
Solo se necesitan agua y jabón para formar estas burbujas de colores iridiscentes. Tan simple como eso. No hay ninguna sofisticación. Sin embargo, desde tiempos inmemoriales estas pompas, que suelen tener una corta duración y estallar rápidamente, ejercen fascinación entre los niños y los que no lo son tanto. Su simplicidad para formarlas es inversamente proporcional a la gran magia que generan: son atractivas, dan ganas de atraparlas y siempre provocan alegría. Como la de estos niños en la Plaza del Palacio, en San Petersburgo, pero podría estar sucediendo en cualquier otra plaza del mundo. Niños que se ríen y que se esfuerzan por capturarlas por más que sepan que son inasibles. Pura fantasía que demuestra que hay algo intacto en esa inocencia infantil que no ha sido corrompido por la artificialidad de la tecnología. Bienvenida demostración de que lo natural sigue vivito y coleando.
Solo se necesitan agua y jabón para formar estas burbujas de colores iridiscentes. Tan simple como eso. No hay ninguna sofisticación. Sin embargo, desde tiempos inmemoriales estas pompas, que suelen tener una corta duración y estallar rápidamente, ejercen fascinación entre los niños y los que no lo son tanto. Su simplicidad para formarlas es inversamente proporcional a la gran magia que generan: son atractivas, dan ganas de atraparlas y siempre provocan alegría. Como la de estos niños en la Plaza del Palacio, en San Petersburgo, pero podría estar sucediendo en cualquier otra plaza del mundo. Niños que se ríen y que se esfuerzan por capturarlas por más que sepan que son inasibles. Pura fantasía que demuestra que hay algo intacto en esa inocencia infantil que no ha sido corrompido por la artificialidad de la tecnología. Bienvenida demostración de que lo natural sigue vivito y coleando.
Solo se necesitan agua y jabón para formar estas burbujas de colores iridiscentes. Tan simple como eso. No hay ninguna sofisticación. Sin embargo, desde tiempos inmemoriales estas pompas, que suelen tener una corta duración y estallar rápidamente, ejercen fascinación entre los niños y los que no lo son tanto. Su simplicidad para formarlas es inversamente proporcional a la gran magia que generan: son atractivas, dan ganas de atraparlas y siempre provocan alegría. Como la de estos niños en la Plaza del Palacio, en San Petersburgo, pero podría estar sucediendo en cualquier otra plaza del mundo. Niños que se ríen y que se esfuerzan por capturarlas por más que sepan que son inasibles. Pura fantasía que demuestra que hay algo intacto en esa inocencia infantil que no ha sido corrompido por la artificialidad de la tecnología. Bienvenida demostración de que lo natural sigue vivito y coleando. LA NACION