
“El mero hecho de quejarse le da a ciertas vidas un aliciente que la hace soportable”, se lee en El crepúsculo de los ídolos, de Friedrich Nietzsche. La expresión del descontento, ¿es una vía de escape? ¿Es una reacción orgánica al malestar o al disgusto? ¿Es un intento de expresión que espera respuesta o una especie de emisión retórica? Su enunciación ¿alivia el problema que la causa, aún cuando no cambie el estado de cosas? ¿Vale para algo quejarse? La letanía del descontento se ha convertido en tan masiva que empieza a pasar desapercibida. ¿El lamento se ha vaciado de sentido? El filósofo y teólogo danés del siglo XIX Søren Kierkegaard percibía algo de esa vaciedad: “La gente me entiende tan poco que ni siquiera entiende mi queja de que no me comprenden”.
Mientras la masividad del descontento se extiende a todas las áreas de la vida humana por hartazgo, costumbre, sin fundamento, como último recurso, con descreimiento o como acto reflejo, los grandes centros de investigación del mundo empezaron a tomar nota de su existencia y comenzaron a registrar científicamente cuánto y qué produce una queja.
Un antiguo estudio de la Universidad de Stanford realizado en 1996 afirmó que el sujeto promedio se queja entre 15 y 30 veces al día. Natalie Biderman, actual investigadora del departamento de psiquiatría de la entidad, confirma que esos datos no se han actualizado, pero sí han profundizado relevamientos en otros sentidos. “Pudimos identificar que el 64% de las personas piensa que quejarse perjudica su salud mental -dice- y que, al mismo tiempo, el 96% de los insatisfechos no se quejan”. Sin embargo, en una investigación de la Universidad de Harvard encabezada por David Weil, profesor de economía, descubrieron que las personas se quejan un promedio de 48 veces al día. Por su parte, la empresa de formación en inteligencia emocional Talent Smart mostró en sus últimas encuestas que lo hacen, en promedio, una vez por minuto.
¿Qué dice la psicología de las personas que aman a los gatos?
Una investigación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos indicó que 1 de cada 3 estadounidenses dice haber cortado lazos con personas que se quejan demasiado, mientras que 1 de cada 4 asegura que si pudiera elegir un tema sobre el cual no volver a escuchar ninguna queja, sería la política. El estudio informó que casi el 48% de las quejas van dirigidas al precio de las cosas, mientras que el 33% a cómo se conduce en la calle.
La misma investigación afirma que casi 3 de cada 5 estadounidenses se quejan con compañeros de trabajo y que un 42% adicional dice desahogarse con su jefe. Argumentaron que “las personas fuera de la oficina no necesariamente comprenden las frustraciones cotidianas”.
La queja es una expresión de malestar emocional generado por la divergencia entre las expectativas y cómo la realidad se presenta. “Es un mecanismo para evitar asumir responsabilidades -dice Cristina Veiga, psicóloga de la Fundación Aiglé-, manteniendo a la persona en el campo de la imposibilidad. Lo que la lleva a sentirse cada vez más frustrada”. Para la especialista es un modo de “tirar la pelota afuera, evita responsabilizarse”.
Además, asegura que mantiene a la persona en el lugar de victimización. “Se vuelve perjudicial cuando se mantiene en el largo plazo y puede transformarse en una herramienta de manipulación generando culpa en el otro”, agrega.
No obstante, el viejo adagio de “no se queje si no se queja” se inspira en un saber popular que indica que “quejarse es una especie de catarsis -dice Laura Markham, psicóloga clínica de la Universidad de Columbia y autora de Padres pacíficos, niños felices-. Al expresar nuestros sentimientos en lugar de reprimirlos, nos sentimos mejor”.
Un documento científico publicado en National Library of Medicine dirigido por Robin Kowalski, especialista del departamento de psicología de la Universidad Western Carolina, afirma que las quejas se definen como expresiones de insatisfacción, experimentadas subjetivamente o no, con el propósito de desahogar emociones o alcanzar objetivos personales. En su investigación indica que “quejarse implica una ecuación donde la utilidad y el propósito de la queja tienen un papel central. Me puedo sentir muy insatisfecho, pero a la vez evaluar que si me quejo perderé algo. O puedo no sentirme tan insatisfecho, considerar que quejarme logrará captar la atención del otro sobre mí, recibir apoyo y afecto de familiares o amigos”.
Las razones por las que las personas se quejan son tan diversas como las quejas que expresan. “Puede ser tanto un comportamiento saludable como perjudicial -afirma Carolina Palavezzatti, psicóloga de Fundación Aiglé-. Si estamos en una situación social con extraños, la queja puede ser un facilitador de la interacción social”.
Nunca consigo lo que quiero
Lamentarse “reconfigura el cerebro y es perjudicial para la salud”, afirmó Travis Bradberry, coautor de Inteligencia Emocional 2.0. Según el especialista, el cerebro prefiere la eficiencia y opta por evitar el trabajo innecesario. “Repetir un comportamiento como quejarse hace que las neuronas se ramifiquen -indica-, facilitando que con el acto repetitivo ese comportamiento se produzca, quizá, ni siquiera sin que te des cuenta”. El cerebro se adapta por neuroplasticidad.
Otra investigación de la Universidad de Stanford demuestra que quejarse encoge el hipocampo (la estructura cerebral ubicada en la cara medial del lóbulo temporal). “La exposición a la queja durante 30 minutos diarios reduce el tamaño del hipocampo, cuyas principales funciones tienen que ver con la memoria episódica a largo plazo (eventos personales) y la regulación emocional”, explica Veiga.
También afecta al procesamiento cognitivo y el aprendizaje ya que el hipocampo se conecta con la amígdala que se ocupa del procesamiento emocional y la corteza prefrontal. “Esto repercute en la toma de decisiones basadas en memorias y en el tálamo que se ocupa de la recepción de señales sensoriales”, completa.
Quejarse repetidamente reconfigura el cerebro para que sea más probable que uno vuelva a quejarse. “Con el tiempo -añade Bradberry-, descubrís que es más fácil ser negativo que positivo, independientemente de lo que suceda a tu alrededor. Quejarte se convierte en tu comportamiento predeterminado”.
Un nutricionista da 5 consejos fundamentales para quemar grasas
Las lamentaciones provocan otro tipos de efectos en el cuerpo. “Liberan cortisol, la hormona del estrés -indica Markham-. Esta sustancia nos pone en modo de lucha o huida, desviando el oxígeno, la sangre y la energía para atender al peligro que alerta”. La presencia de cortisol en exceso en el mediano plazo debilita el sistema inmunológico: aumenta el riesgo de depresión y deteriora la cognición, lo que afecta la toma de decisiones y la resolución de problemas. “También, ante el descontento se libera adrenalina -aporta Veiga- lo que aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la tensión muscular. A largo plazo puede generar insomnio, debilitamiento del sistema inmunológico y riesgo cardiovascular”.
Otro efecto perjudicial se produce en las neuronas espejo, “que replican inconscientemente el estado de ánimo de quienes nos rodean -advierte Veiga-. Escuchar quejas ajenas activa las mismas respuestas fisiológicas”. Quien se queja afecta a quien lo escucha y, al mismo tiempo, la interacción entre el quejoso y quien lo oye es recíproca. “La psicología predice que si la queja no se expresa de forma amenazante ni destructiva, en general quien la escucha se dispondrá de manera constructiva y brindara apoyo -explica Palavezzatti-. Pero si el contenido y el modo de la queja son despectivos, quien la recibe tendera a responder con hostilidad”.
El inconformista Calimero
Carlo Peroni (Perogatt) fue un artista de cómics italiano, creador de un pollito insatisfecho que se transformó en un animé célebre. Nunca feliz con sus aventuras, se siente incomprendido y no para de quejarse. De allí tomó el nombre el psicoanalista francés Saverio Tomasella al definir el síndrome de Calimero. Afirma que detrás de las quejas por lo general hay un sufrimiento real, “un reclamo emocional desatendido de forma reiterada”, explica. Para él este es un fenómeno de nuestro tiempo “típico de una sociedad al límite de la implosión -indica-. Muchas veces, quienes se quejan en exceso han vivido injusticias previas y temen volver a experimentarlas”.
¿Estás dispuesto a tomar las decisiones para cambiar? #briantracy #seminariofenix #motivacion
♬ sonido original – Brian Tracy
Todos nos quejamos pero, aparentemente, no del mismo modo. “Las personas con mayor predisposición a dirigir la atención hacia el interior, centradas en ellas mismas, son más propensas a quejarse -advierte Palavezzatti-. Estados emocionales como la ansiedad y la depresión pueden hacer que llevemos la atención hacia nosotros. Lo mismo ocurre con el aburrimiento y con el dolor físico”.
Algunos de los rasgos de personalidad también se relacionan con la queja. “El neuroticismo, una tendencia relativamente estable a responder con emociones negativas ante amenazas, frustraciones o pérdidas, es otro factor asociado con la queja -completa Palavezzatti-. Quien tenga más neuroticismo tenderá a ser más quejoso”. La amabilidad, en cambio, produce lo contrario: “Quienes son más amables se quejan menos”, añade.
Según un estudio a cargo de Evangelia Demerouti, especialista del Departamento de Ciencias de la Innovación de la Universidad de Eindhoven en los Países Bajos, las personas más inteligentes se quejan menos. “Confirmamos que quienes expresaron su malestar estaban de peor humor, sentían menos satisfacción y orgullo por su trabajo y eran significativamente más propensos a sentirse menos felices y a experimentar una menor autoestima”, dice Demerouti. Atribuyeron las causas a que quejarse de un evento negativo implica experimentarlo dos veces: cuando sucedió y al revivirlo en la queja. Así, confirmaron que aquellos que “desahogan su ira evaluando cómo lo harán mejor la próxima vez”, se sienten menos frustrados por el hecho en cuestión.
De hecho, Daniel Goleman, el fundador del concepto de educación emocional, afirmó en La inteligencia emocional que una de las facetas diferentes de este valor lo constituye “la capacidad de expresar las quejas en forma de críticas positivas”, eso que hoy conocemos como asertividad.
Demerouti detectó que los quejosos suelen reunir alguna o varias de estas condiciones: tienden a no dejar atrás el pasado, suelen hacerse poco cargo de los sucesos y los transfieren a terceros, se sienten atraídos por el lado negativo de las cosas, son poco flexibles, se perciben cómodos en el problema y no aceptan críticas positivas.
El lado iluminado de la luna
“Quejarse puede ser tan negativo como positivo”, dispara Margot Bastin, especialista en vínculos de la Universidad KU Leuven de Bélgica, haciendo tambalear algunas ideas. Para la investigadora la clave es lingüística. Considera que no se debería incluir dentro del concepto de lamento a algunas opciones como desahogarse y resolver problemas. “La queja perjudicial -indica- es la que nos lleva a rumiar un pesar. Pero cuando es la expresión consciente de algo y es posible desentrañar cuál es el propósito, puede ayudar articularla de un modo estratégico”.
Compartir lo que nos fastidia de manera no amenazante y amable facilita recibir el apoyo necesitado. “Convertir la queja en un sendero hacia la resolución de los problemas que nos ocasionan ese fastidio convierte al lamento en un camino positivo a la acción -sugiere Palavezzatti-. Reconocer qué se puede cambiar y qué no es otra forma adecuada de canalizar la frustración. No todo tiene solución. La aceptación es positiva”. Veiga suma: ”Si la queja se orienta al cambio fortalece relaciones y promueve empatía”. Permite una descarga emocional, contribuye a la conexión social y a la búsqueda de apoyo.
Por otra parte, no quejarse nunca es expresión de inmadurez emocional. “Hacer un esfuerzo para no sentirse mal nunca se asocia con efectos fisiológicos negativos -afirma Bastin-. Identificar tus sentimientos y expresarlos sin que se conviertan en el único tema del que hables, puede ayudarte a reducir la angustia que te generan”.
Cuando se sale del automatismo de emitir una queja como respirar, es posible conectarse con el fastidio o la frustración, ofrecerle curso sin caer en la letanía y darse cuenta de que, como decía Mario Benedetti, “siempre hay alguien que está peor”, para ponerle perspectiva.
¿Qué hacer para no quejarnos tanto?
“Está permitida la queja si se orienta a expresar insatisfacción y búsqueda de solución. Eso nos acerca a recibir apoyo y afecto y es el primer paso para resolver o aceptar lo que nos afecta”, explica Carolina Palavezzatti. “Concientizar cómo puede afectar negativamente el propio estado de ánimo y el de otros reducirá las motivaciones para quejarse”, afirma Natalie Biderman.“Convertir la queja en acción concreta y evitar generalizaciones negativas. La psicoterapia ayuda a identificar patrones disfuncionales y reemplazarlos por estrategias más adaptativas”, informa Cristina Veiga.“Reconocer los sentimientos propios y ajenos. Cuando alguien esté molesto, tratar de mostrar empatía”, indica David Weil.“Para lamentarnos menos también es adecuado ejercitar todo lo que podamos la gratitud de lo positivo que nos pasa”, aporta Carolina Palavezzatti.“Reducir el tiempo disponible para quejarse. Es difícil, pero se puede autoadmitir un número de quejas diarias o solo quejarse a la mañana, por ejemplo”, sugiere Laura Markham.“Ante una dificultad, reemplazar la queja por un pedido de comentarios constructivos de personas en quienes confías”, agrega Travis Bradberry.“Convertir la queja en acción. Buscar soluciones concretas. Preguntarnos: ¿qué voy a hacer al respecto?”, suma Cristina Veiga.
“El mero hecho de quejarse le da a ciertas vidas un aliciente que la hace soportable”, se lee en El crepúsculo de los ídolos, de Friedrich Nietzsche. La expresión del descontento, ¿es una vía de escape? ¿Es una reacción orgánica al malestar o al disgusto? ¿Es un intento de expresión que espera respuesta o una especie de emisión retórica? Su enunciación ¿alivia el problema que la causa, aún cuando no cambie el estado de cosas? ¿Vale para algo quejarse? La letanía del descontento se ha convertido en tan masiva que empieza a pasar desapercibida. ¿El lamento se ha vaciado de sentido? El filósofo y teólogo danés del siglo XIX Søren Kierkegaard percibía algo de esa vaciedad: “La gente me entiende tan poco que ni siquiera entiende mi queja de que no me comprenden”.
Mientras la masividad del descontento se extiende a todas las áreas de la vida humana por hartazgo, costumbre, sin fundamento, como último recurso, con descreimiento o como acto reflejo, los grandes centros de investigación del mundo empezaron a tomar nota de su existencia y comenzaron a registrar científicamente cuánto y qué produce una queja.
Un antiguo estudio de la Universidad de Stanford realizado en 1996 afirmó que el sujeto promedio se queja entre 15 y 30 veces al día. Natalie Biderman, actual investigadora del departamento de psiquiatría de la entidad, confirma que esos datos no se han actualizado, pero sí han profundizado relevamientos en otros sentidos. “Pudimos identificar que el 64% de las personas piensa que quejarse perjudica su salud mental -dice- y que, al mismo tiempo, el 96% de los insatisfechos no se quejan”. Sin embargo, en una investigación de la Universidad de Harvard encabezada por David Weil, profesor de economía, descubrieron que las personas se quejan un promedio de 48 veces al día. Por su parte, la empresa de formación en inteligencia emocional Talent Smart mostró en sus últimas encuestas que lo hacen, en promedio, una vez por minuto.
¿Qué dice la psicología de las personas que aman a los gatos?
Una investigación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos indicó que 1 de cada 3 estadounidenses dice haber cortado lazos con personas que se quejan demasiado, mientras que 1 de cada 4 asegura que si pudiera elegir un tema sobre el cual no volver a escuchar ninguna queja, sería la política. El estudio informó que casi el 48% de las quejas van dirigidas al precio de las cosas, mientras que el 33% a cómo se conduce en la calle.
La misma investigación afirma que casi 3 de cada 5 estadounidenses se quejan con compañeros de trabajo y que un 42% adicional dice desahogarse con su jefe. Argumentaron que “las personas fuera de la oficina no necesariamente comprenden las frustraciones cotidianas”.
La queja es una expresión de malestar emocional generado por la divergencia entre las expectativas y cómo la realidad se presenta. “Es un mecanismo para evitar asumir responsabilidades -dice Cristina Veiga, psicóloga de la Fundación Aiglé-, manteniendo a la persona en el campo de la imposibilidad. Lo que la lleva a sentirse cada vez más frustrada”. Para la especialista es un modo de “tirar la pelota afuera, evita responsabilizarse”.
Además, asegura que mantiene a la persona en el lugar de victimización. “Se vuelve perjudicial cuando se mantiene en el largo plazo y puede transformarse en una herramienta de manipulación generando culpa en el otro”, agrega.
No obstante, el viejo adagio de “no se queje si no se queja” se inspira en un saber popular que indica que “quejarse es una especie de catarsis -dice Laura Markham, psicóloga clínica de la Universidad de Columbia y autora de Padres pacíficos, niños felices-. Al expresar nuestros sentimientos en lugar de reprimirlos, nos sentimos mejor”.
Un documento científico publicado en National Library of Medicine dirigido por Robin Kowalski, especialista del departamento de psicología de la Universidad Western Carolina, afirma que las quejas se definen como expresiones de insatisfacción, experimentadas subjetivamente o no, con el propósito de desahogar emociones o alcanzar objetivos personales. En su investigación indica que “quejarse implica una ecuación donde la utilidad y el propósito de la queja tienen un papel central. Me puedo sentir muy insatisfecho, pero a la vez evaluar que si me quejo perderé algo. O puedo no sentirme tan insatisfecho, considerar que quejarme logrará captar la atención del otro sobre mí, recibir apoyo y afecto de familiares o amigos”.
Las razones por las que las personas se quejan son tan diversas como las quejas que expresan. “Puede ser tanto un comportamiento saludable como perjudicial -afirma Carolina Palavezzatti, psicóloga de Fundación Aiglé-. Si estamos en una situación social con extraños, la queja puede ser un facilitador de la interacción social”.
Nunca consigo lo que quiero
Lamentarse “reconfigura el cerebro y es perjudicial para la salud”, afirmó Travis Bradberry, coautor de Inteligencia Emocional 2.0. Según el especialista, el cerebro prefiere la eficiencia y opta por evitar el trabajo innecesario. “Repetir un comportamiento como quejarse hace que las neuronas se ramifiquen -indica-, facilitando que con el acto repetitivo ese comportamiento se produzca, quizá, ni siquiera sin que te des cuenta”. El cerebro se adapta por neuroplasticidad.
Otra investigación de la Universidad de Stanford demuestra que quejarse encoge el hipocampo (la estructura cerebral ubicada en la cara medial del lóbulo temporal). “La exposición a la queja durante 30 minutos diarios reduce el tamaño del hipocampo, cuyas principales funciones tienen que ver con la memoria episódica a largo plazo (eventos personales) y la regulación emocional”, explica Veiga.
También afecta al procesamiento cognitivo y el aprendizaje ya que el hipocampo se conecta con la amígdala que se ocupa del procesamiento emocional y la corteza prefrontal. “Esto repercute en la toma de decisiones basadas en memorias y en el tálamo que se ocupa de la recepción de señales sensoriales”, completa.
Quejarse repetidamente reconfigura el cerebro para que sea más probable que uno vuelva a quejarse. “Con el tiempo -añade Bradberry-, descubrís que es más fácil ser negativo que positivo, independientemente de lo que suceda a tu alrededor. Quejarte se convierte en tu comportamiento predeterminado”.
Un nutricionista da 5 consejos fundamentales para quemar grasas
Las lamentaciones provocan otro tipos de efectos en el cuerpo. “Liberan cortisol, la hormona del estrés -indica Markham-. Esta sustancia nos pone en modo de lucha o huida, desviando el oxígeno, la sangre y la energía para atender al peligro que alerta”. La presencia de cortisol en exceso en el mediano plazo debilita el sistema inmunológico: aumenta el riesgo de depresión y deteriora la cognición, lo que afecta la toma de decisiones y la resolución de problemas. “También, ante el descontento se libera adrenalina -aporta Veiga- lo que aumenta la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la tensión muscular. A largo plazo puede generar insomnio, debilitamiento del sistema inmunológico y riesgo cardiovascular”.
Otro efecto perjudicial se produce en las neuronas espejo, “que replican inconscientemente el estado de ánimo de quienes nos rodean -advierte Veiga-. Escuchar quejas ajenas activa las mismas respuestas fisiológicas”. Quien se queja afecta a quien lo escucha y, al mismo tiempo, la interacción entre el quejoso y quien lo oye es recíproca. “La psicología predice que si la queja no se expresa de forma amenazante ni destructiva, en general quien la escucha se dispondrá de manera constructiva y brindara apoyo -explica Palavezzatti-. Pero si el contenido y el modo de la queja son despectivos, quien la recibe tendera a responder con hostilidad”.
El inconformista Calimero
Carlo Peroni (Perogatt) fue un artista de cómics italiano, creador de un pollito insatisfecho que se transformó en un animé célebre. Nunca feliz con sus aventuras, se siente incomprendido y no para de quejarse. De allí tomó el nombre el psicoanalista francés Saverio Tomasella al definir el síndrome de Calimero. Afirma que detrás de las quejas por lo general hay un sufrimiento real, “un reclamo emocional desatendido de forma reiterada”, explica. Para él este es un fenómeno de nuestro tiempo “típico de una sociedad al límite de la implosión -indica-. Muchas veces, quienes se quejan en exceso han vivido injusticias previas y temen volver a experimentarlas”.
¿Estás dispuesto a tomar las decisiones para cambiar? #briantracy #seminariofenix #motivacion
♬ sonido original – Brian Tracy
Todos nos quejamos pero, aparentemente, no del mismo modo. “Las personas con mayor predisposición a dirigir la atención hacia el interior, centradas en ellas mismas, son más propensas a quejarse -advierte Palavezzatti-. Estados emocionales como la ansiedad y la depresión pueden hacer que llevemos la atención hacia nosotros. Lo mismo ocurre con el aburrimiento y con el dolor físico”.
Algunos de los rasgos de personalidad también se relacionan con la queja. “El neuroticismo, una tendencia relativamente estable a responder con emociones negativas ante amenazas, frustraciones o pérdidas, es otro factor asociado con la queja -completa Palavezzatti-. Quien tenga más neuroticismo tenderá a ser más quejoso”. La amabilidad, en cambio, produce lo contrario: “Quienes son más amables se quejan menos”, añade.
Según un estudio a cargo de Evangelia Demerouti, especialista del Departamento de Ciencias de la Innovación de la Universidad de Eindhoven en los Países Bajos, las personas más inteligentes se quejan menos. “Confirmamos que quienes expresaron su malestar estaban de peor humor, sentían menos satisfacción y orgullo por su trabajo y eran significativamente más propensos a sentirse menos felices y a experimentar una menor autoestima”, dice Demerouti. Atribuyeron las causas a que quejarse de un evento negativo implica experimentarlo dos veces: cuando sucedió y al revivirlo en la queja. Así, confirmaron que aquellos que “desahogan su ira evaluando cómo lo harán mejor la próxima vez”, se sienten menos frustrados por el hecho en cuestión.
De hecho, Daniel Goleman, el fundador del concepto de educación emocional, afirmó en La inteligencia emocional que una de las facetas diferentes de este valor lo constituye “la capacidad de expresar las quejas en forma de críticas positivas”, eso que hoy conocemos como asertividad.
Demerouti detectó que los quejosos suelen reunir alguna o varias de estas condiciones: tienden a no dejar atrás el pasado, suelen hacerse poco cargo de los sucesos y los transfieren a terceros, se sienten atraídos por el lado negativo de las cosas, son poco flexibles, se perciben cómodos en el problema y no aceptan críticas positivas.
El lado iluminado de la luna
“Quejarse puede ser tan negativo como positivo”, dispara Margot Bastin, especialista en vínculos de la Universidad KU Leuven de Bélgica, haciendo tambalear algunas ideas. Para la investigadora la clave es lingüística. Considera que no se debería incluir dentro del concepto de lamento a algunas opciones como desahogarse y resolver problemas. “La queja perjudicial -indica- es la que nos lleva a rumiar un pesar. Pero cuando es la expresión consciente de algo y es posible desentrañar cuál es el propósito, puede ayudar articularla de un modo estratégico”.
Compartir lo que nos fastidia de manera no amenazante y amable facilita recibir el apoyo necesitado. “Convertir la queja en un sendero hacia la resolución de los problemas que nos ocasionan ese fastidio convierte al lamento en un camino positivo a la acción -sugiere Palavezzatti-. Reconocer qué se puede cambiar y qué no es otra forma adecuada de canalizar la frustración. No todo tiene solución. La aceptación es positiva”. Veiga suma: ”Si la queja se orienta al cambio fortalece relaciones y promueve empatía”. Permite una descarga emocional, contribuye a la conexión social y a la búsqueda de apoyo.
Por otra parte, no quejarse nunca es expresión de inmadurez emocional. “Hacer un esfuerzo para no sentirse mal nunca se asocia con efectos fisiológicos negativos -afirma Bastin-. Identificar tus sentimientos y expresarlos sin que se conviertan en el único tema del que hables, puede ayudarte a reducir la angustia que te generan”.
Cuando se sale del automatismo de emitir una queja como respirar, es posible conectarse con el fastidio o la frustración, ofrecerle curso sin caer en la letanía y darse cuenta de que, como decía Mario Benedetti, “siempre hay alguien que está peor”, para ponerle perspectiva.
¿Qué hacer para no quejarnos tanto?
“Está permitida la queja si se orienta a expresar insatisfacción y búsqueda de solución. Eso nos acerca a recibir apoyo y afecto y es el primer paso para resolver o aceptar lo que nos afecta”, explica Carolina Palavezzatti. “Concientizar cómo puede afectar negativamente el propio estado de ánimo y el de otros reducirá las motivaciones para quejarse”, afirma Natalie Biderman.“Convertir la queja en acción concreta y evitar generalizaciones negativas. La psicoterapia ayuda a identificar patrones disfuncionales y reemplazarlos por estrategias más adaptativas”, informa Cristina Veiga.“Reconocer los sentimientos propios y ajenos. Cuando alguien esté molesto, tratar de mostrar empatía”, indica David Weil.“Para lamentarnos menos también es adecuado ejercitar todo lo que podamos la gratitud de lo positivo que nos pasa”, aporta Carolina Palavezzatti.“Reducir el tiempo disponible para quejarse. Es difícil, pero se puede autoadmitir un número de quejas diarias o solo quejarse a la mañana, por ejemplo”, sugiere Laura Markham.“Ante una dificultad, reemplazar la queja por un pedido de comentarios constructivos de personas en quienes confías”, agrega Travis Bradberry.“Convertir la queja en acción. Buscar soluciones concretas. Preguntarnos: ¿qué voy a hacer al respecto?”, suma Cristina Veiga. Algunos científicos dicen que es liberadora, pero otros asumen que sumerge en un bucle sin salida; cómo se reconfigura el cerebro si se mantiene en el largo plazo LA NACION