
El puntano José María Gatica, de profesión boxeador sin matrícula de campeonato alguno, potencia, a cada momento, el mito popular y la fábula de su vida. Se festeja el centenario de su nacimiento con una sensación muy especial; reservada sólo para aquellos inamovibles de la cultura pasional y el folklore de un país que lo mantiene vigente. Inmortal, documentando los pasos de su savia díscola, dura y difícil, o argumentando fantasías de todo tipo, en donde el auge y el ocaso se apoderaron del guion de sus treinta y ocho años de existencia.
“El Mono” Gatica nació el 25 de mayo de 1925 en Villa Mercedes, San Luis. Fue amigo de la pobreza y las carencias desde siempre. Fue uno de los tantos pibes o “cabecitas” de ese tiempo que se subieron a un tren con la madre y los hermanos a cuestas para llegar desde el interior a Buenos Aires. Con un único capital: dos brazos, con dos puños de acero útiles para lustrar zapatos en el hall de Constitución o para noquear rivales y ganar fortunas en un Luna Park lleno entre 1945 y 1954.
Concurrente a la icónica “Vieja Misión inglesa” de San Juan y Paseo Colón, donde exhibió su fuerza de adolescente en un ring, antes marineros desconocidos y tatuados por el estímulo más grande de esos días: la merienda, con mate cocido y galleta.
Ahí comenzó una historia en el boxeo que lo ligó al Luna Park -por entonces gerenciado por sus fundadores, Ismael Pace y Pepe Lectoure-, al peronismo auténtico del General Perón y Evita, y a un clásico que no se podrá superar en la evolución del pugilismo nacional: Gatica vs. Alfredo Prada, que dividía, todavía más, un país agrietado en clases y diferencias sociales en ese período (1946–1953).
Era veloz sobre el ring, de ataque y estilo seductor. Sus ganchos y baterías ofensivas eran espectaculares y adelantaban el final de sus peleas. No era infalible, más allá de su récord brillante gestado entre 1945 y 1957, de 95 peleas, con 84 victorias (71 KO), 7 derrotas, 2 empates y un match sin decisión.
Le costó quebrar el dominio sobre Alfredo Prada, con quien repartió tres victorias en seis enfrentamientos –dos de ellos amateurs-; no se inmutó al noquear al gran Luis Federico Thompson, recién llegado desde Panamá, ni doblegar a los mejores del país como Ángel Olivieri, Armando Rizzo y José Ríos. Aunque renegó bastante en el ring con el cordobés Francisco Espelozín, con quién compartió los tres resultados posibles en varios cotejos.
No tuvo respuestas en su gran noche, en la vigilia del Día de los Reyes Magos de 1951, cuando el campeón mundial liviano Ike Williams lo noqueó en el primer round en el Madison Square Garden, en Nueva York. Los videos recuperados desmintieron aquella viñeta bohemia que condenaba a Gatica por ofrecer su mentón al campeón, que merced a su cross fulminante terminó rápido su faena.
Fue amigo de su gente, los pobres, marginales y sospechosos. Quemó su fortuna en lo que quiso y con quien le agradó. Creador de frases sin vencimiento, como “cuando Gatica tiene…, todos tienen” o “hay que pedir audiencia para hablar con Gatica”, más allá de la célebre que pronunció frente a Perón antes de estrecharse las manos: “Dos potencias se saludan”.
Fue peronista de toda la vida por amor a la causa y no por interés, plata u otras cuestiones. Apostó con Perón que su hija primogénita sería varón y se llamaría: José Juan Domingo. Y perdió. Nació Eva Ema, apadrinada por la pareja presidencial.
Murió pobre, renqueando por una lesión causada en una lucha con Martín Karadagian, en la época en la que vivía en la humilde casa de su madre, Tomasa, en Villa Domínico, a metros de las moradas de sus hermanos. Cuidado por su familia, más allá de la falta de efectivo. Lo recibían en las cantinas de la zona y valoraban su presencia.
En su último día de vida activa, ayudó a un mal vendedor ambulante de muñequitos –al borde la quiebra- a liquidarlos en la cancha de Independiente, enseñándole el oficio. Hasta Roberto Pipo Ferreiro, emblemático defensor de los Rojos, colaboró con el desconocido para agotar el stock.
Después vino todo lo demás, la caída de un colectivo a la salida de la cancha y su muerte dos días después – rodeado por todos sus seres queridos- el 12 de noviembre de 1963, en el hospital Rawson.
Dividió al país entre quienes lo amaban y quienes lo odiaban, como los grandes líderes. El arte lo convirtió en monumento, museo, tangos, película y libros. Los creativos lo imaginaron a su merced; Gatica fue auténtico y pese a la rabia contraída por tanto desplante juvenil, nunca perdió la bondad: poco expuesta a la hora de su revisionismo.
Mañana será 25 de mayo: ¡La gran fiesta patria en el país! Mañana también será día festivo y de gloria en cada rincón de un cuadrilátero: ¡Gatica cumple 100 años!
El puntano José María Gatica, de profesión boxeador sin matrícula de campeonato alguno, potencia, a cada momento, el mito popular y la fábula de su vida. Se festeja el centenario de su nacimiento con una sensación muy especial; reservada sólo para aquellos inamovibles de la cultura pasional y el folklore de un país que lo mantiene vigente. Inmortal, documentando los pasos de su savia díscola, dura y difícil, o argumentando fantasías de todo tipo, en donde el auge y el ocaso se apoderaron del guion de sus treinta y ocho años de existencia.
“El Mono” Gatica nació el 25 de mayo de 1925 en Villa Mercedes, San Luis. Fue amigo de la pobreza y las carencias desde siempre. Fue uno de los tantos pibes o “cabecitas” de ese tiempo que se subieron a un tren con la madre y los hermanos a cuestas para llegar desde el interior a Buenos Aires. Con un único capital: dos brazos, con dos puños de acero útiles para lustrar zapatos en el hall de Constitución o para noquear rivales y ganar fortunas en un Luna Park lleno entre 1945 y 1954.
Concurrente a la icónica “Vieja Misión inglesa” de San Juan y Paseo Colón, donde exhibió su fuerza de adolescente en un ring, antes marineros desconocidos y tatuados por el estímulo más grande de esos días: la merienda, con mate cocido y galleta.
Ahí comenzó una historia en el boxeo que lo ligó al Luna Park -por entonces gerenciado por sus fundadores, Ismael Pace y Pepe Lectoure-, al peronismo auténtico del General Perón y Evita, y a un clásico que no se podrá superar en la evolución del pugilismo nacional: Gatica vs. Alfredo Prada, que dividía, todavía más, un país agrietado en clases y diferencias sociales en ese período (1946–1953).
Era veloz sobre el ring, de ataque y estilo seductor. Sus ganchos y baterías ofensivas eran espectaculares y adelantaban el final de sus peleas. No era infalible, más allá de su récord brillante gestado entre 1945 y 1957, de 95 peleas, con 84 victorias (71 KO), 7 derrotas, 2 empates y un match sin decisión.
Le costó quebrar el dominio sobre Alfredo Prada, con quien repartió tres victorias en seis enfrentamientos –dos de ellos amateurs-; no se inmutó al noquear al gran Luis Federico Thompson, recién llegado desde Panamá, ni doblegar a los mejores del país como Ángel Olivieri, Armando Rizzo y José Ríos. Aunque renegó bastante en el ring con el cordobés Francisco Espelozín, con quién compartió los tres resultados posibles en varios cotejos.
No tuvo respuestas en su gran noche, en la vigilia del Día de los Reyes Magos de 1951, cuando el campeón mundial liviano Ike Williams lo noqueó en el primer round en el Madison Square Garden, en Nueva York. Los videos recuperados desmintieron aquella viñeta bohemia que condenaba a Gatica por ofrecer su mentón al campeón, que merced a su cross fulminante terminó rápido su faena.
Fue amigo de su gente, los pobres, marginales y sospechosos. Quemó su fortuna en lo que quiso y con quien le agradó. Creador de frases sin vencimiento, como “cuando Gatica tiene…, todos tienen” o “hay que pedir audiencia para hablar con Gatica”, más allá de la célebre que pronunció frente a Perón antes de estrecharse las manos: “Dos potencias se saludan”.
Fue peronista de toda la vida por amor a la causa y no por interés, plata u otras cuestiones. Apostó con Perón que su hija primogénita sería varón y se llamaría: José Juan Domingo. Y perdió. Nació Eva Ema, apadrinada por la pareja presidencial.
Murió pobre, renqueando por una lesión causada en una lucha con Martín Karadagian, en la época en la que vivía en la humilde casa de su madre, Tomasa, en Villa Domínico, a metros de las moradas de sus hermanos. Cuidado por su familia, más allá de la falta de efectivo. Lo recibían en las cantinas de la zona y valoraban su presencia.
En su último día de vida activa, ayudó a un mal vendedor ambulante de muñequitos –al borde la quiebra- a liquidarlos en la cancha de Independiente, enseñándole el oficio. Hasta Roberto Pipo Ferreiro, emblemático defensor de los Rojos, colaboró con el desconocido para agotar el stock.
Después vino todo lo demás, la caída de un colectivo a la salida de la cancha y su muerte dos días después – rodeado por todos sus seres queridos- el 12 de noviembre de 1963, en el hospital Rawson.
Dividió al país entre quienes lo amaban y quienes lo odiaban, como los grandes líderes. El arte lo convirtió en monumento, museo, tangos, película y libros. Los creativos lo imaginaron a su merced; Gatica fue auténtico y pese a la rabia contraída por tanto desplante juvenil, nunca perdió la bondad: poco expuesta a la hora de su revisionismo.
Mañana será 25 de mayo: ¡La gran fiesta patria en el país! Mañana también será día festivo y de gloria en cada rincón de un cuadrilátero: ¡Gatica cumple 100 años!
El centenario de un mito creciente y fascinante; fue amigo de la pobreza y las carencias desde siempre LA NACION