Los árbitros van al confesionario, pero no cumplen la penitencia: “recontrolar el tiempo”, su nuevo mandamiento

Los árbitros ahora tienen que pasar por el confesionario. O por una sala del predio de Ezeiza para repasar errores generales y, luego, explicar rendimientos individuales. Así sucedió esta semana, incluida la reunión de Yael Falcón Pérez, que había dirigido River-Platense, con Fernando Rapallini, nuevo gerente técnico de la estructura; el repaso de ese partido necesitó más de una hora.
El cónclave general apuntó, entre otros motivos, a tratar de cortar uno de los vicios de nuestro fútbol: las demoras intencionadas, esa forma de sacar ventaja sin que haya sanción. Un día Israel Damonte defendió a su equipo: “No hicimos tiempo, lo controlamos”. Los árbitros observaron, por ejemplo, numerosas jugadas en las que los arqueros tenían la pelota en su poder durante por lo menos 20 segundos y, mientras, aquellos le daban la espalda a la acción. ¿Se reposicionaban o evitaban advertirles que sacaran rápido? En las imágenes había arqueros de distintas camisetas. Todos lo hacen si están ganando.
Hace un año, LA NACION publicó que la liga argentina promediaba 50 minutos 19 segundos por partido y, de esa manera, sólo superaba en Sudamérica a las de Bolivia y Perú; las de Europa quedaban demasiado lejos (la Premier League estaba cerca de los 59 minutos). Lo único que varió es que el torneo actual promedia 50 minutos 5 segundos. La empresa Opta, especializada en todo tipo de estadísticas en el fútbol, revela detalles que valen la pena. Los árbitros adicionan un promedio de 8 minutos por encuentro en nuestra liga, lo que marca que el principal problema no es cuánto se agrega sino cómo se juega. El partido de tiempo efectivo más bajo fue el clásico entre Belgrano y Talleres con ¡34 minutos 49 segundos! sobre un total de 101 de disputa; por cada minuto jugado, no se jugaron dos.
El fútbol hoy se despieza en una gran cantidad de métricas. De ninguna manera un juego de tantas variables puede entenderse sólo desde los números. Pero procesarlos puede ayudar a un mejor análisis. El River-Platense de la semana fue un ejemplo. El ganador en los penales había sido perjudicado: Falcón Pérez no expulsó a Marcos Acuña, no observó un foul de Franco Mastantuono y lo ayudó a levantarse pese a que había un rival a su lado, y sancionó equivocadamente el lateral que desembocó en el empate. Paradójicamente, del lado de los de Marcelo Gallardo también se escuchaban las quejas habituales: el árbitro no había logrado evitar las interrupciones que le sacan ritmo al juego. El tiempo neto del partido (55 minutos) estuvo muy por encima de la media del torneo. Pero quedaron detalles para atender. Platense tardó un promedio de 22 segundos en sacar cada lateral y 54 cada tiro libre; River, 9 y 26. Lo de siempre: el que gana se apura; el que pierde tiene ganas de pinchar la pelota. Platense demoró 23 minutos 51 segundos para las 39 veces que tuvo que reanudar el juego; River utilizó 23 minutos 24 segundos para 61.
La solución no puede ser exclusivamente adicionar más y más minutos. En el tiempo de descuento, un equipo necesitado ataca apurado, sin margen de error. Ese equipo puede tener mejores ideas si el árbitro consigue darle agilidad al trámite. Cuesta no salirse de eje, además, si cada interrupción parece eterna. Las advertencias tienen que ser concretas, sinceras. Y en caso de reincidir, existen las tarjetas para dirigir.
El fútbol argentino no sólo exporta jugadores y entrenadores sino también conductas. Acompañen con la mente esta secuencia: cae un centro en el área chica, el arquero salta y contiene la pelota sin oposición; aun así, cuando cae, primero apoya las rodillas en el suelo y después despliega su cuerpo boca abajo. Así deja pasar el tiempo. Ahora póngale nombre al arquero de la secuencia. Un nombre, otro, alguno más… No tantos.
La otra es un paso de comedia. Un ayudante del director técnico corre media cancha para gritarle algo al arquero. O ni siquiera: el arquero ya conoce el paño y sabe en qué momento ejecutar la estrategia. Sabe que tiene que tirarse fingiendo un dolor, que debe pasar el temblor del ataque rival, que el árbitro no podrá obligarlo a pararse, que el fútbol no se juega sin arquero y que mientras tanto, su entrenador reunirá a sus compañeros. Instala el tiempo muerto de otros deportes.
La novedad reglamentaria del córner en caso de demoras de los arqueros podría evitar la primera secuencia. Por ahora no hay antídoto contra la segunda. “No sabés la bronca que genera. Les decimos que se levanten, que sabemos que no tienen nada. Y nos dicen que sí, nos mienten en la cara”, cuenta un árbitro confiable. Así como un juez no puede decidir basado en su imaginación, la autoridad en un partido de fútbol tampoco puede cobrar sin un fundamento evidente.
La forma de jugar, con más fricciones que en otros países, explica por qué hay tantas interrupciones. La técnica de menor calidad tira la pelota afuera más veces. Aferrarse a una victoria, que genera plenitud en los miles de afuera y alivio en los de adentro, lleva a tratar de controlar el tiempo. Cada uno juega como quiere. Un propósito saludable postula algo básico: que simplemente no se juegue tanto a no jugar.
Los árbitros ahora tienen que pasar por el confesionario. O por una sala del predio de Ezeiza para repasar errores generales y, luego, explicar rendimientos individuales. Así sucedió esta semana, incluida la reunión de Yael Falcón Pérez, que había dirigido River-Platense, con Fernando Rapallini, nuevo gerente técnico de la estructura; el repaso de ese partido necesitó más de una hora.
El cónclave general apuntó, entre otros motivos, a tratar de cortar uno de los vicios de nuestro fútbol: las demoras intencionadas, esa forma de sacar ventaja sin que haya sanción. Un día Israel Damonte defendió a su equipo: “No hicimos tiempo, lo controlamos”. Los árbitros observaron, por ejemplo, numerosas jugadas en las que los arqueros tenían la pelota en su poder durante por lo menos 20 segundos y, mientras, aquellos le daban la espalda a la acción. ¿Se reposicionaban o evitaban advertirles que sacaran rápido? En las imágenes había arqueros de distintas camisetas. Todos lo hacen si están ganando.
Hace un año, LA NACION publicó que la liga argentina promediaba 50 minutos 19 segundos por partido y, de esa manera, sólo superaba en Sudamérica a las de Bolivia y Perú; las de Europa quedaban demasiado lejos (la Premier League estaba cerca de los 59 minutos). Lo único que varió es que el torneo actual promedia 50 minutos 5 segundos. La empresa Opta, especializada en todo tipo de estadísticas en el fútbol, revela detalles que valen la pena. Los árbitros adicionan un promedio de 8 minutos por encuentro en nuestra liga, lo que marca que el principal problema no es cuánto se agrega sino cómo se juega. El partido de tiempo efectivo más bajo fue el clásico entre Belgrano y Talleres con ¡34 minutos 49 segundos! sobre un total de 101 de disputa; por cada minuto jugado, no se jugaron dos.
El fútbol hoy se despieza en una gran cantidad de métricas. De ninguna manera un juego de tantas variables puede entenderse sólo desde los números. Pero procesarlos puede ayudar a un mejor análisis. El River-Platense de la semana fue un ejemplo. El ganador en los penales había sido perjudicado: Falcón Pérez no expulsó a Marcos Acuña, no observó un foul de Franco Mastantuono y lo ayudó a levantarse pese a que había un rival a su lado, y sancionó equivocadamente el lateral que desembocó en el empate. Paradójicamente, del lado de los de Marcelo Gallardo también se escuchaban las quejas habituales: el árbitro no había logrado evitar las interrupciones que le sacan ritmo al juego. El tiempo neto del partido (55 minutos) estuvo muy por encima de la media del torneo. Pero quedaron detalles para atender. Platense tardó un promedio de 22 segundos en sacar cada lateral y 54 cada tiro libre; River, 9 y 26. Lo de siempre: el que gana se apura; el que pierde tiene ganas de pinchar la pelota. Platense demoró 23 minutos 51 segundos para las 39 veces que tuvo que reanudar el juego; River utilizó 23 minutos 24 segundos para 61.
La solución no puede ser exclusivamente adicionar más y más minutos. En el tiempo de descuento, un equipo necesitado ataca apurado, sin margen de error. Ese equipo puede tener mejores ideas si el árbitro consigue darle agilidad al trámite. Cuesta no salirse de eje, además, si cada interrupción parece eterna. Las advertencias tienen que ser concretas, sinceras. Y en caso de reincidir, existen las tarjetas para dirigir.
El fútbol argentino no sólo exporta jugadores y entrenadores sino también conductas. Acompañen con la mente esta secuencia: cae un centro en el área chica, el arquero salta y contiene la pelota sin oposición; aun así, cuando cae, primero apoya las rodillas en el suelo y después despliega su cuerpo boca abajo. Así deja pasar el tiempo. Ahora póngale nombre al arquero de la secuencia. Un nombre, otro, alguno más… No tantos.
La otra es un paso de comedia. Un ayudante del director técnico corre media cancha para gritarle algo al arquero. O ni siquiera: el arquero ya conoce el paño y sabe en qué momento ejecutar la estrategia. Sabe que tiene que tirarse fingiendo un dolor, que debe pasar el temblor del ataque rival, que el árbitro no podrá obligarlo a pararse, que el fútbol no se juega sin arquero y que mientras tanto, su entrenador reunirá a sus compañeros. Instala el tiempo muerto de otros deportes.
La novedad reglamentaria del córner en caso de demoras de los arqueros podría evitar la primera secuencia. Por ahora no hay antídoto contra la segunda. “No sabés la bronca que genera. Les decimos que se levanten, que sabemos que no tienen nada. Y nos dicen que sí, nos mienten en la cara”, cuenta un árbitro confiable. Así como un juez no puede decidir basado en su imaginación, la autoridad en un partido de fútbol tampoco puede cobrar sin un fundamento evidente.
La forma de jugar, con más fricciones que en otros países, explica por qué hay tantas interrupciones. La técnica de menor calidad tira la pelota afuera más veces. Aferrarse a una victoria, que genera plenitud en los miles de afuera y alivio en los de adentro, lleva a tratar de controlar el tiempo. Cada uno juega como quiere. Un propósito saludable postula algo básico: que simplemente no se juegue tanto a no jugar.
El partido entre River y Platense exhibió primero los errores groseros de Yael Falcón Pérez, pero también evidenció lo difícil que es conducir un partido en el fútbol argentino LA NACION