él se muere. Voy 5-0, set point, gano la pelota, que fue mala, y dicen “game, set, Argentina”. Me voy adentro, al descanso largo. Mientras, en la cancha se pelean jugadores y capitán con el juez y los líneas. Encuentran “otro pique”, la dan buena y tengo que seguir. ¡Yo estaba en la ducha ya! Me tuve que vestir y salir a jugar de nuevo. Ahí me desconcentré un poco, de 5-0 pasé a 5-2, gané 6-2 y Gildemeister estaba roto. Lo definí en el cuarto set por 10-8.

-Fue una experiencia fuerte.

-Sí, y me dio muchas cosas para la vida: para mi vida tenística, como entrenador y para mi vida profesional.

-Y al año siguiente vas al césped en la India, a Nueva Delhi. No eras muy amigo del pasto…

-Dificilísimo. No lo entendía, no tenía herramientas. Recién más grande, cuando me caso con Heidi, la hija de Roy Emerson, y él me enseña a entender el juego de aire. Me llegó tarde esa enseñanza.

-Y no fueron muchos años más de Davis para vos después de ese 1987. Jugaste un dobles con México (1993, con Javier Frana), otro con Canadá (1989, con Batata Clerc).

-Lo que pasa es que me fui a Miami y entonces estaba muy desconectado.

-¿Qué es haber tenido de suegro a un jugador legendario como Roy Emerson?

-Era muy difícil porque era titánico Roy como entrenador. Él me preparó para jugar el dobles de la Copa Davis contra Canadá, enfrentando a Connel-Michibata. Hacíamos 7 sets seguidos de segundos saque y red, siempre sacando yo. ¡Siete sets seguidos por día! Y le tenía que decir dónde sacaba. Era una locura. Te mataba. Pero después fui y no erraba una pelota.

-Pero tenés un tipo así enfrente tuyo, inquieto y curioso como sos, ¿qué hacés?

-Yo le preguntaba todo el tiempo. Era un gran maestro del juego de aire. Lo que él sabía del juego de fondo de cancha era medio obsoleto para las nuevas curvas. Tuve la fortuna de utilizar lo que él hacía para el juego de aire y trasladarlo al juego de fondo. Todas las estructuras, jugadas, por qué la pelota iba acá, cuándo iba por detrás, cuándo iba para el otro lado, qué hacer con la pelota. Todo eso que él me enseñaba de aire yo lo trasladé al fondo. Me ayudó muchísimo para ser un gran entrenador.

“Vilas era como esa estrella a seguir, esa luz en el camino que te dice ‘es por acá’. Yo miraba lo que hacía. Y copiaba. Trataba de copiarle muchas cosas. Me entrené muchas veces con él. Me impresionaban su calidad de trabajo, su perseverancia y su búsqueda. Guillermo buscaba siempre hacer cosas nuevas. Era innovador”.

Su relación con Vilas

-Sos zurdo, usabas vincha, tenías una gran cultura para el entrenamiento, inteligencia en la cancha. Todo muy de Guillermo Vilas. ¿Cuál era tu relación con Willy?

-Era como esa estrella a seguir, esa luz en el camino que te dice “es por acá”. Yo miraba lo que hacía. Y copiaba. Trataba de copiarle muchas cosas. Me entrené muchas veces con él. Me impresionaban su calidad de trabajo, su perseverancia y su búsqueda. Guillermo buscaba siempre hacer cosas nuevas, como las que hacía con el saque con los pasitos, las que hacía al pegarle con el spin. Siempre buscaba y eso me gustó mucho de él. Era innovador.

-¿Y tenías charlas con él? ¿Te daba bola?

-Teníamos una muy buena relación, pero yo sentí que nunca me daba. Compartía conmigo tiempo, espacio, entrenamiento, pero nunca me decía “tirala esta para acá, la otra para allá”. Nunca. No me enseñaba. Yo agarraba, miraba y copiaba.

-¿Y eso por qué creés que sucedía, que no te enseñara lo que sabía?

-No sé. Yo como entrenador, como ex-jugador, soy pedagógico, mucho más generoso hasta con mis pares, los entrenadores, que son mis rivales. No tengo problemas en compartir.

-¿Qué jugador fuera de Vilas te impresionó a lo largo de tu carrera?

-A ver, el talento de Nalbandian y de Coria. De Coria me impresionaba su habilidad para encontrarle el punto flojo o lo que le molestaba al otro tipo y tirarle 300 millones de veces la pelota ahí y la habilidad de correr y agarrar los viandazos que le tiraban y volvérsela a poner ahí. Después, lo que hicieron Nadal, Federer y Djokovic es de otro planeta.

-¿Alguno te gustó más?

-A mi me gustaba la aceleración y la capacidad de adaptación de Rafa Nadal. Es una cosa de locos. Jugaba al tenis de una manera, se empieza a lesionar, jugaba de otra forma y seguía ganando y logrando cosas. Ganó 14 veces Roland Garros y en todas jugaba distinto. No podía correr, no podía hacer esto, y el tipo seguía jugando y ganando.

-¿Fue el mejor?

-Yo creo que los tres hicieron cosas galácticas. O sea, por detallecitos cualquiera de los tres podría haber pasado al otro. Si Rafa no se hubiera lesionado tanto, hubiera pasado a Nole. Si Roger le gana esa final de Wimbledon que lo tiene match point a Djokovic, cuando hace el ace, pero la pelota había tocado la faja. Si era ace, seguro le ganaba un Wimbledon más y entonces hubieran cambiado los números. Lo que hace Djokovic detrás de estos dos monstruos es una cosa de locos, impensado. Había dos tipos peleando por todo, por la gloria, y salió este y se les metió ahí. Impresionante. Y las cosas que hacía Roger con la raqueta no las hace nadie ni las va a hacer nadie. Impresionante cómo tocaba la pelota

-Le ganaste a Wilander en Boston, a McEnroe en Roland Garros. ¿Qué fueron esas victorias para vos?

-Fueron cosas importantes, muy importantes. Igual que cuando derroté a Jim Courier en Hamburgo, el mismo año que gana a Roland Garros. O a Andrés Gómez en semis de Florencia, después a Goran Ivanisevic en la final, y Andrés gana a Roland Garros a las pocas semanas. A Michael Chang el mismo año que gana Roland Garros. A mí cuando la pelota me corría, le podía jugar a cualquiera. El problema era cuando la pelota no me corría. Ellos lograban que la pelota les corriera más. Y ahí, cagaba. Michael Chang pasó de ser un chico normal a… ¿no viste lo que era? Era un músculo. Los tipos tuvieron acceso a cosas que yo no tenía. Porque no me jodas que todos se ponían así. El alemán Carl Uwe Steeb era un paquete, jugábamos juniors y me divertía con él. Terminó siendo un animal.

-¿Pero se ponían qué?

-No sé qué se ponían. Pero de eso no había, nosotros no teníamos. Porque ellos se pusieron físicamente muchísimo más fuertes que nosotros. Otro nivel. Eso hacía muchísima diferencia. Muchísima. Porque yo para generar esa misma fuerza tenía que hacer tanto desgaste que me rompía todo. Y por eso las lesiones.

-En general, vos sos un tipo muy apasionado, muy didáctico. Eras muy meticuloso como jugador y lo sos como entrenador. ¿Cómo hacés para que todo ese caudal de información le llegue al jugador sin que se enoje?

-Es difícil. Es una de las cosas que uno tiene que aprender como docente. Muchas veces, el preparador físico, el kinesiólogo, están al lado y me dicen: “Horacio, ya se le llenó el vaso. No le sigas tirando información porque está derramando”. Me cuesta. Porque me gusta explicar mucho. Pero bueno, voy aprendiendo. Me gusta aprender.

La experiencia en Chile

-¿Te fuiste a Chile en qué año?

-En el 2004, después de las medallas doradas olímpicas en Atenas que lograron Fernando González y Nico Massú.

-¿Por qué te fuiste?

-Porque estaba muy difícil la Argentina. Estaba muy peligroso, más que difícil. Muchos secuestros. Y yo estaba con jugadores profesionales que hablaban de dólares, lo que ganábamos. Y dije: “Me van a secuestrar a un pibe”. Era cuestión de tiempo. Encima la prensa, todo el mundo… porque se habla del premio del torneo y la gente lee y piensa que te llevás toda esa plata, y resulta que te queda el 10% si ganás el torneo. Pero no, “ganó un millón de dólares”. Entonces dije “esto es peligrosísimo”. Y la verdad es que era muy injusto porque a mí me gusta mucho el trabajo y sentía que la Argentina era muy injusta, porque vos trabajabas mucho y podías progresar poco. Me fui a Chile y en 20 años de Chile progresé muchísimo. Muchísimo.

“En chile me recibieron muy bien. Fue raro porque al argentino no lo quieren mucho en Chile. Pero tuve la suerte de entrenar a un chico que jugaba bien (Fernando González), pero que no ganaba. Hacerlo campeón. Y después salimos dos veces campeón del mundo (en Düsseldorf), fuimos a las Olimpíadas, trajimos dos medallas de oro, una de plata. Y la gente relacionó como que gracias a mí pasaban todas esas cosas. Entonces siempre me tiraron muy buena onda”.

-¿Estuviste más tranquilo ahí desde que llegaste?

-Mucho más. Muchísimo más, no un poco más. Ojo, nunca me robaron acá. Sí me robaron el estéreo, tonterías. Pero situaciones angustiantes, digamos, no viví.

-¿Y allá te recibieron bien siendo argentino?

-Te diría que muy bien. Fue raro porque al argentino no lo quieren mucho en Chile. Pero tuve la suerte de entrenar a un chico que jugaba bien (Fernando González), pero que no ganaba. Hacerlo campeón. Y después salimos dos veces campeón del mundo (en Düsseldorf), fuimos a las Olimpíadas, trajimos dos medallas de oro, una de plata y una de bronce. Y la gente relacionó como que gracias a mí pasaban todas esas cosas. Entonces siempre me tiraron muy buena onda. Y me fue muy fácil hacer cosas. Me llaman para dar charlas motivacionales por todo el país, para contar cómo hice yo para liderar un equipo que estuvo 20 años en segunda división y de repente pasa a ganar todo. Fue un momento mágico. A la gente le interesa mucho el cómo. ¿Cómo hiciste para agarrar algo así y darlo vuelta? Y yo cuento cómo es dirigir un equipo con tres megaestrellas como el Chino Ríos, Fernando González y Nicolás Massú. Es dificilísimo.

-¿Y cómo hiciste?

-Con el ejemplo, liderando, siendo el primero, teniendo mucho estudio detrás. Mostrándoles que yo me preocupaba. Yo sabía todo. Todo lo de los contrarios y todo lo de ellos. Tanto como ellos. ¿Cómo sabés que yo cambié la cuerda y que ahora uso esta? Sé todo. Miro todo. Y de esa manera te vas ganando la confianza y tomando decisiones drásticas, como ir a jugar un campeonato del mundo e improvisar y decir “¿Sabés qué? Vamos a jugar el dobles de fondo” cuando no se juega de fondo. Los únicos que jugaban de fondo eran el Gringo Schneiter y Escopeta Roitman. Entonces, me dije: “Las habilidades nuestras no están adelante. Llevemos el partido a nuestras habilidades”. Y salimos campeones del mundo y ganamos la medalla de oro jugando atrás. Venciendo a los mejores del mundo. Como siempre innové y no tuve nunca miedo a buscar cosas nuevas, me reconocieron mucho eso.

-Contaste no hace mucho que el Chino Ríos se tuvo que ir de Chile, que lo echaron. ¿Fue así?

-Sí, por su pensamiento, por todo. Él es muy de derecha. Muy perfeccionista. Valora mucho su trabajo y su calidad. Y le molesta la gente que no valora el trabajo y que no valora las cosas. La gente que quiere las cosas gratis o sin trabajar. Y él es muy directo.

-¿Se fue porque no le gustaba lo que veía o porque sintió que lo expulsaban?

-Se sintió muy incómodo. Porque vio que venían cuatro años (presidencia de Boric) como son. Incómodos para una persona como él. Y no lo quiso atravesar. Se fue a Estados Unidos.

-¿Y el Chino que conociste vos, ¿cuál era su secreto?

-Era muy perfeccionista. Él veía las cosas que veían muy pocos. Tenía un don, así como Coria, Nalbandian, mismo Gaudio, Federer. Ven cosas que otros no ven. Y tocaba la pelota como los dioses. Era un genio. Muy perfeccionista y muy trabajador, cosas que la gente no sabía. El fastidio que tenía con la prensa, con otros, con cualquiera, no existía. Era otro Chino. Se lo solía ver como un tipo difícil, jodido, y no, era otra persona. Y en la cancha era un animal. Lo único que quería era ganar y hacer las cosas perfectas.

-¿Feña González?

-Uno de los jugadores más explosivos del momento. Un innovador en el tenis, porque en esa época jugaba el tenis que se juega hoy: a dos, tres tiros. Una potencia, una aceleración de derecha de locos. Y muy trabajador. Con muchas ganas de lograr cosas. Empezamos estando 186 del mundo y a los 6 meses era 16. Y después se metió entre los 10 y no salió nunca más. Un tipo que quería mucho.

-¿Y Massú?

-Otro que quería mucho. Un perro, un animal de trabajo. Repetitivo. Siempre trataba de encontrarle la vuelta. Otro tipo distinto. Ganó dos oros en Atenas 2004.

-En Chile tuviste algún contacto con Guillermo Pérez Roldán, que también vive ahí, ¿no?

-Sí, hace unas semanas estuve con él.

-¿Qué impacto te causó cuando en una nota que hizo con LA NACION reveló lo de los golpes y abusos que sufrió de parte de su padre, Raúl?

-Yo lo viví al lado de él. Cuando lo vivís te parece que es normal, no lo entendés, no entendés la gravedad. Lo veo ahora y digo “qué terrible”. Pero lo viví al lado de él. Él tenía dos años menos que yo. Terrible fue.

-¿En esa época lo hablaba con ustedes?

-Yo lo vi.

-¿Pero qué viste? ¿Golpes?

-Yo lo viví al lado de él.

-O sea, eras consciente de lo que pasaba.

-Sí.

-¿Y nunca le preguntaste algo al respecto?

-Nunca me animé. Nunca me animé. Por eso digo que… Increíble. Y me da mucha pena. Porque las personas que más te pueden afectar en la vida realmente son tus padres. Y te marcan. Entonces… ¡Qué terrible!

El regreso tras 16 años

-Estuviste mucho tiempo sin dirigir y ahora volviste, con Tommy Etcheverry. ¿Por qué estuviste ausente?

-Porque yo no reconozco el tenis de entrenador como “Ah, te veo un par de semanas, después me voy y después vuelvo”. Para mí el trabajo es a full. Y con mi familia formándose, no era. Entonces dije “voy a formar a mis hijos”. Y voy a hacer cosas con el tenis que mi rol de padre me permitiera hacerlas. Y después de 16 años fuera de actividad, apareció una llamada. “Che, ¿te gustaría volver?”. Y dije, bueno, ¿qué mejor manera de prepararme para lo que me va a venir con mi hijo Bauti? De mamar el tenis ahí y ver qué es lo que está pasando, cómo está pasando.

-Volviste cuando cerraste una etapa familiar como padre.

-Sí. Y estoy recontra convencido de que fue lo correcto.

-¿Y es como si hubieras dejado el traje de entrenador y tenista y volviste a ponértelo al día siguiente? ¿No sentiste el paso de los 16 años?

-Es que ya hace cinco años que estoy con los Challengers en Chile. Viendo todos los días a los chicos. El ATP Tour es un poco más estricto y vertiginoso. Pero no me costó mucho adaptarme. Sigo mucho tenis. Hay televisores por todos lados en casa. Se ve mucho tenis. Y fútbol también, je. Soy fanático de River. Veo todos los partidos. No me pierdo ni uno. Los de River y los de Argentina. Y los partidos especiales, como Barcelona y Real Madrid o un Barcelona-Inter de la Champions League. Me gusta ir a ver a River, me fascina.

-¿A qué edad te casaste la primera vez?

-A los 23, con Heidi. No duró mucho, no hubo hijos. Me volví a casar a los 28. Fui padre de mellizas: Camila y Guadalupe. Y después a los 35, con Lorena. Nos fuimos a vivir a Chile. Tenemos tres hijos: los dos primeros nacieron acá y Bauti en Chile.

-Hablaste del Bauti tenista. ¿Qué expectativa te genera?

-Mucha. Voy a hacer todo lo posible para que sea feliz jugando al tenis. Y le voy a dar las herramientas como para que progrese.

-¿Y cómo vas a hacer para no atosigarlo de conceptos?

-Bueno, trabajamos mucho en eso con mi esposa, hablamos mucho. Pero la verdad, él es el que me reclama, no quiere a nadie más. “Basta, no es lo mismo si no sos vos”, me dice. Y pasó por los mejores lugares, ¿eh? Tiene 15 años. Juega muy bien. Cuenta con un gran físico, es diestro, tiene mucha fuerza. Le pega durísimo, sobre todo la derecha. Le falta fortalecer un poquito más la cabeza, pero se va a ir forjando.

-Dijiste que Feña González se adelantó un poco al tenis de estos tiempos. ¿Te gusta este tenis?

-No mucho. Hacen cosas sin mucho sentido. Cuando vos ves que vos le tirás una derecha invertida a Alex De Minaur, y el tipo intenta un winner de revés paralelo… Es rarísimo. Tiene poca lógica. Es un tute. O ves como juega Andrey Rublev. O Taylor Fritz. Muy poca lógica. ¡Pam, Pam! O el zurdo Ben Shelton. Claro, el día que entra todo, te impresiona. Pero no tienen lógica.

-Desde tu época hasta esta, ¿cuál fue el cambio más significativo que notaste en el tenis?

-La velocidad con que la pelota va en el aire. Vertiginoso. Juegan muy fuerte.

-¿Para qué está Echeverry?

-Creo que, primero, para consolidarse. Consolidarse top 40. Un buen top 40. Después está para entrar entre los 25 primeros. Y si logra estos dos pasos, creo que está para más. Meterse, consolidarse. Son dos pasos que cada vez están más cerca, cada vez tiene más herramientas. Tiene que seguir buscando. Queriendo más. Le cuesta mucho cambiar cosas. Lo que hacía tiene un techo y ya no le alcanza. Tenés que sorprender. Va camino a eso.

-Se ha hablado mucho de la salud mental de los deportistas, incluidos los tenistas. Incluso habló Casper Ruud antes de ganar en el Masters 1000 de Madrid y habló de sus problemas, serios. ¿Qué pasa con eso?

-Es que viven todo el día metidos en el teléfono. El teléfono es… Escuchan y ven lo que todo el mundo piensa de ellos. Y los afecta, le dan mucha bola a eso. Entonces, un flaco está comiendo unos Doritos en la casa y te dice “Sos cagón”, y lo toman como si se lo estuviera diciendo su madre. A los chicos les cuesta entender que es un boludo que apostó plata para que ganes y te está puteando porque perdiste. El cerebro no estaba todavía adaptado a lo que está pasando con la cibernética.

-¿Cómo te imaginás en 10 años?

-En 10 años me imagino viajando mucho más por el mundo viendo a mi hijo jugar por los grandes torneos. Disfrutando mucho de la vida. Me gusta comer, me gusta cocinar, me gusta viajar.

-Te vi cocinando en un concurso por TV, ¿eh?

-Je, sí. Me gusta disfrutar la vida y estoy para disfrutarla. La estoy disfrutando mucho. Y en 10 años más la voy a disfrutar más todavía. Cada vez voy a tener menos responsabilidades y la misma plata, así que la voy a disfrutar más.

-¿En casa cocinás vos?

-Muchas veces, sí. Casi todos los días.

-¿Qué es lo que mejor te sale?

-Ya estoy bastante profesional. Hago de todo. Lo que sea. Me especializo mucho en pastas, porque Bauti come muchas pastas. Me gustan mucho las carnes, los sabores. Entonces improviso y hago cosas. Me gustan mucho los mariscos. El pulpo me vuelve loco y lo hago de 80 maneras distintas. En Chile hay unos mariscos… ¡Espectacular! Participé en el concurso en la TV y me encantó. Me fue bien.

-Vivís en Lo Barnechea, en las fueras de Santiago. ¿Vas a volver alguna vez a Buenos Aires o no?

-Puede ser. Como familia lo que estamos viendo es que no queremos estar tan lejos de nuestros hijos. Tenemos una hija (Francesca) que está en la universidad acá. Bauti jugando por el mundo. Las mellizas ya están grandes, están viviendo en Chile conmigo. Tienen 29, una de ellas ya es mamá de Luca, mi único nieto, por ahora. Valentino se va a ir a estudiar a Estados Unidos, entonces también vamos a estar un poco por allá. No quiero estar tan atado a un lugar. Ya hice todo. Ya está.

 Zurdo, flaquito, usaba vincha y provocó un boom en los años ochenta. Su rivalidad con Jaite, las medallas olímpicas y el Dream Team chileno que dirigió  LA NACION