
Como en la colección Elige tu propia aventura, aunque uno acá no tenga que decidir el destino de los personajes, El barco de Teseo es un libro-objeto (¿o un libro-chasco?) que lleva la experiencia inmersiva hasta el límite de lo verosímil. La cosa es así: el volumen grueso viene sellado con una estampilla tipo lacre, con tapas duras enteladas, un añejado amarillento en las hojas, manchas de humedad o café y un sello de advertencia en la primera página: “En préstamo”.
Empieza el juego. En los márgenes hay anotaciones que parecen manuscritas, algunas en cursiva en tinta azul y otras en imprenta en tinta negra como si alguien hubiera leído este ejemplar antes que el lector, porque supuestamente cuenta la historia del tal barco y el tal Teseo pero también la de una joven que lo tomó de una biblioteca, se obsesionó con las notas al margen que un joven escribió antes que ella y empezó un intercambio epistolar…
En los márgenes hay anotaciones que parecen manuscritas, algunas en cursiva en tinta azul y otras en imprenta en tinta negra como si alguien hubiera leído este ejemplar antes que el lector
En tinta negra: “Yo soy uno de esos ‘todos’, ¿no?”. En tinta azul: “Menos de lo que crees. Es más bien la gente del mundo real”. Negra: “No como la de los márgenes de los libros”. Azul: “Sí. Lo sé, es raro. Esto, no sé, es excitante y relajante a la vez”. El lector puede seguir la historia del barco, escrita por V.M. Straka, un (falso) autor revolucionario cuya identidad real es uno de los mayores misterios del mundo, o la de los jóvenes Eric y Jennifer, dos estudiantes de literatura que verán cómo cambian sus vidas al leer este texto. La broma es extraordinaria. Los (verdaderos) autores de El barco de Teseo son el productor J.J. Abrams, uno de los creadores de Lost, y el novelista Doug Dorst, profesor de escritura creativa, con el diseño gráfico del Studio Nora de Milán. En su cruce insólito de lo verídico y lo verosímil, en el interior del libro se reparten fotocopias, postales, telegramas, cartas, mapas, fotos y estampitas, como si hubieran quedado olvidadas ahí, que agregan datos a la historia. En la exactitud de su recreación, la simulación alcanza el oxímoron: todo parece auténtico.
El entretenimiento inmersivo se vale del voyeurismo de la época, cultivado en audiencias que miran realities o espían maníacamente perfiles de Instagram y cuentas de OnlyFans
Es que el objeto se pone al servicio de la metanarrativa aunque a veces cueste seguir las tramas simultáneas por las distracciones infinitas que ofrecen los chiches agregados. Más que libro es un artefacto. Si hace una década explotó el boom del teatro inmersivo por su propuesta estimulante de interacción con los actores (en el off Broadway, con el éxito de la obra Sleep No More que acá tuvo su réplica en Sex de José María Muscari, por ejemplo, o con las exposiciones sobre Vincent Van Gogh y Frida Kahlo), el fenómeno se extiende al libro justo cuando el marketing insiste en el uso de la palabra “experiencia” como aquello que desea vivir el consumidor: el entretenimiento inmersivo se vale del voyeurismo de la época, cultivado en audiencias que miran realities o espían maníacamente perfiles de Instagram y cuentas de OnlyFans.
El fisgoneo es la clave de lectura para El barco de Teseo, un título que remite a una antigua paradoja griega: si se reemplaza cada pieza de un barco, ¿sigue siendo el mismo barco? Para develar el enigma acaso haya que llegar hasta la página 450, volver al principio de todo y seguir el consejo escrito en imprenta en tinta negra: “Querida estudiante de literatura, si te ha parecido ‘una vía de escape’ es que no le has prestado mucha atención. ¿Quieres volver a intentarlo?”.
ABC
A.
El productor J.J. Abrams y el novelista Doug Dorst crearon El barco de Teseo, un libro “inmersivo” que simula haber sido tomado de una biblioteca.
B.
Recién publicado acá, el objeto explota la tendencia de “experiencia envolvente” que también es un éxito de público en el teatro y las artes plásticas.
C.
Los objetos que acompañan el libro son tan verosímiles que parecen reales: según el Washington Post, es “una obra maestra de la verosimilitud”.
Como en la colección Elige tu propia aventura, aunque uno acá no tenga que decidir el destino de los personajes, El barco de Teseo es un libro-objeto (¿o un libro-chasco?) que lleva la experiencia inmersiva hasta el límite de lo verosímil. La cosa es así: el volumen grueso viene sellado con una estampilla tipo lacre, con tapas duras enteladas, un añejado amarillento en las hojas, manchas de humedad o café y un sello de advertencia en la primera página: “En préstamo”.
Empieza el juego. En los márgenes hay anotaciones que parecen manuscritas, algunas en cursiva en tinta azul y otras en imprenta en tinta negra como si alguien hubiera leído este ejemplar antes que el lector, porque supuestamente cuenta la historia del tal barco y el tal Teseo pero también la de una joven que lo tomó de una biblioteca, se obsesionó con las notas al margen que un joven escribió antes que ella y empezó un intercambio epistolar…
En los márgenes hay anotaciones que parecen manuscritas, algunas en cursiva en tinta azul y otras en imprenta en tinta negra como si alguien hubiera leído este ejemplar antes que el lector
En tinta negra: “Yo soy uno de esos ‘todos’, ¿no?”. En tinta azul: “Menos de lo que crees. Es más bien la gente del mundo real”. Negra: “No como la de los márgenes de los libros”. Azul: “Sí. Lo sé, es raro. Esto, no sé, es excitante y relajante a la vez”. El lector puede seguir la historia del barco, escrita por V.M. Straka, un (falso) autor revolucionario cuya identidad real es uno de los mayores misterios del mundo, o la de los jóvenes Eric y Jennifer, dos estudiantes de literatura que verán cómo cambian sus vidas al leer este texto. La broma es extraordinaria. Los (verdaderos) autores de El barco de Teseo son el productor J.J. Abrams, uno de los creadores de Lost, y el novelista Doug Dorst, profesor de escritura creativa, con el diseño gráfico del Studio Nora de Milán. En su cruce insólito de lo verídico y lo verosímil, en el interior del libro se reparten fotocopias, postales, telegramas, cartas, mapas, fotos y estampitas, como si hubieran quedado olvidadas ahí, que agregan datos a la historia. En la exactitud de su recreación, la simulación alcanza el oxímoron: todo parece auténtico.
El entretenimiento inmersivo se vale del voyeurismo de la época, cultivado en audiencias que miran realities o espían maníacamente perfiles de Instagram y cuentas de OnlyFans
Es que el objeto se pone al servicio de la metanarrativa aunque a veces cueste seguir las tramas simultáneas por las distracciones infinitas que ofrecen los chiches agregados. Más que libro es un artefacto. Si hace una década explotó el boom del teatro inmersivo por su propuesta estimulante de interacción con los actores (en el off Broadway, con el éxito de la obra Sleep No More que acá tuvo su réplica en Sex de José María Muscari, por ejemplo, o con las exposiciones sobre Vincent Van Gogh y Frida Kahlo), el fenómeno se extiende al libro justo cuando el marketing insiste en el uso de la palabra “experiencia” como aquello que desea vivir el consumidor: el entretenimiento inmersivo se vale del voyeurismo de la época, cultivado en audiencias que miran realities o espían maníacamente perfiles de Instagram y cuentas de OnlyFans.
El fisgoneo es la clave de lectura para El barco de Teseo, un título que remite a una antigua paradoja griega: si se reemplaza cada pieza de un barco, ¿sigue siendo el mismo barco? Para develar el enigma acaso haya que llegar hasta la página 450, volver al principio de todo y seguir el consejo escrito en imprenta en tinta negra: “Querida estudiante de literatura, si te ha parecido ‘una vía de escape’ es que no le has prestado mucha atención. ¿Quieres volver a intentarlo?”.
ABC
A.
El productor J.J. Abrams y el novelista Doug Dorst crearon El barco de Teseo, un libro “inmersivo” que simula haber sido tomado de una biblioteca.
B.
Recién publicado acá, el objeto explota la tendencia de “experiencia envolvente” que también es un éxito de público en el teatro y las artes plásticas.
C.
Los objetos que acompañan el libro son tan verosímiles que parecen reales: según el Washington Post, es “una obra maestra de la verosimilitud”.
Las experiencias inmersivas llegaron a la literatura, de la mano de J.J.Abrams (uno de los creadores de “Lost”) y de la inoxidable paradoja de Teseo LA NACION