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sábado, mayo 31, 2025
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Los modernos del Instituto Di Tella y del Parakultural desembarcan en el Moderno

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En materia de la producción de artes escénicas de vanguardia se establece un inquietante puente entre lo que sucedió en el sótano del Instituto Di Tella entre 1963 y 1968, y lo que luego se gestó en el hipnótico subsuelo del Parakultural, entre 1986 y 1990. El primero estaba ubicado en la calle Florida al 900, epicentro de lo que se denominaba la “manzana loca”. El “Para”, como se lo llamaba al Parakultural, en Venezuela al 300, pleno barrio de San Telmo, cuando el teatro independiente más experimental y contracultural había copado la zona.

Un referente del mileísmo presentó a Borges como precursor de los libertarios; para los especialistas, es “imposible y absurdo”

A pocas cuadras de aquel sótano mítico del “Para” está el Museo de Arte Moderno. Allí, en el segundo piso, hoy se abre la muestra Esto es teatro. Once escenas experimentales: del Di Tella al Parakultural. Lo de “esto es teatro” es una cita al título de una canción que cantaba Nacha Guevara en el emblemático Di Tella. En esos tiempos, la crítica y el público se preguntaban si aquello que estaba sucediendo allí era realmente teatro o no. El corte con la tradición y lo establecido generaban esas cuestiones. Pero Alejandro Tantanian, Andrés Gallina y Florencia Qualina, los curadores de esta muestra que demandó un año y medio de trabajo, lo afirman. No dan espacio a esa duda. Lo revindican. Lo enaltecen. Le dan el espacio que se merece.

El espacio laberíntico diseñado por la directora y escenógrafa brasileña Daniela Thomas, una de las productora del film Ainda estou aquí, propone un recorrido por once estaciones que reparan en directores teatrales claves de la escena de la vanguardia y en dos lugares de producción y creación que nunca se dejaron llevar por las categorías establecidas de lo teatral. De hecho, se encargaron de desafiar lo establecido, de ampliar límites, de establecer puentes con otras disciplinas artísticas.

Como un gesto de profundo reconocimiento a esa actitud quien abre este fascinante recorrido es el director teatral Roberto Villanueva, que fue también la figura visionaria que estuvo a cargo del Centro de Experimentación Audiovisual del Di Tella. Fiel a sus convicciones más renovadoras, Villanueva se empeñó en borrar las barreras entre teatro, danza, mimo o teatro musical. Vecino a él, en medio ese gran espacio definido por el color negro como si fuera un mismo gran escenario con sus microescenas, está el dedicado a Griselda Gambaro, la gran dramaturga que estrenó en Di Tella El destino, obra que dirigió Jorge Petraglia. En uno como en otro conviven imágenes con textos, un objeto escultórico que remite a una de las obras y testimonios grabados que ayudan a armar este verdadero puzzle.

En una deriva de suma organicidad, muy próximo está ubicado el espacio dedicado al mismo Di Tella en donde conviven afiches que pasaron a la historia del diseño gráfico argentino como fotos obras en las aparecen Marilú Marini, Alfredo Rodríguez Arias o Iris Scaccheri, entre tantos otros. O imágenes de Oh, sólida carne, con Federico Klemm, que es el único registro audiovisual que existe de lo generado en ese sótano expansivo cuya huella sigue presente en la actualidad.

La cuarta estación (pero el curioso puede perderse generando su propio orden) está dedicada a Nacha Guevara en la etapa que hacía una aguda crítica a la institución familiar, los roles de género y la estricta moral que estaba en crisis. Hay una imponente foto de la cantante y actriz de tantas facetas y, auriculares mediante, se pueden escuchar los tres discos que editó en el Di Tella. Claro, vale aclarar, la muestra requiere de su tiempo para aprovechar cada cita, cada eco, cada melodía. En el tránsito entre una estación y otra se puede colar la voz inconfundible de Urdapilleta con un tema de Los Redondos que sonaba en el Parakultural. Todo parece formar parte de una experiencia inmersiva por un pasado de suma actualidad.

El gran fotógrafo Gianni Mestichelli se encarga de acompañar la recorrida de LA NACION por el trabajo que realizó con Ángel Elizondo, figura central y disruptiva en el terreno del mimo. El mismo creador recuerda que ese trabajo de performático en el cual aparecen retratados Verónica Llinás, Horacio Marassi y Gabriel Chamé Buendía fue censurado durante el actual período democrático. Elizondo estrenó una obra en el mismo Di Tella y, por su escuela, pasaron buena parte de los que, mucho después, se convirtieron en figuras del Parakultural.

Otra de las presentes en la recorrida para la prensa fue la artista visual Renata Schussheim, quien nunca pasa inadvertida. Tampoco su obra. Inspirada por su amigo Jean Francois Casanovas, presenta una serie de dibujos tan atrapantes como lisérgicos que solamente habían sido expuestos en 1978, en plena dictadura.

El gran espacio dedicado al genial director tucumano Víctor García ocupa un lugar central. Fue una decisión curatorial. “Si se supiera más de este hombre y de sus creaciones, el teatro argentino sería otro”, reconoce Tantanian. Rescataron media hora de su puesta de El balcón, que montó en Brasil con la compañía de Ruth Escobar, para el que mandó a destruir un teatro para presentar una de sus producciones que señores de peso pesado de la época (Fernando Arrabal, Laurence Olivier, Peter Brook o amuel Beckett) admiraban con devoción. “Víctor García fue como una llama destructiva y renovadora”, afirmó Nuria Espert, su actriz fetiche, en un texto que se lee en el inmenso espacio dedicada a quien desarrolló su tarea en Europa y Brasil (muy lejos de su Tucumán natal).

Omar Viola y Horacio Gabin, los gestores del Parakultural, fueron los que estuvieron involucrados en el armado del espacio dedicado a ese sótano troncal de la escena más renovadora de fines de los años 80 que habitaron Gambas al Ajillo, el cuarteo que integraron Alejandra Flechner, Verónica Llinás, Laura Market y María José Gabin y el trío compuesto por Alejandro Urdapilleta, Batato Barea y Humberto Tortonese, entre un largo de listado de artistas. El lugar está plagado de fotos, recortes de los diarios que daban cuenta de las rarezas que sucedían allí, fotos en blanco y negro y afiches callejeros. Allí suena uno de los temas que solía disfrutar el público fiel de ese verdadero búnker creativo.

La estación dedicada a La Organización Negra, aquel colectivo disruptivo de teatro de choque, repara en U.O.R.C-Teatro de operaciones, ese trabajo que se transformó en un verdadero objeto de culto de la época. Aquel montaje que representó un verdadero antes y después se estrenó en Cemento. Junto al “Para” fueron los lugares emblemáticos de aquel tiempo de la llamada primavera alfonsinista.

Vecino está la estación dedicada al gran Batato Barea. Hay desde un cuaderno suyo de la primaria con un dibujo con purpurina que se ganó un “10, felicitado”; a fotos de sus obras, un vestido que usó en una obra del Parakultural como anotaciones de este “clown- travesti” que fue figura icónica de under, término muy de aquella época. Muy cerca de ahí está el espacio dedicado a su amigo Alejandro Urdapilleta. Como durante todo el recorrido, siempre hay sorpresas. En este caso, se pueden leer los cuadernos que guardaron sus amigas Rita Cortese, Cecilia Roth y Alejandra Flechner.

Como si fuera un especie de fin de recorrido, según el orden establecido, hay imágenes de ese tremendo actor en Almuerzo en casa de Ludwig W, que dirigió el mismo Roberto Villanueva. Urdapilleta: el señor de fina estampa que inicia esta muestra tan lúdica y necesaria que se presenta en el Museo de Arte Moderno. Muestra, recorrido o instalación que, en palabras de sus curadores, presenta once escenas escenas que articulan “un horizonte de narrativas sensibles que ampliaron para siempre el territorio del teatro nacional”.

En materia de la producción de artes escénicas de vanguardia se establece un inquietante puente entre lo que sucedió en el sótano del Instituto Di Tella entre 1963 y 1968, y lo que luego se gestó en el hipnótico subsuelo del Parakultural, entre 1986 y 1990. El primero estaba ubicado en la calle Florida al 900, epicentro de lo que se denominaba la “manzana loca”. El “Para”, como se lo llamaba al Parakultural, en Venezuela al 300, pleno barrio de San Telmo, cuando el teatro independiente más experimental y contracultural había copado la zona.

Un referente del mileísmo presentó a Borges como precursor de los libertarios; para los especialistas, es “imposible y absurdo”

A pocas cuadras de aquel sótano mítico del “Para” está el Museo de Arte Moderno. Allí, en el segundo piso, hoy se abre la muestra Esto es teatro. Once escenas experimentales: del Di Tella al Parakultural. Lo de “esto es teatro” es una cita al título de una canción que cantaba Nacha Guevara en el emblemático Di Tella. En esos tiempos, la crítica y el público se preguntaban si aquello que estaba sucediendo allí era realmente teatro o no. El corte con la tradición y lo establecido generaban esas cuestiones. Pero Alejandro Tantanian, Andrés Gallina y Florencia Qualina, los curadores de esta muestra que demandó un año y medio de trabajo, lo afirman. No dan espacio a esa duda. Lo revindican. Lo enaltecen. Le dan el espacio que se merece.

El espacio laberíntico diseñado por la directora y escenógrafa brasileña Daniela Thomas, una de las productora del film Ainda estou aquí, propone un recorrido por once estaciones que reparan en directores teatrales claves de la escena de la vanguardia y en dos lugares de producción y creación que nunca se dejaron llevar por las categorías establecidas de lo teatral. De hecho, se encargaron de desafiar lo establecido, de ampliar límites, de establecer puentes con otras disciplinas artísticas.

Como un gesto de profundo reconocimiento a esa actitud quien abre este fascinante recorrido es el director teatral Roberto Villanueva, que fue también la figura visionaria que estuvo a cargo del Centro de Experimentación Audiovisual del Di Tella. Fiel a sus convicciones más renovadoras, Villanueva se empeñó en borrar las barreras entre teatro, danza, mimo o teatro musical. Vecino a él, en medio ese gran espacio definido por el color negro como si fuera un mismo gran escenario con sus microescenas, está el dedicado a Griselda Gambaro, la gran dramaturga que estrenó en Di Tella El destino, obra que dirigió Jorge Petraglia. En uno como en otro conviven imágenes con textos, un objeto escultórico que remite a una de las obras y testimonios grabados que ayudan a armar este verdadero puzzle.

En una deriva de suma organicidad, muy próximo está ubicado el espacio dedicado al mismo Di Tella en donde conviven afiches que pasaron a la historia del diseño gráfico argentino como fotos obras en las aparecen Marilú Marini, Alfredo Rodríguez Arias o Iris Scaccheri, entre tantos otros. O imágenes de Oh, sólida carne, con Federico Klemm, que es el único registro audiovisual que existe de lo generado en ese sótano expansivo cuya huella sigue presente en la actualidad.

La cuarta estación (pero el curioso puede perderse generando su propio orden) está dedicada a Nacha Guevara en la etapa que hacía una aguda crítica a la institución familiar, los roles de género y la estricta moral que estaba en crisis. Hay una imponente foto de la cantante y actriz de tantas facetas y, auriculares mediante, se pueden escuchar los tres discos que editó en el Di Tella. Claro, vale aclarar, la muestra requiere de su tiempo para aprovechar cada cita, cada eco, cada melodía. En el tránsito entre una estación y otra se puede colar la voz inconfundible de Urdapilleta con un tema de Los Redondos que sonaba en el Parakultural. Todo parece formar parte de una experiencia inmersiva por un pasado de suma actualidad.

El gran fotógrafo Gianni Mestichelli se encarga de acompañar la recorrida de LA NACION por el trabajo que realizó con Ángel Elizondo, figura central y disruptiva en el terreno del mimo. El mismo creador recuerda que ese trabajo de performático en el cual aparecen retratados Verónica Llinás, Horacio Marassi y Gabriel Chamé Buendía fue censurado durante el actual período democrático. Elizondo estrenó una obra en el mismo Di Tella y, por su escuela, pasaron buena parte de los que, mucho después, se convirtieron en figuras del Parakultural.

Otra de las presentes en la recorrida para la prensa fue la artista visual Renata Schussheim, quien nunca pasa inadvertida. Tampoco su obra. Inspirada por su amigo Jean Francois Casanovas, presenta una serie de dibujos tan atrapantes como lisérgicos que solamente habían sido expuestos en 1978, en plena dictadura.

El gran espacio dedicado al genial director tucumano Víctor García ocupa un lugar central. Fue una decisión curatorial. “Si se supiera más de este hombre y de sus creaciones, el teatro argentino sería otro”, reconoce Tantanian. Rescataron media hora de su puesta de El balcón, que montó en Brasil con la compañía de Ruth Escobar, para el que mandó a destruir un teatro para presentar una de sus producciones que señores de peso pesado de la época (Fernando Arrabal, Laurence Olivier, Peter Brook o amuel Beckett) admiraban con devoción. “Víctor García fue como una llama destructiva y renovadora”, afirmó Nuria Espert, su actriz fetiche, en un texto que se lee en el inmenso espacio dedicada a quien desarrolló su tarea en Europa y Brasil (muy lejos de su Tucumán natal).

Omar Viola y Horacio Gabin, los gestores del Parakultural, fueron los que estuvieron involucrados en el armado del espacio dedicado a ese sótano troncal de la escena más renovadora de fines de los años 80 que habitaron Gambas al Ajillo, el cuarteo que integraron Alejandra Flechner, Verónica Llinás, Laura Market y María José Gabin y el trío compuesto por Alejandro Urdapilleta, Batato Barea y Humberto Tortonese, entre un largo de listado de artistas. El lugar está plagado de fotos, recortes de los diarios que daban cuenta de las rarezas que sucedían allí, fotos en blanco y negro y afiches callejeros. Allí suena uno de los temas que solía disfrutar el público fiel de ese verdadero búnker creativo.

La estación dedicada a La Organización Negra, aquel colectivo disruptivo de teatro de choque, repara en U.O.R.C-Teatro de operaciones, ese trabajo que se transformó en un verdadero objeto de culto de la época. Aquel montaje que representó un verdadero antes y después se estrenó en Cemento. Junto al “Para” fueron los lugares emblemáticos de aquel tiempo de la llamada primavera alfonsinista.

Vecino está la estación dedicada al gran Batato Barea. Hay desde un cuaderno suyo de la primaria con un dibujo con purpurina que se ganó un “10, felicitado”; a fotos de sus obras, un vestido que usó en una obra del Parakultural como anotaciones de este “clown- travesti” que fue figura icónica de under, término muy de aquella época. Muy cerca de ahí está el espacio dedicado a su amigo Alejandro Urdapilleta. Como durante todo el recorrido, siempre hay sorpresas. En este caso, se pueden leer los cuadernos que guardaron sus amigas Rita Cortese, Cecilia Roth y Alejandra Flechner.

Como si fuera un especie de fin de recorrido, según el orden establecido, hay imágenes de ese tremendo actor en Almuerzo en casa de Ludwig W, que dirigió el mismo Roberto Villanueva. Urdapilleta: el señor de fina estampa que inicia esta muestra tan lúdica y necesaria que se presenta en el Museo de Arte Moderno. Muestra, recorrido o instalación que, en palabras de sus curadores, presenta once escenas escenas que articulan “un horizonte de narrativas sensibles que ampliaron para siempre el territorio del teatro nacional”.

 El mundo creativo de Nacha Guevara, Alejandro Urdapilleta, Griselda Gambaro y Batato Barea, en un fascinante recorrido por las vanguardias entre los años 60 y los 90  LA NACION