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jueves, julio 10, 2025
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Graciela Naum. En su entrevista más personal, la diseñadora cuenta cómo la fotografía la ayudó a curar el dolor

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Cuando hace veinticinco años atrás encontró esa maceta rota, Graciela Naum (72) juntó todas las piezas: imaginó que, con aguja e hilo –elementos con los que convive desde hace años por su trabajo como diseñadora–, podía coserla y sanarla. Al poco tiempo, la maceta, con sus bordes irregulares y sus costuras a la vista, se convirtió en una foto que desnudaba luces, sombras y cicatrices. En estos últimos años, la fotografía empezó a ocupar un lugar cada vez más importante en la vida de Naum: fue formándose con Diego Ortiz Mujica, Inés Miguens, Ángela Copello, Ana Sánchez Zinny, Norberto Martino, Juan Brath y Diego Fischer y, con gran éxito, expuso en varias galerías de Buenos Aires y de Córdoba. A su última muestra, que se realizó en Patio Arts , el espacio multidisciplinario de Patio Bullrich durante el mes de junio, la llamó “Hilos de luz” y estuvo compuesta por cinco series: Sanar lo Imposible, Hospital, Etéreo, Envolviendo el Aire y Casablanca.

Elegante y con la sonrisa dibujada en los ojos y en las palabras, Naum le cuenta a ¡HOLA! Argentina: “Estoy emocionada y, a la vez, sorprendida: muchísima gente se me acercó para contarme lo que había sentido al ver mis fotos. Una persona me dijo: ‘Yo estaba rota como esa taza’. Una mujer me contó que se había recuperado de una enfermedad y que había decidido colocar mi foto en su escritorio: verla todos los días sería el recordatorio de que estaba sana. Erwin Olaf, un fotógrafo holandés que admiro profundamente, pensaba que hay imágenes que, cuando estás ante ellas, transmiten sensaciones que se apoderan de todo tu cuerpo. Haber logrado algo así en los demás me conmueve”.

–¿Cómo te llevás con las presentaciones, las vernissages y las críticas de arte? “Hilos de luz” estuvo repleta de gente desde su inauguración.

–Me da un poco de pudor; soy bastante tímida. Además, no soy fotógrafa: hago fotografías. Trato de hacerlo lo mejor posible y abordo temas que son temas muy míos, que me salen del alma. Mi familia, que es mi gran contención, siempre me acompaña. Para la inauguración, vinieron todos [desde hace cincuenta años, está casada con Jorge Aguirre, con quien tuvo tres hijos: Matías (49, administrador de empresas), Dolores (46, abogada; trabaja en la firma Naum como directora de comunicación) y Santiago (45, comunicador social). Ellos, a su vez, son padres de sus ocho nietos: Felipe y Milagros; Martina, Federico e Inés; Olivia, Joaquina y Tomás]. También muchísima gente del arte: galeristas y coleccionistas… Los críticos han sido muy generosos conmigo. En la primera exposición que hice, hace dos años, en BA Photo, Gabriel Levinas dijo que Sanar lo Imposible, mi serie de la vajilla rota, le recordaba al kintsugi, el arte japonés que intenta reparar objetos de cerámica rotos con barniz o resina mezclada con oro, plata o platino. No lo había pensado y me encantó.

–¿Cómo fue tu contacto con la fotografía?

–En mi familia, soy quien saca las fotos: “Cuando vengas, traé la cámara”, me dicen mis hijos cuando los voy a visitar. Mis nietos suelen tirarse en un sillón y se dejan fotografiar por mí, todos despatarrados. Por mi trabajo, he tenido una historia muy cercana a la fotografía: para cada campaña, contamos con profesionales muy buenos, esos que hacen que un simple equipo de camisa y pantalón te enamore. De cada viaje que hago por trabajo, traigo imágenes que me conmueven, como unas flores creciendo debajo de la protección de una cortina que tamiza la luz o los reflejos ondulantes en las vidrieras. No me gusta lo rebuscado: ni en las relaciones ni en la ropa ni en las fotos. En la fotografía, casi toda la magia está en la luz.

–Tus fotos son conceptuales. ¿Cómo encontraste tu temática?

–De a poco. Supone revisarte, preguntarte qué querés decir, con qué ángulo, con qué lente y con qué luz. Por mi trabajo, he estado rodeada de cosas muy simples que valoro mucho, como los hilos. De mi abuela, por ejemplo, aún conservo hilos divinos en carreteles de madera. Después de la maceta, fotografié una taza que se me había roto de una manera muy linda. Me quedé mirándola y, al rato, ya estaba jugando para ver cómo la sanaba. “Esto es material para una obra”, me dijo mi profesora Ana Sánchez Zinny cuando llevé la foto a su taller. Y, al segundo, me dijo: “¿Por qué una taza? Y a vos, ¿qué se te rompió?”.

–¿Y qué le respondiste?

–Esa, en particular, era una taza de loza de mi casa, que usábamos para el desayuno, y le tenía mucho cariño. La vajilla es cotidiana, íntima, cuenta historias… En la historia de mi familia, está el episodio espantoso de la muerte de mi hermano Emilio [el 22 de junio de 1984, cuando se dirigía a las oficinas de sus empresas de BUE, Mc Taylor y Mc Shoes, fue asesinado por el clan liderado por Arquímedes Puccio. Tenía 38 años y era padre de dos hijas, Mayra y Florencia]. A “Milo” le arrancaron la vida con una violencia monstruosa. Él era especial para mí: era mi hermano mayor [se llevaban ocho años] y era como mi ángel guardián. Era divertido, amiguero, deportista, brillante y generoso: todo lo que hacía lo compartía. Para mí, fue una pérdida muy difícil de sanar. No había imaginado que yo hacía estas fotos para un fin. Para mí, era algo lúdico, diversión. Y hasta me resultaba fácil porque usaba hilos, agujas, géneros y colores, que son elementos familiares para mí porque son los que uso para crear prendas. En el taller que estoy haciendo ahora, lo vi muy claro: en mi familia, todos estuvimos rotos como una taza.

–En diciembre de 2022, tu familia también le hizo frente al suicidio de tu hermana Olga.

–Fue durísimo. Uno de los últimos momentos lindos que recuerdo que pasamos juntas fue durante la pandemia, en los chats que teníamos con mi hermana Cristina [vive en Punta del Este], muy afín con ella. Entonces, fui juntando mis pedazos para volver a armarme. En un texto que me escribió hace poco, mi hija Dolores me dijo: “Gracias por enseñarme que se puede ser descomunalmente fuerte sin dejar de ser frágil. Gracias por enseñarme que cada día todo pasa. Gracias por enseñarme a hacer las pequeñas cosas con alegría”. La alegría y la risa son parte de sanar. A “Milo” lo recuerdo con alegría. Y, cada vez que me acuerdo de su risa y de sus abrazos, sonrío.

–Y te volviste una recolectora de vajilla…

–¡Sí! Conseguí unos platos blancos con una textura increíble que una fábrica de Barcelona hizo para un restaurante top y tengo coleccionistas que me contactan para darme sus piezas. Mis amigas, cuando se les raja o se les rompe una taza, me la guardan. ¡Algunas están rotas de manera increíble! Ya sea que tengan flores o iniciales familiares, sean minimalistas o de estilo inglés, alemán u holandés, todas tienen una historia.

–En Hospital [una serie en donde Graciela fotografió unos delantales a los cuales les cosió bolsillos a la manera japonesa], Envolviendo el Aire, Casablanca y Etéreo, las otras series, usaste otros materiales.

–Gasa de seda natural y organza… Géneros nobles con los cuales trabajé toda mi vida. En Japón, en un mercado de pulgas lleno de cosas mínimas y de gran valor para ellos, conseguí una tela de cáñamo increíble: estoy viendo qué hago con ella porque, a medida que la movés, se modifica por completo. [Se levanta del sillón de su casa en el que está sentada y busca un género de doble faz que atesora; y, con esa mirada que no deja nunca de sonreír, dice con deleite: “¡Mirá la trama, observá los colores… ¿no es espectacular?”]. Si con la lente de la cámara hago zoom a un pedacito de tela, un orillo deja de ser un orillo: puede convertirse mágicamente en cualquier cosa; en un bosque, quizás…

–Mencionaste recién a Dolores, quien actualmente trabaja en Naum, la marca que fundaste. ¿Tenés pensado dar un paso al costado?

–¡Aún no! Adoro seguir trabajado. “Dolo” está a cargo del equipo de diseño y comunicación, y representa la nueva generación de la firma. Es responsable, creativa, tiene muchísima fuerza y sabe mirar. Lleva el ADN de la marca, que ahora es más joven… algo que es lógico. Antes ella se apoyaba en mí; hoy yo me apoyo en ella. Y esa situación me ha dejado un poco más de libertad. [Se ríe]. Si bien voy todos los días, me guardo uno para dedicarlo a cosas que tenía pendientes, como hacer yoga… y la fotografía, que me apasiona cada vez más.

–¿Tenés ya tu próximo desafío en la mira?

–¡Claro! Junto con otros fotógrafos, participaré de dos muestras: en Bresson Art Gallery y en edición 2025 de BA Photo. Y mientras tanto, con organza de seda, ya estoy armando unos minifloreros desfasados y unos avioncitos, como esos que hacíamos en papel cuando éramos chicos: cuando logro su forma, los hago volar y, así, mientras está en el aire, atrapo sus destellos con mi cámara.

Agradecemos a Patio Arts, en Patio Bullrich.

Cuando hace veinticinco años atrás encontró esa maceta rota, Graciela Naum (72) juntó todas las piezas: imaginó que, con aguja e hilo –elementos con los que convive desde hace años por su trabajo como diseñadora–, podía coserla y sanarla. Al poco tiempo, la maceta, con sus bordes irregulares y sus costuras a la vista, se convirtió en una foto que desnudaba luces, sombras y cicatrices. En estos últimos años, la fotografía empezó a ocupar un lugar cada vez más importante en la vida de Naum: fue formándose con Diego Ortiz Mujica, Inés Miguens, Ángela Copello, Ana Sánchez Zinny, Norberto Martino, Juan Brath y Diego Fischer y, con gran éxito, expuso en varias galerías de Buenos Aires y de Córdoba. A su última muestra, que se realizó en Patio Arts , el espacio multidisciplinario de Patio Bullrich durante el mes de junio, la llamó “Hilos de luz” y estuvo compuesta por cinco series: Sanar lo Imposible, Hospital, Etéreo, Envolviendo el Aire y Casablanca.

Elegante y con la sonrisa dibujada en los ojos y en las palabras, Naum le cuenta a ¡HOLA! Argentina: “Estoy emocionada y, a la vez, sorprendida: muchísima gente se me acercó para contarme lo que había sentido al ver mis fotos. Una persona me dijo: ‘Yo estaba rota como esa taza’. Una mujer me contó que se había recuperado de una enfermedad y que había decidido colocar mi foto en su escritorio: verla todos los días sería el recordatorio de que estaba sana. Erwin Olaf, un fotógrafo holandés que admiro profundamente, pensaba que hay imágenes que, cuando estás ante ellas, transmiten sensaciones que se apoderan de todo tu cuerpo. Haber logrado algo así en los demás me conmueve”.

–¿Cómo te llevás con las presentaciones, las vernissages y las críticas de arte? “Hilos de luz” estuvo repleta de gente desde su inauguración.

–Me da un poco de pudor; soy bastante tímida. Además, no soy fotógrafa: hago fotografías. Trato de hacerlo lo mejor posible y abordo temas que son temas muy míos, que me salen del alma. Mi familia, que es mi gran contención, siempre me acompaña. Para la inauguración, vinieron todos [desde hace cincuenta años, está casada con Jorge Aguirre, con quien tuvo tres hijos: Matías (49, administrador de empresas), Dolores (46, abogada; trabaja en la firma Naum como directora de comunicación) y Santiago (45, comunicador social). Ellos, a su vez, son padres de sus ocho nietos: Felipe y Milagros; Martina, Federico e Inés; Olivia, Joaquina y Tomás]. También muchísima gente del arte: galeristas y coleccionistas… Los críticos han sido muy generosos conmigo. En la primera exposición que hice, hace dos años, en BA Photo, Gabriel Levinas dijo que Sanar lo Imposible, mi serie de la vajilla rota, le recordaba al kintsugi, el arte japonés que intenta reparar objetos de cerámica rotos con barniz o resina mezclada con oro, plata o platino. No lo había pensado y me encantó.

–¿Cómo fue tu contacto con la fotografía?

–En mi familia, soy quien saca las fotos: “Cuando vengas, traé la cámara”, me dicen mis hijos cuando los voy a visitar. Mis nietos suelen tirarse en un sillón y se dejan fotografiar por mí, todos despatarrados. Por mi trabajo, he tenido una historia muy cercana a la fotografía: para cada campaña, contamos con profesionales muy buenos, esos que hacen que un simple equipo de camisa y pantalón te enamore. De cada viaje que hago por trabajo, traigo imágenes que me conmueven, como unas flores creciendo debajo de la protección de una cortina que tamiza la luz o los reflejos ondulantes en las vidrieras. No me gusta lo rebuscado: ni en las relaciones ni en la ropa ni en las fotos. En la fotografía, casi toda la magia está en la luz.

–Tus fotos son conceptuales. ¿Cómo encontraste tu temática?

–De a poco. Supone revisarte, preguntarte qué querés decir, con qué ángulo, con qué lente y con qué luz. Por mi trabajo, he estado rodeada de cosas muy simples que valoro mucho, como los hilos. De mi abuela, por ejemplo, aún conservo hilos divinos en carreteles de madera. Después de la maceta, fotografié una taza que se me había roto de una manera muy linda. Me quedé mirándola y, al rato, ya estaba jugando para ver cómo la sanaba. “Esto es material para una obra”, me dijo mi profesora Ana Sánchez Zinny cuando llevé la foto a su taller. Y, al segundo, me dijo: “¿Por qué una taza? Y a vos, ¿qué se te rompió?”.

–¿Y qué le respondiste?

–Esa, en particular, era una taza de loza de mi casa, que usábamos para el desayuno, y le tenía mucho cariño. La vajilla es cotidiana, íntima, cuenta historias… En la historia de mi familia, está el episodio espantoso de la muerte de mi hermano Emilio [el 22 de junio de 1984, cuando se dirigía a las oficinas de sus empresas de BUE, Mc Taylor y Mc Shoes, fue asesinado por el clan liderado por Arquímedes Puccio. Tenía 38 años y era padre de dos hijas, Mayra y Florencia]. A “Milo” le arrancaron la vida con una violencia monstruosa. Él era especial para mí: era mi hermano mayor [se llevaban ocho años] y era como mi ángel guardián. Era divertido, amiguero, deportista, brillante y generoso: todo lo que hacía lo compartía. Para mí, fue una pérdida muy difícil de sanar. No había imaginado que yo hacía estas fotos para un fin. Para mí, era algo lúdico, diversión. Y hasta me resultaba fácil porque usaba hilos, agujas, géneros y colores, que son elementos familiares para mí porque son los que uso para crear prendas. En el taller que estoy haciendo ahora, lo vi muy claro: en mi familia, todos estuvimos rotos como una taza.

–En diciembre de 2022, tu familia también le hizo frente al suicidio de tu hermana Olga.

–Fue durísimo. Uno de los últimos momentos lindos que recuerdo que pasamos juntas fue durante la pandemia, en los chats que teníamos con mi hermana Cristina [vive en Punta del Este], muy afín con ella. Entonces, fui juntando mis pedazos para volver a armarme. En un texto que me escribió hace poco, mi hija Dolores me dijo: “Gracias por enseñarme que se puede ser descomunalmente fuerte sin dejar de ser frágil. Gracias por enseñarme que cada día todo pasa. Gracias por enseñarme a hacer las pequeñas cosas con alegría”. La alegría y la risa son parte de sanar. A “Milo” lo recuerdo con alegría. Y, cada vez que me acuerdo de su risa y de sus abrazos, sonrío.

–Y te volviste una recolectora de vajilla…

–¡Sí! Conseguí unos platos blancos con una textura increíble que una fábrica de Barcelona hizo para un restaurante top y tengo coleccionistas que me contactan para darme sus piezas. Mis amigas, cuando se les raja o se les rompe una taza, me la guardan. ¡Algunas están rotas de manera increíble! Ya sea que tengan flores o iniciales familiares, sean minimalistas o de estilo inglés, alemán u holandés, todas tienen una historia.

–En Hospital [una serie en donde Graciela fotografió unos delantales a los cuales les cosió bolsillos a la manera japonesa], Envolviendo el Aire, Casablanca y Etéreo, las otras series, usaste otros materiales.

–Gasa de seda natural y organza… Géneros nobles con los cuales trabajé toda mi vida. En Japón, en un mercado de pulgas lleno de cosas mínimas y de gran valor para ellos, conseguí una tela de cáñamo increíble: estoy viendo qué hago con ella porque, a medida que la movés, se modifica por completo. [Se levanta del sillón de su casa en el que está sentada y busca un género de doble faz que atesora; y, con esa mirada que no deja nunca de sonreír, dice con deleite: “¡Mirá la trama, observá los colores… ¿no es espectacular?”]. Si con la lente de la cámara hago zoom a un pedacito de tela, un orillo deja de ser un orillo: puede convertirse mágicamente en cualquier cosa; en un bosque, quizás…

–Mencionaste recién a Dolores, quien actualmente trabaja en Naum, la marca que fundaste. ¿Tenés pensado dar un paso al costado?

–¡Aún no! Adoro seguir trabajado. “Dolo” está a cargo del equipo de diseño y comunicación, y representa la nueva generación de la firma. Es responsable, creativa, tiene muchísima fuerza y sabe mirar. Lleva el ADN de la marca, que ahora es más joven… algo que es lógico. Antes ella se apoyaba en mí; hoy yo me apoyo en ella. Y esa situación me ha dejado un poco más de libertad. [Se ríe]. Si bien voy todos los días, me guardo uno para dedicarlo a cosas que tenía pendientes, como hacer yoga… y la fotografía, que me apasiona cada vez más.

–¿Tenés ya tu próximo desafío en la mira?

–¡Claro! Junto con otros fotógrafos, participaré de dos muestras: en Bresson Art Gallery y en edición 2025 de BA Photo. Y mientras tanto, con organza de seda, ya estoy armando unos minifloreros desfasados y unos avioncitos, como esos que hacíamos en papel cuando éramos chicos: cuando logro su forma, los hago volar y, así, mientras está en el aire, atrapo sus destellos con mi cámara.

Agradecemos a Patio Arts, en Patio Bullrich.

 Tras su última muestra fotográfica, nos recibe en su casa de Barrio Parque y dice: “La alegría y la risa son parte de sanar”  LA NACION