En en el terreno de su padre en Tigre, construyeron una casita para cada una y montaron un negocio floreciente

La historia de estas casas tiene mucho que ver con los ciclos de la naturaleza y, también, con la metáfora del lirio que crece en medio del barro. “Esto era originalmente un basural que luego fue rellenado, entonces el suelo tiene un compost tremendo: cuando vinimos estaba tapado de plantas silvestres.” Quien habla es Ana Pavón, la mitad del vivero Las Pavonias, que creó junto con Delfina, su hermana gemela.
Así fue la historia
Todo comenzó cuando sus padres se separaron y vendieron la casa familiar. Con su parte, el papá arquitecto (Alberto Pavón) compró un terreno en Tigre y comenzó a construir con materiales recuperados. Poco después, sus hijas siguieron sus pasos y aprovecharon los metros de verde que sobraban.
“¡Le fuimos copando el terreno!”, se ríe Ana al recordarlo. “Era muy largo y vimos ahí un modo de solucionar el tema de la casa propia, que no es poca cosa. Cuando vino Delfina a instalarse en el fondo, tuvimos que desmalezar todo, porque era un pequeño Impenetrable”,
Tigrenses de toda la vida, en alrededor de diez años ya habían levantado tres construcciones con sus propias manos, a fuerza de recorrer corralones y buscar oportunidades online.
En lo de Delfina
“Está todo construido en seco. Mi papá hizo las bases con hierro y cemento; arriba, placas de fenólico y un piso de madera saligna. Después, mucho entablonado, machimbre y aberturas de demolición. Hasta colocamos un lote de ventanas antiguas que venían de una escuela”.
Aunque son reducidos, los espacios se volvieron acogedores con muebles heredados, objetos vintage y detalles románticos. Igual, al estilo de los viejas casas chorizo, el área de encuentro siempre fue el patio, entre olivos, fresnos y aromáticas.
Centro verde
“Delfina es paisajista: le encanta tener huerta. Yo era profe de tenis y la pandemia me dejó literalmente fuera de juego, así que empezamos a vender plantines y terminamos armando un vivero.”
Con ayuda de su padre levantaron un invernadero, y en cuestión de meses el exterior se había transformando en un pequeño jardín botánico; allí cultivan especies autóctonas, e intercambian semillas y saberes.
Compartimos mucho con los clientes. Algunos vienen todos los findes, traen bulbos o gajos de regalo y se instalan a conversar… Es lindo generar ese vínculo; no es lo más habitual.
Ana y Delfina Pavón, dueñas del vivero Las Pavonias
Mientras la tarde cae sobre el Tigre, la perrita dorada corre una mariposa y a su paso quiebra varios brotes. “¡El girasolillo, Wanama! Más cuidado por favor”, le grita Ana mientras riega un quinotero. Sus próximos proyectos son un workshop de nativas, abocarse a la eterna tarea del mantenimiento y esperar la llegada de la primavera. Siempre con los pies en la tierra.
La historia de estas casas tiene mucho que ver con los ciclos de la naturaleza y, también, con la metáfora del lirio que crece en medio del barro. “Esto era originalmente un basural que luego fue rellenado, entonces el suelo tiene un compost tremendo: cuando vinimos estaba tapado de plantas silvestres.” Quien habla es Ana Pavón, la mitad del vivero Las Pavonias, que creó junto con Delfina, su hermana gemela.
Así fue la historia
Todo comenzó cuando sus padres se separaron y vendieron la casa familiar. Con su parte, el papá arquitecto (Alberto Pavón) compró un terreno en Tigre y comenzó a construir con materiales recuperados. Poco después, sus hijas siguieron sus pasos y aprovecharon los metros de verde que sobraban.
“¡Le fuimos copando el terreno!”, se ríe Ana al recordarlo. “Era muy largo y vimos ahí un modo de solucionar el tema de la casa propia, que no es poca cosa. Cuando vino Delfina a instalarse en el fondo, tuvimos que desmalezar todo, porque era un pequeño Impenetrable”,
Tigrenses de toda la vida, en alrededor de diez años ya habían levantado tres construcciones con sus propias manos, a fuerza de recorrer corralones y buscar oportunidades online.
En lo de Delfina
“Está todo construido en seco. Mi papá hizo las bases con hierro y cemento; arriba, placas de fenólico y un piso de madera saligna. Después, mucho entablonado, machimbre y aberturas de demolición. Hasta colocamos un lote de ventanas antiguas que venían de una escuela”.
Aunque son reducidos, los espacios se volvieron acogedores con muebles heredados, objetos vintage y detalles románticos. Igual, al estilo de los viejas casas chorizo, el área de encuentro siempre fue el patio, entre olivos, fresnos y aromáticas.
Centro verde
“Delfina es paisajista: le encanta tener huerta. Yo era profe de tenis y la pandemia me dejó literalmente fuera de juego, así que empezamos a vender plantines y terminamos armando un vivero.”
Con ayuda de su padre levantaron un invernadero, y en cuestión de meses el exterior se había transformando en un pequeño jardín botánico; allí cultivan especies autóctonas, e intercambian semillas y saberes.
Compartimos mucho con los clientes. Algunos vienen todos los findes, traen bulbos o gajos de regalo y se instalan a conversar… Es lindo generar ese vínculo; no es lo más habitual.
Ana y Delfina Pavón, dueñas del vivero Las Pavonias
Mientras la tarde cae sobre el Tigre, la perrita dorada corre una mariposa y a su paso quiebra varios brotes. “¡El girasolillo, Wanama! Más cuidado por favor”, le grita Ana mientras riega un quinotero. Sus próximos proyectos son un workshop de nativas, abocarse a la eterna tarea del mantenimiento y esperar la llegada de la primavera. Siempre con los pies en la tierra.
Con la ayuda de su padre, arquitecto y dueño del predio, hicieron sus viviendas con materiales reciclados, detalles vintage y mucho ingenio. LA NACION