Alicia María Zorrilla: “Me duele inmensamente lo que les duele a los demás, sobre todo, a los mayores”

“Me siento muy contenta, porque es mi primera obra de ficción publicada en libro -dice a LA NACION la lingüista, profesora y académica Alicia María Zorrilla (Buenos Aires, 1948)-. Desde pequeña, mi deseo fue escribir y lo hago hasta hoy con una alegría que trata de develar lo que no veo, pero quiero mirar intensamente, y que nace de una necesidad de caminar en silencio mis adentros para preguntarme y contestarme preguntas, y reunir lo que me van dejando los demás, aunque, tal vez, ellos no lo sepan”.
Zorrilla presidió la Academia Argentina de Letras (AAL) durante dos periodos, de 2019 a 2025. “Como nada es casual en esta vida, me toca ocupar ahora en la Academia el sillón número 8 José Manuel Estrada, un gran educador argentino”, destaca. Es miembro correspondiente hispanoamericana de la Real Academia Española (RAE) y de varias academias de la lengua española de América.
El otro destierro (Libros del Zorzal, $ 14.900) reúne dieciocho cuentos protagonizados, en gran parte, por adultos mayores; Zorrilla trata a sus personajes con compasión, humor y melancolía; en ocasiones, les cede la palabra (o la imaginación en sueños diurnos). “Esta noche no querés alejarte de la realidad -razona la voz del cuento que da título al volumen-. Debés estar al acecho aunque casi no ves. También se acecha con el corazón”.
“Traté de ‘escribir’ el dolor”, dice la autora. En algunos cuentos, se pueden descubrir reversiones de relatos canónicos de autores como Borges y Kafka. “Es una forma de excavación espiritual, otra manera de respirar -expresa sobre la escritura de ficción-. Escribo también para recordar y para cederle su lugar a la nostalgia. Me gustaría que este libro hiciera pensar, y mucho, acerca de los que nos acompañan en la vida, conocidos o no, viejos, niños o jóvenes, para tratar de abrazarlos con nuestra comprensión, para devolverles la posibilidad de sonreír con su corazón en paz”.
-¿Qué tienen en común los cuentos? ¿Cómo se decidió a ficcionalizar “destierros” como la enfermedad, la vejez, la soledad, la muerte?
-Los cuentos tienen en común el dolor, el abandono, la insatisfacción y el padecimiento de la soledad. Los escribí porque me duele inmensamente lo que les duele a los demás, sobre todo, a los mayores. Me duele que se dialogue tan poco con ellos, que, en general, la sociedad no sienta sus sentimientos, no atienda sus palabras, aun cuando están enfermos. Decía André Maurois que “el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. Esos seres desposeídos de amor, hambrientos de felicidad, deseosos de existir, ¿tendrán alguna esperanza?
-¿Hay intertextos de otros autores?
-Creo que, en el cuento “El final de la victoria”, oí la voz borgesiana. Como Miguel de Unamuno, Borges quería ser oído más que leído. De cualquier modo, después de más de cincuenta años de lecturas, sin duda, he reelaborado otras escrituras que ya no puedo determinar nítidamente. El lector las descubrirá. La literatura conforma una realidad generosa que se mezcla con nuestra sangre y nos exige una entrega y, por ende, una transformación. Por eso, escribir, es para mí consagrarse a las palabras, ingresar en su universo de silencios e iniciar un diálogo profundo, íntimo, apasionado con ellas. Mi deseo es que el lector participe también de ese diálogo.
-¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
-He leído mucho la narrativa del siglo XIX español y argentino. Respecto de la del siglo XX, mi tesis doctoral versó sobre “la sentencia” en la obra de Borges, por lo tanto, durante su composición, y también hoy, leí a nuestro gran escritor, y cada lectura era, y es, siempre distinta, lo que me llevó a descubrir que todos sus libros podían reunirse en un solo libro, tal vez, el único que él quería escribir, el de sus reflexiones, el de sus sentencias. Además, soy asidua lectora de los libros del filósofo francés Jean Guitton y de las del sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico Zygmunt Bauman. Entre mis libros de cabecera, se hallan la obra completa de Juan Ramón Jiménez y los ensayos y los poemas de Octavio Paz. También me dediqué a estudiar la narrativa del llamado boom latinoamericano que, con Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, sin duda, creó otra definición de la novela.
-¿En qué medida influyeron en su propio estilo?
-No creo que ningún escritor haya influido. El estilo del que escribe le pertenece siempre; es él mismo, el retrato de su voz. Sí he adoptado en algunos cuentos las técnicas de la narrativa contemporánea, como el monólogo interior, pues considero que el hombre de hoy se dice más que lo que les dice a los demás. Es muy valioso escudriñar, aunque sea con la imaginación, en su vivirse interior o, como decía Unamuno, acceder a su monodiálogo o autodiálogo, dos términos magníficos.
-¿Su actividad como docente e investigadora condiciona su escritura literaria?
-No la condiciona, sino que la enriquece. Vivo entre palabras, converso con ellas desde mis silencios, las busco y me buscan. Me asaltan los conceptos gramaticales y ajusto al contexto la elección de los vocablos y de sus significados, y observo con cuidado cómo se relacionan las voces en la oración para darles su verdadero lugar. Me maravilla sentir que mi pasión por los estudios gramaticales se hermana con esta tarea de escribir para que los demás puedan pensar, para que los lectores reescriban mis cuentos, les den otro final o traten de explicarse qué final les quise dar yo y por qué; para que comprendan a mis personajes que son hombres de carne y hueso como ellos, pero hechos de palabras. Trato de generar primero el ambiente, que no comprende solo el espacio o el tiempo en que se desarrolla la narración, sino también el entorno sociocultural, y, de ese ambiente, nace lo que deseo contar. Aspiro a que los lectores transpongan el umbral de su realidad cotidiana y se unan a la que les propongo, la realidad de la imaginación, se vinculen con cada uno de los personajes, y, quizá, descubran que “su yo” sea uno de los tantos “yoes” de mis cuentos.
-¿Qué balance hace de su presidencia en la AAL y qué expectativas tiene con la academia en el contexto actual?
-Hubiera querido hacer mucho más de lo que pude, sobre todo, en el ámbito de las publicaciones. Los límites que nos impuso la pandemia y la situación económica me lo impidieron. A pesar de eso, considero que el balance es bueno, pues, con la valiosa y generosa colaboración de todos mis colegas, pude cumplir con el servicio que debe darle la Academia a la sociedad: en 2021, se publicó el libro en homenaje a los 90 años de la Academia, y, en 2024, La lengua española y las nuevas tecnologías. Se entregó el Premio Academia Argentina de Letras de Poesía; otros años, el de Narrativa y el de Ensayo, y a la personalidad destacada de la cultura. Además, se crearon los premios de Lingüística y Filología a la Trayectoria y el de Dramaturgia. Se organizaron cursos y un club de lectura en el Museo de Arte Español Enrique Larreta. La Biblioteca Jorge Luis Borges recibió donaciones importantes, y las bibliotecarias siguieron catalogando y digitalizando obras para facilitar la consulta de los usuarios. El Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas prosiguió con su trabajo del Corpus del Español del Siglo XXI, cuya construcción encomendaron las Academias de Lengua Española a la RAE en el Congreso de Medellín; con la búsqueda y análisis de argentinismos, que enriquecerán luego el Diccionario de la lengua de la Argentina, cuya última edición data de 2019, y con responder todas las consultas lingüísticas que provienen de distintos ámbitos profesionales. El Departamento de Publicaciones difundió las obras del catálogo editorial y preparó el Boletín Informativo Digital. Se publicó el Boletín de la Academia. Se entregaron los premios de la Academia a los alumnos egresados de universidades nacionales y privadas con los promedios más altos. Nuestra corporación trabaja mancomunadamente con la RAE y con la Asociación de Academias de la Lengua Española, por eso, durante mi gestión, participé en la Comisión interacadémica que creó la RAE para la revisión de la Nueva gramática de la lengua española y del Diccionario panhispánico de dudas. No obstante las dificultades, todos nos esforzamos, como dijo Thomas Stearns Eliot, para que cada momento fuera un nuevo comienzo. El actual presidente, académico Rafael Felipe Oteriño, y los demás integrantes de la Mesa Directiva han retomado la misma senda, ya que todos tenemos un gran objetivo: que la AAL, con vocación de servicio, tenga abiertas sus puertas a todo el país en favor del enriquecimiento de la cultura lingüística y literaria de la Argentina, y de las necesidades culturales de sus habitantes.
-¿Vivimos en una época antiintelectual?
-No la llamaría así, ya que aún tenemos intelectuales de gran valía, cuya palabra nos invita a la reflexión, pero reconozco que el aprecio por lo intelectual se ha debilitado. Debe existir un apoyo constante a la cultura para que sea prioridad siempre, sobre todo, en un mundo que se escurre entre la diversión, la violencia, la apatía, la precariedad moral y la anomia, y olvida palabras esenciales, como el respeto, la comprensión, la tolerancia, la ética, esa mirada atenta que les debemos a los demás para evitar que se sientan “desterrados”. Por eso, Bauman habla de la sociedad líquida, sin compromisos, superficial y devorada por las ansias de consumo y por la inestabilidad de las relaciones humanas, y, más aún, se refiere al amor líquido y al miedo líquido. Esto es grave; aflige profundamente, pues, sin cultura, vamos perdiendo la identidad, vamos quedándonos vacíos de tradiciones, de historia, de memoria. Uno de mis autores preferidos, Unamuno, decía sabiamente que la libertad que hay que darle al pueblo es la cultura. Y aquí uno su pensamiento al de André Malraux, para quien la cultura debe conquistarse. Agrego que debe conquistarse con inteligencia, esfuerzo, sacrificio, convencimiento y verdad, es decir, lo que nunca se oculta. No podemos olvidar que hoy convivimos con las tecnologías de la información que ponen a nuestro alcance bibliotecas, obras de arte, novedades científicas, publicaciones periodísticas e infinitas fuentes de conocimiento que se encontraban alejadas de las posibilidades del ciudadano común. Podemos leer obras agotadas sin movernos de nuestra casa, ampliar nuestras investigaciones o reunirnos en forma virtual para presenciar actos académicos y aun participar de estos.
-¿En qué trabaja actualmente? ¿Prepara otro libro de ficción?
–Como mi corazón es fiel a la gramática, sigo estudiándola y reúno y analizo distintos textos orales y escritos en los que aparecen errores para volcarlos luego en un futuro libro. Este es mi camino porque reconozco que la verdadera vocación exige una entrega total; no hay lugar para las tibiezas. Por ahora, no estoy escribiendo otro libro de ficción, pero, a veces, creo que es ficción lo que leo o lo que oigo, pues supera la realidad en su estado de cordura. Algunas de mis últimas adquisiciones rayan en el absurdo: “Apagar la luz y cerrar la puerta antes de salir”; “Le pidió que venga y entonces fue ayer”; “Se habla español en varios idiomas”; “Este incendio se trata de una mujer con sus dos pequeños hijos”.
-¿Qué dijeron sus colegas académicos de El otro destierro?
-Realmente, se sorprendieron, ya que siempre me veían como estudiosa de la lengua española, apasionada de su gramática y autora de libros de esa especialidad. Me hicieron muy generosas críticas y me alentaron a seguir escribiendo.
-¿Quiénes fueron sus maestros y cómo los recuerda?
-Mis maestras de la escuela primaria no eran solo brillantes maestras, sino también profesoras destacadas de Matemática y en Letras, pero profundizaban otras materias y me enseñaban a pensar: tuve una formación muy sólida y exigente. Me demostraron que, con voluntad, esfuerzo, ética, paciencia, estudio, vocación, empeño y honestidad se alcanzaban todos los objetivos. Las recuerdo con veneración y a ellas les debo agradecida el despertar de mi gusto por la escritura. Conocían el arte de la docencia y, con su ejemplo, me enseñaron que la docencia es un arte en el que no cabe la mezquindad espiritual o intelectual, sino el amor. Los profesores del Profesorado en Letras, los de la Universidad Complutense de Madrid y los de la Universidad del Salvador consolidaron mi trabajo profesional y lo guiaron con excelencia.
“Me siento muy contenta, porque es mi primera obra de ficción publicada en libro -dice a LA NACION la lingüista, profesora y académica Alicia María Zorrilla (Buenos Aires, 1948)-. Desde pequeña, mi deseo fue escribir y lo hago hasta hoy con una alegría que trata de develar lo que no veo, pero quiero mirar intensamente, y que nace de una necesidad de caminar en silencio mis adentros para preguntarme y contestarme preguntas, y reunir lo que me van dejando los demás, aunque, tal vez, ellos no lo sepan”.
Zorrilla presidió la Academia Argentina de Letras (AAL) durante dos periodos, de 2019 a 2025. “Como nada es casual en esta vida, me toca ocupar ahora en la Academia el sillón número 8 José Manuel Estrada, un gran educador argentino”, destaca. Es miembro correspondiente hispanoamericana de la Real Academia Española (RAE) y de varias academias de la lengua española de América.
El otro destierro (Libros del Zorzal, $ 14.900) reúne dieciocho cuentos protagonizados, en gran parte, por adultos mayores; Zorrilla trata a sus personajes con compasión, humor y melancolía; en ocasiones, les cede la palabra (o la imaginación en sueños diurnos). “Esta noche no querés alejarte de la realidad -razona la voz del cuento que da título al volumen-. Debés estar al acecho aunque casi no ves. También se acecha con el corazón”.
“Traté de ‘escribir’ el dolor”, dice la autora. En algunos cuentos, se pueden descubrir reversiones de relatos canónicos de autores como Borges y Kafka. “Es una forma de excavación espiritual, otra manera de respirar -expresa sobre la escritura de ficción-. Escribo también para recordar y para cederle su lugar a la nostalgia. Me gustaría que este libro hiciera pensar, y mucho, acerca de los que nos acompañan en la vida, conocidos o no, viejos, niños o jóvenes, para tratar de abrazarlos con nuestra comprensión, para devolverles la posibilidad de sonreír con su corazón en paz”.
-¿Qué tienen en común los cuentos? ¿Cómo se decidió a ficcionalizar “destierros” como la enfermedad, la vejez, la soledad, la muerte?
-Los cuentos tienen en común el dolor, el abandono, la insatisfacción y el padecimiento de la soledad. Los escribí porque me duele inmensamente lo que les duele a los demás, sobre todo, a los mayores. Me duele que se dialogue tan poco con ellos, que, en general, la sociedad no sienta sus sentimientos, no atienda sus palabras, aun cuando están enfermos. Decía André Maurois que “el arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza”. Esos seres desposeídos de amor, hambrientos de felicidad, deseosos de existir, ¿tendrán alguna esperanza?
-¿Hay intertextos de otros autores?
-Creo que, en el cuento “El final de la victoria”, oí la voz borgesiana. Como Miguel de Unamuno, Borges quería ser oído más que leído. De cualquier modo, después de más de cincuenta años de lecturas, sin duda, he reelaborado otras escrituras que ya no puedo determinar nítidamente. El lector las descubrirá. La literatura conforma una realidad generosa que se mezcla con nuestra sangre y nos exige una entrega y, por ende, una transformación. Por eso, escribir, es para mí consagrarse a las palabras, ingresar en su universo de silencios e iniciar un diálogo profundo, íntimo, apasionado con ellas. Mi deseo es que el lector participe también de ese diálogo.
-¿Cuáles son sus lecturas favoritas?
-He leído mucho la narrativa del siglo XIX español y argentino. Respecto de la del siglo XX, mi tesis doctoral versó sobre “la sentencia” en la obra de Borges, por lo tanto, durante su composición, y también hoy, leí a nuestro gran escritor, y cada lectura era, y es, siempre distinta, lo que me llevó a descubrir que todos sus libros podían reunirse en un solo libro, tal vez, el único que él quería escribir, el de sus reflexiones, el de sus sentencias. Además, soy asidua lectora de los libros del filósofo francés Jean Guitton y de las del sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico Zygmunt Bauman. Entre mis libros de cabecera, se hallan la obra completa de Juan Ramón Jiménez y los ensayos y los poemas de Octavio Paz. También me dediqué a estudiar la narrativa del llamado boom latinoamericano que, con Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, sin duda, creó otra definición de la novela.
-¿En qué medida influyeron en su propio estilo?
-No creo que ningún escritor haya influido. El estilo del que escribe le pertenece siempre; es él mismo, el retrato de su voz. Sí he adoptado en algunos cuentos las técnicas de la narrativa contemporánea, como el monólogo interior, pues considero que el hombre de hoy se dice más que lo que les dice a los demás. Es muy valioso escudriñar, aunque sea con la imaginación, en su vivirse interior o, como decía Unamuno, acceder a su monodiálogo o autodiálogo, dos términos magníficos.
-¿Su actividad como docente e investigadora condiciona su escritura literaria?
-No la condiciona, sino que la enriquece. Vivo entre palabras, converso con ellas desde mis silencios, las busco y me buscan. Me asaltan los conceptos gramaticales y ajusto al contexto la elección de los vocablos y de sus significados, y observo con cuidado cómo se relacionan las voces en la oración para darles su verdadero lugar. Me maravilla sentir que mi pasión por los estudios gramaticales se hermana con esta tarea de escribir para que los demás puedan pensar, para que los lectores reescriban mis cuentos, les den otro final o traten de explicarse qué final les quise dar yo y por qué; para que comprendan a mis personajes que son hombres de carne y hueso como ellos, pero hechos de palabras. Trato de generar primero el ambiente, que no comprende solo el espacio o el tiempo en que se desarrolla la narración, sino también el entorno sociocultural, y, de ese ambiente, nace lo que deseo contar. Aspiro a que los lectores transpongan el umbral de su realidad cotidiana y se unan a la que les propongo, la realidad de la imaginación, se vinculen con cada uno de los personajes, y, quizá, descubran que “su yo” sea uno de los tantos “yoes” de mis cuentos.
-¿Qué balance hace de su presidencia en la AAL y qué expectativas tiene con la academia en el contexto actual?
-Hubiera querido hacer mucho más de lo que pude, sobre todo, en el ámbito de las publicaciones. Los límites que nos impuso la pandemia y la situación económica me lo impidieron. A pesar de eso, considero que el balance es bueno, pues, con la valiosa y generosa colaboración de todos mis colegas, pude cumplir con el servicio que debe darle la Academia a la sociedad: en 2021, se publicó el libro en homenaje a los 90 años de la Academia, y, en 2024, La lengua española y las nuevas tecnologías. Se entregó el Premio Academia Argentina de Letras de Poesía; otros años, el de Narrativa y el de Ensayo, y a la personalidad destacada de la cultura. Además, se crearon los premios de Lingüística y Filología a la Trayectoria y el de Dramaturgia. Se organizaron cursos y un club de lectura en el Museo de Arte Español Enrique Larreta. La Biblioteca Jorge Luis Borges recibió donaciones importantes, y las bibliotecarias siguieron catalogando y digitalizando obras para facilitar la consulta de los usuarios. El Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas prosiguió con su trabajo del Corpus del Español del Siglo XXI, cuya construcción encomendaron las Academias de Lengua Española a la RAE en el Congreso de Medellín; con la búsqueda y análisis de argentinismos, que enriquecerán luego el Diccionario de la lengua de la Argentina, cuya última edición data de 2019, y con responder todas las consultas lingüísticas que provienen de distintos ámbitos profesionales. El Departamento de Publicaciones difundió las obras del catálogo editorial y preparó el Boletín Informativo Digital. Se publicó el Boletín de la Academia. Se entregaron los premios de la Academia a los alumnos egresados de universidades nacionales y privadas con los promedios más altos. Nuestra corporación trabaja mancomunadamente con la RAE y con la Asociación de Academias de la Lengua Española, por eso, durante mi gestión, participé en la Comisión interacadémica que creó la RAE para la revisión de la Nueva gramática de la lengua española y del Diccionario panhispánico de dudas. No obstante las dificultades, todos nos esforzamos, como dijo Thomas Stearns Eliot, para que cada momento fuera un nuevo comienzo. El actual presidente, académico Rafael Felipe Oteriño, y los demás integrantes de la Mesa Directiva han retomado la misma senda, ya que todos tenemos un gran objetivo: que la AAL, con vocación de servicio, tenga abiertas sus puertas a todo el país en favor del enriquecimiento de la cultura lingüística y literaria de la Argentina, y de las necesidades culturales de sus habitantes.
-¿Vivimos en una época antiintelectual?
-No la llamaría así, ya que aún tenemos intelectuales de gran valía, cuya palabra nos invita a la reflexión, pero reconozco que el aprecio por lo intelectual se ha debilitado. Debe existir un apoyo constante a la cultura para que sea prioridad siempre, sobre todo, en un mundo que se escurre entre la diversión, la violencia, la apatía, la precariedad moral y la anomia, y olvida palabras esenciales, como el respeto, la comprensión, la tolerancia, la ética, esa mirada atenta que les debemos a los demás para evitar que se sientan “desterrados”. Por eso, Bauman habla de la sociedad líquida, sin compromisos, superficial y devorada por las ansias de consumo y por la inestabilidad de las relaciones humanas, y, más aún, se refiere al amor líquido y al miedo líquido. Esto es grave; aflige profundamente, pues, sin cultura, vamos perdiendo la identidad, vamos quedándonos vacíos de tradiciones, de historia, de memoria. Uno de mis autores preferidos, Unamuno, decía sabiamente que la libertad que hay que darle al pueblo es la cultura. Y aquí uno su pensamiento al de André Malraux, para quien la cultura debe conquistarse. Agrego que debe conquistarse con inteligencia, esfuerzo, sacrificio, convencimiento y verdad, es decir, lo que nunca se oculta. No podemos olvidar que hoy convivimos con las tecnologías de la información que ponen a nuestro alcance bibliotecas, obras de arte, novedades científicas, publicaciones periodísticas e infinitas fuentes de conocimiento que se encontraban alejadas de las posibilidades del ciudadano común. Podemos leer obras agotadas sin movernos de nuestra casa, ampliar nuestras investigaciones o reunirnos en forma virtual para presenciar actos académicos y aun participar de estos.
-¿En qué trabaja actualmente? ¿Prepara otro libro de ficción?
–Como mi corazón es fiel a la gramática, sigo estudiándola y reúno y analizo distintos textos orales y escritos en los que aparecen errores para volcarlos luego en un futuro libro. Este es mi camino porque reconozco que la verdadera vocación exige una entrega total; no hay lugar para las tibiezas. Por ahora, no estoy escribiendo otro libro de ficción, pero, a veces, creo que es ficción lo que leo o lo que oigo, pues supera la realidad en su estado de cordura. Algunas de mis últimas adquisiciones rayan en el absurdo: “Apagar la luz y cerrar la puerta antes de salir”; “Le pidió que venga y entonces fue ayer”; “Se habla español en varios idiomas”; “Este incendio se trata de una mujer con sus dos pequeños hijos”.
-¿Qué dijeron sus colegas académicos de El otro destierro?
-Realmente, se sorprendieron, ya que siempre me veían como estudiosa de la lengua española, apasionada de su gramática y autora de libros de esa especialidad. Me hicieron muy generosas críticas y me alentaron a seguir escribiendo.
-¿Quiénes fueron sus maestros y cómo los recuerda?
-Mis maestras de la escuela primaria no eran solo brillantes maestras, sino también profesoras destacadas de Matemática y en Letras, pero profundizaban otras materias y me enseñaban a pensar: tuve una formación muy sólida y exigente. Me demostraron que, con voluntad, esfuerzo, ética, paciencia, estudio, vocación, empeño y honestidad se alcanzaban todos los objetivos. Las recuerdo con veneración y a ellas les debo agradecida el despertar de mi gusto por la escritura. Conocían el arte de la docencia y, con su ejemplo, me enseñaron que la docencia es un arte en el que no cabe la mezquindad espiritual o intelectual, sino el amor. Los profesores del Profesorado en Letras, los de la Universidad Complutense de Madrid y los de la Universidad del Salvador consolidaron mi trabajo profesional y lo guiaron con excelencia.
Hasta hace pocos meses, presidía la Academia Argentina de Letras; ahora, a los 76 años, debuta como cuentista LA NACION