El jardinero de 97 años que se encarga de proteger los árboles más hermosos y emblemáticos de Japón

Cada primavera, durante la temporada de la sakura (cerezos en flor), los templos Ninna-ji y Daikaku-ji, en el frondoso barrio de Ukyo, en Kioto, Japón, se ven desbordados de turistas que llegan en autobús a hacer fotos de los cerezos en flor de los templos. Pero poco saben que, a solo unos kilómetros de distancia, hay un jardín secreto de cerezos en flor oculto a plena vista.
Esta parcela pública de 1,5 hectáreas, conocida como el jardín de la familia Sano, es un oasis de calma; se encuentra justo al lado de una calle sin pretensiones, cerca de las tradicionales casas adosadas de madera, conocidas como machiya. Pero no se trata de un bosquecillo de cerezos en flor cualquiera, sino de los dominios de Tōemon Sano, de 97 años: el sakuramori (guardián de los cerezos en flor) más famoso de Japón.
Durante más de un milenio, los japoneses admiraron los delicados pétalos del sakura como símbolo de fugacidad y belleza. En la actualidad, este pasatiempo nacional llamado hanami se convirtió en una obsesión internacional: millones de turistas de todo el mundo acuden a Japón para degustar bebidas de Starbucks con la temática del sakura y participar en picnics y festivales hanami, donde se contempla a los cerezos en flor de marzo a mayo. Pero mientras el mundo espera con impaciencia el estallido de las flores que parecen de algodón de azúcar cada primavera, uno de los papeles más importantes y menos comprendidos en el mantenimiento de los árboles recae en sus cuidadores.
Según Naoko Abe, experta en cerezos en flor y autora de La obsesión del sakura, en Japón existen arboricultores expertos en sakura desde tiempos inmemoriales. Pero gracias a la popularidad de la novela de los años 70 Sakuramori, sobre un experto en árboles encaprichado con la sakura, las comunidades empezaron a conceder este título a especialistas que lo merecían en los años siguientes.
Normalmente un jardinero profesional o un “cirujano de árboles”, el sakuramori es una combinación de botánico y guía espiritual dedicado a estudiar los sakura y promover su conservación. Como explica Asada Nobuyuki, secretario general de la Asociación Japonesa de la Sakura, hoy en día hay unos 100 sakuramori en Japón, pero hay uno que se destaca. “Se puede decir que Tōemon Sano es el más merecedor del título de sakuramori”, dice Nobuyuki, dando crédito a la amplitud de la larga y productiva carrera de Sano y a la sabiduría generacional de su familia.
Generaciones de guardianes
Un viernes por la mañana, a principios de este mes, me abrí paso por la grava de este santuario histórico para conocer al propio Sano. Él es la 16ª generación de una distinguida estirpe de agricultores que empezaron a cultivar las tierras cercanas (conocidas por sus cerezos enanos de floración tardía) a mediados del siglo XVI.
Cuando su padre murió en 1981, él asumió el nombre de pila Tōemon, según la tradición familiar, y tomó las riendas de Uetō Zōen, la empresa de paisajismo que su familia fundó en 1832 y que tiene su sede en el jardín. Durante más de 80 años, Sano utilizó sus conocimientos especializados para velar por la supervivencia de los árboles de sakura en jardines de todo Japón y del mundo.
Pero justo antes de nuestra visita, el nonagenario se enfermó y fue trasladado de urgencia al hospital. Aun así, se las arregló para que conociera a su hijo, Shinichi Sano, que supervisa las operaciones en Uetō Zōen y que algún día sucederá a su padre y continuará el legado familiar como próximo Tōemon y sakuramori.
Mientras paseábamos por el jardín, Shinichi se detuvo ante un shidarezakura (cerezo llorón) que parecía un paraguas, con sus ramas caídas cubiertas de flores color rubor de geisha. Shinichi me contó que este árbol de 40 años había crecido a partir de las semillas del sakura más emblemático de Kioto: el dramático cerezo llorón del parque Maruyama, que creció originalmente en el jardín de la familia Sano y fue replantado en su actual lugar público por el padre de Tōemon, el XV Tōemon Sano.
Aunque los sakura atrajeron a los amantes del hanami durante generaciones, Shinichi dijo que ahora se cierne sobre ellos una gran amenaza: el cambio climático. Según la Agencia Meteorológica de Japón, los cerezos en flor comenzaron a florecer 1,2 días antes por década desde 1953. Un estudio reciente descubrió que el pico de floración de los cerezos de Kioto en 2020, 2021 y 2023 fue el más temprano en más de 1200 años.
“Si el calentamiento global continúa a este ritmo, creo que acabará habiendo regiones en Japón donde los cerezos ya no florezcan”, afirma Shinichi, señalando que los inviernos con temperaturas elevadas podrían cortar de raíz la floración, ya que los árboles necesitan un frío sostenido para iniciar el proceso de floración. Si esto ocurriera, se pondría en peligro una parte importante del atractivo turístico primaveral de Japón, así como una parte integral de la identidad cultural de la nación.
“La razón por la que a los japoneses les gustan los cerezos en flor es que, tras soportar un duro invierno, las flores aparecen en el paisaje monocromo como si anunciaran la llegada de la primavera. Esta presencia silenciosa es lo que atrae a la gente y resuena profundamente en nuestros corazones”, me dijo más tarde Tōemon por correo electrónico tras recibir el alta hospitalaria.
“De los 365 días del año, los cerezos en flor soportan el viento y la nieve durante 360 días, para florecer gloriosamente durante cinco días antes de dispersarse con gracia.
Creo que este ciclo fugaz pero digno refleja la perspectiva japonesa de la vida. Puede haber un sentido de personificación en la forma en que vemos la flor del cerezo, como si encarnara una creencia espiritual o moral de que, a través de la paciencia y la perseverancia, uno acabará floreciendo”.
Más que simples árboles
Los cerezos en flor son parte integral de la psique y el alma japonesas. En el antiguo Japón, se decía que los kami (deidades) residían en los árboles. A partir del año 800, el emperador Saga (cuya antigua residencia está cerca del jardín de la familia Sano en Daikaku-ji) introdujo la práctica del hanami con fiestas oficiales para contemplar los cerezos en flor.
Para los samuráis del periodo Kamakura (1185-1333), la sakura se convirtió en un símbolo militar unificador para que los guerreros cayeran con dignidad y gracia, un mensaje del que se hicieron eco durante la II Guerra Mundial los pilotos kamikaze.
A la luz de esta importancia nacional, proteger la sakura y garantizar su sostenibilidad es algo que Japón se toma muy en serio.
Hoy en día, según Abe, muchos de los lugares más famosos a los que acuden los viajeros para ver la sakura en Japón, como el monte Yoshino en Nara y el parque Matsumae en Hokkaido, cuentan cada uno con un sakuramori dedicado.
Curiosamente, Tōemon y la ininterrumpida línea de jardineros japoneses de su familia podrían no haber llegado al nivel de sakuramori de no ser por un botánico británico.
En 1902, el naturalista inglés Collingwood “Cherry” Ingram quedó fascinado por los cerezos japoneses durante su primera visita a la nación, pero lamentó cómo la industrialización y la clonación habían provocado un declive en su diversidad.
En un esfuerzo por protegerlos, envió a Inglaterra 50 variedades en peligro de extinción y las plantó en su jardín. Cuando en la década de 1930 intentó propagar las variedades en Japón, incluido el raro cerezo Taihaku, que había dejado de cultivarse en el país, los árboles no sobrevivieron mucho tiempo.
Dada la experiencia generacional de la familia Sano, Ingram buscó al abuelo de Tōemon, que desarrolló una forma de transportar los árboles con éxito para que no brotaran antes de llegar a Japón. A partir de ese pequeño cargamento de árboles Taihaku, se cree que decenas de miles de Tahihaku florecen ahora por todo Japón y se salvaron de la extinción nacional.
El abuelo de Tōemon recogía injertos y cultivaba plantones, aventurándose en lugares lejanos como las islas Kuriles y Sajalín antes de morir en 1934. El padre de Tōemon tomó entonces el relevo y formó a su hijo para continuar el legado familiar.
Hoy en día, los viajeros que disfrutan del hipnotizante cerezo llorón del parque Maruyama tienen que agradecérselo a Tōemon, ya que la ciudad le pide que cuide del árbol durante todo el año.
Los visitantes también pueden admirar el trabajo de Tōemon en la finca Ruriko-in, donde los sakura se alzan en impresionante armonía en la propiedad cercana al Pabellón Dorado de Kinkakuji; la Villa Imperial Katsura; la Villa Imperial Shukaguin; el jardín del templo Ninna-ji; y, por supuesto, en la cercana propiedad de la familia Sano.
Incluso a sus 97 años, Tōemon sigue recopilando información sobre los diferentes tipos de sakura y haciendo dibujos detallados de la anatomía de las flores, desde los estambres y pistilos hasta las brácteas y pedúnculos, todo ello para comprender mejor cómo ayudar a que florezca el sakura.
“Mis sentimientos hacia los cerezos en flor son algo que se ha arraigado en mi vida diaria”, señala Tōemon. “Mi día a día sigue la antigua forma de vida japonesa seikō-udoku, ‘trabajar en el campo cuando hace sol y leer cuando llueve’… Si me piden que preserve cerezos en flor poco comunes, respondo injertando o sembrando semillas”.
Con ese fin, ha logrado propagar cerezos en el suelo de Hiroshima, devastada por la bomba atómica, y ha salvado un cerezo Oshima de 150 años en Yokohama que estaba destinado a ser talado.
En ese caso, cuando la comunidad local le pidió que reubicara el histórico sakura a 100 metros de distancia para preservar una vista icónica del monte Fuji, examinó cuidadosamente las tres capas de tierra que rodeaban al árbol.
Antes de excavar, Tōemon colocó ceremonialmente sake y galletas de arroz en la tierra como disculpa por la interrupción, añadió carbón y ofreció un pulpo. También conocido por abrazar a los árboles, Tōemon abrazó con fuerza el tronco tras su exitosa replantación.
Enraizados en el futuro
Mientras recorría el jardín de la familia Sano, los pétalos de cerezo caían al suelo como copos de nieve, un fenómeno llamado sakura fubuki. Además de los kami, se dice que las almas de los antepasados también residen en los cerezos en flor, conectando a la familia Sano con sus antepasados y representando la naturaleza fugaz de cada generación.
En medio de esta belleza pasajera, el concepto japonés de “mono no aware” (el reconocimiento melancólico de lo efímero de la vida y la belleza de esa impermanencia) se siente especialmente presente.
“Los cerezos en flor reflejan el modo de vida de los samuráis de antaño: hermosos por la forma en que caen con gracia y dignidad”, afirma Shinichi.
El hijo de Shinichi, Tomoaki, de 38 años, que ha empezado a asumir responsabilidades cotidianas en el negocio familiar, tiene una hija. Entonces sería posible tener la primera mujer sakuramori en esta línea.
“Dependerá de su decisión”, dijo Shinichi.
Por ahora, sin embargo, la familia está permitiendo que el 16º Tōemon Sano centre su atención en lo que mejor sabe hacer.
“Mientras mi padre esté sano, será él quien se ocupe de las sakura”, señala Shinichi. Luego le pregunté si sentía que algún día estaría preparado para asumir el papel de Tōemon Sano y sakuramori.
“No lo sabré hasta que me convierta realmente en la decimoséptima generación”, dice Shinichi. “Creo que sentiré realmente la responsabilidad por primera vez cuando realmente herede el nombre… Haré lo que se me pida”.
*Por Ross Kenneth Urken
Cada primavera, durante la temporada de la sakura (cerezos en flor), los templos Ninna-ji y Daikaku-ji, en el frondoso barrio de Ukyo, en Kioto, Japón, se ven desbordados de turistas que llegan en autobús a hacer fotos de los cerezos en flor de los templos. Pero poco saben que, a solo unos kilómetros de distancia, hay un jardín secreto de cerezos en flor oculto a plena vista.
Esta parcela pública de 1,5 hectáreas, conocida como el jardín de la familia Sano, es un oasis de calma; se encuentra justo al lado de una calle sin pretensiones, cerca de las tradicionales casas adosadas de madera, conocidas como machiya. Pero no se trata de un bosquecillo de cerezos en flor cualquiera, sino de los dominios de Tōemon Sano, de 97 años: el sakuramori (guardián de los cerezos en flor) más famoso de Japón.
Durante más de un milenio, los japoneses admiraron los delicados pétalos del sakura como símbolo de fugacidad y belleza. En la actualidad, este pasatiempo nacional llamado hanami se convirtió en una obsesión internacional: millones de turistas de todo el mundo acuden a Japón para degustar bebidas de Starbucks con la temática del sakura y participar en picnics y festivales hanami, donde se contempla a los cerezos en flor de marzo a mayo. Pero mientras el mundo espera con impaciencia el estallido de las flores que parecen de algodón de azúcar cada primavera, uno de los papeles más importantes y menos comprendidos en el mantenimiento de los árboles recae en sus cuidadores.
Según Naoko Abe, experta en cerezos en flor y autora de La obsesión del sakura, en Japón existen arboricultores expertos en sakura desde tiempos inmemoriales. Pero gracias a la popularidad de la novela de los años 70 Sakuramori, sobre un experto en árboles encaprichado con la sakura, las comunidades empezaron a conceder este título a especialistas que lo merecían en los años siguientes.
Normalmente un jardinero profesional o un “cirujano de árboles”, el sakuramori es una combinación de botánico y guía espiritual dedicado a estudiar los sakura y promover su conservación. Como explica Asada Nobuyuki, secretario general de la Asociación Japonesa de la Sakura, hoy en día hay unos 100 sakuramori en Japón, pero hay uno que se destaca. “Se puede decir que Tōemon Sano es el más merecedor del título de sakuramori”, dice Nobuyuki, dando crédito a la amplitud de la larga y productiva carrera de Sano y a la sabiduría generacional de su familia.
Generaciones de guardianes
Un viernes por la mañana, a principios de este mes, me abrí paso por la grava de este santuario histórico para conocer al propio Sano. Él es la 16ª generación de una distinguida estirpe de agricultores que empezaron a cultivar las tierras cercanas (conocidas por sus cerezos enanos de floración tardía) a mediados del siglo XVI.
Cuando su padre murió en 1981, él asumió el nombre de pila Tōemon, según la tradición familiar, y tomó las riendas de Uetō Zōen, la empresa de paisajismo que su familia fundó en 1832 y que tiene su sede en el jardín. Durante más de 80 años, Sano utilizó sus conocimientos especializados para velar por la supervivencia de los árboles de sakura en jardines de todo Japón y del mundo.
Pero justo antes de nuestra visita, el nonagenario se enfermó y fue trasladado de urgencia al hospital. Aun así, se las arregló para que conociera a su hijo, Shinichi Sano, que supervisa las operaciones en Uetō Zōen y que algún día sucederá a su padre y continuará el legado familiar como próximo Tōemon y sakuramori.
Mientras paseábamos por el jardín, Shinichi se detuvo ante un shidarezakura (cerezo llorón) que parecía un paraguas, con sus ramas caídas cubiertas de flores color rubor de geisha. Shinichi me contó que este árbol de 40 años había crecido a partir de las semillas del sakura más emblemático de Kioto: el dramático cerezo llorón del parque Maruyama, que creció originalmente en el jardín de la familia Sano y fue replantado en su actual lugar público por el padre de Tōemon, el XV Tōemon Sano.
Aunque los sakura atrajeron a los amantes del hanami durante generaciones, Shinichi dijo que ahora se cierne sobre ellos una gran amenaza: el cambio climático. Según la Agencia Meteorológica de Japón, los cerezos en flor comenzaron a florecer 1,2 días antes por década desde 1953. Un estudio reciente descubrió que el pico de floración de los cerezos de Kioto en 2020, 2021 y 2023 fue el más temprano en más de 1200 años.
“Si el calentamiento global continúa a este ritmo, creo que acabará habiendo regiones en Japón donde los cerezos ya no florezcan”, afirma Shinichi, señalando que los inviernos con temperaturas elevadas podrían cortar de raíz la floración, ya que los árboles necesitan un frío sostenido para iniciar el proceso de floración. Si esto ocurriera, se pondría en peligro una parte importante del atractivo turístico primaveral de Japón, así como una parte integral de la identidad cultural de la nación.
“La razón por la que a los japoneses les gustan los cerezos en flor es que, tras soportar un duro invierno, las flores aparecen en el paisaje monocromo como si anunciaran la llegada de la primavera. Esta presencia silenciosa es lo que atrae a la gente y resuena profundamente en nuestros corazones”, me dijo más tarde Tōemon por correo electrónico tras recibir el alta hospitalaria.
“De los 365 días del año, los cerezos en flor soportan el viento y la nieve durante 360 días, para florecer gloriosamente durante cinco días antes de dispersarse con gracia.
Creo que este ciclo fugaz pero digno refleja la perspectiva japonesa de la vida. Puede haber un sentido de personificación en la forma en que vemos la flor del cerezo, como si encarnara una creencia espiritual o moral de que, a través de la paciencia y la perseverancia, uno acabará floreciendo”.
Más que simples árboles
Los cerezos en flor son parte integral de la psique y el alma japonesas. En el antiguo Japón, se decía que los kami (deidades) residían en los árboles. A partir del año 800, el emperador Saga (cuya antigua residencia está cerca del jardín de la familia Sano en Daikaku-ji) introdujo la práctica del hanami con fiestas oficiales para contemplar los cerezos en flor.
Para los samuráis del periodo Kamakura (1185-1333), la sakura se convirtió en un símbolo militar unificador para que los guerreros cayeran con dignidad y gracia, un mensaje del que se hicieron eco durante la II Guerra Mundial los pilotos kamikaze.
A la luz de esta importancia nacional, proteger la sakura y garantizar su sostenibilidad es algo que Japón se toma muy en serio.
Hoy en día, según Abe, muchos de los lugares más famosos a los que acuden los viajeros para ver la sakura en Japón, como el monte Yoshino en Nara y el parque Matsumae en Hokkaido, cuentan cada uno con un sakuramori dedicado.
Curiosamente, Tōemon y la ininterrumpida línea de jardineros japoneses de su familia podrían no haber llegado al nivel de sakuramori de no ser por un botánico británico.
En 1902, el naturalista inglés Collingwood “Cherry” Ingram quedó fascinado por los cerezos japoneses durante su primera visita a la nación, pero lamentó cómo la industrialización y la clonación habían provocado un declive en su diversidad.
En un esfuerzo por protegerlos, envió a Inglaterra 50 variedades en peligro de extinción y las plantó en su jardín. Cuando en la década de 1930 intentó propagar las variedades en Japón, incluido el raro cerezo Taihaku, que había dejado de cultivarse en el país, los árboles no sobrevivieron mucho tiempo.
Dada la experiencia generacional de la familia Sano, Ingram buscó al abuelo de Tōemon, que desarrolló una forma de transportar los árboles con éxito para que no brotaran antes de llegar a Japón. A partir de ese pequeño cargamento de árboles Taihaku, se cree que decenas de miles de Tahihaku florecen ahora por todo Japón y se salvaron de la extinción nacional.
El abuelo de Tōemon recogía injertos y cultivaba plantones, aventurándose en lugares lejanos como las islas Kuriles y Sajalín antes de morir en 1934. El padre de Tōemon tomó entonces el relevo y formó a su hijo para continuar el legado familiar.
Hoy en día, los viajeros que disfrutan del hipnotizante cerezo llorón del parque Maruyama tienen que agradecérselo a Tōemon, ya que la ciudad le pide que cuide del árbol durante todo el año.
Los visitantes también pueden admirar el trabajo de Tōemon en la finca Ruriko-in, donde los sakura se alzan en impresionante armonía en la propiedad cercana al Pabellón Dorado de Kinkakuji; la Villa Imperial Katsura; la Villa Imperial Shukaguin; el jardín del templo Ninna-ji; y, por supuesto, en la cercana propiedad de la familia Sano.
Incluso a sus 97 años, Tōemon sigue recopilando información sobre los diferentes tipos de sakura y haciendo dibujos detallados de la anatomía de las flores, desde los estambres y pistilos hasta las brácteas y pedúnculos, todo ello para comprender mejor cómo ayudar a que florezca el sakura.
“Mis sentimientos hacia los cerezos en flor son algo que se ha arraigado en mi vida diaria”, señala Tōemon. “Mi día a día sigue la antigua forma de vida japonesa seikō-udoku, ‘trabajar en el campo cuando hace sol y leer cuando llueve’… Si me piden que preserve cerezos en flor poco comunes, respondo injertando o sembrando semillas”.
Con ese fin, ha logrado propagar cerezos en el suelo de Hiroshima, devastada por la bomba atómica, y ha salvado un cerezo Oshima de 150 años en Yokohama que estaba destinado a ser talado.
En ese caso, cuando la comunidad local le pidió que reubicara el histórico sakura a 100 metros de distancia para preservar una vista icónica del monte Fuji, examinó cuidadosamente las tres capas de tierra que rodeaban al árbol.
Antes de excavar, Tōemon colocó ceremonialmente sake y galletas de arroz en la tierra como disculpa por la interrupción, añadió carbón y ofreció un pulpo. También conocido por abrazar a los árboles, Tōemon abrazó con fuerza el tronco tras su exitosa replantación.
Enraizados en el futuro
Mientras recorría el jardín de la familia Sano, los pétalos de cerezo caían al suelo como copos de nieve, un fenómeno llamado sakura fubuki. Además de los kami, se dice que las almas de los antepasados también residen en los cerezos en flor, conectando a la familia Sano con sus antepasados y representando la naturaleza fugaz de cada generación.
En medio de esta belleza pasajera, el concepto japonés de “mono no aware” (el reconocimiento melancólico de lo efímero de la vida y la belleza de esa impermanencia) se siente especialmente presente.
“Los cerezos en flor reflejan el modo de vida de los samuráis de antaño: hermosos por la forma en que caen con gracia y dignidad”, afirma Shinichi.
El hijo de Shinichi, Tomoaki, de 38 años, que ha empezado a asumir responsabilidades cotidianas en el negocio familiar, tiene una hija. Entonces sería posible tener la primera mujer sakuramori en esta línea.
“Dependerá de su decisión”, dijo Shinichi.
Por ahora, sin embargo, la familia está permitiendo que el 16º Tōemon Sano centre su atención en lo que mejor sabe hacer.
“Mientras mi padre esté sano, será él quien se ocupe de las sakura”, señala Shinichi. Luego le pregunté si sentía que algún día estaría preparado para asumir el papel de Tōemon Sano y sakuramori.
“No lo sabré hasta que me convierta realmente en la decimoséptima generación”, dice Shinichi. “Creo que sentiré realmente la responsabilidad por primera vez cuando realmente herede el nombre… Haré lo que se me pida”.
*Por Ross Kenneth Urken
Tōemon Sano es el sakuramori más conocido de ese país y esta es su increíble historia LA NACION