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jueves, junio 5, 2025
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Miguel Ángel Russo, renovado a los 69: un técnico que reniega de las etiquetas, desafía el pasado y lo usa como impulso

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Miguel Ángel Russo eligió vestirse de gala para su regreso como técnico de Boca. Saco negro a botones, corbata y pantalón a tono, camisa blanca recién planchada y montgomery beige idéntico al que lució aquella inolvidable noche de 2007 cuando el Xeneize conquistó en Porto Alegre su última Copa Libertadores. “Esto es porque estoy contento y tengo alegría”, le dijo a Juan Román Riquelme antes de entrar a la sala de prensa. “Esta foto me la guardo”, le susurró al oído el presidente, con una sonrisa cómplice que decía más que cualquier discurso formal. A sus 69 años, el entrenador más veterano en la historia del Boca asumió el doble desafío de devolver al club a la elite mundial y demostrar que su edad biológica poco tiene que ver con el fuego interior que lo empuja hacia adelante.

“Bienvenido sea”, responde Russo cuando le preguntan sobre las complejidades del Mundial de Clubes, donde Boca debutará en dos semanas ante Benfica (viajará este mismo domingo a los Estados Unidos) y donde enfrentará además al Bayern Munich que llegó hasta cuartos de final en la última Champions. “Si sigo tantos años en esto es porque me siento bien, me siento feliz y me siento capaz”, afirmó Miguel, sonriente, pese a la premura con la que debe reordenar al equipo y a las dificultades que conlleva impregnarle una identidad en tan poco tiempo de trabajo.

Aunque con justicia se lo reconozca como un técnico “ordenador”, Miguel no quiere ser encasillado en esa etiqueta. No llegó solo para pacificar vestuarios ni recomponer la estructura del equipo, sino para competir en serio. Su vigencia no es discurso sino hechos: tras su paso anterior por Boca y una breve experiencia en Arabia Saudita, fue campeón con Rosario Central en la Copa de la Liga 2023 y llevó a San Lorenzo a semifinales del Torneo Apertura 2024, consolidando a varios juveniles y revitalizando al club en un momento crítico. Es, en definitiva, un técnico que no se aferra al pasado: lo usa como impulso. Y que, en la intimidad, cuando le preguntan por su oficio para conducir planteles, él responde: “¿Ordenar el vestuario? ¡Yo vengo a ganar!”.

Russo prefiere hablar del hoy, aunque la imagen que el club proyecta lo remita a su primer ciclo, cuando se consagró campeón de América con un Riquelme descomunal y enfrentó al Milan en la final del Mundial de Clubes en Yokohama. Atrás quedó 2017, ese año en que debió enfrentarse a un durísimo diagnóstico: cáncer de vejiga y de próstata. Lo superó, y desde entonces vive el fútbol con un disfrute distinto. Cada partido, cada charla táctica, cada día de trabajo, es una forma de celebrar la vida. Y también un acto de resistencia. Russo se volvió un hombre de rituales silenciosos y de decisiones que rara vez toma al azar.

¡Esta es tu casa, Miguel! 🥹 pic.twitter.com/q13xTv03rx

— Boca Juniors (@BocaJrsOficial) June 2, 2025

“Amo lo que hago y estoy muy bien con mi cuerpo técnico, buscando siempre lo mejor. Hay muchas cosas que uno guarda en privado, pero tengo a mucha gente que me ayuda, que me asesora, porque la vida y el mundo han cambiado. Hablar hoy con un chico es completamente distinto a lo que era hace 20 años. Y yo tengo que alimentarme de esas cosas, saber cómo es la sociedad y la juventud hoy en día. Vivo teniendo reuniones y charlas con gente capacitada de la que voy aprendiendo. Hay que actualizarse y estar convencido de lo que uno hace”, reflexionó.

Antes de volver a Boca en 2020, Russo decidió un cambio drástico: se despidió de sus históricos colaboradores, Guillermo Cinquetti y Hugo Gottardi. Lo hizo para abrir el juego a nuevas ideas y estrechar el vínculo con el plantel. Incorporó a Leandro Somoza y -por sugerencia de la dirigencia- a Mariano Herrón, y actualmente lo acompañan Claudio Úbeda, el colombiano Juvenal Rodríguez y el preparador físico Adrián Gerónimo.

Además, sumó a Cristian Aquino, exintegrante del cuerpo técnico de Fernando Gago que conoce muy bien al plantel y especialmente a los más jóvenes. También consultó a profesionales externos para rearmar su estructura con una perspectiva integral y más moderna.

En este nuevo ciclo, Miguel también decidió abrirse a otras disciplinas. Se apoyó en psicólogos deportivos, delegó más funciones en sus asistentes y empezó a imaginar cada partido según el perfil del rival. Aun así, su convicción sigue siendo la misma: confiar en la intuición del jugador. En sus primeros días al frente del plantel, tuvo charlas individuales con buena parte del grupo. A algunos les preguntó en qué posición se sentían más cómodos; a otros, directamente intentó levantarlos desde lo emocional, sabiendo que se vienen compromisos decisivos y que la cabeza muchas veces define lo que las piernas no pueden resolver.

“Hay cosas muy modernas que está bien utilizar, pero hay algo que siempre hay que recordar y es que la mente del futbolista tiene que estar mejor que todo el resto de las cosas”, señaló. Incluso, antes de confeccionar una lista de jugadores prescindibles, le pidió tiempo a la dirigencia para conocer a fondo cada situación y decidir con fundamentos, priorizando el compromiso individual sobre cualquier otra variable. En la interna, Russo insistió en la necesidad de incorporar futbolistas de calidad para acelerar el regreso al escenario internacional. Quedó en él la espina clavada de la Libertadores 2020, un torneo al que el equipo llegó en un gran momento, pero que la pandemia cortó de raíz, obligándolo a disputar sus encuentros en una Bombonera vacía, sin el calor del público, un factor que pesa más de lo que parece.

“Cuando tomo la decisión de ir a un club es porque es algo que me hace feliz. Boca es Boca, Boca es todos los días, es cada minuto un montón de cosas, sé muy bien de qué se trata y lo que quiere el hincha de Boca”, afirmó, con firmeza. Sobre los apellidos y el esquema a utilizar respondió que “lo futbolístico quedará para más adelante”. Y cerró con una definición que resume su ideología: para que el sueño colectivo se haga realidad, “debemos estar todos enfocados en lo mismo”.

Miguel Russo está otra vez en casa, pero no para acomodar cuadros ni recordar viejos tiempos, sino para ganar, para seguir escribiendo su historia.

Miguel Ángel Russo eligió vestirse de gala para su regreso como técnico de Boca. Saco negro a botones, corbata y pantalón a tono, camisa blanca recién planchada y montgomery beige idéntico al que lució aquella inolvidable noche de 2007 cuando el Xeneize conquistó en Porto Alegre su última Copa Libertadores. “Esto es porque estoy contento y tengo alegría”, le dijo a Juan Román Riquelme antes de entrar a la sala de prensa. “Esta foto me la guardo”, le susurró al oído el presidente, con una sonrisa cómplice que decía más que cualquier discurso formal. A sus 69 años, el entrenador más veterano en la historia del Boca asumió el doble desafío de devolver al club a la elite mundial y demostrar que su edad biológica poco tiene que ver con el fuego interior que lo empuja hacia adelante.

“Bienvenido sea”, responde Russo cuando le preguntan sobre las complejidades del Mundial de Clubes, donde Boca debutará en dos semanas ante Benfica (viajará este mismo domingo a los Estados Unidos) y donde enfrentará además al Bayern Munich que llegó hasta cuartos de final en la última Champions. “Si sigo tantos años en esto es porque me siento bien, me siento feliz y me siento capaz”, afirmó Miguel, sonriente, pese a la premura con la que debe reordenar al equipo y a las dificultades que conlleva impregnarle una identidad en tan poco tiempo de trabajo.

Aunque con justicia se lo reconozca como un técnico “ordenador”, Miguel no quiere ser encasillado en esa etiqueta. No llegó solo para pacificar vestuarios ni recomponer la estructura del equipo, sino para competir en serio. Su vigencia no es discurso sino hechos: tras su paso anterior por Boca y una breve experiencia en Arabia Saudita, fue campeón con Rosario Central en la Copa de la Liga 2023 y llevó a San Lorenzo a semifinales del Torneo Apertura 2024, consolidando a varios juveniles y revitalizando al club en un momento crítico. Es, en definitiva, un técnico que no se aferra al pasado: lo usa como impulso. Y que, en la intimidad, cuando le preguntan por su oficio para conducir planteles, él responde: “¿Ordenar el vestuario? ¡Yo vengo a ganar!”.

Russo prefiere hablar del hoy, aunque la imagen que el club proyecta lo remita a su primer ciclo, cuando se consagró campeón de América con un Riquelme descomunal y enfrentó al Milan en la final del Mundial de Clubes en Yokohama. Atrás quedó 2017, ese año en que debió enfrentarse a un durísimo diagnóstico: cáncer de vejiga y de próstata. Lo superó, y desde entonces vive el fútbol con un disfrute distinto. Cada partido, cada charla táctica, cada día de trabajo, es una forma de celebrar la vida. Y también un acto de resistencia. Russo se volvió un hombre de rituales silenciosos y de decisiones que rara vez toma al azar.

¡Esta es tu casa, Miguel! 🥹 pic.twitter.com/q13xTv03rx

— Boca Juniors (@BocaJrsOficial) June 2, 2025

“Amo lo que hago y estoy muy bien con mi cuerpo técnico, buscando siempre lo mejor. Hay muchas cosas que uno guarda en privado, pero tengo a mucha gente que me ayuda, que me asesora, porque la vida y el mundo han cambiado. Hablar hoy con un chico es completamente distinto a lo que era hace 20 años. Y yo tengo que alimentarme de esas cosas, saber cómo es la sociedad y la juventud hoy en día. Vivo teniendo reuniones y charlas con gente capacitada de la que voy aprendiendo. Hay que actualizarse y estar convencido de lo que uno hace”, reflexionó.

Antes de volver a Boca en 2020, Russo decidió un cambio drástico: se despidió de sus históricos colaboradores, Guillermo Cinquetti y Hugo Gottardi. Lo hizo para abrir el juego a nuevas ideas y estrechar el vínculo con el plantel. Incorporó a Leandro Somoza y -por sugerencia de la dirigencia- a Mariano Herrón, y actualmente lo acompañan Claudio Úbeda, el colombiano Juvenal Rodríguez y el preparador físico Adrián Gerónimo.

Además, sumó a Cristian Aquino, exintegrante del cuerpo técnico de Fernando Gago que conoce muy bien al plantel y especialmente a los más jóvenes. También consultó a profesionales externos para rearmar su estructura con una perspectiva integral y más moderna.

En este nuevo ciclo, Miguel también decidió abrirse a otras disciplinas. Se apoyó en psicólogos deportivos, delegó más funciones en sus asistentes y empezó a imaginar cada partido según el perfil del rival. Aun así, su convicción sigue siendo la misma: confiar en la intuición del jugador. En sus primeros días al frente del plantel, tuvo charlas individuales con buena parte del grupo. A algunos les preguntó en qué posición se sentían más cómodos; a otros, directamente intentó levantarlos desde lo emocional, sabiendo que se vienen compromisos decisivos y que la cabeza muchas veces define lo que las piernas no pueden resolver.

“Hay cosas muy modernas que está bien utilizar, pero hay algo que siempre hay que recordar y es que la mente del futbolista tiene que estar mejor que todo el resto de las cosas”, señaló. Incluso, antes de confeccionar una lista de jugadores prescindibles, le pidió tiempo a la dirigencia para conocer a fondo cada situación y decidir con fundamentos, priorizando el compromiso individual sobre cualquier otra variable. En la interna, Russo insistió en la necesidad de incorporar futbolistas de calidad para acelerar el regreso al escenario internacional. Quedó en él la espina clavada de la Libertadores 2020, un torneo al que el equipo llegó en un gran momento, pero que la pandemia cortó de raíz, obligándolo a disputar sus encuentros en una Bombonera vacía, sin el calor del público, un factor que pesa más de lo que parece.

“Cuando tomo la decisión de ir a un club es porque es algo que me hace feliz. Boca es Boca, Boca es todos los días, es cada minuto un montón de cosas, sé muy bien de qué se trata y lo que quiere el hincha de Boca”, afirmó, con firmeza. Sobre los apellidos y el esquema a utilizar respondió que “lo futbolístico quedará para más adelante”. Y cerró con una definición que resume su ideología: para que el sueño colectivo se haga realidad, “debemos estar todos enfocados en lo mismo”.

Miguel Russo está otra vez en casa, pero no para acomodar cuadros ni recordar viejos tiempos, sino para ganar, para seguir escribiendo su historia.

 El DT, campeón de la Copa Libertadores en 2007 volvió con ideas nuevas y la experiencia necesaria para “competir” con los mejores; qué le espera para su tercer ciclo en Boca  LA NACION