Sergio Podeley, del disparo que marcó su adolescencia a su complejo protagónico en Gatillero: “La actuación me salvó la vida”
“Tenía 14 años y me desperté con los gritos de mi viejo: ‘Te tiro, te tiro’. Habían entrado dos ladrones a mi casa. La escucho a mi vieja gritar, ahí me sentí otro, me nació el superhéroe. Agarré el otro revólver que había y salí corriendo a los tiros, porque quería defender a mamá”, relata Sergio Podeley, 31 años después, mientras toma un café en un bar de Palermo. Su recuerdo bien podría ser uno de “El Galgo”, su personaje en Gatillero, la película que estrena este jueves con dirección de Cristian Tapia Marchiori. Pero no lo es. Son sus vivencias. ¿Cuál es la diferencia entre él y el papel que interpreta? Su familia y el arte que se cruzó en su camino: “La actuación me salvó la vida”.
A 25 años de haber interpretado a “El Mulo” en Okupas, Podeley vuelve a sumergirse en un barrio. Esta vez, el escenario es la Isla Maciel, en un gran plano secuencia de casi una hora y media del cual él casi nunca sale de cuadro, donde se muestra cómo a sus habitantes la vida les puede cambiar de un minuto al otro. El actor, que dio sus primeros pasos en Verano del ’98, cuenta cómo fue grabar en un “set vivo”, cómo su historia personal lo ayudó a sumarle capas a su personaje y abre el ofrecimiento a dar clases de actuación a chicos que lo necesiten. “Es que nos educan para ser pobres”, dice. En el film lo acompañan Julieta Díaz, Maite Lanata, Ramiro Blas, Mariano Torre Matías Desiderio, Susana Varela, Gonzalo Garavano y Bianca Di Pasquale.
—¿Cómo es El Galgo, tu personaje en Gatillero?
—Mirá, lo que me pasa cuando veo la película es que enseguida me dan ganas de ayudarlo. Pero porque yo eso lo viví. Yo viví con amigos que hacían ese tipo de cosas, aunque no querían y se sentían mal, pero era la educación que tuvieron. Ojo, no voy a justificar a un ladrón. De hecho, siempre con mi viejo enfrentábamos a los ladrones a los tiros, a las piñas. Viví y crecí en Villa Fiorito, donde era estar en casa, escuchar griterío y salir… Es muy doloroso vivir eso todo el tiempo.
—¿Con quién vivías?
—Con mis viejos, mi hermano dos años mayor y mi hermana dos años más chica. Una madrugada, tipo tres de la mañana cuando tenía 14 me despierto escuchando a mi viejo gritar: “Te tiro, te tiro”. Habían entrados dos ladrones a mi casa. Quedé en medio de las balas, a mi hermana la tiro al piso, y la escucho a mi vieja gritar, ahí me sentí otro, me nació el superhéroe. Me había enojado, entonces agarré el otro arma que había en mi casa y salí corriendo por la calle de tierra, a los tiros. Fue de película. Yo ya me había peleado, pero ahí me sentí otro. Los seguí corriendo y le tiré a uno de ellos por la espalda y cayó. Mi viejo me dijo que qué hacía, que nos iban a ir a buscar. “Quería defender a mamá, pá”, le dije y ahí me entendió y nos abrazamos. ¿Qué nos iban a sacar? Un tele y dos bicicletas, por eso te podían cocinar a tiros. Yo no recuerdo cuando que me enseñaran a jugar a la pelota, pero sí que a mis nueve años mi viejo me enseñó a empuñar un arma para defender a mi familia cuando él no estuviera. No me llegaban los dedos al gatillo, yo no podía disparar y mi hermano con 11 años pudo. Si mi viejo hubiera sido malo, yo hubiera sido peor que El Galgo.
—Gracias a tus papás no te convertiste en El Galgo, digamos…
—Sí, y a la educación. A los 24 me fui del barrio porque me iban a matar, ya por esa época no andaba más enfierrado entonces estaba en desventaja y me fui a vivir a Capital. Pero me cansé de reducir ladrones, de salvar a gente que le estaban robando. También hice boxeo, taekwondo. Son muy zen, pero que no me hagan sacar esa oscuridad, porque ese pasado está latente todo el tiempo, soy empático, leí, me instruí. Mientras hablo con vos, sé todo lo que está pasando en este bar porque a los cinco años en mi casa escuchaba ruido y estaba alerta. Y en la película el personaje de Nilda (Susana Varela) hace lo que hicieron mis viejos por mí.
—¿Y la actuación?
—Me salvó la vida. Siempre fui del bando de los buenos, a los ocho años vendía bombuchas en carnaval y en el año vendía rifas, me las rebuscaba y a los 10 me compré mi bici; ya tenía el sentido del sacrificio. En la puerta de mi casa estaba la barra de los Andes, y mi viejo me sacaba de eso. Y el arte me salvó la vida. En el año 99 arranco en el Verano del ‘98. Luego viene el casting de Okupas y quedé.
—¿Habías estudiado?
—Había hecho un taller durante tres meses en Banfield, era muy caradura. Y volviendo a El Galgo, él tiene mucho de lo vivido por mí y de gente que vi, ahí nace este personaje, con cosas mías pero más que nada lo que vi y forjó mi personalidad y ahí yo le fui metiendo capas y por eso él es de muchas formas según con quien interactúe.
—¿Cómo fue trabajar en plano secuencia, un recurso que le suma mucha tensión a la historia?
—Fue el desafío más grande que viví como actor, además de no usar doble para las escenas de riesgo y no hacerlo en un set donde está todo controlado, sino rodar en una Isla Maciel que está viva, porque mientras grabábamos escuchaba tiros a lo lejos. Yo veía todos los movimientos porque vengo de un barrio y hay algo que me nace, que es cuidar a los míos.
—¿Cómo se filmó Gatillero?
—Fue difícil acomodar todo eso, los que podían correr atrás de Tapia lo hacían, gente escondida detrás de un árbol y cada uno hacía su función. El equipo técnico hizo un trabajo muy difícil. Es imposible que se grabe en una sola toma porque pasaban cosas y hubo unos pequeños cortes y era todo como una coreografía teatral de un montón de kilómetros donde si uno se equivocaba era un tema. Y volviendo a mi personaje, es difícil que vean un personaje marginal con tantos matices como El Galgo, y eso es porque estaba muy pendiente del equipo y esta peli me dio un montón de herramientas y me volvió mejor actor, porque tal vez tenía que pararme en un lugar y en el momento veía una sombra y entonces me paraba en otro lado. Fue un aprendizaje para todos y tuve el privilegio de poder vivirlo. Y durante los días que rodábamos estaba todo el tiempo concentrado, dormía concentrado en esto.
—¿Con el director, Cristian Tapia Marchiori, se conocen desde antes?
—Sí, una película en la que hacía de jockey y en una escena tuve que correr en un pura sangre. Después me invitó a su ópera prima, no tenía papel para mi pero me inventó uno, hicimos El Docke una serie que muchos la ven como una continuación de Okupas, y estamos con otras series que estamos moviendo; son proyectos muy grandes y estamos buscándoles productor.
—¿Y qué pasa con El Docke? ¿Tuviste que hablar con los creadores de Okupas para pedir permiso?
—No porque no es Okupas. De hecho, yo cuando subí un trailer a las redes sociales, me empezaron a llamar un montón de artistas que querían ser parte de eso, que les encantaba… Trueno, por ejemplo. Yo hice una historia en la que están los personajes malos de Okupas, que es el Negro Pablo y el Mulo, con otros nombres, pero la gente al vernos juntos asoció.
—¿Y en qué estado está la serie?
—Tengo escritos ocho capítulos de una hora, dossier, trailer. Los tiempos están difíciles, no me puedo quedar quieto e hice otro trailer de Chamamé, el libro de Leonardo Oyola del que conseguimos los derechos. Esa es una serie gigantesca, y estamos buscando quién pueda ayudar a producir. Yo sigo apostando a la ficción, no tenemos que dejar morir la tele… Acá en la Argentina, hay mucho talento. Por todo, por nosotros, por los actores, por la cultura, tenemos todo para seguir haciendo ficción y de la buena. Yo tengo unas quince ficciones escritas. Hay un montón de guionistas y directores que son bestias y que si les das una oportunidad la rompen. A mí me llega después de 25 años la oportunidad del protagónico con Gatillero, y hace rato vengo pidiendo la pista.
—¿Sentís que siempre son los mismos los que trabajan?
—Sí, es que no es algo que siento, son siempre los mismos. Pero hay un sector, que somos los que estamos al margen, que nadie conoce y que tenemos una fuerza arrolladora, estoy dispuesto a ser la cabeza de eso, porque tengo el conocimiento actoral, tengo el conocimiento detrás de cámara, tengo el conocimiento de dirección. Hay mucho talento.
—Volviendo a tus inicios…
—Lo mío siempre fue más autodidacta, tengo muy poco estudio de actuación, mil millones de vivencias, tengo la sensibilidad de poder transmutarlas a un personaje. Mi carrera es muy camaleónica, pero todos se quedan con que me vieron de ladrón.
—Cuando arrancaste en Verano del 98, ¿cómo era en tu barrio ser “el chico de la tele”?
—Fue difícil para mí porque empecé a trabajar en la tele y por ahí iba un boliche y me conocían y yo quería estar con mis amigos. Entonces estaba con amigos y de golpe te saludaban y quería estar con mi gente y si no saludaba insultaban. El barrio por suerte me abrazó, porque teníamos al futbolista del barrio, Maradona, y ahora al actor. Y era lindo porque la gente te sonríe y llevarle sonrisas a las personas que tal vez no tienen motivos por los cuales sonreír, es un montón.
—¿Seguís yendo Fiorito?
—Sí. Mis viejos siguen viviendo allá, mis hermanos, tíos, y voy mínimo una vez por semana. Hace un mes encontré una foto con unos pibes unos 10 años más chicos que yo a los que les hablaba mucho porque querían hacer otras cosas, pero no tenían oportunidades.
—¿Es difícil salir?
—Sí. Es que hay que darle más rosca a la educación porque no estamos educando bien, no me siento cómodo con la educación que tenemos. Te educan para ser pobre, que no sueñes en grande, en la Argentina y en muchos países. No te educan para que seas dueño, un mentor o que enseñes a los más chicos con un ejemplo, no le importamos a nadie. Me ofrezco con la gente de Cultura para dar clases de teatro por las provincias. A mí la actuación me salvó la vida, entonces veo crecer flores en medio del pavimento, veo a esos chicos y me doy cuenta quién está queriendo salir y a ellos quiero ayudar. Tengo la pasión para poder hacer algo desde mis clases de actuación, gratuito por todo el país. Pero hay que hacer hincapié en educación, lo veo desde que soy chico. Los invisibles somos los que podemos cambiar el mundo.
“Tenía 14 años y me desperté con los gritos de mi viejo: ‘Te tiro, te tiro’. Habían entrado dos ladrones a mi casa. La escucho a mi vieja gritar, ahí me sentí otro, me nació el superhéroe. Agarré el otro revólver que había y salí corriendo a los tiros, porque quería defender a mamá”, relata Sergio Podeley, 31 años después, mientras toma un café en un bar de Palermo. Su recuerdo bien podría ser uno de “El Galgo”, su personaje en Gatillero, la película que estrena este jueves con dirección de Cristian Tapia Marchiori. Pero no lo es. Son sus vivencias. ¿Cuál es la diferencia entre él y el papel que interpreta? Su familia y el arte que se cruzó en su camino: “La actuación me salvó la vida”.
A 25 años de haber interpretado a “El Mulo” en Okupas, Podeley vuelve a sumergirse en un barrio. Esta vez, el escenario es la Isla Maciel, en un gran plano secuencia de casi una hora y media del cual él casi nunca sale de cuadro, donde se muestra cómo a sus habitantes la vida les puede cambiar de un minuto al otro. El actor, que dio sus primeros pasos en Verano del ’98, cuenta cómo fue grabar en un “set vivo”, cómo su historia personal lo ayudó a sumarle capas a su personaje y abre el ofrecimiento a dar clases de actuación a chicos que lo necesiten. “Es que nos educan para ser pobres”, dice. En el film lo acompañan Julieta Díaz, Maite Lanata, Ramiro Blas, Mariano Torre Matías Desiderio, Susana Varela, Gonzalo Garavano y Bianca Di Pasquale.
—¿Cómo es El Galgo, tu personaje en Gatillero?
—Mirá, lo que me pasa cuando veo la película es que enseguida me dan ganas de ayudarlo. Pero porque yo eso lo viví. Yo viví con amigos que hacían ese tipo de cosas, aunque no querían y se sentían mal, pero era la educación que tuvieron. Ojo, no voy a justificar a un ladrón. De hecho, siempre con mi viejo enfrentábamos a los ladrones a los tiros, a las piñas. Viví y crecí en Villa Fiorito, donde era estar en casa, escuchar griterío y salir… Es muy doloroso vivir eso todo el tiempo.
—¿Con quién vivías?
—Con mis viejos, mi hermano dos años mayor y mi hermana dos años más chica. Una madrugada, tipo tres de la mañana cuando tenía 14 me despierto escuchando a mi viejo gritar: “Te tiro, te tiro”. Habían entrados dos ladrones a mi casa. Quedé en medio de las balas, a mi hermana la tiro al piso, y la escucho a mi vieja gritar, ahí me sentí otro, me nació el superhéroe. Me había enojado, entonces agarré el otro arma que había en mi casa y salí corriendo por la calle de tierra, a los tiros. Fue de película. Yo ya me había peleado, pero ahí me sentí otro. Los seguí corriendo y le tiré a uno de ellos por la espalda y cayó. Mi viejo me dijo que qué hacía, que nos iban a ir a buscar. “Quería defender a mamá, pá”, le dije y ahí me entendió y nos abrazamos. ¿Qué nos iban a sacar? Un tele y dos bicicletas, por eso te podían cocinar a tiros. Yo no recuerdo cuando que me enseñaran a jugar a la pelota, pero sí que a mis nueve años mi viejo me enseñó a empuñar un arma para defender a mi familia cuando él no estuviera. No me llegaban los dedos al gatillo, yo no podía disparar y mi hermano con 11 años pudo. Si mi viejo hubiera sido malo, yo hubiera sido peor que El Galgo.
—Gracias a tus papás no te convertiste en El Galgo, digamos…
—Sí, y a la educación. A los 24 me fui del barrio porque me iban a matar, ya por esa época no andaba más enfierrado entonces estaba en desventaja y me fui a vivir a Capital. Pero me cansé de reducir ladrones, de salvar a gente que le estaban robando. También hice boxeo, taekwondo. Son muy zen, pero que no me hagan sacar esa oscuridad, porque ese pasado está latente todo el tiempo, soy empático, leí, me instruí. Mientras hablo con vos, sé todo lo que está pasando en este bar porque a los cinco años en mi casa escuchaba ruido y estaba alerta. Y en la película el personaje de Nilda (Susana Varela) hace lo que hicieron mis viejos por mí.
—¿Y la actuación?
—Me salvó la vida. Siempre fui del bando de los buenos, a los ocho años vendía bombuchas en carnaval y en el año vendía rifas, me las rebuscaba y a los 10 me compré mi bici; ya tenía el sentido del sacrificio. En la puerta de mi casa estaba la barra de los Andes, y mi viejo me sacaba de eso. Y el arte me salvó la vida. En el año 99 arranco en el Verano del ‘98. Luego viene el casting de Okupas y quedé.
—¿Habías estudiado?
—Había hecho un taller durante tres meses en Banfield, era muy caradura. Y volviendo a El Galgo, él tiene mucho de lo vivido por mí y de gente que vi, ahí nace este personaje, con cosas mías pero más que nada lo que vi y forjó mi personalidad y ahí yo le fui metiendo capas y por eso él es de muchas formas según con quien interactúe.
—¿Cómo fue trabajar en plano secuencia, un recurso que le suma mucha tensión a la historia?
—Fue el desafío más grande que viví como actor, además de no usar doble para las escenas de riesgo y no hacerlo en un set donde está todo controlado, sino rodar en una Isla Maciel que está viva, porque mientras grabábamos escuchaba tiros a lo lejos. Yo veía todos los movimientos porque vengo de un barrio y hay algo que me nace, que es cuidar a los míos.
—¿Cómo se filmó Gatillero?
—Fue difícil acomodar todo eso, los que podían correr atrás de Tapia lo hacían, gente escondida detrás de un árbol y cada uno hacía su función. El equipo técnico hizo un trabajo muy difícil. Es imposible que se grabe en una sola toma porque pasaban cosas y hubo unos pequeños cortes y era todo como una coreografía teatral de un montón de kilómetros donde si uno se equivocaba era un tema. Y volviendo a mi personaje, es difícil que vean un personaje marginal con tantos matices como El Galgo, y eso es porque estaba muy pendiente del equipo y esta peli me dio un montón de herramientas y me volvió mejor actor, porque tal vez tenía que pararme en un lugar y en el momento veía una sombra y entonces me paraba en otro lado. Fue un aprendizaje para todos y tuve el privilegio de poder vivirlo. Y durante los días que rodábamos estaba todo el tiempo concentrado, dormía concentrado en esto.
—¿Con el director, Cristian Tapia Marchiori, se conocen desde antes?
—Sí, una película en la que hacía de jockey y en una escena tuve que correr en un pura sangre. Después me invitó a su ópera prima, no tenía papel para mi pero me inventó uno, hicimos El Docke una serie que muchos la ven como una continuación de Okupas, y estamos con otras series que estamos moviendo; son proyectos muy grandes y estamos buscándoles productor.
—¿Y qué pasa con El Docke? ¿Tuviste que hablar con los creadores de Okupas para pedir permiso?
—No porque no es Okupas. De hecho, yo cuando subí un trailer a las redes sociales, me empezaron a llamar un montón de artistas que querían ser parte de eso, que les encantaba… Trueno, por ejemplo. Yo hice una historia en la que están los personajes malos de Okupas, que es el Negro Pablo y el Mulo, con otros nombres, pero la gente al vernos juntos asoció.
—¿Y en qué estado está la serie?
—Tengo escritos ocho capítulos de una hora, dossier, trailer. Los tiempos están difíciles, no me puedo quedar quieto e hice otro trailer de Chamamé, el libro de Leonardo Oyola del que conseguimos los derechos. Esa es una serie gigantesca, y estamos buscando quién pueda ayudar a producir. Yo sigo apostando a la ficción, no tenemos que dejar morir la tele… Acá en la Argentina, hay mucho talento. Por todo, por nosotros, por los actores, por la cultura, tenemos todo para seguir haciendo ficción y de la buena. Yo tengo unas quince ficciones escritas. Hay un montón de guionistas y directores que son bestias y que si les das una oportunidad la rompen. A mí me llega después de 25 años la oportunidad del protagónico con Gatillero, y hace rato vengo pidiendo la pista.
—¿Sentís que siempre son los mismos los que trabajan?
—Sí, es que no es algo que siento, son siempre los mismos. Pero hay un sector, que somos los que estamos al margen, que nadie conoce y que tenemos una fuerza arrolladora, estoy dispuesto a ser la cabeza de eso, porque tengo el conocimiento actoral, tengo el conocimiento detrás de cámara, tengo el conocimiento de dirección. Hay mucho talento.
—Volviendo a tus inicios…
—Lo mío siempre fue más autodidacta, tengo muy poco estudio de actuación, mil millones de vivencias, tengo la sensibilidad de poder transmutarlas a un personaje. Mi carrera es muy camaleónica, pero todos se quedan con que me vieron de ladrón.
—Cuando arrancaste en Verano del 98, ¿cómo era en tu barrio ser “el chico de la tele”?
—Fue difícil para mí porque empecé a trabajar en la tele y por ahí iba un boliche y me conocían y yo quería estar con mis amigos. Entonces estaba con amigos y de golpe te saludaban y quería estar con mi gente y si no saludaba insultaban. El barrio por suerte me abrazó, porque teníamos al futbolista del barrio, Maradona, y ahora al actor. Y era lindo porque la gente te sonríe y llevarle sonrisas a las personas que tal vez no tienen motivos por los cuales sonreír, es un montón.
—¿Seguís yendo Fiorito?
—Sí. Mis viejos siguen viviendo allá, mis hermanos, tíos, y voy mínimo una vez por semana. Hace un mes encontré una foto con unos pibes unos 10 años más chicos que yo a los que les hablaba mucho porque querían hacer otras cosas, pero no tenían oportunidades.
—¿Es difícil salir?
—Sí. Es que hay que darle más rosca a la educación porque no estamos educando bien, no me siento cómodo con la educación que tenemos. Te educan para ser pobre, que no sueñes en grande, en la Argentina y en muchos países. No te educan para que seas dueño, un mentor o que enseñes a los más chicos con un ejemplo, no le importamos a nadie. Me ofrezco con la gente de Cultura para dar clases de teatro por las provincias. A mí la actuación me salvó la vida, entonces veo crecer flores en medio del pavimento, veo a esos chicos y me doy cuenta quién está queriendo salir y a ellos quiero ayudar. Tengo la pasión para poder hacer algo desde mis clases de actuación, gratuito por todo el país. Pero hay que hacer hincapié en educación, lo veo desde que soy chico. Los invisibles somos los que podemos cambiar el mundo.
El actor, que debutó en Verano del 98 y pasó por Okupas, se luce en la película filmada en plano secuencia que llegó este jueves a las salas LA NACION