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lunes, junio 2, 2025
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Son argentinos y rompieron los esquemas de una industria: “Si trabajaste ahí, podés hacerlo en cualquier lado”

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El corralito financiero, las protestas en las calles, el resonar de los cacerolazos, los saqueos a supermercados y almacenes, una inestabilidad económica que se respiraba en el aire y el desfilar de cinco presidentes distintos en poco más de una semana, fueron sólo algunos de los hitos de la crisis de fines del 2001 y del 2002. Y en medio de ese trance de incertidumbre que atravesaba el país, hubo muchos argentinos en los que se despertó un espíritu solidario que tiene efectos residuales al día de hoy.

Y entre esos frutos que se mantienen actualmente se encuentra el caso de Belén Radavero. Vive en Rojas, provincia de Buenos Aires y, desde hace un año, se dedica a un oficio poco convencional: es chofer de camión de larga distancia. Su vecina trabajaba en el mismo rubro desde hace un tiempo y le contagió a Belén el amor por esta actividad. “Me avisó cuando se abrió la inscripción para hacer el curso y poder formarme en ese oficio. Se podría decir que entré con suerte, porque no pude inscribirme a tiempo, pero me llamaron para anotarme cuando se bajó alguien. Desde entonces, fue un cambio de 360 grados en mi vida”, recuerda emocionada.

https://www.lanacion.com.ar/propiedades/el-proyecto-que-se-construye-detras-del-megacartel-que-cubre-un-edificio-emblematico-ubicado-en-nid30052025/

¿Pero cuál es el vínculo de esta mujer con el espíritu solidario que emergió a inicios en aquellos 2001-2002? Belén es una de las argentinas que se egresaron de la Fundación Oficios, una ONG que nació en 2006 bajo el impulso de algunos jugadores del real estate y de otros rubros, que veían con inquietud la inestabilidad económica y social que atravesaba el país. “La crisis del 2001 golpeó fuertemente a la Argentina y fue duro para mucha gente. Con la idea de dar respuesta a dos cosas que faltaban en ese momento -educación y trabajo- nació Oficios”, comparte Patricio Lanusse hijo, actual director de RRII de EIDICO, quien, además, recuerda a su padre, con el mismo nombre, que fue socio fundador de la empresa y el principal impulsor de la fundación: “Tenía una carpintería en casa y siempre tuvo un amor muy grande al oficio. Nos hizo muebles a todos sus hijos y nietos, hasta la casita del jardín. Se daba maña con la madera desde que tengo uso de razón”.

Y el espíritu colaborativo en la fundación estuvo también desde los inicios, ya que, se fueron sumaron otras empresas, varias vinculadas al real estate: desde Mieres Hermanos hasta JPU, Cardón y Miguens Hermanos.

La ONG se propuso promover la inserción socio-laboral de sectores de la comunidad con menos recursos, a través de una herramienta poco frecuente, pero con efectos de gran alcance: la enseñanza de oficios. Sus cursos, que van desde electricidad domiciliaria, gasista de unidades unifuncionales, instalador del sistema eléctrico de energía renovable, carpintería de obra fina, soldadura aplicada a la construcción, marcaron a muchos estudiantes que se toparon con la fundación en momentos clave de su vida.

“Cada persona que obtiene un certificado se reinventa, resignifica su identidad. Quien se recibe de estos cursos, se para más erguido y te mira a los ojos, cambia su postura corporal y actitud”, detalla Sergio Moreno, director ejecutivo de la fundación, aludiendo a la seguridad y autoestima que ganan los egresados. Efectivamente, los graduados hablan de que los cursos marcan un punto de inflexión en sus vidas.

Ese fue el caso de David; también residente de Rojas, tiene 53 años y no pudo terminar sus estudios escolares, porque su familia tuvo la necesidad de que salga a trabajar. Estuvo más de 20 años en una cooperativa telefónica, pero “la paga no era muy buena y estaba derrotado psicológicamente, pero lo único que sabía era de ese rubro”. Y en ese entonces, se cruzó con la Fundación. Empezó con un curso de gasista y, poco a poco, fue sumando cada vez más conocimientos: plomería, herrería, sanitarios, soldadura. “Entré como una persona cerrada, que no interactuaba con nadie, pero rápidamente me encontré con un ambiente de compañerismo, docentes cercanos y gané confianza. Es difícil encontrar un lugar así”, recuerda David.

Así está la tabla de precios de la construcción en mayo 2025

Esa autoestima que ganó lo animó, más adelante, a trasmitir todos los conocimientos a los demás: se convirtió en docente, aunque vale aclarar que el lugar donde dio sus primeras clases fue un sitio poco convencional. “Me invitaron a enseñar en el penal de San Martín, donde trabaja la Fundación Espartanos. No me olvido nunca más del primer día; tenía que enseñar a los presos a cortar materiales con una sierra circular. Me quedé al lado del enchufe, para que cuando terminaran de cortar, pudiera desconectar rápidamente la máquina, por las dudas. Una vez terminada la clase, pasé por la fundación, hablé con el que me invitó a ir y me dijo entre risas: ´Si diste clases ahí, podés enseñar en cualquier lado´”.

“Creo que es un gran refugio para un montón de personas que buscan en los mismos oficios una posibilidad laboral y de desarrollo personal”, cuenta Santiago Mieres, de la inmobiliaria homónima, otra de las empresas que participaron en la génesis del proyecto. Explica que hoy, en un contexto en que hay tanta demanda de personas que realicen oficios y tan poca oferta, “es un canal de salida laboral muy fuerte”.

Transformando realidades

La fundación hoy cuenta con más de 9000 egresados y se expandió a otras sedes, que van desde Benavídez, a Derqui, el Penal de San Martín, Villa 31, Rojas y Rincón de Milberg. “Nuestro propósito es fomentar la cultura del trabajo y despertar el interés por aprender un oficio que transforme y que le dé a quien lo toma una herramienta para mejorar su día a día”, comparten.

Han hecho alianzas con distintas organizaciones, que se suman a dar un servicio a la comunidad. “Banco Galicia, por ejemplo, nos acompaña con talleres de finanzas en Villa 31, Banco Macro da cursos de educación financiera en Benavídez. La fundación transforma la realidad de sus alumnos, pero lo más gratificante es ser testigos de ellos transformando la vida de otros”, agregan desde Oficios.

Este pueblo argentino fue elegido entre los mejores del mundo

“Venía de trabajar en relación de dependencia en puestos operativos, pero sentía que quería hacer algo diferente. Nunca hubiera pensado que terminaría siendo carpintera”, cuenta Joana Galeano, que tiene 34 años y vive en Malvinas Argentinas y se egresó del curso de carpintería de inmuebles en 2018; más adelante, hizo un curso en soldadura básica, para combinar la carpintería con el hierro. Hace un tiempo se animó a montar su taller, desde el cual hace arreglos de muebles y restauraciones. Además, se acaba de especializar en woodframe -sistema de construcción americano en seco y con madera, prefabricado- y revela que “haber emprendido en un oficio tradicionalmente de hombres fue muy superador”.

Belén Radavero, en este sentido, señala que como camionera ha viajado por todo el país, desde Catamarca a Entre Ríos, Jesús María, Balcarce, Miramar y Coronel Suárez: “Hay muchos lugares que no están adecuados para las mujeres y nos tenemos que amoldar. En los puertos, por ejemplo, no existen los baños femeninos”.

La mejora económica es algo que todos resaltan luego de pasar por la fundación. “Dejé de trabajar muchas horas para ganar muy poco, a estar hoy en un oficio cómodo, de muchas horas, pero con una mejor remuneración”, detalla Belén, que cuenta que disfruta mucho de manejar camiones, desde el andar de un lugar a otro, hasta el conocer gente nueva y tener una ganancia mucho mayor. “Desde acá se le da la posibilidad a un sector de la sociedad, que muchos consideran olvidado, de aprender o de seguir aprendiendo”, concluye Esteban, otro graduado de la fundación.

El corralito financiero, las protestas en las calles, el resonar de los cacerolazos, los saqueos a supermercados y almacenes, una inestabilidad económica que se respiraba en el aire y el desfilar de cinco presidentes distintos en poco más de una semana, fueron sólo algunos de los hitos de la crisis de fines del 2001 y del 2002. Y en medio de ese trance de incertidumbre que atravesaba el país, hubo muchos argentinos en los que se despertó un espíritu solidario que tiene efectos residuales al día de hoy.

Y entre esos frutos que se mantienen actualmente se encuentra el caso de Belén Radavero. Vive en Rojas, provincia de Buenos Aires y, desde hace un año, se dedica a un oficio poco convencional: es chofer de camión de larga distancia. Su vecina trabajaba en el mismo rubro desde hace un tiempo y le contagió a Belén el amor por esta actividad. “Me avisó cuando se abrió la inscripción para hacer el curso y poder formarme en ese oficio. Se podría decir que entré con suerte, porque no pude inscribirme a tiempo, pero me llamaron para anotarme cuando se bajó alguien. Desde entonces, fue un cambio de 360 grados en mi vida”, recuerda emocionada.

https://www.lanacion.com.ar/propiedades/el-proyecto-que-se-construye-detras-del-megacartel-que-cubre-un-edificio-emblematico-ubicado-en-nid30052025/

¿Pero cuál es el vínculo de esta mujer con el espíritu solidario que emergió a inicios en aquellos 2001-2002? Belén es una de las argentinas que se egresaron de la Fundación Oficios, una ONG que nació en 2006 bajo el impulso de algunos jugadores del real estate y de otros rubros, que veían con inquietud la inestabilidad económica y social que atravesaba el país. “La crisis del 2001 golpeó fuertemente a la Argentina y fue duro para mucha gente. Con la idea de dar respuesta a dos cosas que faltaban en ese momento -educación y trabajo- nació Oficios”, comparte Patricio Lanusse hijo, actual director de RRII de EIDICO, quien, además, recuerda a su padre, con el mismo nombre, que fue socio fundador de la empresa y el principal impulsor de la fundación: “Tenía una carpintería en casa y siempre tuvo un amor muy grande al oficio. Nos hizo muebles a todos sus hijos y nietos, hasta la casita del jardín. Se daba maña con la madera desde que tengo uso de razón”.

Y el espíritu colaborativo en la fundación estuvo también desde los inicios, ya que, se fueron sumaron otras empresas, varias vinculadas al real estate: desde Mieres Hermanos hasta JPU, Cardón y Miguens Hermanos.

La ONG se propuso promover la inserción socio-laboral de sectores de la comunidad con menos recursos, a través de una herramienta poco frecuente, pero con efectos de gran alcance: la enseñanza de oficios. Sus cursos, que van desde electricidad domiciliaria, gasista de unidades unifuncionales, instalador del sistema eléctrico de energía renovable, carpintería de obra fina, soldadura aplicada a la construcción, marcaron a muchos estudiantes que se toparon con la fundación en momentos clave de su vida.

“Cada persona que obtiene un certificado se reinventa, resignifica su identidad. Quien se recibe de estos cursos, se para más erguido y te mira a los ojos, cambia su postura corporal y actitud”, detalla Sergio Moreno, director ejecutivo de la fundación, aludiendo a la seguridad y autoestima que ganan los egresados. Efectivamente, los graduados hablan de que los cursos marcan un punto de inflexión en sus vidas.

Ese fue el caso de David; también residente de Rojas, tiene 53 años y no pudo terminar sus estudios escolares, porque su familia tuvo la necesidad de que salga a trabajar. Estuvo más de 20 años en una cooperativa telefónica, pero “la paga no era muy buena y estaba derrotado psicológicamente, pero lo único que sabía era de ese rubro”. Y en ese entonces, se cruzó con la Fundación. Empezó con un curso de gasista y, poco a poco, fue sumando cada vez más conocimientos: plomería, herrería, sanitarios, soldadura. “Entré como una persona cerrada, que no interactuaba con nadie, pero rápidamente me encontré con un ambiente de compañerismo, docentes cercanos y gané confianza. Es difícil encontrar un lugar así”, recuerda David.

Así está la tabla de precios de la construcción en mayo 2025

Esa autoestima que ganó lo animó, más adelante, a trasmitir todos los conocimientos a los demás: se convirtió en docente, aunque vale aclarar que el lugar donde dio sus primeras clases fue un sitio poco convencional. “Me invitaron a enseñar en el penal de San Martín, donde trabaja la Fundación Espartanos. No me olvido nunca más del primer día; tenía que enseñar a los presos a cortar materiales con una sierra circular. Me quedé al lado del enchufe, para que cuando terminaran de cortar, pudiera desconectar rápidamente la máquina, por las dudas. Una vez terminada la clase, pasé por la fundación, hablé con el que me invitó a ir y me dijo entre risas: ´Si diste clases ahí, podés enseñar en cualquier lado´”.

“Creo que es un gran refugio para un montón de personas que buscan en los mismos oficios una posibilidad laboral y de desarrollo personal”, cuenta Santiago Mieres, de la inmobiliaria homónima, otra de las empresas que participaron en la génesis del proyecto. Explica que hoy, en un contexto en que hay tanta demanda de personas que realicen oficios y tan poca oferta, “es un canal de salida laboral muy fuerte”.

Transformando realidades

La fundación hoy cuenta con más de 9000 egresados y se expandió a otras sedes, que van desde Benavídez, a Derqui, el Penal de San Martín, Villa 31, Rojas y Rincón de Milberg. “Nuestro propósito es fomentar la cultura del trabajo y despertar el interés por aprender un oficio que transforme y que le dé a quien lo toma una herramienta para mejorar su día a día”, comparten.

Han hecho alianzas con distintas organizaciones, que se suman a dar un servicio a la comunidad. “Banco Galicia, por ejemplo, nos acompaña con talleres de finanzas en Villa 31, Banco Macro da cursos de educación financiera en Benavídez. La fundación transforma la realidad de sus alumnos, pero lo más gratificante es ser testigos de ellos transformando la vida de otros”, agregan desde Oficios.

Este pueblo argentino fue elegido entre los mejores del mundo

“Venía de trabajar en relación de dependencia en puestos operativos, pero sentía que quería hacer algo diferente. Nunca hubiera pensado que terminaría siendo carpintera”, cuenta Joana Galeano, que tiene 34 años y vive en Malvinas Argentinas y se egresó del curso de carpintería de inmuebles en 2018; más adelante, hizo un curso en soldadura básica, para combinar la carpintería con el hierro. Hace un tiempo se animó a montar su taller, desde el cual hace arreglos de muebles y restauraciones. Además, se acaba de especializar en woodframe -sistema de construcción americano en seco y con madera, prefabricado- y revela que “haber emprendido en un oficio tradicionalmente de hombres fue muy superador”.

Belén Radavero, en este sentido, señala que como camionera ha viajado por todo el país, desde Catamarca a Entre Ríos, Jesús María, Balcarce, Miramar y Coronel Suárez: “Hay muchos lugares que no están adecuados para las mujeres y nos tenemos que amoldar. En los puertos, por ejemplo, no existen los baños femeninos”.

La mejora económica es algo que todos resaltan luego de pasar por la fundación. “Dejé de trabajar muchas horas para ganar muy poco, a estar hoy en un oficio cómodo, de muchas horas, pero con una mejor remuneración”, detalla Belén, que cuenta que disfruta mucho de manejar camiones, desde el andar de un lugar a otro, hasta el conocer gente nueva y tener una ganancia mucho mayor. “Desde acá se le da la posibilidad a un sector de la sociedad, que muchos consideran olvidado, de aprender o de seguir aprendiendo”, concluye Esteban, otro graduado de la fundación.

 En esta nota te contamos la historia de las primeras mujeres camioneras y carpinteras de la Argentina y los lugares donde nacieron  LA NACION