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jueves, julio 17, 2025
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Los Macocos: los trasnochados años 80, la historia de sus “viudas” y el festejo de sus 40 años de teatro

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“Los Macocos no hacen teatro, lo deshacen”. Entre el humor y la irreverencia, un grupo de veinteañeros patentaba la frase en 1985 como parte del decálogo para su primer espectáculo, como un modo de plantarse frente al teatro de protesta de aquel momento y también como una declaración de principios frente a los vientos de cambios que se avecinaban con la primavera democrática. Hoy, cuarenta años después, los cuatro actores están sentados frente a frente en el hall del Teatro San Martín, recordando los inicios. “Teníamos varios lemas. Uno era ‘Los Macocos tienen tres carátulas: la tragedia, la comedia y la estupidez’. Otro: ‘Los Macocos solo tienen la fotito del libro de Stanislavski’. Esas frases intuitivas nos acompañaron mucho”, rememoran Daniel Casablanca, Martín Salazar, Gabriel Wolf y Marcelo Xicarts.

Después de presentar Maten a Hamlet, de 2021, en la que abordaron en clave paródica el clásico de Shakespeare, ahora tuvieron como disparador el aniversario redondo de las cuatro décadas para escribir una obra que cruza lo autobiográfico, la ficción, la narrativa macocal, el humor negro. En este nuevo espectáculo, que se titula ¡Chau, Macoco!, interpretan a sus viudas, que van a cumplir el último deseo de ellos: que sus cenizas sean depositadas juntas.

Mientras cumplen con el ritual, las chicas hablan pestes de sus vidas como compañeras de Los Macocos. Durante la obra, los actores vuelven a tocar música en vivo tras muchos años y también retoman el formato del sketch, más asociado con sus primeras épocas, para montar algunos números biográficos condimentados por datos apócrifos. Con una dosis de humor, Martín Salazar explica que “todo es una excusa para hablar mal de Los Macocos, pero sobre todo es una reflexión sobre el oficio teatral y la relación entre personas durante tanto tiempo: cómo un grupo humano convive, negocia ideas, se divierte, se enoja y se mantiene unido por décadas, más allá de la actividad de cada uno o el dinero”.

Para Los Macocos -que marcó a generaciones con su estilo hilarante y lúdico, que ocupó un lugar destacado en el under teatral en los años 80 y 90, y que transitó tanto el off como el circuito comercial y el teatro oficial-, el aporte de la directora Mariana Chaud fue decisivo para llevar adelante esta obra. “Su mirada se volvió imprescindible porque ella defendió escenas que nosotros hubiéramos descartado de plano y después nos dimos cuenta de que funcionaban. Además, escribió mucho”, opina Casablanca, quien agrega que armar este espectáculo fue “como un pasaje directo para revisar las cajas con las fotos viejas”. Por su parte, Xicarts focaliza en que en ¡Chau, Macoco! no hay un autohomenaje, ni tampoco melancolía. “Es una invitación a reírse: nuestros alter egos femeninos, las viudas, están en tensión entre ellas y nos detestan; en esa trama, inventamos un montón de situaciones, momentos y conflictos”. Como sintetizan en sus redes, se trata de un biodrama apócrifo y atípico, o de un “viudrama”.

Una escena vibrante

Por donde se la mire, la historia de Los Macocos es atrapante. Se conocieron en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y después siguieron estudiando en el taller El Parque. Su centro de operaciones fue el Centro Cultural Rojas, y se manejaron con naturalidad en pubs, salas teatrales, espacios alternativos. Trabajaron a la gorra cruzando su camino con el de La Banda de la Risa, El Clú del Claun, Gambas al Ajillo, Los Melli. “Ese momento era una locura, se probaba cualquier cosa, había más riesgo”, opina Wolf. Completa Casablanca: “Nosotros en los primeros doce años, entre 1985 y 1997, hicimos de todo. Pasamos por un montón de discursos, lenguajes y formaciones. Montamos cuatro espectáculos a la gorra y terminamos en el Teatro San Martín”.

–Siempre se definieron como una “banda de teatro”. ¿Por qué?

–Daniel: Nosotros nos llamamos así porque en ese momento teníamos una referencia ideológica más clara con propuestas musicales, y en particular con el rock. De hecho, la autogestión de Los Redondos siempre fue un modelo. Nos marcó para manejarnos como producción independiente.

–Gabriel: En un momento nos sentamos a hablar con Donvi Vitale y Esther Soto, precursores de la autogestión y creadores de MIA, Músicos Independientes Asociados, que fueron de alguna manera una huella para Los Redondos.

–Martín: También hablamos con Enrique Pinti. Jorge Maronna (de Les Luthiers) siempre nos ayudó mucho. En esa época, el teatro, la performance y la música estaban mezclados, iba todo de la mano: Enrique Symns con Los Redondos, Geniol con Sumo.

¿Que quedó del movimiento de grupos dedicados al humor?

–Daniel: Nosotros vimos cómo se fueron separando los grupos de aquel momento, no duraron mucho. Una pena, porque nos sentíamos acompañados en ese movimiento.

Ustedes deben ser de los grupos con más años de permanencia.

–Marcelo: Creo que Les Luthiers son los que más duraron, y después venimos nosotros. Aunque puede ser que en el país haya otros grupos con una larga historia y no los conozcamos.

–Gabriel: Para mí no es virtud en sí mismo cumplir 40 años, sino el tema es cómo se logró una continuidad en el lenguaje, en el oficio. Ahí sí juegan las capacidades individuales, lo que pone cada uno para seguir haciendo teatro de esa forma.

–Martín: Exacto. Nosotros siempre apostamos a lo colectivo. Como diría Juan Salvo en El Eternauta, el trabajo grupal funciona, nadie se salva solo. Ahora veremos si lo viejo también funciona.

Todo queda en familia

Tras los primeros espectáculos -Macocos (1985), ¡Macocos Chou! (1987), Macocos, mujeres y rock (1989), Macocos, adiós y buena suerte (1991), Guiso de Macocos (1993), Macocos: geometría de un viaje (1994), Diez días por diez años (1995) y Macocrisis (1996)- llegó la obra que marcó la bisagra: La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi. Estrenada en 1998, recorre la saga de una familia de actores que atraviesa el teatro nacional durante tres siglos, pionera en todos los géneros teatrales posibles. La propuesta estuvo en cartel durante dos años con gran repercusión y también la llevaron a otros países, convirtiéndose en un clásico de Los Macocos.

Según Salazar, ya con Macocos, adiós y buena suerte habían logrado buena respuesta, a punto tal que en un festival en Perú descubrieron que otro elenco recreaba esa obra, “pero con Los Marrapodi fue todo más fuerte: directamente la tomaron como material de estudio académico”. Para Wolf, “no hubo estrategia. Tuvimos la idea de contar la historia del teatro argentino jugando con los géneros. ¿Cómo a nadie se le había ocurrido antes? Estaba servido en bandeja. Aún hoy cada mes nos llegan mails pidiendo autorización para llevarla a escena. En Timbre 4 y en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático la hacen en las muestras de fin de año”.

–¿Sintieron el prejuicio de sus primeros seguidores cuando se volvieron populares?

–Daniel: Eso nos pasó cuando nos fuimos del Centro Cultural Rojas, donde la entrada costaba dos pesos, al Teatro Alfil, donde salía cinco. Nos decían de todo. Y lo peor es que pasamos a presentarnos en la trasnoche y teníamos que armar nosotros mismos el escenario mientras proyectaban una película de Eliseo Subiela. Encima nosotros lo vivimos con culpa, era como dejar el club.

Como que un artista del off no podía entrar al circuito comercial.

–Daniel: Puede ser. Yo creo que el espectador de Los Macocos tiene una cosa de tribu, porque con nuestro lenguaje siempre lo incluimos. Muchas veces se acercan chicos que nos dicen: “Yo los sigo desde el principio”. Pero es el principio de cada uno, porque ya llevamos cuarenta años haciendo teatro.

–Martín: Hoy puede sonar increíble, pero al comienzo nosotros usábamos mucho la invitación. Mandábamos cartas epistolares a los espectadores con un mapita sobre cómo llegar al teatro.

Los tiempos cambian

En paralelo a sus carreras en Los Macocos, cada uno de ellos desarrolló sus propios proyectos teatrales, ya sea como docente, actor o director. Sin ir más lejos, Casablanca también hará durante estas vacaciones de invierno la obra Amadeo, inspirada en La flauta mágica de Mozart; Salazar presentó el espectáculo Deconstruyendo a papá junto con su hija, Jazmín Salazar; Xicarts participó en Tácticas guaraní y Wolf viene de dirigir Los ojos de Alejandro, a partir de un libro de Urdapilleta. Tal vez por eso, entre la demanda de tiempo que implica la “banda de teatro” y las propuestas “solistas” que han desplegado, sostienen irónicamente que son como los Rolling Stones, “pero facturan menos”.

–¿Cómo funciona hoy la dinámica entre ustedes?

–Daniel: Estamos mucho más relajados. Cuando éramos más jóvenes, uno traía una idea y quería que llegara a plasmarse en la obra sin demasiadas variantes. Ahora sabemos que cualquier idea va a la trituradora grupal y sale transformada, pero mejor.

–Martín: A partir del título que le pusimos al nuevo espectáculo, mis amigos me preguntan si va a ser la última obra. En otra época yo lo hubiera negado rotundamente. En este momento de nuestras vidas, si a alguien le sale otro proyecto, está perfecto, lo concretará y después vemos cómo seguimos.

¿Cambió el tipo de humor que divierte al público?

–Marcelo: Con el movimiento feminista hubo muchas cosas que por suerte cambiaron. El humor fue una de ellas.

–Daniel: Antes existía un humor popular televisivo muy instalado. Hoy ves viejos programas y son una barbaridad, chistes onda de cuarto año del secundario, ni siquiera de quinto.

Gabriel: Nosotros no vamos con las modas ni con lo que está pasando.

–Martín: Somos más clásicos. A mí por ejemplo me encantan los memes, sigo a un montón de cuentas en Instagram y me río muchísimo. Pero siempre elegimos el humor a partir de una trama, de un personaje. Las situaciones llevan al gag.

–¿Siguen encontrando situaciones para el humor?

–Marcelo: Totalmente, siempre hay una chispa para el ingenio. Lo más lindo es cuando el espectador hace el cierre personal luego de ver la obra.

–Martín: Además, este espectáculo es muy político, porque habla de cómo las personas permanecen juntas. En el contexto actual, el hecho teatral, que reúne al público que ríe, piensa y participa, es toda una decisión.

A pocos días del estreno, concluyen que el mayor desafío de ¡Chau, Macoco! fue sintetizar su propia biografía. Así, se juntaron semanalmente durante un año, intercambiaron ideas y escribieron, pero también descartaron mucho material. Desde el sábado 19 de julio los espera otro rito, que los tiene expectantes: hacer cinco funciones cada semana. “Aún no presentamos la obra con público, no sabemos qué pasará, solo la han visto los técnicos del Teatro San Martín, que conocen mucho, pero estaban más concentrados en el vestuario o la escenografía. Nosotros hacemos lo que nos parece y este espectáculo es el resultado de nuevos y viejos lenguajes, sin referencias ni modelos. Como hace 40 años, seguimos probando”.

Para agendar

¡Chau, Macoco! Estreno: 19 de julio. Funciones: de miércoles a domingos, 20.30 h. Sala: Casacuberta, del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530).

“Los Macocos no hacen teatro, lo deshacen”. Entre el humor y la irreverencia, un grupo de veinteañeros patentaba la frase en 1985 como parte del decálogo para su primer espectáculo, como un modo de plantarse frente al teatro de protesta de aquel momento y también como una declaración de principios frente a los vientos de cambios que se avecinaban con la primavera democrática. Hoy, cuarenta años después, los cuatro actores están sentados frente a frente en el hall del Teatro San Martín, recordando los inicios. “Teníamos varios lemas. Uno era ‘Los Macocos tienen tres carátulas: la tragedia, la comedia y la estupidez’. Otro: ‘Los Macocos solo tienen la fotito del libro de Stanislavski’. Esas frases intuitivas nos acompañaron mucho”, rememoran Daniel Casablanca, Martín Salazar, Gabriel Wolf y Marcelo Xicarts.

Después de presentar Maten a Hamlet, de 2021, en la que abordaron en clave paródica el clásico de Shakespeare, ahora tuvieron como disparador el aniversario redondo de las cuatro décadas para escribir una obra que cruza lo autobiográfico, la ficción, la narrativa macocal, el humor negro. En este nuevo espectáculo, que se titula ¡Chau, Macoco!, interpretan a sus viudas, que van a cumplir el último deseo de ellos: que sus cenizas sean depositadas juntas.

Mientras cumplen con el ritual, las chicas hablan pestes de sus vidas como compañeras de Los Macocos. Durante la obra, los actores vuelven a tocar música en vivo tras muchos años y también retoman el formato del sketch, más asociado con sus primeras épocas, para montar algunos números biográficos condimentados por datos apócrifos. Con una dosis de humor, Martín Salazar explica que “todo es una excusa para hablar mal de Los Macocos, pero sobre todo es una reflexión sobre el oficio teatral y la relación entre personas durante tanto tiempo: cómo un grupo humano convive, negocia ideas, se divierte, se enoja y se mantiene unido por décadas, más allá de la actividad de cada uno o el dinero”.

Para Los Macocos -que marcó a generaciones con su estilo hilarante y lúdico, que ocupó un lugar destacado en el under teatral en los años 80 y 90, y que transitó tanto el off como el circuito comercial y el teatro oficial-, el aporte de la directora Mariana Chaud fue decisivo para llevar adelante esta obra. “Su mirada se volvió imprescindible porque ella defendió escenas que nosotros hubiéramos descartado de plano y después nos dimos cuenta de que funcionaban. Además, escribió mucho”, opina Casablanca, quien agrega que armar este espectáculo fue “como un pasaje directo para revisar las cajas con las fotos viejas”. Por su parte, Xicarts focaliza en que en ¡Chau, Macoco! no hay un autohomenaje, ni tampoco melancolía. “Es una invitación a reírse: nuestros alter egos femeninos, las viudas, están en tensión entre ellas y nos detestan; en esa trama, inventamos un montón de situaciones, momentos y conflictos”. Como sintetizan en sus redes, se trata de un biodrama apócrifo y atípico, o de un “viudrama”.

Una escena vibrante

Por donde se la mire, la historia de Los Macocos es atrapante. Se conocieron en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y después siguieron estudiando en el taller El Parque. Su centro de operaciones fue el Centro Cultural Rojas, y se manejaron con naturalidad en pubs, salas teatrales, espacios alternativos. Trabajaron a la gorra cruzando su camino con el de La Banda de la Risa, El Clú del Claun, Gambas al Ajillo, Los Melli. “Ese momento era una locura, se probaba cualquier cosa, había más riesgo”, opina Wolf. Completa Casablanca: “Nosotros en los primeros doce años, entre 1985 y 1997, hicimos de todo. Pasamos por un montón de discursos, lenguajes y formaciones. Montamos cuatro espectáculos a la gorra y terminamos en el Teatro San Martín”.

–Siempre se definieron como una “banda de teatro”. ¿Por qué?

–Daniel: Nosotros nos llamamos así porque en ese momento teníamos una referencia ideológica más clara con propuestas musicales, y en particular con el rock. De hecho, la autogestión de Los Redondos siempre fue un modelo. Nos marcó para manejarnos como producción independiente.

–Gabriel: En un momento nos sentamos a hablar con Donvi Vitale y Esther Soto, precursores de la autogestión y creadores de MIA, Músicos Independientes Asociados, que fueron de alguna manera una huella para Los Redondos.

–Martín: También hablamos con Enrique Pinti. Jorge Maronna (de Les Luthiers) siempre nos ayudó mucho. En esa época, el teatro, la performance y la música estaban mezclados, iba todo de la mano: Enrique Symns con Los Redondos, Geniol con Sumo.

¿Que quedó del movimiento de grupos dedicados al humor?

–Daniel: Nosotros vimos cómo se fueron separando los grupos de aquel momento, no duraron mucho. Una pena, porque nos sentíamos acompañados en ese movimiento.

Ustedes deben ser de los grupos con más años de permanencia.

–Marcelo: Creo que Les Luthiers son los que más duraron, y después venimos nosotros. Aunque puede ser que en el país haya otros grupos con una larga historia y no los conozcamos.

–Gabriel: Para mí no es virtud en sí mismo cumplir 40 años, sino el tema es cómo se logró una continuidad en el lenguaje, en el oficio. Ahí sí juegan las capacidades individuales, lo que pone cada uno para seguir haciendo teatro de esa forma.

–Martín: Exacto. Nosotros siempre apostamos a lo colectivo. Como diría Juan Salvo en El Eternauta, el trabajo grupal funciona, nadie se salva solo. Ahora veremos si lo viejo también funciona.

Todo queda en familia

Tras los primeros espectáculos -Macocos (1985), ¡Macocos Chou! (1987), Macocos, mujeres y rock (1989), Macocos, adiós y buena suerte (1991), Guiso de Macocos (1993), Macocos: geometría de un viaje (1994), Diez días por diez años (1995) y Macocrisis (1996)- llegó la obra que marcó la bisagra: La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi. Estrenada en 1998, recorre la saga de una familia de actores que atraviesa el teatro nacional durante tres siglos, pionera en todos los géneros teatrales posibles. La propuesta estuvo en cartel durante dos años con gran repercusión y también la llevaron a otros países, convirtiéndose en un clásico de Los Macocos.

Según Salazar, ya con Macocos, adiós y buena suerte habían logrado buena respuesta, a punto tal que en un festival en Perú descubrieron que otro elenco recreaba esa obra, “pero con Los Marrapodi fue todo más fuerte: directamente la tomaron como material de estudio académico”. Para Wolf, “no hubo estrategia. Tuvimos la idea de contar la historia del teatro argentino jugando con los géneros. ¿Cómo a nadie se le había ocurrido antes? Estaba servido en bandeja. Aún hoy cada mes nos llegan mails pidiendo autorización para llevarla a escena. En Timbre 4 y en la Escuela Metropolitana de Arte Dramático la hacen en las muestras de fin de año”.

–¿Sintieron el prejuicio de sus primeros seguidores cuando se volvieron populares?

–Daniel: Eso nos pasó cuando nos fuimos del Centro Cultural Rojas, donde la entrada costaba dos pesos, al Teatro Alfil, donde salía cinco. Nos decían de todo. Y lo peor es que pasamos a presentarnos en la trasnoche y teníamos que armar nosotros mismos el escenario mientras proyectaban una película de Eliseo Subiela. Encima nosotros lo vivimos con culpa, era como dejar el club.

Como que un artista del off no podía entrar al circuito comercial.

–Daniel: Puede ser. Yo creo que el espectador de Los Macocos tiene una cosa de tribu, porque con nuestro lenguaje siempre lo incluimos. Muchas veces se acercan chicos que nos dicen: “Yo los sigo desde el principio”. Pero es el principio de cada uno, porque ya llevamos cuarenta años haciendo teatro.

–Martín: Hoy puede sonar increíble, pero al comienzo nosotros usábamos mucho la invitación. Mandábamos cartas epistolares a los espectadores con un mapita sobre cómo llegar al teatro.

Los tiempos cambian

En paralelo a sus carreras en Los Macocos, cada uno de ellos desarrolló sus propios proyectos teatrales, ya sea como docente, actor o director. Sin ir más lejos, Casablanca también hará durante estas vacaciones de invierno la obra Amadeo, inspirada en La flauta mágica de Mozart; Salazar presentó el espectáculo Deconstruyendo a papá junto con su hija, Jazmín Salazar; Xicarts participó en Tácticas guaraní y Wolf viene de dirigir Los ojos de Alejandro, a partir de un libro de Urdapilleta. Tal vez por eso, entre la demanda de tiempo que implica la “banda de teatro” y las propuestas “solistas” que han desplegado, sostienen irónicamente que son como los Rolling Stones, “pero facturan menos”.

–¿Cómo funciona hoy la dinámica entre ustedes?

–Daniel: Estamos mucho más relajados. Cuando éramos más jóvenes, uno traía una idea y quería que llegara a plasmarse en la obra sin demasiadas variantes. Ahora sabemos que cualquier idea va a la trituradora grupal y sale transformada, pero mejor.

–Martín: A partir del título que le pusimos al nuevo espectáculo, mis amigos me preguntan si va a ser la última obra. En otra época yo lo hubiera negado rotundamente. En este momento de nuestras vidas, si a alguien le sale otro proyecto, está perfecto, lo concretará y después vemos cómo seguimos.

¿Cambió el tipo de humor que divierte al público?

–Marcelo: Con el movimiento feminista hubo muchas cosas que por suerte cambiaron. El humor fue una de ellas.

–Daniel: Antes existía un humor popular televisivo muy instalado. Hoy ves viejos programas y son una barbaridad, chistes onda de cuarto año del secundario, ni siquiera de quinto.

Gabriel: Nosotros no vamos con las modas ni con lo que está pasando.

–Martín: Somos más clásicos. A mí por ejemplo me encantan los memes, sigo a un montón de cuentas en Instagram y me río muchísimo. Pero siempre elegimos el humor a partir de una trama, de un personaje. Las situaciones llevan al gag.

–¿Siguen encontrando situaciones para el humor?

–Marcelo: Totalmente, siempre hay una chispa para el ingenio. Lo más lindo es cuando el espectador hace el cierre personal luego de ver la obra.

–Martín: Además, este espectáculo es muy político, porque habla de cómo las personas permanecen juntas. En el contexto actual, el hecho teatral, que reúne al público que ríe, piensa y participa, es toda una decisión.

A pocos días del estreno, concluyen que el mayor desafío de ¡Chau, Macoco! fue sintetizar su propia biografía. Así, se juntaron semanalmente durante un año, intercambiaron ideas y escribieron, pero también descartaron mucho material. Desde el sábado 19 de julio los espera otro rito, que los tiene expectantes: hacer cinco funciones cada semana. “Aún no presentamos la obra con público, no sabemos qué pasará, solo la han visto los técnicos del Teatro San Martín, que conocen mucho, pero estaban más concentrados en el vestuario o la escenografía. Nosotros hacemos lo que nos parece y este espectáculo es el resultado de nuevos y viejos lenguajes, sin referencias ni modelos. Como hace 40 años, seguimos probando”.

Para agendar

¡Chau, Macoco! Estreno: 19 de julio. Funciones: de miércoles a domingos, 20.30 h. Sala: Casacuberta, del Teatro San Martín (Avenida Corrientes 1530).

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