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miércoles, junio 18, 2025
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Del exilio al éxito: el camino de resiliencia que convirtió a Pedro Pascal en el actor del momento

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El rostro de Pedro Pascal es inconfundible. En los últimos años, el actor se consolidó como una de las figuras más solicitadas tanto dentro como fuera de la industria del entretenimiento. Su carisma natural y su talento camaleónico lo llevaron a protagonizar grandes producciones, encabezar campañas publicitarias globales y convertirse en una presencia habitual en sketches, entrevistas y alfombras rojas. Pero más allá de su éxito profesional, también se destacó por su compromiso social, ya que se convirtió en una voz influyente en causas que trascienden la pantalla. Sin embargo, su ascenso no fue inmediato: el reconocimiento le llegó de adulto, acompañado de experiencia, cicatrices y una profunda gratitud por cada oportunidad; una humildad que, en una industria donde el ego suele reinar, lo distingue como una estrella atípica y entrañable.

Su dura historia familiar

Nació el 2 de abril de 1975 en Santiago de Chile, bajo el nombre de José Pedro Balmaceda Pascal. En aquel entonces, el país trasandino se encontraba bajo el régimen dictatorial de Augusto Pinochet, quien se había instaurado en el poder tras el golpe de estado a Salvador Allende de 1973. En medio de un contexto político complejo, en el que la represión, la censura y la persecución eran protagonistas, sus padres, quienes eran activistas políticos y seguidores de Allende, se convirtieron en un blanco directo de aquel gobierno y tuvieron que buscar asilo.

En un primer momento, cuando Pedro tenía tan solo seis meses de vida, Verónica Pascal y José Balmaceda Riera se refugiaron en la embajada de Venezuela en Santiago y dejaron a sus dos hijos al cuidado de una tía. Esporádicamente los podían ver asomados desde una ventana, cuando los niños, en brazos de sus tíos o abuelos, se paraban sobre la vereda del frente para saludarlos. Luego, en enero de 1976, la familia completa logró salir del país rumbo a Dinamarca y, poco después, se estableció en Estados Unidos. Fue ahí donde el actor coleccionó sus mayores recuerdos de la niñez, los cuales se reparten entre Texas y California, aunque nunca olvidó los veranos interminables en Chile, a donde sus padres lo mandaban cada año mientras ellos no podían regresar a su país.

Hijo de un médico especializado en reproducción y de una psicóloga infantil, Pedro Pascal admitió en más de una oportunidad que el cine fue en su infancia una especie de “niñera” para él y su hermana mayor, Javiera. Mientras sus padres estudiaban y trabajaban incansablemente para abrirse camino como exiliados en el país norteamericano, las películas se convirtieron en un refugio, una compañía constante y, sin saberlo, en la semilla de sus respectivas vocaciones. Además, las producciones en la gran pantalla, que se habían vuelto protagonistas de una especie de rutina familiar en aquella época, fueron también un puente hacia una cultura completamente nueva.

Con el tiempo, la familia logró estabilizarse económicamente y José se convirtió en una eminencia en medicina reproductiva en el condado de Orange, California. Ese ascenso profesional permitió que Pedro y sus ya en aquel entonces tres hermanos accedieran a una educación de alto nivel en prestigiosas instituciones. Sin embargo, la adolescencia del actor no fue sencilla; su paso por el colegio en Newport Beach estuvo marcado por el aislamiento y el bullying, motivado en parte por su temprana y apasionada fascinación por el cine. A los 13 años, eso lo convirtió en blanco de burlas y maltratos por parte de sus compañeros. En 2017 se refirió al tema en diálogo con su prima y periodista Paula Coddou para la revista chilena Paula y expresó con franqueza: “No disfruto recordando esa época”.

Pero, como dicen, no hay mal que por bien no venga. A raíz de lo que le sucedió, su mamá —a quien él en más de una ocasión le agradeció su éxito— decidió inscribirlo en una escuela especializada en artes; allí comenzó a desarrollar sus primeras habilidades como actor, aunque por entonces soñaba con ser director. Al terminar la secundaria, fue aceptado en la prestigiosa Tisch School of the Arts de la Universidad de New York, ciudad a la que se mudó para continuar con su formación. Pero, poco después de instalarse, en 1995, su vida volvió a sacudirse: su padre fue acusado junto a sus socios de usar óvulos de mujeres sin su consentimiento en tratamiento de fertilización de otras pacientes. La investigación reveló más de 70 denuncias y determinó que al menos 15 personas nacieron de aquellas transferencias ilegales.

La causa judicial llevó a José Balmaceda Riera y a Verónica Pascal a regresar a Chile —que ya se encontraba en democracia— junto a sus dos hijos menores. La decisión dejó a Pedro y Javiera solos en Estados Unidos, instalados en New York, donde intentaban construir sus propias vidas e impulsar sus carreras. Pero aquello significó un quiebre abrupto en la estructura familiar que los contenía hasta el momento.

“Fue un período de mucho miedo”, recordó Pedro en diálogo con Paula. “Crecí con mi familia en Estados Unidos y, de un día para otro, ya no había un hogar al que volver. La idea del nido seguro desapareció. Fue impactante, porque durante años di por sentada la vida privilegiada que teníamos en California. Nunca imaginé que todo podía cambiar tan repentinamente, como les pasó a mis padres cuando se convirtieron en exiliados. Todo se sentía frágil”, agregó al respecto.

Allí también se refirió a la relación de sus padres, la cual era consciente que no pasaba por un buen momento: “Sabía que el matrimonio de mis padres estaba mal y que la tensión de esas circunstancias difícilmente iba a terminar. La vida de mi madre se sentía en peligro y la línea entre necesitarla, estar allá para ella, y finalizar mis estudios y seguir una carrera era un conflicto horrible. Sabía que mi mamá quería que yo siguiera en lo mío, nunca hubiese querido que lo sacrificara”.

Al poco tiempo, llegó la noticia de que su padres se habían separado. El regreso a Chile se volvió intolerable tras haberse instalado y construido un hogar en Estados Unidos, lo cual se trasladó al vínculo y terminó por romperlo. Aquel divorcio marcó un punto de quiebre para Verónica, quien cayó en una profunda depresión de la que nunca logró recuperarse. En el año 2000, cuando Pedro tenía 24 años y luchaba por abrirse camino en la actuación, su madre se quitó la vida. Su muerte dejó una herida que, según él mismo reveló en reiteradas ocasiones, lo acompaña hasta el día de hoy. Fue entonces que, en su honor, adoptó públicamente el apellido Pascal, como una forma de rendirle homenaje cada día. Sobre ella, manifestó: “Fue el amor de mi vida. Pienso en ella todos los días. Como no rezo, no puedo decir que tengo una práctica para sentirla cerca, pero vivo para ella aunque se haya ido. Eso me hace sentido”.

Sus primeros pasos en la industria

En busca de nuevas oportunidades y mientras realizaba un estudio de antropología para la universidad, Pedro Pascal decidió mudarse a Madrid. Lo que inicialmente iba a ser una estadía breve se transformó en una experiencia más prolongada: quedó cautivado por la ciudad, su energía y su gente. Sin embargo, aquel tramo de su camino tampoco fue fácil. Lejos de los sets de filmación, trabajó como go-go dancer en el club nocturno Morocco para sobrevivir durante su tiempo en España. Alejado de sus aspiraciones artísticas, aquella etapa formó parte de su proceso de formación personal y profesional. Fue una experiencia que, con el tiempo, sumó a la resiliencia y versatilidad que hoy lo definen como actor.

De regreso a Estados Unidos y un año antes de la tragedia que marcó su vida, el actor ya había dado sus primeros pasos en la televisión. En 1999, fue convocado para participar en tres episodios de la serie de comedia Undressed y en uno de los capítulos de la icónica Buffy, la cazavampiros. Aunque su papel como Eddie fue breve y no tuvo un peso central en la historia protagonizada por Sarah Michelle Gellar, para él significó mucho más: fue su primer trabajo en una producción de alto perfil. En los créditos aún figuraba con su apellido de nacimiento, Balmaceda; sin embargo, en sus siguientes trabajos —también pequeños, pero fundamentales en la construcción de su carrera— ya comenzó a presentarse como Pascal en honor a su madre y como una forma de llevarla consigo en cada paso que daba.

La siguiente década tampoco fue sencilla para el intérprete. Más allá de su participación en la película Hermanas —una coproducción entre Argentina, España y Brasil—, sus apariciones en televisión se limitaron a breves papeles en series como La ley y el orden, The Good Wife, Nurse Jackie, CSI, Homeland y The Mentalist, entre otras. Su carrera parecía avanzar con lentitud y a sus casi cuarenta años el reconocimiento seguía esquivo. Pero una amistad fue fundamental para conseguir el trabajo que lo llevaría al estrellato.

El éxito tardío trajo sus recompensas

Mientras estudiaba arte dramático en la Universidad de Nueva York, Pedro Pascal forjó una amistad muy estrecha con Sarah Paulson, una relación que con el tiempo se transformó en un verdadero salvavidas emocional y profesional. La actriz contó en varias entrevistas que, durante aquellos años difíciles en los que su amigo trabajaba como mesero y apenas conseguía papeles como extra en comerciales, solía prestarle dinero para que pudiera comer.

Años más tarde, esa amistad significó un punto de inflexión en la carrera de Pascal. Fue Paulson quien lo conectó con David Benioff, guionista y showrunner de Game of Thrones, a través de su amiga Amanda Peet, con quien el productor estaba casado. Gracias a esa intervención, Pedro logró enviar una audición grabada para el papel de Oberyn Martell, un personaje que parecía hecho a su medida. Lo curioso fue que, en un giro digno de la serie, había ayudado a un joven actor a preparar su propia audición para ese mismo rol, pero, al leer el guion, sintió que debía intentarlo él también. Más allá de su lucha interna por lo que había hecho, la interpretación convenció a los productores y, sin saberlo, cuando llegó a Irlanda del Norte en el que pensaba que todavía era parte del proceso de selección, ya había sido elegido.

A punto de dejar atrás su sueño de triunfar como actor, llegó el papel que no solo lo catapultó a la fama internacional, sino que marcó el inicio de una nueva etapa en su carrera, una en la que las puertas dejaron de cerrarse. Fue así que apareció la posibilidad de interpretar al agente de la DEA Javier Peña en la serie de Netflix Narcos, lo que consolidó su estatus como figura clave en la televisión global. Con ese personaje protagónico demostró su capacidad para sostener un rol principal complejo y cargado de matices, que perduró durante tres temporadas en una producción de gran calibre.

Desde entonces, Pedro Pascal no dejó de sumar importantes títulos en su filmografía. En la pantalla grande, brilló en producciones como Kingsman: El círculo dorado, Triple Frontera, Mujer Maravilla 1984 y Gladiador 2, entre otras tantas. En la pantalla chica, por ejemplo, recientemente estrenó la segunda temporada de The Last of Us en HBO, donde su interpretación de Joel Miller volvió a ser aclamada por la crítica, incluso tras el trágico desenlace de su personaje.

Este 2025, su agenda cinematográfica está más activa que nunca: el 18 de julio estrenará Eddington, película que ya se proyectó en el Festival de Cannes y en la que trabajó con Joaquin Phoenix y Emma Stone; el 24 del mismo mes presentará Los Cuatro Fantásticos: Primeros Pasos, donde se une oficialmente al Universo Cinematográfico de Marvel al interpretar a Reed Richards, también conocido como Mr. Fantastic; una semana después, llegará a los cines Materialistas, una comedia romántica dirigida por Celine Song (Vidas pasadas), en la que comparte elenco con Dakota Johnson y Chris Evans.

Además, en 2026, Pedro regresará al universo de Star Wars con The Mandalorian & Grogu, la esperada continuación cinematográfica de la exitosa serie de Disney+ que protagonizó durante tres temporadas; luego cerrará el año con su participación en Avengers: Doomsday, que tiene previsto estrenarse en el mes diciembre.

“La vida tiene una forma curiosa de poner a las personas adecuadas en tu camino en el momento oportuno”. Con esas palabras, Pedro Pascal resumió el espíritu que marcó su trayecto. Su historia está atravesada por el exilio, la distancia familiar, los conflictos legales de su padre, la pérdida de su madre y años de papeles menores que no lograban despegar su carrera; sin embargo, nunca bajó los brazos. Demostró que el éxito y el reconocimiento pueden llegar incluso a una edad en la que muchos ya habrían abandonado el sueño. Hoy, a sus 50 años, se consolidó como uno de los actores más talentosos, populares y mejor pagos de su generación.

El impacto de Pedro Pascal trasciende la pantalla. Es, sin duda, una de las figuras más queridas y respetadas del mundo del espectáculo, no solo por su habilidad artística, sino por la calidez que transmite, ya sea con colegas, periodistas o fanáticos. Quienes trabajaron con él coinciden en destacar su generosidad, su profesionalismo, su buen sentido del humor y su humildad, cualidades que lo convirtieron en un referente dentro y fuera del set.

Pero, más allá de su carisma, lo que lo hace un distinto es su compromiso social genuino y sostenido. No duda en alzar la voz por quienes son históricamente silenciados, como lo hace al defender los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos y evocar su propia historia como exiliado.

“Quiero estar siempre del lado correcto de la historia”, expresó recientemente, durante su paso por el Festival de Cannes, momento en que reafirmó su postura ética y política. También es un firme aliado de la comunidad LGBTQ+, en especial de las personas trans, una causa que lo toca de forma personal por su hermana, la actriz y activista Lux Pascal, de quien se siente sumamente orgulloso.

El rostro de Pedro Pascal es inconfundible. En los últimos años, el actor se consolidó como una de las figuras más solicitadas tanto dentro como fuera de la industria del entretenimiento. Su carisma natural y su talento camaleónico lo llevaron a protagonizar grandes producciones, encabezar campañas publicitarias globales y convertirse en una presencia habitual en sketches, entrevistas y alfombras rojas. Pero más allá de su éxito profesional, también se destacó por su compromiso social, ya que se convirtió en una voz influyente en causas que trascienden la pantalla. Sin embargo, su ascenso no fue inmediato: el reconocimiento le llegó de adulto, acompañado de experiencia, cicatrices y una profunda gratitud por cada oportunidad; una humildad que, en una industria donde el ego suele reinar, lo distingue como una estrella atípica y entrañable.

Su dura historia familiar

Nació el 2 de abril de 1975 en Santiago de Chile, bajo el nombre de José Pedro Balmaceda Pascal. En aquel entonces, el país trasandino se encontraba bajo el régimen dictatorial de Augusto Pinochet, quien se había instaurado en el poder tras el golpe de estado a Salvador Allende de 1973. En medio de un contexto político complejo, en el que la represión, la censura y la persecución eran protagonistas, sus padres, quienes eran activistas políticos y seguidores de Allende, se convirtieron en un blanco directo de aquel gobierno y tuvieron que buscar asilo.

En un primer momento, cuando Pedro tenía tan solo seis meses de vida, Verónica Pascal y José Balmaceda Riera se refugiaron en la embajada de Venezuela en Santiago y dejaron a sus dos hijos al cuidado de una tía. Esporádicamente los podían ver asomados desde una ventana, cuando los niños, en brazos de sus tíos o abuelos, se paraban sobre la vereda del frente para saludarlos. Luego, en enero de 1976, la familia completa logró salir del país rumbo a Dinamarca y, poco después, se estableció en Estados Unidos. Fue ahí donde el actor coleccionó sus mayores recuerdos de la niñez, los cuales se reparten entre Texas y California, aunque nunca olvidó los veranos interminables en Chile, a donde sus padres lo mandaban cada año mientras ellos no podían regresar a su país.

Hijo de un médico especializado en reproducción y de una psicóloga infantil, Pedro Pascal admitió en más de una oportunidad que el cine fue en su infancia una especie de “niñera” para él y su hermana mayor, Javiera. Mientras sus padres estudiaban y trabajaban incansablemente para abrirse camino como exiliados en el país norteamericano, las películas se convirtieron en un refugio, una compañía constante y, sin saberlo, en la semilla de sus respectivas vocaciones. Además, las producciones en la gran pantalla, que se habían vuelto protagonistas de una especie de rutina familiar en aquella época, fueron también un puente hacia una cultura completamente nueva.

Con el tiempo, la familia logró estabilizarse económicamente y José se convirtió en una eminencia en medicina reproductiva en el condado de Orange, California. Ese ascenso profesional permitió que Pedro y sus ya en aquel entonces tres hermanos accedieran a una educación de alto nivel en prestigiosas instituciones. Sin embargo, la adolescencia del actor no fue sencilla; su paso por el colegio en Newport Beach estuvo marcado por el aislamiento y el bullying, motivado en parte por su temprana y apasionada fascinación por el cine. A los 13 años, eso lo convirtió en blanco de burlas y maltratos por parte de sus compañeros. En 2017 se refirió al tema en diálogo con su prima y periodista Paula Coddou para la revista chilena Paula y expresó con franqueza: “No disfruto recordando esa época”.

Pero, como dicen, no hay mal que por bien no venga. A raíz de lo que le sucedió, su mamá —a quien él en más de una ocasión le agradeció su éxito— decidió inscribirlo en una escuela especializada en artes; allí comenzó a desarrollar sus primeras habilidades como actor, aunque por entonces soñaba con ser director. Al terminar la secundaria, fue aceptado en la prestigiosa Tisch School of the Arts de la Universidad de New York, ciudad a la que se mudó para continuar con su formación. Pero, poco después de instalarse, en 1995, su vida volvió a sacudirse: su padre fue acusado junto a sus socios de usar óvulos de mujeres sin su consentimiento en tratamiento de fertilización de otras pacientes. La investigación reveló más de 70 denuncias y determinó que al menos 15 personas nacieron de aquellas transferencias ilegales.

La causa judicial llevó a José Balmaceda Riera y a Verónica Pascal a regresar a Chile —que ya se encontraba en democracia— junto a sus dos hijos menores. La decisión dejó a Pedro y Javiera solos en Estados Unidos, instalados en New York, donde intentaban construir sus propias vidas e impulsar sus carreras. Pero aquello significó un quiebre abrupto en la estructura familiar que los contenía hasta el momento.

“Fue un período de mucho miedo”, recordó Pedro en diálogo con Paula. “Crecí con mi familia en Estados Unidos y, de un día para otro, ya no había un hogar al que volver. La idea del nido seguro desapareció. Fue impactante, porque durante años di por sentada la vida privilegiada que teníamos en California. Nunca imaginé que todo podía cambiar tan repentinamente, como les pasó a mis padres cuando se convirtieron en exiliados. Todo se sentía frágil”, agregó al respecto.

Allí también se refirió a la relación de sus padres, la cual era consciente que no pasaba por un buen momento: “Sabía que el matrimonio de mis padres estaba mal y que la tensión de esas circunstancias difícilmente iba a terminar. La vida de mi madre se sentía en peligro y la línea entre necesitarla, estar allá para ella, y finalizar mis estudios y seguir una carrera era un conflicto horrible. Sabía que mi mamá quería que yo siguiera en lo mío, nunca hubiese querido que lo sacrificara”.

Al poco tiempo, llegó la noticia de que su padres se habían separado. El regreso a Chile se volvió intolerable tras haberse instalado y construido un hogar en Estados Unidos, lo cual se trasladó al vínculo y terminó por romperlo. Aquel divorcio marcó un punto de quiebre para Verónica, quien cayó en una profunda depresión de la que nunca logró recuperarse. En el año 2000, cuando Pedro tenía 24 años y luchaba por abrirse camino en la actuación, su madre se quitó la vida. Su muerte dejó una herida que, según él mismo reveló en reiteradas ocasiones, lo acompaña hasta el día de hoy. Fue entonces que, en su honor, adoptó públicamente el apellido Pascal, como una forma de rendirle homenaje cada día. Sobre ella, manifestó: “Fue el amor de mi vida. Pienso en ella todos los días. Como no rezo, no puedo decir que tengo una práctica para sentirla cerca, pero vivo para ella aunque se haya ido. Eso me hace sentido”.

Sus primeros pasos en la industria

En busca de nuevas oportunidades y mientras realizaba un estudio de antropología para la universidad, Pedro Pascal decidió mudarse a Madrid. Lo que inicialmente iba a ser una estadía breve se transformó en una experiencia más prolongada: quedó cautivado por la ciudad, su energía y su gente. Sin embargo, aquel tramo de su camino tampoco fue fácil. Lejos de los sets de filmación, trabajó como go-go dancer en el club nocturno Morocco para sobrevivir durante su tiempo en España. Alejado de sus aspiraciones artísticas, aquella etapa formó parte de su proceso de formación personal y profesional. Fue una experiencia que, con el tiempo, sumó a la resiliencia y versatilidad que hoy lo definen como actor.

De regreso a Estados Unidos y un año antes de la tragedia que marcó su vida, el actor ya había dado sus primeros pasos en la televisión. En 1999, fue convocado para participar en tres episodios de la serie de comedia Undressed y en uno de los capítulos de la icónica Buffy, la cazavampiros. Aunque su papel como Eddie fue breve y no tuvo un peso central en la historia protagonizada por Sarah Michelle Gellar, para él significó mucho más: fue su primer trabajo en una producción de alto perfil. En los créditos aún figuraba con su apellido de nacimiento, Balmaceda; sin embargo, en sus siguientes trabajos —también pequeños, pero fundamentales en la construcción de su carrera— ya comenzó a presentarse como Pascal en honor a su madre y como una forma de llevarla consigo en cada paso que daba.

La siguiente década tampoco fue sencilla para el intérprete. Más allá de su participación en la película Hermanas —una coproducción entre Argentina, España y Brasil—, sus apariciones en televisión se limitaron a breves papeles en series como La ley y el orden, The Good Wife, Nurse Jackie, CSI, Homeland y The Mentalist, entre otras. Su carrera parecía avanzar con lentitud y a sus casi cuarenta años el reconocimiento seguía esquivo. Pero una amistad fue fundamental para conseguir el trabajo que lo llevaría al estrellato.

El éxito tardío trajo sus recompensas

Mientras estudiaba arte dramático en la Universidad de Nueva York, Pedro Pascal forjó una amistad muy estrecha con Sarah Paulson, una relación que con el tiempo se transformó en un verdadero salvavidas emocional y profesional. La actriz contó en varias entrevistas que, durante aquellos años difíciles en los que su amigo trabajaba como mesero y apenas conseguía papeles como extra en comerciales, solía prestarle dinero para que pudiera comer.

Años más tarde, esa amistad significó un punto de inflexión en la carrera de Pascal. Fue Paulson quien lo conectó con David Benioff, guionista y showrunner de Game of Thrones, a través de su amiga Amanda Peet, con quien el productor estaba casado. Gracias a esa intervención, Pedro logró enviar una audición grabada para el papel de Oberyn Martell, un personaje que parecía hecho a su medida. Lo curioso fue que, en un giro digno de la serie, había ayudado a un joven actor a preparar su propia audición para ese mismo rol, pero, al leer el guion, sintió que debía intentarlo él también. Más allá de su lucha interna por lo que había hecho, la interpretación convenció a los productores y, sin saberlo, cuando llegó a Irlanda del Norte en el que pensaba que todavía era parte del proceso de selección, ya había sido elegido.

A punto de dejar atrás su sueño de triunfar como actor, llegó el papel que no solo lo catapultó a la fama internacional, sino que marcó el inicio de una nueva etapa en su carrera, una en la que las puertas dejaron de cerrarse. Fue así que apareció la posibilidad de interpretar al agente de la DEA Javier Peña en la serie de Netflix Narcos, lo que consolidó su estatus como figura clave en la televisión global. Con ese personaje protagónico demostró su capacidad para sostener un rol principal complejo y cargado de matices, que perduró durante tres temporadas en una producción de gran calibre.

Desde entonces, Pedro Pascal no dejó de sumar importantes títulos en su filmografía. En la pantalla grande, brilló en producciones como Kingsman: El círculo dorado, Triple Frontera, Mujer Maravilla 1984 y Gladiador 2, entre otras tantas. En la pantalla chica, por ejemplo, recientemente estrenó la segunda temporada de The Last of Us en HBO, donde su interpretación de Joel Miller volvió a ser aclamada por la crítica, incluso tras el trágico desenlace de su personaje.

Este 2025, su agenda cinematográfica está más activa que nunca: el 18 de julio estrenará Eddington, película que ya se proyectó en el Festival de Cannes y en la que trabajó con Joaquin Phoenix y Emma Stone; el 24 del mismo mes presentará Los Cuatro Fantásticos: Primeros Pasos, donde se une oficialmente al Universo Cinematográfico de Marvel al interpretar a Reed Richards, también conocido como Mr. Fantastic; una semana después, llegará a los cines Materialistas, una comedia romántica dirigida por Celine Song (Vidas pasadas), en la que comparte elenco con Dakota Johnson y Chris Evans.

Además, en 2026, Pedro regresará al universo de Star Wars con The Mandalorian & Grogu, la esperada continuación cinematográfica de la exitosa serie de Disney+ que protagonizó durante tres temporadas; luego cerrará el año con su participación en Avengers: Doomsday, que tiene previsto estrenarse en el mes diciembre.

“La vida tiene una forma curiosa de poner a las personas adecuadas en tu camino en el momento oportuno”. Con esas palabras, Pedro Pascal resumió el espíritu que marcó su trayecto. Su historia está atravesada por el exilio, la distancia familiar, los conflictos legales de su padre, la pérdida de su madre y años de papeles menores que no lograban despegar su carrera; sin embargo, nunca bajó los brazos. Demostró que el éxito y el reconocimiento pueden llegar incluso a una edad en la que muchos ya habrían abandonado el sueño. Hoy, a sus 50 años, se consolidó como uno de los actores más talentosos, populares y mejor pagos de su generación.

El impacto de Pedro Pascal trasciende la pantalla. Es, sin duda, una de las figuras más queridas y respetadas del mundo del espectáculo, no solo por su habilidad artística, sino por la calidez que transmite, ya sea con colegas, periodistas o fanáticos. Quienes trabajaron con él coinciden en destacar su generosidad, su profesionalismo, su buen sentido del humor y su humildad, cualidades que lo convirtieron en un referente dentro y fuera del set.

Pero, más allá de su carisma, lo que lo hace un distinto es su compromiso social genuino y sostenido. No duda en alzar la voz por quienes son históricamente silenciados, como lo hace al defender los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos y evocar su propia historia como exiliado.

“Quiero estar siempre del lado correcto de la historia”, expresó recientemente, durante su paso por el Festival de Cannes, momento en que reafirmó su postura ética y política. También es un firme aliado de la comunidad LGBTQ+, en especial de las personas trans, una causa que lo toca de forma personal por su hermana, la actriz y activista Lux Pascal, de quien se siente sumamente orgulloso.

 Abandonó su Chile natal con apenas un año de vida y, durante años, enfrentó una cadena de adversidades que forjaron su carácter y lo moldearon como el hombre que es hoy  LA NACION