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jueves, julio 3, 2025
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Con las paredes manchadas de su taller, un artista creó un enorme mural que sorprendió en la bienal de Venecia

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JOSÉ IGNACIO, Uruguay.- Pinceladas de distintos colores. Capas superpuestas de viejas pinturas. Trazos de algún boceto inconcluso. Manchas y más manchas ya gastadas por el paso del tiempo. Son huellas de un trabajo experimental, de búsqueda estética, desarrollado a lo largo de varias décadas que quedaron reflejadas en las paredes de un taller artístico de Montevideo. Con la misma técnica y cuidados con los que se trasladan murales como el famoso Ejercicio plástico, de David Alfaro Siqueiros, las paredes del estudio del artista uruguayo Eduardo Cardozo fueron “arrancadas” y separadas en varias piezas para crear una obra: un enorme muro que viajó embalado en cajas hasta Venecia para integrar el envío que representó a Uruguay en 2024 en la bienal de arte más prestigiosa del mundo.

Unos siete meses después de hacer el viaje de regreso de Venecia a Montevideo, los fragmentos de aquel muro recuperaron su forma y volvieron a unirse para mostrarse, por primera vez, en su país de origen. La instalación El desnudo es una de las piezas que dialogan entre sí e interpelan al espectador en la muestra Latente, que presenta hasta el 7 de septiembre la Fundación Cervieri Monsuárez en su extraordinario edificio de piedra y vidrio diseñado por el arquitecto Rafael Viñoly en la entrada de José Ignacio.

“Mi taller es una casa de principios del siglo XX, de las que abundan en el barrio Cordón, que alguna vez pertenecieron a familias de clase media. Con claraboyas y una habitación tras otra, profunda y angosta, con pisos de pinotea. Las paredes fueron pintadas muchas veces sin quitar la pintura anterior, entonces cuando se rasquetea aparece el verde agua, los tostados claros, los celestes…, colores muy usados en las casas de Montevideo en los años 60 y 70, cuando se coloreaba el blanco con entonadores”, dice Cardozo en “Un fresco en Venecia”, uno de los textos que integran el catálogo del envío uruguayo. Más adelante, reflexiona: “Cuando despego estas paredes con la gasa engomada y les adhiero el liencillo, pienso en el verbo ‘desarraigar’. Una de sus acepciones es ‘arrancar de raíz una planta’. No tengo idea de cómo será volver a pintar en ese espacio cuando quede despojado de esa piel. Puede que sea otra forma de migrar”.

Curada por el brasileño Adriano Pedrosa, la 60 edición de la Bienal de Venecia tuvo como lema “Extranjeros en todas partes” y puso el foco en los inmigrantes, expatriados, exiliados y refugiados; también en la diversidad sexual y los pueblos originarios. Cuando fue elegido para representar a su país, Cardozo decidió que “en lugar de trabajar desde la extranjería en términos de división, lo haría desde el encuentro; más que recibir, quiso ofrendar”, explicó a LA NACION la curadora uruguaya Elisa Valerio, responsable del envío oficial y de la puesta de la muestra en Cervieri Monsuárez, con la colaboración de Alvaro Zinno.

“Eduardo pensó ‘si voy a Venecia, ¿con quién me gustaría encontrarme?’ La respuesta fue: con los pintores con los que él se formó, que son sus referentes. Y así fue cómo llegó a Tintoretto”, agrega la curadora durante el recorrido con LA NACION mientras señala la obra Las vestiduras, una reinterpretación con volumen de los ropajes de los personajes de El paraíso, pintado por Tintoretto alrededor de 1588, realizada con liencillo, lienzo y lino. Esas telas, soportes tradicionales de los cuadros, forman parte de los materiales habituales con los que Cardozo “pinta”.

El velo, otra instalación que integra Latente y que sorprende al visitante desde lo alto del techo vidriado de la fundación, está construida con retazos de gasa cosidos. No se trata de cualquier tela: es la que se usó para desmontar las paredes del taller con la antigua técnica del stacco.

En una edición en la que predominaron las obras con “mensajes”, la propuesta del pabellón uruguayo sorprendió al público y a la crítica. “Sentí que había cierto cansancio en la gente que recorría la bienal; cansancio del discurso desde el arte. El discurso de la extranjería, la inmigración, el género, los pueblos originarios: muchos pabellones ponían ese discurso en voz alta. Y en el pabellón uruguayo había como una especie de silencio. Yo me considero pintor; ni siquiera digo que soy un artista. Y realmente no me interesa pararme sobre un banquito para decir qué es lo que está bien y que está mal en el mundo. Tengo mis ideas, por supuesto, como ciudadano, pero siempre digo que hablo a través de mis obras”, dijo Cardozo a LA NACION en la previa de la apertura, que como hecho extraordinario para José Ignacio fuera de temporada reunió a unas 200 personas entre artistas, galeristas, periodistas y críticos en la Fundación Cervieri Monsuárez.

Según la hora del día y del clima (si hay sol, si está nublado), la puesta en escena se torna más teatral. Cuando la luz natural da de lleno en Las vestiduras, los colores de las telas se vuelven imponentes. Lo mismo sucede con el muro desnudo y el velo. Pero, al bajar al subsuelo del edificio, todo cambia: se impone la oscuridad, los sonidos extraños, lo grotesco. La tempestad, una obra site specific creada por Cardozo junto con dos artistas amigos (Fabián Oliver, ingeniero especialista en sonido, y Zinno, fotógrafo que trabajó con la luz), es otra pata de la muestra Latente: una vinculada al inconsciente, a lo desconocido, que se extiende por el espacio con raíces, ramas y cables y emerge de las profundidades como un sueño o una pesadilla.

JOSÉ IGNACIO, Uruguay.- Pinceladas de distintos colores. Capas superpuestas de viejas pinturas. Trazos de algún boceto inconcluso. Manchas y más manchas ya gastadas por el paso del tiempo. Son huellas de un trabajo experimental, de búsqueda estética, desarrollado a lo largo de varias décadas que quedaron reflejadas en las paredes de un taller artístico de Montevideo. Con la misma técnica y cuidados con los que se trasladan murales como el famoso Ejercicio plástico, de David Alfaro Siqueiros, las paredes del estudio del artista uruguayo Eduardo Cardozo fueron “arrancadas” y separadas en varias piezas para crear una obra: un enorme muro que viajó embalado en cajas hasta Venecia para integrar el envío que representó a Uruguay en 2024 en la bienal de arte más prestigiosa del mundo.

Unos siete meses después de hacer el viaje de regreso de Venecia a Montevideo, los fragmentos de aquel muro recuperaron su forma y volvieron a unirse para mostrarse, por primera vez, en su país de origen. La instalación El desnudo es una de las piezas que dialogan entre sí e interpelan al espectador en la muestra Latente, que presenta hasta el 7 de septiembre la Fundación Cervieri Monsuárez en su extraordinario edificio de piedra y vidrio diseñado por el arquitecto Rafael Viñoly en la entrada de José Ignacio.

“Mi taller es una casa de principios del siglo XX, de las que abundan en el barrio Cordón, que alguna vez pertenecieron a familias de clase media. Con claraboyas y una habitación tras otra, profunda y angosta, con pisos de pinotea. Las paredes fueron pintadas muchas veces sin quitar la pintura anterior, entonces cuando se rasquetea aparece el verde agua, los tostados claros, los celestes…, colores muy usados en las casas de Montevideo en los años 60 y 70, cuando se coloreaba el blanco con entonadores”, dice Cardozo en “Un fresco en Venecia”, uno de los textos que integran el catálogo del envío uruguayo. Más adelante, reflexiona: “Cuando despego estas paredes con la gasa engomada y les adhiero el liencillo, pienso en el verbo ‘desarraigar’. Una de sus acepciones es ‘arrancar de raíz una planta’. No tengo idea de cómo será volver a pintar en ese espacio cuando quede despojado de esa piel. Puede que sea otra forma de migrar”.

Curada por el brasileño Adriano Pedrosa, la 60 edición de la Bienal de Venecia tuvo como lema “Extranjeros en todas partes” y puso el foco en los inmigrantes, expatriados, exiliados y refugiados; también en la diversidad sexual y los pueblos originarios. Cuando fue elegido para representar a su país, Cardozo decidió que “en lugar de trabajar desde la extranjería en términos de división, lo haría desde el encuentro; más que recibir, quiso ofrendar”, explicó a LA NACION la curadora uruguaya Elisa Valerio, responsable del envío oficial y de la puesta de la muestra en Cervieri Monsuárez, con la colaboración de Alvaro Zinno.

“Eduardo pensó ‘si voy a Venecia, ¿con quién me gustaría encontrarme?’ La respuesta fue: con los pintores con los que él se formó, que son sus referentes. Y así fue cómo llegó a Tintoretto”, agrega la curadora durante el recorrido con LA NACION mientras señala la obra Las vestiduras, una reinterpretación con volumen de los ropajes de los personajes de El paraíso, pintado por Tintoretto alrededor de 1588, realizada con liencillo, lienzo y lino. Esas telas, soportes tradicionales de los cuadros, forman parte de los materiales habituales con los que Cardozo “pinta”.

El velo, otra instalación que integra Latente y que sorprende al visitante desde lo alto del techo vidriado de la fundación, está construida con retazos de gasa cosidos. No se trata de cualquier tela: es la que se usó para desmontar las paredes del taller con la antigua técnica del stacco.

En una edición en la que predominaron las obras con “mensajes”, la propuesta del pabellón uruguayo sorprendió al público y a la crítica. “Sentí que había cierto cansancio en la gente que recorría la bienal; cansancio del discurso desde el arte. El discurso de la extranjería, la inmigración, el género, los pueblos originarios: muchos pabellones ponían ese discurso en voz alta. Y en el pabellón uruguayo había como una especie de silencio. Yo me considero pintor; ni siquiera digo que soy un artista. Y realmente no me interesa pararme sobre un banquito para decir qué es lo que está bien y que está mal en el mundo. Tengo mis ideas, por supuesto, como ciudadano, pero siempre digo que hablo a través de mis obras”, dijo Cardozo a LA NACION en la previa de la apertura, que como hecho extraordinario para José Ignacio fuera de temporada reunió a unas 200 personas entre artistas, galeristas, periodistas y críticos en la Fundación Cervieri Monsuárez.

Según la hora del día y del clima (si hay sol, si está nublado), la puesta en escena se torna más teatral. Cuando la luz natural da de lleno en Las vestiduras, los colores de las telas se vuelven imponentes. Lo mismo sucede con el muro desnudo y el velo. Pero, al bajar al subsuelo del edificio, todo cambia: se impone la oscuridad, los sonidos extraños, lo grotesco. La tempestad, una obra site specific creada por Cardozo junto con dos artistas amigos (Fabián Oliver, ingeniero especialista en sonido, y Zinno, fotógrafo que trabajó con la luz), es otra pata de la muestra Latente: una vinculada al inconsciente, a lo desconocido, que se extiende por el espacio con raíces, ramas y cables y emerge de las profundidades como un sueño o una pesadilla.

 Eduardo Cardozo representó a Uruguay en la prestigiosa bienal; con una técnica antigua “arrancó” los muros de su estudio de Montevideo para armar una instalación única  LA NACION