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martes, julio 1, 2025
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Tiene 130 años, está a pocos pasos del Obelisco y ofrece un servicio de spa imperdible para el invierno

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Al llegar al spa Colmegna, el ruido de la calle desaparece tras cruzar sus dos puertas. De inmediato, la música clásica y el eco de un espacio inmenso retumban por el pasillo de camino a la recepción. Un mural de la Fontana di Trevi da la bienvenida y dos soldados de la antigua Roma custodian el tercer paso. A cada visitante se le asigna una cabina individual, con divisiones de mármol de Carrara de tres centímetros de grosor —material que ya no se produce en esas condiciones—, dos toallas, una bata, un traje de baño y calzado adecuado. Allí se invita a dejar todas las pertenencias, incluso el celular, para desconectarse por completo del mundo exterior. Todo queda resguardado bajo llave.

Cuando escuché hablar de los rincones tradicionales del microcentro porteño, este lugar se destacaba entre ellos. Pese a que su fachada pasa desapercibida en la calle Sarmiento al 839, tiene 130 años de historia que se sienten en su estructura. En una investigación previa, descubrí que el italiano Luis Colmegna le encomendó a Francesco Tamburini —arquitecto que dejó su huella en la Casa Rosada y el Teatro Colón— la construcción de un spa inspirado en las Termas de Caracalla, símbolo del poderío romano del año 235 d.C.

Un circuito romano en pleno centro porteño

Para los principiantes, el primer impacto puede ser un desafío a la timidez: despojarse de todo para quedar en traje de baño o toalla es obligatorio, un requisito en favor de la salud.

Al ingresar, mi celular marcaba las 14:00 en punto. Después no supe más nada de él. A medida que avancé por el pasillo principal, la primera parada sugerida por el personal fue la cámara de ambientación corporal, con una temperatura media que permite preparar al cuerpo para la exposición al calor intenso. Luego de cinco a diez minutos, llegó el turno de entrar a la primera sala de sauna, con una temperatura de entre 60 °C y 70 °C.

De inmediato, mi cuerpo notó que jamás se había expuesto a un clima así. El aroma a madera que recubre las paredes invadió mis fosas nasales y, al sentarme en el escalón superior, sentí los efectos del aire seco en la piel. Todo se volvió más sensible: los poros comenzaron a abrirse, generando una sensación de estiramiento en toda la superficie cutánea. En pleno invierno, volví al calor del verano.

Fue imposible no imaginar que por allí pasaron grandes estrellas, deportistas y expresidentes. En esa misma sala, donde buscaba los beneficios terapéuticos del sauna, estuvieron Diego Maradona, Jorge Luis Borges, Julio Argentino Roca, Domingo Perón, Carlos Gardel, Mauricio Macri y hasta John Travolta. Todos hombres, ya que desde sus inicios fue pensado para el público masculino, bajo el nombre de Instituto Médico de Hidro-Electroterapia. Más tarde se habilitó una sección femenina.

Desde el principio dejé de lado las preocupaciones cotidianas y reflexioné sobre la herencia de este lugar, que bien podría considerarse un museo. Surgió como una solución ante la falta de baños con agua caliente en la Ciudad —a los que solo accedían las clases altas— y se convirtió en un punto de referencia único en América.

Diez minutos después, pasé a la segunda sala de sauna, con una temperatura de 80 °C. Según la gerente del spa, Yesica Torres, esta etapa tiene un propósito específico: favorecer la circulación y mejorar la calidad de la sangre.

Mis músculos se relajaron al máximo, el ritmo cardíaco aumentó paulatinamente y la transpiración se intensificó. “¿Qué hora será? ¿Me avisarán si me paso de tiempo? ¿Tendré algún mensaje urgente? ¿Qué estará pasando afuera?”, me pregunté al entrar. Pero esas dudas se disiparon a medida que me mimeticé con la calma del ambiente y las charlas con quienes estaban ahí.

El calor acá es más intenso, y el cuerpo pide salir antes. Por eso, tras cinco minutos, pasé al baño turco, con una temperatura de 50 °C. En una de las mesas de mármol de Carrara, adornadas con detalles metálicos, me esperaba un vaso de granadina con soda, la favorita de los clientes de antaño.

Torres explica que este circuito es el corazón de Colmegna: elimina toxinas, mejora la circulación, relaja los músculos, reduce el estrés y fortalece el sistema inmunológico. Entonces comprendí por qué quienes lo visitan desde hace más de 20 años lo siguen eligiendo. Entre la confianza, la privacidad y el trato cálido, el beneficio para la salud —después de una jornada laboral agotadora— es evidente.

El siguiente paso es el baño finlandés o de vapor, durante al menos cinco minutos. Este complemento ayuda a eliminar las toxinas restantes. A diferencia del sauna seco, el sudor no se evapora, por lo que la sensación térmica es aún mayor. Además, el vapor penetra por las vías respiratorias, aliviando la congestión.

Cuando mi cuerpo alcanzó su límite de tolerancia, llegó el momento de trasladarme a la joya de Colmegna: su pileta cubierta de mármol de Carrara, con placas de la construcción original. Entre columnas, puertas de madera y molduras de época, fue inevitable retroceder mentalmente a una escena romana, como en las películas. El agua se mantiene a una temperatura estable, entre los 8 °C y 10 °C, gracias al mármol, y se extrae de una napa a 110 metros de profundidad mediante bombas propias.

Este último paso por la pileta es imprescindible para completar el circuito y aprovechar sus beneficios. El contraste entre el cuerpo caliente y el agua helada me provocó una sensación repentina de relajación, seguida por un sobresalto que activó todos mis sentidos. Según Torres, sumergirse sin demorar es clave para iniciar un shock térmico que activa la circulación, tonifica la piel y genera una renovada sensación física y mental.

Al salir, en el resto-bar —el mismo en el que alguna vez un centenar de personas se agolparon para escuchar anécdotas de Maradona—, disfruté la picada típica de Colmegna. Fui testigo del esmero de su actual dueño, Jorge Fernández, por preservar cada detalle en la compleja restauración que mantuvo viva la fusión entre lo clásico y lo moderno.

Entre una sesión de masajes de 50 minutos y un tratamiento de manicura y pedicura —junto a la cabina que Gardel adoptó como propia en sus visitas—, retomé el circuito: sauna, baño turco, baño de vapor, pileta de agua fría y pileta de agua tibia. Estos servicios conforman la amplia gama que ofrece Colmegna, junto con limpieza de cutis, radiofrecuencia, barbería, depilación definitiva, masajes y tratamientos faciales.

Cuando salí del spa, ya era de noche. Una brisa tan fría como el mármol interior golpeó mi cara. Caminé las dos cuadras hasta el Obelisco, miré mi celular y recordé que allá afuera había un mundo, mensajes por responder y una rutina que me esperaba. Según Fernández, quien viene a Colmegna una vez, siempre vuelve. Como esos más de 40 clientes que lo visitan a diario, entendí que no es solo un lugar dedicado al cuidado personal, es un club social y un “oasis” en medio del caos.

Más información sobre el Spa Colmegna

Si vos también querés vivir la historia y ser parte de este monumento porteño, tené en cuenta que el spa Colmegna abre de martes a viernes de 14.00 a 21.00 horas y los sábados de 12.00 a 20.00 horas. Hay jornadas especiales donde el complejo se hace de forma mixta, para que asistan mujeres o matrimonios. Su valor diario es de $36.000 (solo el circuito), pero también se puede adquirir una membresía mensual de 10 pases por un precio de $250.000. Para más información, podés ingresar a sus redes sociales @spacolmegna en Instagram o comunicarte a través del 011 4326-1040.

Al llegar al spa Colmegna, el ruido de la calle desaparece tras cruzar sus dos puertas. De inmediato, la música clásica y el eco de un espacio inmenso retumban por el pasillo de camino a la recepción. Un mural de la Fontana di Trevi da la bienvenida y dos soldados de la antigua Roma custodian el tercer paso. A cada visitante se le asigna una cabina individual, con divisiones de mármol de Carrara de tres centímetros de grosor —material que ya no se produce en esas condiciones—, dos toallas, una bata, un traje de baño y calzado adecuado. Allí se invita a dejar todas las pertenencias, incluso el celular, para desconectarse por completo del mundo exterior. Todo queda resguardado bajo llave.

Cuando escuché hablar de los rincones tradicionales del microcentro porteño, este lugar se destacaba entre ellos. Pese a que su fachada pasa desapercibida en la calle Sarmiento al 839, tiene 130 años de historia que se sienten en su estructura. En una investigación previa, descubrí que el italiano Luis Colmegna le encomendó a Francesco Tamburini —arquitecto que dejó su huella en la Casa Rosada y el Teatro Colón— la construcción de un spa inspirado en las Termas de Caracalla, símbolo del poderío romano del año 235 d.C.

Un circuito romano en pleno centro porteño

Para los principiantes, el primer impacto puede ser un desafío a la timidez: despojarse de todo para quedar en traje de baño o toalla es obligatorio, un requisito en favor de la salud.

Al ingresar, mi celular marcaba las 14:00 en punto. Después no supe más nada de él. A medida que avancé por el pasillo principal, la primera parada sugerida por el personal fue la cámara de ambientación corporal, con una temperatura media que permite preparar al cuerpo para la exposición al calor intenso. Luego de cinco a diez minutos, llegó el turno de entrar a la primera sala de sauna, con una temperatura de entre 60 °C y 70 °C.

De inmediato, mi cuerpo notó que jamás se había expuesto a un clima así. El aroma a madera que recubre las paredes invadió mis fosas nasales y, al sentarme en el escalón superior, sentí los efectos del aire seco en la piel. Todo se volvió más sensible: los poros comenzaron a abrirse, generando una sensación de estiramiento en toda la superficie cutánea. En pleno invierno, volví al calor del verano.

Fue imposible no imaginar que por allí pasaron grandes estrellas, deportistas y expresidentes. En esa misma sala, donde buscaba los beneficios terapéuticos del sauna, estuvieron Diego Maradona, Jorge Luis Borges, Julio Argentino Roca, Domingo Perón, Carlos Gardel, Mauricio Macri y hasta John Travolta. Todos hombres, ya que desde sus inicios fue pensado para el público masculino, bajo el nombre de Instituto Médico de Hidro-Electroterapia. Más tarde se habilitó una sección femenina.

Desde el principio dejé de lado las preocupaciones cotidianas y reflexioné sobre la herencia de este lugar, que bien podría considerarse un museo. Surgió como una solución ante la falta de baños con agua caliente en la Ciudad —a los que solo accedían las clases altas— y se convirtió en un punto de referencia único en América.

Diez minutos después, pasé a la segunda sala de sauna, con una temperatura de 80 °C. Según la gerente del spa, Yesica Torres, esta etapa tiene un propósito específico: favorecer la circulación y mejorar la calidad de la sangre.

Mis músculos se relajaron al máximo, el ritmo cardíaco aumentó paulatinamente y la transpiración se intensificó. “¿Qué hora será? ¿Me avisarán si me paso de tiempo? ¿Tendré algún mensaje urgente? ¿Qué estará pasando afuera?”, me pregunté al entrar. Pero esas dudas se disiparon a medida que me mimeticé con la calma del ambiente y las charlas con quienes estaban ahí.

El calor acá es más intenso, y el cuerpo pide salir antes. Por eso, tras cinco minutos, pasé al baño turco, con una temperatura de 50 °C. En una de las mesas de mármol de Carrara, adornadas con detalles metálicos, me esperaba un vaso de granadina con soda, la favorita de los clientes de antaño.

Torres explica que este circuito es el corazón de Colmegna: elimina toxinas, mejora la circulación, relaja los músculos, reduce el estrés y fortalece el sistema inmunológico. Entonces comprendí por qué quienes lo visitan desde hace más de 20 años lo siguen eligiendo. Entre la confianza, la privacidad y el trato cálido, el beneficio para la salud —después de una jornada laboral agotadora— es evidente.

El siguiente paso es el baño finlandés o de vapor, durante al menos cinco minutos. Este complemento ayuda a eliminar las toxinas restantes. A diferencia del sauna seco, el sudor no se evapora, por lo que la sensación térmica es aún mayor. Además, el vapor penetra por las vías respiratorias, aliviando la congestión.

Cuando mi cuerpo alcanzó su límite de tolerancia, llegó el momento de trasladarme a la joya de Colmegna: su pileta cubierta de mármol de Carrara, con placas de la construcción original. Entre columnas, puertas de madera y molduras de época, fue inevitable retroceder mentalmente a una escena romana, como en las películas. El agua se mantiene a una temperatura estable, entre los 8 °C y 10 °C, gracias al mármol, y se extrae de una napa a 110 metros de profundidad mediante bombas propias.

Este último paso por la pileta es imprescindible para completar el circuito y aprovechar sus beneficios. El contraste entre el cuerpo caliente y el agua helada me provocó una sensación repentina de relajación, seguida por un sobresalto que activó todos mis sentidos. Según Torres, sumergirse sin demorar es clave para iniciar un shock térmico que activa la circulación, tonifica la piel y genera una renovada sensación física y mental.

Al salir, en el resto-bar —el mismo en el que alguna vez un centenar de personas se agolparon para escuchar anécdotas de Maradona—, disfruté la picada típica de Colmegna. Fui testigo del esmero de su actual dueño, Jorge Fernández, por preservar cada detalle en la compleja restauración que mantuvo viva la fusión entre lo clásico y lo moderno.

Entre una sesión de masajes de 50 minutos y un tratamiento de manicura y pedicura —junto a la cabina que Gardel adoptó como propia en sus visitas—, retomé el circuito: sauna, baño turco, baño de vapor, pileta de agua fría y pileta de agua tibia. Estos servicios conforman la amplia gama que ofrece Colmegna, junto con limpieza de cutis, radiofrecuencia, barbería, depilación definitiva, masajes y tratamientos faciales.

Cuando salí del spa, ya era de noche. Una brisa tan fría como el mármol interior golpeó mi cara. Caminé las dos cuadras hasta el Obelisco, miré mi celular y recordé que allá afuera había un mundo, mensajes por responder y una rutina que me esperaba. Según Fernández, quien viene a Colmegna una vez, siempre vuelve. Como esos más de 40 clientes que lo visitan a diario, entendí que no es solo un lugar dedicado al cuidado personal, es un club social y un “oasis” en medio del caos.

Más información sobre el Spa Colmegna

Si vos también querés vivir la historia y ser parte de este monumento porteño, tené en cuenta que el spa Colmegna abre de martes a viernes de 14.00 a 21.00 horas y los sábados de 12.00 a 20.00 horas. Hay jornadas especiales donde el complejo se hace de forma mixta, para que asistan mujeres o matrimonios. Su valor diario es de $36.000 (solo el circuito), pero también se puede adquirir una membresía mensual de 10 pases por un precio de $250.000. Para más información, podés ingresar a sus redes sociales @spacolmegna en Instagram o comunicarte a través del 011 4326-1040.

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