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jueves, junio 26, 2025
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Su nivel de inglés fue una traba cuando estudió en Europa y creó un club de conversación con extranjeros

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El mate es mucho más que una simple infusión, es un emblema argentino de amistad, de reunión, de compartir. Y para un grupo de amigos se convirtió, hace más de una década, en el disparador para crear un club dedicado a que visitantes del extranjero aprendan a disfrutar esta tradición y, entre cebada y cebada, mejoren su fluidez en el español. Al mismo tiempo, los argentinos tienen la oportunidad de aceitar su habilidades de conversación en otros idiomas.

Aunque las rondas son relajadas también tienen algo de ceremonial, por eso el mate de cada reunión del Mate Club de Conversación lo cebará alguno de los anfitriones: Nahuel Trípodi (socio fundador), Luciano Rodríguez (actor) o Rocío de la Mano (diseñadora gráfica).

Qué es Mate Club y cómo funciona

Desde 2012, este ciclo propone encuentros semanales para practicar idiomas en bares porteños, con una consigna simple, pero poderosa: la charla como puente entre personas. La idea surgió entre Nahuel y su amigo músico, Rodrigo de la Mano cuando tenían 20 años. No imaginaban que iba a funcionar y convertirse un clásico para las comunidades de nómadas y viajeros que recorren el mundo.

Hay mate libre, mesas compartidas y moderadores que facilitan la interacción entre los participantes. Lo que se comparte es mucho más que vocabulario: anécdotas, expresiones típicas, puntos de vista. Cada encuentro es una excusa para viajar sin salir de la ciudad, o para conocer la Argentina a través de quienes viven aquí.

A lo largo de los años los encuentros fueron rotando de sedes, siempre en bares y lugares con servicio gastronómico. Este año tienen dos sedes: una cervecería y un hostel. Rabieta es un espacio enorme de techos altos emplazado sobre la casa que albergó a la histórica confitería la París, en el Hipódromo de Palermo. “Transmitir una idea, un sentimiento, en otro idioma, es lo que buscamos en los eventos”, dice a LA NACION Nahuel.

“Me ayudaron los congoleños”

Aunque durante la secundaria Nahuel Trípodi estudió inglés en una escuela particular de La Paternal y se la rebuscaba para mejorar sus habilidades de conversation, su nivel era bastante básico. Sin embargo, en 2010 y con 21 años, cuando cursaba la carrera de Agronomía ganó una beca de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para estudiar Agroecología en Francia. La experiencia de vivir en otro país cambió su manera de entender cómo se aprende un idioma.

Mientras cursaba en la tierra de Napoleón Bonaparte se chocó una realidad irrefutable: era fundamental hablar inglés con fluidez, ya que las clases se dictaban en ese idioma y había estudiantes de varios países, como Noruega, Japón, China y Brasil. Sin embargo, la vida cotidiana transcurría en francés.

Fue en ese contexto que realmente se convirtió en angloparlante. “Por tener la posibilidad de estar ahí durante tanto tiempo y hablando con gente, aprendí muchísimo más en seis meses de contacto cotidiano con la gente que en años de estudio”, recuerda Nahuel. En Francia, fueron los migrantes africanos o hijos de migrantes quienes lo impulsaban a aprender cada día más.

“Me ayudaron mucho los hijos de congoleños, de marroquíes y de argelinos. Entendían muy bien lo difícil que era para mí estar en un lugar con un idioma distinto. Hablar con ellos fue clave para mi proceso de adaptación y aprendizaje”, cuenta. De esa experiencia surgió la motivación para crear un espacio que invite a vivir el idioma, no solo estudiarlo.

Por eso, al regresar a Buenos Aires junto a su socio Rodrigo pensó en generar espacios donde los extranjeros pudieran vivir esa misma experiencia. “Queríamos salir del prejuicio de que los que venían eran turistas ricos. Muchos venían porque algo de nuestra cultura les llamaba la atención”, explica Nahuel.

“Muchos de los viajeros que, teniendo la posibilidad de ir a países cercanos a los suyos, como España o México, o a destinos paradisíacos como Costa Rica, elegían la Argentina por una motivación cultural más profunda y el mate es uno de nuestros símbolos más convocantes”, piensa el anfitrión. “Año tras año, nos sigue sorprendiendo esa elección. Hay algo de nuestro país que los convoca”, dice.

Así nació Mate Club como un espacio de encuentro real: donde argentinos pudieran practicar idiomas y extranjeros integrarse a la cultura local. “Esa fue la búsqueda original y sigue siendo lo que sostiene el proyecto. Conocemos historias, trayectorias, expectativas. Y los vínculos que surgen son amistades para toda la vida”, afirma Trípodi. En tantos años las anécdotas sobran. “Pasó de todo: amores, viajes, casamientos, hermandades muy fuertes. Y sí, con el mate como excusa, hay historias inolvidables”, concluye el creador del ciclo.

Quiénes van y cómo se toma mate

El Mate Club de Conversación convoca a un público diverso. “Viene gente de todas las clases sociales, de todos los barrios. Hay quienes trabajan en Capital y se quedan a dormir en el hostel donde se hace el evento, y también llegan participantes desde el conurbano”, cuenta Trípodi.

Incluso, algunos institutos de inglés organizan salidas grupales para participar de los encuentros como parte de su cronograma educativo.

“Es toda una aventura para los viajeros”, agrega Trípodi. Los encuentros de los sábados se realizan en la cervecería Rabieta, en el Hipódromo de Palermo, un lugar con mejor acústica, ideal para charlas más relajadas y planes diurnos, como una opción perfecta para un sábado a la tarde, en un ambiente que incluso da para compartir con la familia, siempre que todos sean mayores de 18 años.

No faltan quienes piensan que el mate es una bebida alucinógena, otros creen que se toma solo con azúcar o que cada uno debe tener su propio mate. Las anécdotas abundan: desde turistas que intentan pasarlo con la bombilla hacia el otro, hasta quienes hacen caras al descubrir su sabor amargo, pero igual siguen tomando. En todos los casos, la confusión se transforma en conversación, y la conversación en vínculo.

En cambio, los encuentros que tienen lugar en el hostel de Recoleta —los martes y viernes por la noche— atraen a un público un poco más joven que llega atraído por la movida nocturna del barrio. “El ambiente es siempre favorecedor para la charla. Nos sentamos en mesitas y lo que hacemos es conversar, compartir, escucharnos. ¡Y como hablamos en idiomas distintos, poder escucharse ya es todo un tema!”, exclama Nahuel.

Juegos, dinámicas y lo que queda después

Lejos del formato tradicional de presentaciones formales, los encuentros arrancan con juegos y dinámicas para romper el hielo. Una de las favoritas es el bingo de coincidencias. “En lugar de números, saco características, y la gente levanta la mano si cumple con esa condición. Puede ser una pavada como hablarle a las plantas o algo más profundo como haber cumplido un sueño”, explica Trípodi.

Entre ronda y ronda, los moderadores hacen preguntas, se interiorizan en las historias de quienes aún no hablaron y fomentan una participación equitativa. Lo que cada uno hace o a qué se dedica suele surgir espontáneamente con el correr del encuentro.

“Eso hace que la gente se ría mucho más rápido, se suelte, se relaje”, cuenta. “Los juegos van cambiando, hay desafíos, cartas, trivias. Algunos solo sirven para ganar premios sin hacer nada… y eso a la gente le encanta”, dice entre risas.

Cada encuentro dura unas dos horas, pero muchos participantes se quedan conversando aún después. Las reservas se hacen online mediante un formulario, y el precio por encuentro es de $5000 por persona. Los encuentros son en Mons Hostel en Recoleta y Rabieta, en el Hipódromo de Palermo, También hay eventos de una sola vez: un taller para aprender todo sobre el mate -desde el cultivo, la producción de yerba y la calidad, que dicta Nahuel con sus conocimientos de ingeniero agrónomo-, un taller de roleplaying guiado por Luciano y otro de crítica de cine y series que coordina Rocío.

El mate es mucho más que una simple infusión, es un emblema argentino de amistad, de reunión, de compartir. Y para un grupo de amigos se convirtió, hace más de una década, en el disparador para crear un club dedicado a que visitantes del extranjero aprendan a disfrutar esta tradición y, entre cebada y cebada, mejoren su fluidez en el español. Al mismo tiempo, los argentinos tienen la oportunidad de aceitar su habilidades de conversación en otros idiomas.

Aunque las rondas son relajadas también tienen algo de ceremonial, por eso el mate de cada reunión del Mate Club de Conversación lo cebará alguno de los anfitriones: Nahuel Trípodi (socio fundador), Luciano Rodríguez (actor) o Rocío de la Mano (diseñadora gráfica).

Qué es Mate Club y cómo funciona

Desde 2012, este ciclo propone encuentros semanales para practicar idiomas en bares porteños, con una consigna simple, pero poderosa: la charla como puente entre personas. La idea surgió entre Nahuel y su amigo músico, Rodrigo de la Mano cuando tenían 20 años. No imaginaban que iba a funcionar y convertirse un clásico para las comunidades de nómadas y viajeros que recorren el mundo.

Hay mate libre, mesas compartidas y moderadores que facilitan la interacción entre los participantes. Lo que se comparte es mucho más que vocabulario: anécdotas, expresiones típicas, puntos de vista. Cada encuentro es una excusa para viajar sin salir de la ciudad, o para conocer la Argentina a través de quienes viven aquí.

A lo largo de los años los encuentros fueron rotando de sedes, siempre en bares y lugares con servicio gastronómico. Este año tienen dos sedes: una cervecería y un hostel. Rabieta es un espacio enorme de techos altos emplazado sobre la casa que albergó a la histórica confitería la París, en el Hipódromo de Palermo. “Transmitir una idea, un sentimiento, en otro idioma, es lo que buscamos en los eventos”, dice a LA NACION Nahuel.

“Me ayudaron los congoleños”

Aunque durante la secundaria Nahuel Trípodi estudió inglés en una escuela particular de La Paternal y se la rebuscaba para mejorar sus habilidades de conversation, su nivel era bastante básico. Sin embargo, en 2010 y con 21 años, cuando cursaba la carrera de Agronomía ganó una beca de la Universidad de Buenos Aires (UBA) para estudiar Agroecología en Francia. La experiencia de vivir en otro país cambió su manera de entender cómo se aprende un idioma.

Mientras cursaba en la tierra de Napoleón Bonaparte se chocó una realidad irrefutable: era fundamental hablar inglés con fluidez, ya que las clases se dictaban en ese idioma y había estudiantes de varios países, como Noruega, Japón, China y Brasil. Sin embargo, la vida cotidiana transcurría en francés.

Fue en ese contexto que realmente se convirtió en angloparlante. “Por tener la posibilidad de estar ahí durante tanto tiempo y hablando con gente, aprendí muchísimo más en seis meses de contacto cotidiano con la gente que en años de estudio”, recuerda Nahuel. En Francia, fueron los migrantes africanos o hijos de migrantes quienes lo impulsaban a aprender cada día más.

“Me ayudaron mucho los hijos de congoleños, de marroquíes y de argelinos. Entendían muy bien lo difícil que era para mí estar en un lugar con un idioma distinto. Hablar con ellos fue clave para mi proceso de adaptación y aprendizaje”, cuenta. De esa experiencia surgió la motivación para crear un espacio que invite a vivir el idioma, no solo estudiarlo.

Por eso, al regresar a Buenos Aires junto a su socio Rodrigo pensó en generar espacios donde los extranjeros pudieran vivir esa misma experiencia. “Queríamos salir del prejuicio de que los que venían eran turistas ricos. Muchos venían porque algo de nuestra cultura les llamaba la atención”, explica Nahuel.

“Muchos de los viajeros que, teniendo la posibilidad de ir a países cercanos a los suyos, como España o México, o a destinos paradisíacos como Costa Rica, elegían la Argentina por una motivación cultural más profunda y el mate es uno de nuestros símbolos más convocantes”, piensa el anfitrión. “Año tras año, nos sigue sorprendiendo esa elección. Hay algo de nuestro país que los convoca”, dice.

Así nació Mate Club como un espacio de encuentro real: donde argentinos pudieran practicar idiomas y extranjeros integrarse a la cultura local. “Esa fue la búsqueda original y sigue siendo lo que sostiene el proyecto. Conocemos historias, trayectorias, expectativas. Y los vínculos que surgen son amistades para toda la vida”, afirma Trípodi. En tantos años las anécdotas sobran. “Pasó de todo: amores, viajes, casamientos, hermandades muy fuertes. Y sí, con el mate como excusa, hay historias inolvidables”, concluye el creador del ciclo.

Quiénes van y cómo se toma mate

El Mate Club de Conversación convoca a un público diverso. “Viene gente de todas las clases sociales, de todos los barrios. Hay quienes trabajan en Capital y se quedan a dormir en el hostel donde se hace el evento, y también llegan participantes desde el conurbano”, cuenta Trípodi.

Incluso, algunos institutos de inglés organizan salidas grupales para participar de los encuentros como parte de su cronograma educativo.

“Es toda una aventura para los viajeros”, agrega Trípodi. Los encuentros de los sábados se realizan en la cervecería Rabieta, en el Hipódromo de Palermo, un lugar con mejor acústica, ideal para charlas más relajadas y planes diurnos, como una opción perfecta para un sábado a la tarde, en un ambiente que incluso da para compartir con la familia, siempre que todos sean mayores de 18 años.

No faltan quienes piensan que el mate es una bebida alucinógena, otros creen que se toma solo con azúcar o que cada uno debe tener su propio mate. Las anécdotas abundan: desde turistas que intentan pasarlo con la bombilla hacia el otro, hasta quienes hacen caras al descubrir su sabor amargo, pero igual siguen tomando. En todos los casos, la confusión se transforma en conversación, y la conversación en vínculo.

En cambio, los encuentros que tienen lugar en el hostel de Recoleta —los martes y viernes por la noche— atraen a un público un poco más joven que llega atraído por la movida nocturna del barrio. “El ambiente es siempre favorecedor para la charla. Nos sentamos en mesitas y lo que hacemos es conversar, compartir, escucharnos. ¡Y como hablamos en idiomas distintos, poder escucharse ya es todo un tema!”, exclama Nahuel.

Juegos, dinámicas y lo que queda después

Lejos del formato tradicional de presentaciones formales, los encuentros arrancan con juegos y dinámicas para romper el hielo. Una de las favoritas es el bingo de coincidencias. “En lugar de números, saco características, y la gente levanta la mano si cumple con esa condición. Puede ser una pavada como hablarle a las plantas o algo más profundo como haber cumplido un sueño”, explica Trípodi.

Entre ronda y ronda, los moderadores hacen preguntas, se interiorizan en las historias de quienes aún no hablaron y fomentan una participación equitativa. Lo que cada uno hace o a qué se dedica suele surgir espontáneamente con el correr del encuentro.

“Eso hace que la gente se ría mucho más rápido, se suelte, se relaje”, cuenta. “Los juegos van cambiando, hay desafíos, cartas, trivias. Algunos solo sirven para ganar premios sin hacer nada… y eso a la gente le encanta”, dice entre risas.

Cada encuentro dura unas dos horas, pero muchos participantes se quedan conversando aún después. Las reservas se hacen online mediante un formulario, y el precio por encuentro es de $5000 por persona. Los encuentros son en Mons Hostel en Recoleta y Rabieta, en el Hipódromo de Palermo, También hay eventos de una sola vez: un taller para aprender todo sobre el mate -desde el cultivo, la producción de yerba y la calidad, que dicta Nahuel con sus conocimientos de ingeniero agrónomo-, un taller de roleplaying guiado por Luciano y otro de crítica de cine y series que coordina Rocío.

 Una ronda de mate es el ritual argentino que nacionales y extranjeros comparten en un hostel de Recoleta y en un bar de Palermo para tender puentes interculturales y, por supuesto, hacer nuevos amigos  LA NACION