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viernes, junio 27, 2025
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Enamoró a un país con su talento, tuvo un amor escandaloso y terminó preso en vivo: “Te dejo que llegó la policía”

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Lo primero que hizo Silvio Soldán aquel 1° de junio de 2004 cuando recuperó la libertad después de estar 60 días preso en la cárcel de Villa Devoto fue visitar a su peluquero de toda la vida, en la zona de Parque Centenario. Lo acompañó su abogado, Miguel Ángel Pierri, que había firmado su excarcelación en los tribunales de la calle Lavalle. El animador sonreía luego de pasar un par de meses recluido en “el country”, como él lo llamó para evitar hablar de “la prisión”, mientras iba camino a acicalarse.

“Te dejo porque está llegando la policía”

La historia de su detención fue uno de los tantos escándalos que quedó inmortalizado en la televisión argentina. Ya era de noche ese viernes 2 de abril y los medios periodísticos montaban guardia en la puerta de su casa de la calle Céspedes en el barrio de Belgrano. Silvio sabía que lo iban a venir a buscar y la prensa también. Estaba conversando por teléfono con Mauro Viale en su programa Diario de la tarde, por América, cuando se vio forzado a interrumpir la charla. “Voy a ir preso. Todo esto lo inició hace mucho tiempo la señora Silvia Süller. Mauro, te dejo porque creo que está llegando la Policía, te tengo que cortar porque me vinieron a buscar”, alcanzó a cerrar el diálogo con el periodista mientras estaba al aire y sonaba el timbre.

Los agentes lo sacaron esposado ante decenas de vecinos del barrio que no podían creer lo que veían. Estaba acusado por “estafas reiteradas y tráfico de medicamentos” y la policía se lo llevaba con las manos envueltas en una campera de jean para disimular los grilletes en sus muñecas. Lo trasladaron en un patrullero, primero a la comisaría 33, pero como a la medianoche se descompuso lo llevaron primero al Hospital Pirovano y luego a una clínica de la calle Saavedra al 1100 en el barrio de San Cristóbal donde fue estabilizado.

Con el tiempo reconoció que como no quería ir a la cárcel le preguntó a un por entonces juez que lo visitó en la dependencia policial qué podía hacer. El magistrado le indicó que se hiciera el enfermo, que simulara convulsiones. Pero no resultó. Al otro día le dieron el alta, lo fue a buscar un camión celular y terminó en la cárcel de Devoto. “Jamás se me cruzó por la cabeza que podía pasarme algo así. Si una adivina me lo anticipaba me le reía en la cara, pero al final terminó pasando, prefiero no recordarlo”, reflexionó con el tiempo.

Por ese entonces, el juez Mariano Bergés investigaba si el animador tenía algo que ver con la clínica llamada CIDENE, que dirigía su novia de entonces, Mónica María Cristina Rímolo, más conocida como “Giselle”, quien cuando se plantaba ante sus “pacientes” lucía un inmaculado guardapolvo blanco con letras bordadas con la inscripción: “DRA. RÍMOLO”.

La muerte de Lilian Díaz, una mujer que se atendía con ella, potenciaba las dudas del magistrado que ya había enviado a Rímolo tras las rejas y sospechaba de que el animador financiaba la operatoria de su amada. Por eso ordenó detener también a Soldán.

Silvio lloró en “el camioncito”, como lo bautizó, mientras lo llevaban a prisión, pensó que todo terminaba para él, se sintió acabado. En Devoto lo enviaron al pabellón 50 “para mayores de 60 años” –había cumplido 69 años el 26 de marzo- en la planta baja, junto a otros 29 internos. El lugar tenía unos cuarenta metros de largo por quince de ancho. En el centro había mesas para las visitas y en ambos laterales, quince camas por lado distribuidas en hilera, una a un metro y medio de la otra.

Él ocupaba la cuarta de la izquierda. En la cabecera colgaba un banderín de Boca, club de sus amores, y una imagen de Jesús. Sobre una improvisada mesita de luz tenía su cepillo de dientes, un dentífrico Close Up, una brocha, una botella de Cimes lima limón, un frasco de champú Wellapon, una radio con auriculares, un cuaderno Gloria y una estampita de la Virgen Desatanudos.

Uno de los presos que a partir de ese día pasaría a ser un compañero de pabellón le indicó cuál sería su cama y le dio un short y zapatillas para que estuviera más cómodo porque hacía bastante calor allí adentro. Un escenario impensado para él que era un reconocido conductor de radio y TV.

“Encima me engañaba”

Soldán se encargaba de explicarles a sus compañeros que él concurría muy poco a la clínica para tratarse unas venitas de la cara y para pasar a buscar a Rímolo para salir. “Confié y la amé demasiado, ese fue mi error. Ella siempre me contó todo lo que había estudiado y le creí. Yo la alentaba porque quería que le fuera bien. La notaba contenta, pujante, y me gustaba que se sintiera así porque la quería”, reconoció.

Alguien le consultó si no eran socios. Le respondió que no y le dio detalles: “Eso fue una infamia que inventaron los que querían perjudicarme. Cuando la conocí atendía en la calle Segurola. Y cuando se mudó a la calle Elcano ella misma le pidió a su novio de entonces, Diego Solli, que buscara un nuevo lugar. Por eso los padres de él salieron de garantes. Después se distanció de él, el padre de Solli retiró la garantía y yo la ayudé, pero nunca formé parte de ninguna sociedad. Encima me engañaba con el abogado (Juan Gainedú). Nunca me respetó”.

Cuando fue sobreseído y pisó la calle después de que lo dejaran libre, le agradeció al doctor Miguel Pierri por haber logrado su excarcelación en tiempo récord y por defender su honor y su trayectoria. El abogado le confió a este cronista que Soldán amaba a Rímolo y por eso siempre intentó respaldarla, aún y pese a todo, cuando las demandas civiles de los pacientes llovían sobre la falsa médica: “Si mis cálculos no fallan él la debe haber ayudado con cerca de un millón y medio de dólares para enfrentar los pleitos. Eso le costó su confianza y su pasión por ella”.

Lo primero que hizo Silvio Soldán aquel 1° de junio de 2004 cuando recuperó la libertad después de estar 60 días preso en la cárcel de Villa Devoto fue visitar a su peluquero de toda la vida, en la zona de Parque Centenario. Lo acompañó su abogado, Miguel Ángel Pierri, que había firmado su excarcelación en los tribunales de la calle Lavalle. El animador sonreía luego de pasar un par de meses recluido en “el country”, como él lo llamó para evitar hablar de “la prisión”, mientras iba camino a acicalarse.

“Te dejo porque está llegando la policía”

La historia de su detención fue uno de los tantos escándalos que quedó inmortalizado en la televisión argentina. Ya era de noche ese viernes 2 de abril y los medios periodísticos montaban guardia en la puerta de su casa de la calle Céspedes en el barrio de Belgrano. Silvio sabía que lo iban a venir a buscar y la prensa también. Estaba conversando por teléfono con Mauro Viale en su programa Diario de la tarde, por América, cuando se vio forzado a interrumpir la charla. “Voy a ir preso. Todo esto lo inició hace mucho tiempo la señora Silvia Süller. Mauro, te dejo porque creo que está llegando la Policía, te tengo que cortar porque me vinieron a buscar”, alcanzó a cerrar el diálogo con el periodista mientras estaba al aire y sonaba el timbre.

Los agentes lo sacaron esposado ante decenas de vecinos del barrio que no podían creer lo que veían. Estaba acusado por “estafas reiteradas y tráfico de medicamentos” y la policía se lo llevaba con las manos envueltas en una campera de jean para disimular los grilletes en sus muñecas. Lo trasladaron en un patrullero, primero a la comisaría 33, pero como a la medianoche se descompuso lo llevaron primero al Hospital Pirovano y luego a una clínica de la calle Saavedra al 1100 en el barrio de San Cristóbal donde fue estabilizado.

Con el tiempo reconoció que como no quería ir a la cárcel le preguntó a un por entonces juez que lo visitó en la dependencia policial qué podía hacer. El magistrado le indicó que se hiciera el enfermo, que simulara convulsiones. Pero no resultó. Al otro día le dieron el alta, lo fue a buscar un camión celular y terminó en la cárcel de Devoto. “Jamás se me cruzó por la cabeza que podía pasarme algo así. Si una adivina me lo anticipaba me le reía en la cara, pero al final terminó pasando, prefiero no recordarlo”, reflexionó con el tiempo.

Por ese entonces, el juez Mariano Bergés investigaba si el animador tenía algo que ver con la clínica llamada CIDENE, que dirigía su novia de entonces, Mónica María Cristina Rímolo, más conocida como “Giselle”, quien cuando se plantaba ante sus “pacientes” lucía un inmaculado guardapolvo blanco con letras bordadas con la inscripción: “DRA. RÍMOLO”.

La muerte de Lilian Díaz, una mujer que se atendía con ella, potenciaba las dudas del magistrado que ya había enviado a Rímolo tras las rejas y sospechaba de que el animador financiaba la operatoria de su amada. Por eso ordenó detener también a Soldán.

Silvio lloró en “el camioncito”, como lo bautizó, mientras lo llevaban a prisión, pensó que todo terminaba para él, se sintió acabado. En Devoto lo enviaron al pabellón 50 “para mayores de 60 años” –había cumplido 69 años el 26 de marzo- en la planta baja, junto a otros 29 internos. El lugar tenía unos cuarenta metros de largo por quince de ancho. En el centro había mesas para las visitas y en ambos laterales, quince camas por lado distribuidas en hilera, una a un metro y medio de la otra.

Él ocupaba la cuarta de la izquierda. En la cabecera colgaba un banderín de Boca, club de sus amores, y una imagen de Jesús. Sobre una improvisada mesita de luz tenía su cepillo de dientes, un dentífrico Close Up, una brocha, una botella de Cimes lima limón, un frasco de champú Wellapon, una radio con auriculares, un cuaderno Gloria y una estampita de la Virgen Desatanudos.

Uno de los presos que a partir de ese día pasaría a ser un compañero de pabellón le indicó cuál sería su cama y le dio un short y zapatillas para que estuviera más cómodo porque hacía bastante calor allí adentro. Un escenario impensado para él que era un reconocido conductor de radio y TV.

“Encima me engañaba”

Soldán se encargaba de explicarles a sus compañeros que él concurría muy poco a la clínica para tratarse unas venitas de la cara y para pasar a buscar a Rímolo para salir. “Confié y la amé demasiado, ese fue mi error. Ella siempre me contó todo lo que había estudiado y le creí. Yo la alentaba porque quería que le fuera bien. La notaba contenta, pujante, y me gustaba que se sintiera así porque la quería”, reconoció.

Alguien le consultó si no eran socios. Le respondió que no y le dio detalles: “Eso fue una infamia que inventaron los que querían perjudicarme. Cuando la conocí atendía en la calle Segurola. Y cuando se mudó a la calle Elcano ella misma le pidió a su novio de entonces, Diego Solli, que buscara un nuevo lugar. Por eso los padres de él salieron de garantes. Después se distanció de él, el padre de Solli retiró la garantía y yo la ayudé, pero nunca formé parte de ninguna sociedad. Encima me engañaba con el abogado (Juan Gainedú). Nunca me respetó”.

Cuando fue sobreseído y pisó la calle después de que lo dejaran libre, le agradeció al doctor Miguel Pierri por haber logrado su excarcelación en tiempo récord y por defender su honor y su trayectoria. El abogado le confió a este cronista que Soldán amaba a Rímolo y por eso siempre intentó respaldarla, aún y pese a todo, cuando las demandas civiles de los pacientes llovían sobre la falsa médica: “Si mis cálculos no fallan él la debe haber ayudado con cerca de un millón y medio de dólares para enfrentar los pleitos. Eso le costó su confianza y su pasión por ella”.

 Fue el presentador más querido por toda una generación; sin embargo, una causa judicial a raíz de las actividades de su pareja lo llevaron a la cárcel de Devoto; a 21 años de la pesadilla que le tocó vivir a Silvio Soldán  LA NACION