
La Argentina atraviesa una larga transición entre dos procesos contrapuestos que determinan todos los movimientos políticos y económicos. El primero es un proceso de ruptura, que se inició en 2023 con la irrupción en el poder de Javier Milei y el consecuente quiebre del sistema bicoalicionista que había regido durante una década y media.
Fue un terremoto tan potente que destruyó la edificación de alianzas, partidos y liderazgos, cuyos pedazos de mampostería siguen cayendo como reverberación de ese impacto telúrico. El ocaso de Pro y la licuación de la incidencia de Mauricio Macri; la dispersión del radicalismo con sus quiebres de bloque y sus escisiones; la feudalización del peronismo del interior y las disputas en la provincia de Buenos Aires entre el kirchnerismo y Axel Kicillof, son todas expresiones de esa implosión en cámara lenta, que sin duda va a extenderse hasta teñir las próximas elecciones de octubre.
El calendario electoral de este año ha exhibido un nivel inédito de fragmentación política, no sólo por el desdoblamiento de las fechas de los comicios, sino por la provincialización de la oferta, con alianzas y divisiones que responden a dinámicas estrictamente locales, desenganchadas de cualquier lógica ordenadora nacional. Es un sistema invertebrado.
El otro proceso en curso está guiado por un principio de reconstrucción, que busca reemplazar el antiguo régimen por una organización política y un modelo económico renovados. Este movimiento tiene al menos tres expresiones visibles. La primera es aportada por el ordenamiento macroeconómico y la baja de la inflación, que vienen a cumplir con la principal demanda de los votantes de 2023: superar el desorden del último tramo de la gestión del triángulo de caucho Alberto-Cristina-Sergio.
La segunda manifestación emerge del liderazgo y la centralidad que ejerce Javier Milei, quien con su estilo volcánico y cargado de excesos ha disimulado sus debilidades de origen. Recuperó el poder del sillón presidencial que había sido vaciado en la administración anterior y dominó la agenda pública durante la mayor parte del año y medio que lleva de mandato.
Y el tercer indicador son las expectativas sociales de una mejora en su situación y la del país, la novedad más consistente que muestran todas las encuestas. Son expectativas activadas más por la necesidad de creer que por una convicción real, pero que hasta ahora le han servido al Gobierno para mantener promesas vigentes pese a las penurias actuales.
Según un trabajo del consultor Fernando Moiguer, “la Argentina es el país de la región donde las expectativas más influyen en la percepción de la realidad de la gente, mucho más que su opinión sobre el presente. La sensación dominante es la de desencanto con esperanza”. Los encuestadores no dejan de sorprenderse de la actitud de votantes que dicen que la están pasando mal, pero al mismo tiempo siguen respaldando a Milei.
¿Alcanza con la estabilidad macroeconómica, el liderazgo presidencial y las expectativas sociales para reconstruir un país en estado de nervios permanente? Y en todo caso, ¿además de ser un vector de ruptura, Milei es también un reconstructor? ¿O su carácter de outsider y de fenómeno disruptivo le exige mantener una atmósfera de caos constante porque en la quietud el hechizo se disipa? ¿Representa el líder libertario el primer eslabón de una nueva etapa histórica o su hegemonía en realidad constituye un interregno que sólo cierra la era anterior?
Allí se balancea la dinámica actual de la Argentina, en una permanente tensión entre las últimas expresiones de la ruptura del viejo régimen y las manifestaciones de una gestación que todavía no se termina de corporizar.
Un peronismo con tobillera
Cristina Kirchner interpretó estas dinámicas y decidió transformar su detención en una representación para prolongar su incidencia en un tablero político que la estaba marginando. Antes del fallo de la Corte Suprema que ratificó la condena por Vialidad, era ignorada por el peronismo del interior y enfrentaba el desafío de Kicillof y los intendentes.
La masiva marcha del miércoles y la teatralización del balcón la reposicionaron de un modo fulminante y llevaron a la mayor parte del peronismo a encolumnarse detrás de ella. La unidad del PJ ahora quedó moldeada sobre su figura; es una unidad sin renovación. Como dice Pablo Knopoff, “el gran acierto de Cristina está en que los metió presos a todos, le puso la tobillera al conjunto del peronismo”.
Una muestra de esa centralidad coyuntural fue retratada por la consultora Ad Hoc, de Javier Correa, que midió el nivel de menciones en redes sociales entre el 9 y el 19 de junio. El resultado fue que por primera vez desde que los libertarios llegaron al poder Cristina Kirchner superó en volumen de menciones a Milei. Es sólo una foto, pero registra el momento. Habrá que ver si por fuera de la militancia ferviente, también se removió la emocionalidad escondida de los que se habían desencantado del peronismo tras el último experimento y estaban reacios a volver a creer.
La expresidenta logró extender la vigencia del pasado para tener una vida más, para ganar tiempo, para revivir una mística que se apagaba. Apeló a toda la simbología histórica, desde la detención de Juan Perón hasta la apelación a la proscripción, y le inyectó una dosis de utopía retrospectiva a su heredero Máximo, quien se dedicó a resaltar la época de oro del kirchnerismo, el de Néstor y Cristina. La única invitación prospectiva quedó sintetizada en la frase “vamos a volver”. La narrativa del futuro es una apelación al pasado.
Hubo un sector importante del peronismo que eludió la cita, porque se ilusiona con tener algún papel en la reconstrucción. La ausencia más sonora fue la de la CGT, que bascula entre una gerontocracia crepuscular y la necesidad de una renovación.
Pero también hubo una defección de los gobernadores, que sólo estuvieron representados por Kicillof y por el magnánimo Ricardo Quintela. Además, del bloque de 34 senadores nacionales que responden a Cristina, sólo participaron 20 de la movilización, y de los 98 integrantes de la bancada de diputados en el que participa Máximo concurrieron 31.
Hay un reflejo de supervivencia de sectores peronistas que entienden que Cristina es parte de la mampostería que sigue cayendo tras la ruptura del sistema. Incluso entre quienes marcharon el miércoles, hay quienes sólo lo hicieron con el objetivo de no mostrar indiferencia y evitar la etiqueta de la traición, como la mayoría de los intendentes que acompañaron a Kicillof.
Pasada la sensibilidad de la Plaza de Mayo, la primera materialización del escenario post condena se producirá al iniciar las conversaciones de cara a las elecciones bonaerenses de septiembre. Ese diálogo quedó interrumpido en los últimos diez días y será retomado esta semana.
En el entorno de Kicillof asumen que las huestes de Máximo se sentarán empoderados y buscarán dominar las candidaturas. El objetivo del gobernador es que la distribución sea más parecido a un 30%-30%-40%, entre su sector, el de Massa y el de La Cámpora. El kirchnerismo sostiene que la unidad es más importante que nunca y espera que Kicillof se muestre menos inflexible. “Cristina no está con espíritu belicoso hacia adentro de la fuerza”, describió Máximo a su entorno más cercano.
El cierre de las listas se avecina sangriento porque será la verdadera interna, reemplazará el espíritu de la denostada PASO. Por eso va a tener casi la misma importancia que la elección en sí misma.
Kicillof está en una verdadera encrucijada. Por un lado, piensa que no es momento de romper con el kirchnerismo porque lo puede dejar lesionado en su proyecto presidencial. Pero al mismo tiempo, tiene una fuerte presión de los intendentes que lo acompañan, que de ningún modo piensan negociar con La Cámpora.
La rebelión de los alcaldes es la novedad más notoria del panorama bonaerense. Están dispuestos a ir con lista corta a concejales si Kicillof cede en un acuerdo con Máximo en la boleta a legisladores provinciales. “Si esto ocurre, es muy difícil que los intendentes lo sigan apoyando a Axel en la próxima jugada porque habrá demostrado que no puede liderar la emancipación”, admiten entre quienes acompañan al gobernador. En el fondo, Kicillof también se contorsiona entre su ideal de ser parte de la restauración, y un pasado del que no se puede desligar tan fácilmente.
Para entender el nivel de tensión interna que rige en el peronismo bonaerense, sólo basta ver la cantidad de recaudos que tomaron los camporistas y los kicillofistas en la organización de la marcha para evitar enfrentamientos o situaciones hostiles entre las dos tribus.
Con ellos se han bifurcado dos modelos de construcción política que parecen cada vez menos asimilables. El kirchnerismo ingresó en una fase más purista con el liderazgo de su propio triángulo de hierro: Máximo, Wado de Pedro y Mayra Mendoza.
Este sector dejó de avalar reacciones violentas como las que dominaron la semana anterior por el temor a que eso pudiera condicionar la prisión domiciliaria de Cristina. Por eso hubo un cuidado especial en este punto y fue el tópico del que más se conversó en el segundo piso de San José 1111 en estos días.
El kicillofismo, en cambio, quiere transitar un camino más pragmático (a pesar del discurso económico intransigente del propio gobernador), con la idea de ser lo más amplio posible para derrotar a Milei. La idea de Máximo candidato en la tercera sección electoral, que es promovida por La Cámpora, sería un contrasentido para ellos. Ofrecen a cambio la postulación de Verónica Magario. El gran dilema es si tienen la fuerza necesaria para enfrentar el dominio kirchnerista en el conurbano.
Luces amarillas
El “efecto detención” no fue inocuo para el Gobierno, porque perdió temporalmente el control de la agenda y lo obligó a poner en pausa sus definiciones electorales. Milei no lidia con el pasado como Cristina a la hora de prometer un futuro mejor, sino con las vicisitudes del presente, porque los factores de reconstrucción que impulsa están encontrando algunas limitaciones.
La estabilización macroeconómica y la baja de la inflación constituyen los logros más valorados de la gestión libertaria, pero hay indicadores que empiezan a exponer ciertas dificultades en el plano productivo y laboral.
El incremento del desempleo que se conoció esta semana, que pasó del 6,4% en el último trimestre de 2024 al 7,9% en el primer trimestre de este año fue una señal. Al mismo tiempo, los índices de consumo mantienen una alta disparidad dependiendo del sector.
También empiezan a impactar los límites en las actualizaciones salariales. La Secretaría de Trabajo lo explicitó en su último informe, al señalar que “en abril de 2025, el dato provisorio del salario medio real del empleo en relación de dependencia del sector privado presentó una reducción del 1,6% en comparación con el nivel de marzo de 2025 (variación sin estacionalidad). De esta manera, se acumulan tres meses consecutivos de caída del salario medio real”. La mora en los pagos de los créditos bancarios es otro efecto reciente.
Los datos no son dramáticos y se dan en un contexto en el que hay un efecto compensación por la tendencia a la baja de la inflación. Pero sí dan cuenta de que hay una dificultad para proyectar en el corto plazo un repunte económico vigoroso en la percepción social. El proceso no termina de despegar todavía.
Moiguer visualiza una fractura en las dinámicas de consumo, que reflejan esta situación. En un informe titulado “La Argentina pesificada versus la Argentina dolarizada”, muestra cómo la clase alta, según sus palabras, “está sobreconsumiendo en forma explícita en dólares (viajes, compras en el exterior, atesoramiento), ahora sin vergüenza porque el Gobierno legitima la riqueza”, mientras que “la clase media clásica se achica y sobrevive, y la clase media-baja y baja se empieza a dar cuenta de que no tiene lugar en este nuevo modelo productivo, no está preparada para el cambio que se está dando”.
Remarca que “la recuperación económica no llega a todos y que profundiza las desigualdades”. Por ejemplo, mientras en el segmento C1 el 31% dice que no llega a fin de mes, esa cifra se eleva a 64% en el segmento más bajo.
Pero además agrega otro dato interesante que ya había explorado en un trabajo anterior: la fractura no sólo divide sectores por situación socioeconómica, sino también es una línea geográfica que separa zonas muy dinámicas, como el eje andino y parte de la Patagonia, impulsadas por la minería y la energía; y regiones con menos proyección, como el NEA y los grandes conurbanos de la zona centro. Esto también quedó en evidencia en el informe del Indec sobre desempleo, que midió una tasa del 5,1% en el NOA y del 4,9% en la Patagonia, que contrasta con el 9,7% del conurbano bonaerense.
Esto es lo que mira Cristina cuando exagera y dice que “el modelo se cae”. En el fondo busca opacar la idea de futuro, para expandir la vigencia de su pasado.
Con estos datos queda por determinar si lo que se visualiza es una recuperación en dos velocidades, y en consecuencia sólo es cuestión de esperar que se generalice el impacto de la recuperación económica, o si el modelo se sustenta a partir de una realidad dual.
La respuesta a este interrogante determinará la duración de las expectativas sociales en el Gobierno y definirá el plazo del crédito que le otorga. Es muy probable que la tolerancia se mantenga vigente para las elecciones de octubre; habrá que ver a partir del próximo año.
Retumba todavía en muchos sectores económicos la advertencia que hizo hace un mes el economista Ricardo Arriazu en AmCham, cuando anticipó que “va a haber destrucción y creación, y la destrucción va a ser mucho más rápida que la creación”.
El poder político de Milei probablemente sea refrendado en las elecciones, pero la sustentabilidad del proyecto libertario también dependerá de la administración que haga de esa transición entre la ruptura del viejo régimen y el surgimiento de una nueva matriz económica que sea percibida socialmente como sostenible e inclusiva.
Esa es la tensión mayor que subyace detrás del balcón de Cristina y de los tuits de Milei; detrás de las urnas y de los indicadores de empleo y consumo. En definitiva, si la Argentina transita el camino de la reconstrucción o incuba su próxima crisis.
La Argentina atraviesa una larga transición entre dos procesos contrapuestos que determinan todos los movimientos políticos y económicos. El primero es un proceso de ruptura, que se inició en 2023 con la irrupción en el poder de Javier Milei y el consecuente quiebre del sistema bicoalicionista que había regido durante una década y media.
Fue un terremoto tan potente que destruyó la edificación de alianzas, partidos y liderazgos, cuyos pedazos de mampostería siguen cayendo como reverberación de ese impacto telúrico. El ocaso de Pro y la licuación de la incidencia de Mauricio Macri; la dispersión del radicalismo con sus quiebres de bloque y sus escisiones; la feudalización del peronismo del interior y las disputas en la provincia de Buenos Aires entre el kirchnerismo y Axel Kicillof, son todas expresiones de esa implosión en cámara lenta, que sin duda va a extenderse hasta teñir las próximas elecciones de octubre.
El calendario electoral de este año ha exhibido un nivel inédito de fragmentación política, no sólo por el desdoblamiento de las fechas de los comicios, sino por la provincialización de la oferta, con alianzas y divisiones que responden a dinámicas estrictamente locales, desenganchadas de cualquier lógica ordenadora nacional. Es un sistema invertebrado.
El otro proceso en curso está guiado por un principio de reconstrucción, que busca reemplazar el antiguo régimen por una organización política y un modelo económico renovados. Este movimiento tiene al menos tres expresiones visibles. La primera es aportada por el ordenamiento macroeconómico y la baja de la inflación, que vienen a cumplir con la principal demanda de los votantes de 2023: superar el desorden del último tramo de la gestión del triángulo de caucho Alberto-Cristina-Sergio.
La segunda manifestación emerge del liderazgo y la centralidad que ejerce Javier Milei, quien con su estilo volcánico y cargado de excesos ha disimulado sus debilidades de origen. Recuperó el poder del sillón presidencial que había sido vaciado en la administración anterior y dominó la agenda pública durante la mayor parte del año y medio que lleva de mandato.
Y el tercer indicador son las expectativas sociales de una mejora en su situación y la del país, la novedad más consistente que muestran todas las encuestas. Son expectativas activadas más por la necesidad de creer que por una convicción real, pero que hasta ahora le han servido al Gobierno para mantener promesas vigentes pese a las penurias actuales.
Según un trabajo del consultor Fernando Moiguer, “la Argentina es el país de la región donde las expectativas más influyen en la percepción de la realidad de la gente, mucho más que su opinión sobre el presente. La sensación dominante es la de desencanto con esperanza”. Los encuestadores no dejan de sorprenderse de la actitud de votantes que dicen que la están pasando mal, pero al mismo tiempo siguen respaldando a Milei.
¿Alcanza con la estabilidad macroeconómica, el liderazgo presidencial y las expectativas sociales para reconstruir un país en estado de nervios permanente? Y en todo caso, ¿además de ser un vector de ruptura, Milei es también un reconstructor? ¿O su carácter de outsider y de fenómeno disruptivo le exige mantener una atmósfera de caos constante porque en la quietud el hechizo se disipa? ¿Representa el líder libertario el primer eslabón de una nueva etapa histórica o su hegemonía en realidad constituye un interregno que sólo cierra la era anterior?
Allí se balancea la dinámica actual de la Argentina, en una permanente tensión entre las últimas expresiones de la ruptura del viejo régimen y las manifestaciones de una gestación que todavía no se termina de corporizar.
Un peronismo con tobillera
Cristina Kirchner interpretó estas dinámicas y decidió transformar su detención en una representación para prolongar su incidencia en un tablero político que la estaba marginando. Antes del fallo de la Corte Suprema que ratificó la condena por Vialidad, era ignorada por el peronismo del interior y enfrentaba el desafío de Kicillof y los intendentes.
La masiva marcha del miércoles y la teatralización del balcón la reposicionaron de un modo fulminante y llevaron a la mayor parte del peronismo a encolumnarse detrás de ella. La unidad del PJ ahora quedó moldeada sobre su figura; es una unidad sin renovación. Como dice Pablo Knopoff, “el gran acierto de Cristina está en que los metió presos a todos, le puso la tobillera al conjunto del peronismo”.
Una muestra de esa centralidad coyuntural fue retratada por la consultora Ad Hoc, de Javier Correa, que midió el nivel de menciones en redes sociales entre el 9 y el 19 de junio. El resultado fue que por primera vez desde que los libertarios llegaron al poder Cristina Kirchner superó en volumen de menciones a Milei. Es sólo una foto, pero registra el momento. Habrá que ver si por fuera de la militancia ferviente, también se removió la emocionalidad escondida de los que se habían desencantado del peronismo tras el último experimento y estaban reacios a volver a creer.
La expresidenta logró extender la vigencia del pasado para tener una vida más, para ganar tiempo, para revivir una mística que se apagaba. Apeló a toda la simbología histórica, desde la detención de Juan Perón hasta la apelación a la proscripción, y le inyectó una dosis de utopía retrospectiva a su heredero Máximo, quien se dedicó a resaltar la época de oro del kirchnerismo, el de Néstor y Cristina. La única invitación prospectiva quedó sintetizada en la frase “vamos a volver”. La narrativa del futuro es una apelación al pasado.
Hubo un sector importante del peronismo que eludió la cita, porque se ilusiona con tener algún papel en la reconstrucción. La ausencia más sonora fue la de la CGT, que bascula entre una gerontocracia crepuscular y la necesidad de una renovación.
Pero también hubo una defección de los gobernadores, que sólo estuvieron representados por Kicillof y por el magnánimo Ricardo Quintela. Además, del bloque de 34 senadores nacionales que responden a Cristina, sólo participaron 20 de la movilización, y de los 98 integrantes de la bancada de diputados en el que participa Máximo concurrieron 31.
Hay un reflejo de supervivencia de sectores peronistas que entienden que Cristina es parte de la mampostería que sigue cayendo tras la ruptura del sistema. Incluso entre quienes marcharon el miércoles, hay quienes sólo lo hicieron con el objetivo de no mostrar indiferencia y evitar la etiqueta de la traición, como la mayoría de los intendentes que acompañaron a Kicillof.
Pasada la sensibilidad de la Plaza de Mayo, la primera materialización del escenario post condena se producirá al iniciar las conversaciones de cara a las elecciones bonaerenses de septiembre. Ese diálogo quedó interrumpido en los últimos diez días y será retomado esta semana.
En el entorno de Kicillof asumen que las huestes de Máximo se sentarán empoderados y buscarán dominar las candidaturas. El objetivo del gobernador es que la distribución sea más parecido a un 30%-30%-40%, entre su sector, el de Massa y el de La Cámpora. El kirchnerismo sostiene que la unidad es más importante que nunca y espera que Kicillof se muestre menos inflexible. “Cristina no está con espíritu belicoso hacia adentro de la fuerza”, describió Máximo a su entorno más cercano.
El cierre de las listas se avecina sangriento porque será la verdadera interna, reemplazará el espíritu de la denostada PASO. Por eso va a tener casi la misma importancia que la elección en sí misma.
Kicillof está en una verdadera encrucijada. Por un lado, piensa que no es momento de romper con el kirchnerismo porque lo puede dejar lesionado en su proyecto presidencial. Pero al mismo tiempo, tiene una fuerte presión de los intendentes que lo acompañan, que de ningún modo piensan negociar con La Cámpora.
La rebelión de los alcaldes es la novedad más notoria del panorama bonaerense. Están dispuestos a ir con lista corta a concejales si Kicillof cede en un acuerdo con Máximo en la boleta a legisladores provinciales. “Si esto ocurre, es muy difícil que los intendentes lo sigan apoyando a Axel en la próxima jugada porque habrá demostrado que no puede liderar la emancipación”, admiten entre quienes acompañan al gobernador. En el fondo, Kicillof también se contorsiona entre su ideal de ser parte de la restauración, y un pasado del que no se puede desligar tan fácilmente.
Para entender el nivel de tensión interna que rige en el peronismo bonaerense, sólo basta ver la cantidad de recaudos que tomaron los camporistas y los kicillofistas en la organización de la marcha para evitar enfrentamientos o situaciones hostiles entre las dos tribus.
Con ellos se han bifurcado dos modelos de construcción política que parecen cada vez menos asimilables. El kirchnerismo ingresó en una fase más purista con el liderazgo de su propio triángulo de hierro: Máximo, Wado de Pedro y Mayra Mendoza.
Este sector dejó de avalar reacciones violentas como las que dominaron la semana anterior por el temor a que eso pudiera condicionar la prisión domiciliaria de Cristina. Por eso hubo un cuidado especial en este punto y fue el tópico del que más se conversó en el segundo piso de San José 1111 en estos días.
El kicillofismo, en cambio, quiere transitar un camino más pragmático (a pesar del discurso económico intransigente del propio gobernador), con la idea de ser lo más amplio posible para derrotar a Milei. La idea de Máximo candidato en la tercera sección electoral, que es promovida por La Cámpora, sería un contrasentido para ellos. Ofrecen a cambio la postulación de Verónica Magario. El gran dilema es si tienen la fuerza necesaria para enfrentar el dominio kirchnerista en el conurbano.
Luces amarillas
El “efecto detención” no fue inocuo para el Gobierno, porque perdió temporalmente el control de la agenda y lo obligó a poner en pausa sus definiciones electorales. Milei no lidia con el pasado como Cristina a la hora de prometer un futuro mejor, sino con las vicisitudes del presente, porque los factores de reconstrucción que impulsa están encontrando algunas limitaciones.
La estabilización macroeconómica y la baja de la inflación constituyen los logros más valorados de la gestión libertaria, pero hay indicadores que empiezan a exponer ciertas dificultades en el plano productivo y laboral.
El incremento del desempleo que se conoció esta semana, que pasó del 6,4% en el último trimestre de 2024 al 7,9% en el primer trimestre de este año fue una señal. Al mismo tiempo, los índices de consumo mantienen una alta disparidad dependiendo del sector.
También empiezan a impactar los límites en las actualizaciones salariales. La Secretaría de Trabajo lo explicitó en su último informe, al señalar que “en abril de 2025, el dato provisorio del salario medio real del empleo en relación de dependencia del sector privado presentó una reducción del 1,6% en comparación con el nivel de marzo de 2025 (variación sin estacionalidad). De esta manera, se acumulan tres meses consecutivos de caída del salario medio real”. La mora en los pagos de los créditos bancarios es otro efecto reciente.
Los datos no son dramáticos y se dan en un contexto en el que hay un efecto compensación por la tendencia a la baja de la inflación. Pero sí dan cuenta de que hay una dificultad para proyectar en el corto plazo un repunte económico vigoroso en la percepción social. El proceso no termina de despegar todavía.
Moiguer visualiza una fractura en las dinámicas de consumo, que reflejan esta situación. En un informe titulado “La Argentina pesificada versus la Argentina dolarizada”, muestra cómo la clase alta, según sus palabras, “está sobreconsumiendo en forma explícita en dólares (viajes, compras en el exterior, atesoramiento), ahora sin vergüenza porque el Gobierno legitima la riqueza”, mientras que “la clase media clásica se achica y sobrevive, y la clase media-baja y baja se empieza a dar cuenta de que no tiene lugar en este nuevo modelo productivo, no está preparada para el cambio que se está dando”.
Remarca que “la recuperación económica no llega a todos y que profundiza las desigualdades”. Por ejemplo, mientras en el segmento C1 el 31% dice que no llega a fin de mes, esa cifra se eleva a 64% en el segmento más bajo.
Pero además agrega otro dato interesante que ya había explorado en un trabajo anterior: la fractura no sólo divide sectores por situación socioeconómica, sino también es una línea geográfica que separa zonas muy dinámicas, como el eje andino y parte de la Patagonia, impulsadas por la minería y la energía; y regiones con menos proyección, como el NEA y los grandes conurbanos de la zona centro. Esto también quedó en evidencia en el informe del Indec sobre desempleo, que midió una tasa del 5,1% en el NOA y del 4,9% en la Patagonia, que contrasta con el 9,7% del conurbano bonaerense.
Esto es lo que mira Cristina cuando exagera y dice que “el modelo se cae”. En el fondo busca opacar la idea de futuro, para expandir la vigencia de su pasado.
Con estos datos queda por determinar si lo que se visualiza es una recuperación en dos velocidades, y en consecuencia sólo es cuestión de esperar que se generalice el impacto de la recuperación económica, o si el modelo se sustenta a partir de una realidad dual.
La respuesta a este interrogante determinará la duración de las expectativas sociales en el Gobierno y definirá el plazo del crédito que le otorga. Es muy probable que la tolerancia se mantenga vigente para las elecciones de octubre; habrá que ver a partir del próximo año.
Retumba todavía en muchos sectores económicos la advertencia que hizo hace un mes el economista Ricardo Arriazu en AmCham, cuando anticipó que “va a haber destrucción y creación, y la destrucción va a ser mucho más rápida que la creación”.
El poder político de Milei probablemente sea refrendado en las elecciones, pero la sustentabilidad del proyecto libertario también dependerá de la administración que haga de esa transición entre la ruptura del viejo régimen y el surgimiento de una nueva matriz económica que sea percibida socialmente como sostenible e inclusiva.
Esa es la tensión mayor que subyace detrás del balcón de Cristina y de los tuits de Milei; detrás de las urnas y de los indicadores de empleo y consumo. En definitiva, si la Argentina transita el camino de la reconstrucción o incuba su próxima crisis.
Cristina Kirchner busca extender su vigencia prolongando el pasado, mientras Milei enfrenta dificultades para consolidar una nueva etapa LA NACION