
¿La actividad sube “como pedo de buzo” (Javier Milei dixit) o el modelo muestra señales de fatiga que anticipan que “se cae” (Cristina Kirchner dixit)? ¿Asistimos al inicio de un proceso de crecimiento económico, no solo un rebote, o estamos en crisis como machacan el kirchnerismo y los sindicalistas? Los políticos simplifican, exageran, pero es cierto que hay algo más que especulación o sesgo: los datos de 2025 empiezan a consolidar una heterogeneidad que los analistas venían anticipando y que muestra una economía con dos caras, algo que, curiosamente, el Gobierno utiliza como argumento a favor para rechazar las advertencias de quienes están inquietos con este escenario asimétrico.
Es una disparidad que se aprecia en varios indicadores económicos y financieros. Repasemos: el PBI creció a un ritmo interanual de casi 6% en el primer trimestre, la inflación de mayo cayó al nivel más bajo en cinco años -u ocho si se exceptúa la pandemia- y la pobreza, como lógica consecuencia, se está reduciendo desde el pico de principios de 2024. También se mantiene a rajatabla el superávit fiscal y se abrió parcialmente el cepo sin impacto en el precio del dólar, que lleva ya más de dos meses en calma. Crece además la inversión en bienes de capital y se recuperan algunos rubros del consumo, en especial los bienes durables. En el terreno financiero, el Gobierno recibió el respaldo efectivo del FMI y el simbólico del Tesoro de Estados Unidos, y logró las primeras colocaciones de deuda con demanda de inversores globales.
Hasta aquí las buenas noticias, pero también hay de las otras, las que encienden luces de alarma. Subió el desempleo en el primer trimestre del año, aumentaron la morosidad en los créditos bancarios y los cheques rechazados, así como las empresas con problemas para pagar salarios y deudas. En tanto, el saldo de la balanza comercial como fuente de dólares genuinos para el país se está achicando, producto de una caída en las exportaciones y un incremento en las importaciones; el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos se agranda, el Banco Central no consigue acumular reservas (salvo por la vía del endeudamiento) y en 2026 y 2027 el país deberá afrontar importantes vencimientos de deuda.
Está también, lo que podría ser una tormenta en formación o una llovizna, según quien lo diga, y que abrió un gran debate en el mundo económico: cuál es hoy el tipo de cambio de equilibrio y si existe o no atraso cambiario. Hay síntomas evidentes para sumar a la discusión, que muestran un dólar barato en términos relativos, como queda a la vista con el aumento de casi 50% interanual en mayo del turismo argentino al exterior, o -la otra forma de verlo- que en varios rubros la Argentina está cara en dólares, como contó LA NACION el domingo pasado, en base a un relevamiento que identificó ocho sectores en los que el país tiene los precios en góndola más caros del mundo.
Estos ruidos que empiezan a aparecer en la macro y la microeconomía fueron abordados públicamente por la cámara de comercio de Estados Unidos en el país (AmCham), que planteó públicamente preocupaciones que seguramente podría suscribir cualquier otra entidad empresaria.
Aunque AmCham destacó logros del plan Caputo, señaló que el ritmo de recuperación de las ventas, tras las caídas de 2024, se frenó, al tiempo que alertó sobre el peso de la carga impositiva, tanto tributaria como laboral, y los costos operativos, que se reflejan en situaciones de rentabilidad negativa con posibles consecuencias en el nivel de empleo.
“Si bien hay claros indicadores del aumento del crédito, en particular el hipotecario, el costo de financiarse es excesivo en función de los niveles de rentabilidad. Las tasas en pesos siguen altas y el crédito sigue siendo prácticamente inaccesible para muchas de las pymes”, agregó la cámara que agrupa no solo a empresas norteamericanas, sino también locales.
Esta visión es compartida dentro de la industria nacional. “La actividad está amesetada. En marzo, que es el último dato disponible, ya se perdieron más de 4000 puestos de trabajo; te diría que hay dos grandes preocupaciones: primero, qué pasa con la actividad y, segundo, qué pasa con la política cambiaria”, dice a LA NACION un referente del sector.
“Las reformas tributaria, laboral e impositiva para descomprimir la presión de los costos todavía no empezaron y al mismo tiempo se fomenta la importación; hay sectores en los que las compras a China vienen creciendo a más del 100% anual. Las empresas intensivas en empleo son las que más preocupadas están. Es un panorama heterogéneo: las pymes son las más golpeadas y las grandes resisten más. Todo lo relacionado con el agro está mejor y el sector textil está muy golpeado. Dentro de los alimentos, a su vez, hay mucha heterogeneidad”, explica.
“Tenés que empezar en el corto plazo a bajar costos a las pymes y luego al resto. Se está precarizando el mercado de trabajo; por cada empleo formal necesitás tres cuentapropistas para tener un consumo equivalente. Hay que ver si se genera el círculo virtuoso de empleo, consumo y actividad, o, por el contrario, un círculo vicioso en el que esos tres factores caen”.
Por su parte, un economista enfocado en la macro advierte que “la pérdida de productividad funciona como un techo de cristal para la rentabilidad empresaria, el empleo formal privado y el salario real; esto explica por qué cuesta seguir recuperándose después de salir del piso de la recesión. Por eso las reformas importantes que están pendientes son también urgentes. Y junto a esto, en un plano más coyuntural, tenemos que hasta cerca de fines de 2024 la tasa de interés positiva en dólares era neutra o negativa en términos de inflación y desde principios de año esa relación se alteró”.
La esperanza del mercado
“Los defaults de empresas son puntuales y no generalizados. Los Grobo, Agrofina, Celulosa y algunas más. Además de las dificultades con los pagarés bursátiles. Si bien la suba de la mora es cierta, para nosotros es fruto del crecimiento del crédito al sector privado desde niveles muy bajos a los actuales. Por eso es lógico que haya más mora. En cuanto al nivel de las tasas, está relacionada con la falta de pesos del sistema. Con la inflación a la baja seguramente también se adecuará”, matiza, en cambio, un banquero que conoce bien la situación del sector en su conjunto.
Más allá de que el ministro de Economía, Luis Caputo, volvió a prometer que se avanzará en cambios estructurales, el Gobierno confía en que fulminar la inflación es lo mejor que puede hacer por ahora para que la economía despegue. En cuanto al frente cambiario y financiero, tanto él como el vicepresidente del BCRA, Vladimir Werning, dicen no estar preocupados por el déficit en las cuentas externas, ni por la no acumulación de reservas (que permitiría afrontar con más solidez los pagos de deuda y eventuales eventos disruptivos locales o globales), y niegan que haya atraso cambiario.
En el mercado creen, se esperanzan, que se trata de una estrategia transitoria para llegar con el índice de precios completamente domado a las elecciones de septiembre y octubre, cuyos resultados juzgan claves para que el Gobierno pueda avanzar en las reformas económicas que permitirían que el programa sea sustentable en el tiempo y para despejar las dudas de los inversores del exterior. Con esta perspectiva habría que analizar la tolerancia que parece mostrar el FMI ante los incumplimientos del acuerdo por parte de la Argentina y la calma cambiaria.
Un resultado adverso podría complicar el panorama, pero aun con uno favorable, el desafío que tiene la administración Milei por delante es enorme. De nuevo, fue AmCham la que lo puso en palabras hace un mes: con la estabilidad sola no alcanza.
¿La actividad sube “como pedo de buzo” (Javier Milei dixit) o el modelo muestra señales de fatiga que anticipan que “se cae” (Cristina Kirchner dixit)? ¿Asistimos al inicio de un proceso de crecimiento económico, no solo un rebote, o estamos en crisis como machacan el kirchnerismo y los sindicalistas? Los políticos simplifican, exageran, pero es cierto que hay algo más que especulación o sesgo: los datos de 2025 empiezan a consolidar una heterogeneidad que los analistas venían anticipando y que muestra una economía con dos caras, algo que, curiosamente, el Gobierno utiliza como argumento a favor para rechazar las advertencias de quienes están inquietos con este escenario asimétrico.
Es una disparidad que se aprecia en varios indicadores económicos y financieros. Repasemos: el PBI creció a un ritmo interanual de casi 6% en el primer trimestre, la inflación de mayo cayó al nivel más bajo en cinco años -u ocho si se exceptúa la pandemia- y la pobreza, como lógica consecuencia, se está reduciendo desde el pico de principios de 2024. También se mantiene a rajatabla el superávit fiscal y se abrió parcialmente el cepo sin impacto en el precio del dólar, que lleva ya más de dos meses en calma. Crece además la inversión en bienes de capital y se recuperan algunos rubros del consumo, en especial los bienes durables. En el terreno financiero, el Gobierno recibió el respaldo efectivo del FMI y el simbólico del Tesoro de Estados Unidos, y logró las primeras colocaciones de deuda con demanda de inversores globales.
Hasta aquí las buenas noticias, pero también hay de las otras, las que encienden luces de alarma. Subió el desempleo en el primer trimestre del año, aumentaron la morosidad en los créditos bancarios y los cheques rechazados, así como las empresas con problemas para pagar salarios y deudas. En tanto, el saldo de la balanza comercial como fuente de dólares genuinos para el país se está achicando, producto de una caída en las exportaciones y un incremento en las importaciones; el déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos se agranda, el Banco Central no consigue acumular reservas (salvo por la vía del endeudamiento) y en 2026 y 2027 el país deberá afrontar importantes vencimientos de deuda.
Está también, lo que podría ser una tormenta en formación o una llovizna, según quien lo diga, y que abrió un gran debate en el mundo económico: cuál es hoy el tipo de cambio de equilibrio y si existe o no atraso cambiario. Hay síntomas evidentes para sumar a la discusión, que muestran un dólar barato en términos relativos, como queda a la vista con el aumento de casi 50% interanual en mayo del turismo argentino al exterior, o -la otra forma de verlo- que en varios rubros la Argentina está cara en dólares, como contó LA NACION el domingo pasado, en base a un relevamiento que identificó ocho sectores en los que el país tiene los precios en góndola más caros del mundo.
Estos ruidos que empiezan a aparecer en la macro y la microeconomía fueron abordados públicamente por la cámara de comercio de Estados Unidos en el país (AmCham), que planteó públicamente preocupaciones que seguramente podría suscribir cualquier otra entidad empresaria.
Aunque AmCham destacó logros del plan Caputo, señaló que el ritmo de recuperación de las ventas, tras las caídas de 2024, se frenó, al tiempo que alertó sobre el peso de la carga impositiva, tanto tributaria como laboral, y los costos operativos, que se reflejan en situaciones de rentabilidad negativa con posibles consecuencias en el nivel de empleo.
“Si bien hay claros indicadores del aumento del crédito, en particular el hipotecario, el costo de financiarse es excesivo en función de los niveles de rentabilidad. Las tasas en pesos siguen altas y el crédito sigue siendo prácticamente inaccesible para muchas de las pymes”, agregó la cámara que agrupa no solo a empresas norteamericanas, sino también locales.
Esta visión es compartida dentro de la industria nacional. “La actividad está amesetada. En marzo, que es el último dato disponible, ya se perdieron más de 4000 puestos de trabajo; te diría que hay dos grandes preocupaciones: primero, qué pasa con la actividad y, segundo, qué pasa con la política cambiaria”, dice a LA NACION un referente del sector.
“Las reformas tributaria, laboral e impositiva para descomprimir la presión de los costos todavía no empezaron y al mismo tiempo se fomenta la importación; hay sectores en los que las compras a China vienen creciendo a más del 100% anual. Las empresas intensivas en empleo son las que más preocupadas están. Es un panorama heterogéneo: las pymes son las más golpeadas y las grandes resisten más. Todo lo relacionado con el agro está mejor y el sector textil está muy golpeado. Dentro de los alimentos, a su vez, hay mucha heterogeneidad”, explica.
“Tenés que empezar en el corto plazo a bajar costos a las pymes y luego al resto. Se está precarizando el mercado de trabajo; por cada empleo formal necesitás tres cuentapropistas para tener un consumo equivalente. Hay que ver si se genera el círculo virtuoso de empleo, consumo y actividad, o, por el contrario, un círculo vicioso en el que esos tres factores caen”.
Por su parte, un economista enfocado en la macro advierte que “la pérdida de productividad funciona como un techo de cristal para la rentabilidad empresaria, el empleo formal privado y el salario real; esto explica por qué cuesta seguir recuperándose después de salir del piso de la recesión. Por eso las reformas importantes que están pendientes son también urgentes. Y junto a esto, en un plano más coyuntural, tenemos que hasta cerca de fines de 2024 la tasa de interés positiva en dólares era neutra o negativa en términos de inflación y desde principios de año esa relación se alteró”.
La esperanza del mercado
“Los defaults de empresas son puntuales y no generalizados. Los Grobo, Agrofina, Celulosa y algunas más. Además de las dificultades con los pagarés bursátiles. Si bien la suba de la mora es cierta, para nosotros es fruto del crecimiento del crédito al sector privado desde niveles muy bajos a los actuales. Por eso es lógico que haya más mora. En cuanto al nivel de las tasas, está relacionada con la falta de pesos del sistema. Con la inflación a la baja seguramente también se adecuará”, matiza, en cambio, un banquero que conoce bien la situación del sector en su conjunto.
Más allá de que el ministro de Economía, Luis Caputo, volvió a prometer que se avanzará en cambios estructurales, el Gobierno confía en que fulminar la inflación es lo mejor que puede hacer por ahora para que la economía despegue. En cuanto al frente cambiario y financiero, tanto él como el vicepresidente del BCRA, Vladimir Werning, dicen no estar preocupados por el déficit en las cuentas externas, ni por la no acumulación de reservas (que permitiría afrontar con más solidez los pagos de deuda y eventuales eventos disruptivos locales o globales), y niegan que haya atraso cambiario.
En el mercado creen, se esperanzan, que se trata de una estrategia transitoria para llegar con el índice de precios completamente domado a las elecciones de septiembre y octubre, cuyos resultados juzgan claves para que el Gobierno pueda avanzar en las reformas económicas que permitirían que el programa sea sustentable en el tiempo y para despejar las dudas de los inversores del exterior. Con esta perspectiva habría que analizar la tolerancia que parece mostrar el FMI ante los incumplimientos del acuerdo por parte de la Argentina y la calma cambiaria.
Un resultado adverso podría complicar el panorama, pero aun con uno favorable, el desafío que tiene la administración Milei por delante es enorme. De nuevo, fue AmCham la que lo puso en palabras hace un mes: con la estabilidad sola no alcanza.
Los números positivos conviven con otros que encienden luces de alarma sobre el futuro del plan; preocupación en las empresas por la pérdida de rentabilidad y el costo del crédito LA NACION