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domingo, junio 29, 2025
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Ricardo III: con una actuación extraordinaria, Joaquín Furriel sostiene y guía la puesta desbocada de un clásico

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Autor: William Shakespeare. Versión: Calixto Bieito y Adrià Reixach. Dirección: Calixto Bieito. Intérpretes: Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis Herrera y Silvina Sabater. Vestuario: Paula Klein. Escenografía: Barbora Haráková Joly. Iluminación:Omar San Cristóbal. Música: Janiv Oron. Video: Adrià Reixach. Sala: Teatro San Martín (Corrientes 1530). Funciones: de miércoles a sábados a las 20 h y los domingos a las 19. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: buena.

Cada vez que se estrena una obra de Shakespeare hay una pregunta impostergable: ¿Qué tendrá para decirnos una historia escrita a fines del siglo XVI sobre nuestro presente?

El interrogante aplica para los clásicos más valiosos y se puede ampliar en otro cuestionamiento: ¿Cuál es el valor de esta historia, que a pesar del escandaloso paso del tiempo, tiene un sentido que es incapturable, que no se puede encarcelar en una idea enquistada, que todavía contiene un poder latente, inasible y, justamente por eso, muy seductor?

La palabra seducir no viene nada mal para pensar el teatro. Del latín seducere, significa guiar o conducir por un camino diferente. Y hacia eso vamos cuando se presenta un nuevo gran estreno: a dejarnos llevar por algo desconocido, aunque la historia tenga más de 400 años. Esta vez, el poderoso clásico en cuestión es Ricardo III, una obra que Shakespeare escribió entre 1591 y 1592, que es la última de su tetralogía sobre la historia de Inglaterra y que refiere a la lectura como un déspota sediento de poder, que el autor más importante del teatro occidental hizo sobre el reinado de Ricardo III, que duró poco más de dos años, cuando murió -a los 32- en la batalla de Bosworth Field, en 1485.

Partir de un hecho real

Hasta aquí los datos históricos. Lo que se presenta ahora en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín y se menciona como una de las apuestas más ambiciosas de la temporada 2025 es La verdadera historia de Ricardo III, la versión que dirige Calixto Bieito, el director español, radicado ahora en Suiza y de gran proyección internacional, a quien el propio Joaquín Furriel fue a buscar para este espectáculo, luego de su experiencia con La vida es sueño, en 2010. Bieito decidió partir de un hecho real para su versión del clásico de Shakespeare: el descubrimiento en 2012, en una playa de estacionamiento de Leicester, de los restos de Ricardo III, que puso fin a un misterio de 500 años sobre dónde descansaba el cuerpo del último rey inglés muerto en batalla. Pero este disparador potente que incluye investigaciones arqueológicas y fanáticos “Ricardistas” que reivindican su legado, no tiene una continuidad ni un anclaje dramático con la puesta y pareciera solo estar al servicio del lucimiento de una escenografía grandilocuente, que incluye un auto colgado desde el techo. Más allá de la imagen sorprendente, todo se diluye porque no existe un marco sensible y dramático que lo contenga.

Con Joaquín Furriel como protagonista, el espectáculo se sostiene a fuerza de actuación. Su Ricardo III tiene un enfoque grotesco, esto es, la combinación de elementos trágicos y cómicos, lo sublime y lo ridículo, lo bello y lo monstruoso. Aparece en escena con un bonete de cumpleaños y un silbato, pero se jacta de su capacidad para hacer el mal. Hay un latente carácter humorístico y hasta clownesco en varias escenas, que no omiten el horror y la crueldad. Esto le permite a Furriel actuar contradicciones: es grandilocuente y se infantiliza, es un caballero seductor y un animal salvaje, no tiene piedad pero siente miedo. Cada estado, incorpora un nuevo matiz: lo físico, la mirada, juegos verbales y hasta interacciones con el público. Su arco dramático es amplio y poderoso.

Lo mismo podemos decir del resto del elenco: Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis Herrera y Silvina Sabater, grandes actores pero en todos los casos se enfrentan a una dificultad evidente: la soledad. La puesta de Bieito no trabaja los vínculos y se nota. Los personajes funcionan como tótems que representan ideas, conceptos, formas de algo por fuera del mundo sensible. Hay algo en escena de aquella metáfora de la supermarioneta que introdujo el director Gordon Craig, la concepción de un actor ideal, que prescinde de sus sentimientos y experiencias y se concentra en los movimientos y las acciones. Si en aquel momento, esa búsqueda se oponía a un realismo del siglo XIX solemne y sobreactuado, ahora, en 2025, esta preocupación formal, sin foco en el trabajo colectivo del teatro, se traduce en falta de vida.

Para el final, el espectáculo se eleva con su lectura sobre el mal: Ricardo III siempre fue un animal y queda a la vista. Antes estuvo claro que este hombre raro, que podía generar rechazo y jactarse de su crueldad, que dice que “la conciencia es un invento de los débiles”, también logra complicidad con el público y puede manipular, convencer y generar terror y que esto incluye a una sociedad dispuesta a acompañar su violencia y su ánimo de revancha.

Autor: William Shakespeare. Versión: Calixto Bieito y Adrià Reixach. Dirección: Calixto Bieito. Intérpretes: Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis Herrera y Silvina Sabater. Vestuario: Paula Klein. Escenografía: Barbora Haráková Joly. Iluminación:Omar San Cristóbal. Música: Janiv Oron. Video: Adrià Reixach. Sala: Teatro San Martín (Corrientes 1530). Funciones: de miércoles a sábados a las 20 h y los domingos a las 19. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: buena.

Cada vez que se estrena una obra de Shakespeare hay una pregunta impostergable: ¿Qué tendrá para decirnos una historia escrita a fines del siglo XVI sobre nuestro presente?

El interrogante aplica para los clásicos más valiosos y se puede ampliar en otro cuestionamiento: ¿Cuál es el valor de esta historia, que a pesar del escandaloso paso del tiempo, tiene un sentido que es incapturable, que no se puede encarcelar en una idea enquistada, que todavía contiene un poder latente, inasible y, justamente por eso, muy seductor?

La palabra seducir no viene nada mal para pensar el teatro. Del latín seducere, significa guiar o conducir por un camino diferente. Y hacia eso vamos cuando se presenta un nuevo gran estreno: a dejarnos llevar por algo desconocido, aunque la historia tenga más de 400 años. Esta vez, el poderoso clásico en cuestión es Ricardo III, una obra que Shakespeare escribió entre 1591 y 1592, que es la última de su tetralogía sobre la historia de Inglaterra y que refiere a la lectura como un déspota sediento de poder, que el autor más importante del teatro occidental hizo sobre el reinado de Ricardo III, que duró poco más de dos años, cuando murió -a los 32- en la batalla de Bosworth Field, en 1485.

Partir de un hecho real

Hasta aquí los datos históricos. Lo que se presenta ahora en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín y se menciona como una de las apuestas más ambiciosas de la temporada 2025 es La verdadera historia de Ricardo III, la versión que dirige Calixto Bieito, el director español, radicado ahora en Suiza y de gran proyección internacional, a quien el propio Joaquín Furriel fue a buscar para este espectáculo, luego de su experiencia con La vida es sueño, en 2010. Bieito decidió partir de un hecho real para su versión del clásico de Shakespeare: el descubrimiento en 2012, en una playa de estacionamiento de Leicester, de los restos de Ricardo III, que puso fin a un misterio de 500 años sobre dónde descansaba el cuerpo del último rey inglés muerto en batalla. Pero este disparador potente que incluye investigaciones arqueológicas y fanáticos “Ricardistas” que reivindican su legado, no tiene una continuidad ni un anclaje dramático con la puesta y pareciera solo estar al servicio del lucimiento de una escenografía grandilocuente, que incluye un auto colgado desde el techo. Más allá de la imagen sorprendente, todo se diluye porque no existe un marco sensible y dramático que lo contenga.

Con Joaquín Furriel como protagonista, el espectáculo se sostiene a fuerza de actuación. Su Ricardo III tiene un enfoque grotesco, esto es, la combinación de elementos trágicos y cómicos, lo sublime y lo ridículo, lo bello y lo monstruoso. Aparece en escena con un bonete de cumpleaños y un silbato, pero se jacta de su capacidad para hacer el mal. Hay un latente carácter humorístico y hasta clownesco en varias escenas, que no omiten el horror y la crueldad. Esto le permite a Furriel actuar contradicciones: es grandilocuente y se infantiliza, es un caballero seductor y un animal salvaje, no tiene piedad pero siente miedo. Cada estado, incorpora un nuevo matiz: lo físico, la mirada, juegos verbales y hasta interacciones con el público. Su arco dramático es amplio y poderoso.

Lo mismo podemos decir del resto del elenco: Luis Ziembrowski, Ingrid Pelicori, Belén Blanco, María Figueras, Marcos Montes, Luciano Suardi, Iván Moschner, Luis Herrera y Silvina Sabater, grandes actores pero en todos los casos se enfrentan a una dificultad evidente: la soledad. La puesta de Bieito no trabaja los vínculos y se nota. Los personajes funcionan como tótems que representan ideas, conceptos, formas de algo por fuera del mundo sensible. Hay algo en escena de aquella metáfora de la supermarioneta que introdujo el director Gordon Craig, la concepción de un actor ideal, que prescinde de sus sentimientos y experiencias y se concentra en los movimientos y las acciones. Si en aquel momento, esa búsqueda se oponía a un realismo del siglo XIX solemne y sobreactuado, ahora, en 2025, esta preocupación formal, sin foco en el trabajo colectivo del teatro, se traduce en falta de vida.

Para el final, el espectáculo se eleva con su lectura sobre el mal: Ricardo III siempre fue un animal y queda a la vista. Antes estuvo claro que este hombre raro, que podía generar rechazo y jactarse de su crueldad, que dice que “la conciencia es un invento de los débiles”, también logra complicidad con el público y puede manipular, convencer y generar terror y que esto incluye a una sociedad dispuesta a acompañar su violencia y su ánimo de revancha.

 El montaje grandilocuente, fiel al estilo Calixto Bieito, logra anclaje dramático gracias a la brillante actuación del protagonista y un sólido elenco  LA NACION