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martes, agosto 12, 2025
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Reserva estratégica: se conocieron mapas digitales sobre qué pasa con el carbono en el suelo argentino

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Durante el XXXIII Congreso de Aapresid, que se realiza hasta hoy en La Rural de Palermo, especialistas expusieron sobre el estado actual del carbono orgánico del suelo (COS) en la Argentina, un recurso clave tanto para la salud de este recurso como para la productividad y la lucha contra el cambio climático.

La ingeniera agrónoma Florencia Moresco, coordinadora de la Red de Carbono de Aapresid, y el investigador Marcelo Beltrán, del Instituto del Suelo del INTA, compartieron datos, mapas, modelos de simulación y perspectivas sobre cómo revertir las brechas existentes.

“Presentamos la digitalización justamente de los mapas de reserva de carbono con sus respectivos niveles”, dijo Moresco. Estos niveles permiten saber cuánto carbono hay actualmente en los suelos, cuánto se podría alcanzar con buenas prácticas, y cuál es la capacidad máxima de almacenamiento, también llamada saturación de carbono.

Empresario agropecuario: copió un éxito argentino, lo importó y hasta el gobierno japonés se sorprendió de su logro

Según explicó, los niveles alcanzables dependen de que los productores apliquen cuatro principios fundamentales de salud del suelo: mantener la siembra directa sin remoción, incorporar al menos un 50% de gramíneas en la rotación, sumar cultivos de servicio o verdeos invernales y aplicar una nutrición balanceada, especialmente en nitrógeno y fósforo.

“La idea es similar a un tanque de combustible: se puede estar más lleno o más vacío, según el manejo que se realice”, graficó. Gracias al desarrollo de estos mapas, hoy es posible responder preguntas clave como en qué nivel de carbono está cada lote; cuál es la capacidad máxima de ese suelo; qué aporte de materia seca necesita anualmente para mejorar.

“Gran campaña”: se viene la revancha para un cultivo que fue golpeado por una plaga

Una de las zonas donde la brecha entre el nivel actual y el alcanzable es más grande es el norte de Buenos Aires, centro-sur de Santa Fe y oeste de Chaco. “En estas regiones hay un gran potencial de mejora si se adoptan esas cuatro prácticas que mencioné antes. Los niveles actuales son bajos o alguna de esas prácticas aún no se aplica a gran escala”, sostuvo Moresco.

En cambio, en el sudeste bonaerense, las reservas actuales de carbono están muy cercanas a su capacidad de saturación o de su capacidad máxima de almacenaje. “Allí, tanto las brechas como el margen de mejora son menores”, detalló.

Durante la charla, se presentaron también los mapas digitales de aportes de materia seca, disponibles de forma gratuita en la web de Aapresid. “Estos mapas permiten estimar cuánta biomasa necesita un lote para mantener o mejorar sus niveles de carbono. Por ejemplo, un lote cercano a Venado Tuerto necesitaría unas seis toneladas de materia seca por hectárea por año para alcanzar el nivel deseado”, explicó.

Hoy, según las estimaciones, las reservas actuales de carbono en los suelos agrícolas del país están apenas en un 46% de su capacidad máxima de almacenamiento. “En zonas como el sudeste de Buenos Aires se llega a un 85-95%, pero hay regiones como el centro y sur de Santa Fe, norte de Buenos Aires, Córdoba y parte de San Luis que están muy por debajo y es ahí donde tenemos que trabajar fuerte y empezar a atender las necesidades de esta zona”, subrayó.

Para proyectar escenarios futuros, el equipo de Aapresid utilizó el modelo de simulación ROTC (Reserve Officers Training Corps), que permite estimar cambios en las reservas de carbono a lo largo de 50 años. “Modelamos un caso real de un productor en el sudeste de Santiago del Estero en un lote que tiene un perfil de franco arenoso, franco arcilloso, con temperaturas altas, evapotranspiración elevada y por ende la mineralización del carbono también es alta si estos suelos no permanecen cubiertos durante todo el año. El escenario intensificado, con cultivos de servicio como vicia, mostró un incremento claro y sostenido en el tiempo del carbono, en contraste con una rotación típica soja-maíz-soja que apenas lo mantiene al carbono”, dijo Moresco.

Si ese productor ingresara al mercado de carbono, podría monetizar esa ganancia de carbono con un ingreso estimado de 473 dólares por hectárea a lo largo de 50 años, correspondiente a 20 toneladas de carbono por año. “Es un ejemplo de cómo las buenas prácticas pueden traducirse no solo en beneficios ambientales y agronómicos, sino también económicos”, destacó.

“Otro caso es en la provincia de Santa Fe, un lote que tiene suelos de textura franco-limosa, franco-arcillosa, suelos que por lo general no tienen periodo de déficit hídrico prolongado, tienen la capacidad de expresar sus potenciales de rendimiento y parten de niveles de carbono elevados para el promedio general del país. La rotación típica planteada es maíz, soja, centeno, soja, maíz, centeno, soja, en dos campañas, hace cultivos de servicio. Es claro que este productor alrededor de los 50 años estaría ganando un promedio de 20 toneladas de carbono por hectárea y en contraposición con lo que sucedería con una rotación típica representativa de la zona que es trigo soja-maíz-soja, que es una rotación que ni siquiera permite mantener el nivel de carbono en el suelo. Teniendo en cuenta que son suelos que permiten expresar todo su potencial también requieren mucho aporte de materia orgánica. Si se quiere monetizar la ganancia de carbono en su sistema, podría acceder a alrededor de 710 dólares por hectárea”, agregó.

Por su parte, Beltrán remarcó la importancia de trabajar sobre el carbono orgánico del suelo: “Tiene muchos beneficios, no solo ambientales sino también productivos. Mejora la estructura, la porosidad, la dinámica del agua y el ciclo de nutrientes. Todo eso estabiliza rendimientos en zonas frágiles e incluso los incrementa en zonas de mayor potencial”.

Además, el investigador se refirió al mapa nacional de carbono elaborado en 2023 con la participación de múltiples instituciones: INTA, Aapresid, CREA, Conicet, universidades y la Secretaría de Agricultura. “Se tomaron más de 5500 muestras de suelos en todo el país. El mapa muestra que los suelos argentinos almacenan unas 13 millones de toneladas de carbono en los primeros 30 centímetros, lo que representa un 2% del carbono mundial”, precisó.

En promedio, se registraron 51 toneladas de carbono por hectárea, aunque con diferencias: zonas arenosas como el norte tienen valores más bajos (29-30 t/ha), mientras que zonas arcillosas y del sudoeste bonaerense superan las 100 t/ha.

También Beltrán señaló: “Cuanto más carbono hay, mayor es la incertidumbre de los datos, por eso estamos trabajando en aumentar la densidad de muestreo para mejorar la calidad de la información”. Además, se está evaluando el impacto del cambio climático sobre el carbono en los suelos: “El aumento de temperatura puede reducir el contenido de carbono en zonas cálidas, pero quizás compensarse en zonas frías”, explicó.

La textura del suelo también es un factor determinante: “La arcilla fija el carbono, por eso es clave conocer la composición del suelo. Cuanto más arcilla, más chances de retener carbono generado por la biomasa”, dijo.

Al finalizar, ambos especialistas coincidieron en que los suelos argentinos tienen un gran potencial para mejorar sus reservas de carbono, pero que esto requiere decisiones concretas, inversión en prácticas sustentables y políticas que acompañen. El camino está trazado: hay mapas, modelos, tecnologías y experiencias reales. Ahora, falta llenar el tanque.

Durante el XXXIII Congreso de Aapresid, que se realiza hasta hoy en La Rural de Palermo, especialistas expusieron sobre el estado actual del carbono orgánico del suelo (COS) en la Argentina, un recurso clave tanto para la salud de este recurso como para la productividad y la lucha contra el cambio climático.

La ingeniera agrónoma Florencia Moresco, coordinadora de la Red de Carbono de Aapresid, y el investigador Marcelo Beltrán, del Instituto del Suelo del INTA, compartieron datos, mapas, modelos de simulación y perspectivas sobre cómo revertir las brechas existentes.

“Presentamos la digitalización justamente de los mapas de reserva de carbono con sus respectivos niveles”, dijo Moresco. Estos niveles permiten saber cuánto carbono hay actualmente en los suelos, cuánto se podría alcanzar con buenas prácticas, y cuál es la capacidad máxima de almacenamiento, también llamada saturación de carbono.

Empresario agropecuario: copió un éxito argentino, lo importó y hasta el gobierno japonés se sorprendió de su logro

Según explicó, los niveles alcanzables dependen de que los productores apliquen cuatro principios fundamentales de salud del suelo: mantener la siembra directa sin remoción, incorporar al menos un 50% de gramíneas en la rotación, sumar cultivos de servicio o verdeos invernales y aplicar una nutrición balanceada, especialmente en nitrógeno y fósforo.

“La idea es similar a un tanque de combustible: se puede estar más lleno o más vacío, según el manejo que se realice”, graficó. Gracias al desarrollo de estos mapas, hoy es posible responder preguntas clave como en qué nivel de carbono está cada lote; cuál es la capacidad máxima de ese suelo; qué aporte de materia seca necesita anualmente para mejorar.

“Gran campaña”: se viene la revancha para un cultivo que fue golpeado por una plaga

Una de las zonas donde la brecha entre el nivel actual y el alcanzable es más grande es el norte de Buenos Aires, centro-sur de Santa Fe y oeste de Chaco. “En estas regiones hay un gran potencial de mejora si se adoptan esas cuatro prácticas que mencioné antes. Los niveles actuales son bajos o alguna de esas prácticas aún no se aplica a gran escala”, sostuvo Moresco.

En cambio, en el sudeste bonaerense, las reservas actuales de carbono están muy cercanas a su capacidad de saturación o de su capacidad máxima de almacenaje. “Allí, tanto las brechas como el margen de mejora son menores”, detalló.

Durante la charla, se presentaron también los mapas digitales de aportes de materia seca, disponibles de forma gratuita en la web de Aapresid. “Estos mapas permiten estimar cuánta biomasa necesita un lote para mantener o mejorar sus niveles de carbono. Por ejemplo, un lote cercano a Venado Tuerto necesitaría unas seis toneladas de materia seca por hectárea por año para alcanzar el nivel deseado”, explicó.

Hoy, según las estimaciones, las reservas actuales de carbono en los suelos agrícolas del país están apenas en un 46% de su capacidad máxima de almacenamiento. “En zonas como el sudeste de Buenos Aires se llega a un 85-95%, pero hay regiones como el centro y sur de Santa Fe, norte de Buenos Aires, Córdoba y parte de San Luis que están muy por debajo y es ahí donde tenemos que trabajar fuerte y empezar a atender las necesidades de esta zona”, subrayó.

Para proyectar escenarios futuros, el equipo de Aapresid utilizó el modelo de simulación ROTC (Reserve Officers Training Corps), que permite estimar cambios en las reservas de carbono a lo largo de 50 años. “Modelamos un caso real de un productor en el sudeste de Santiago del Estero en un lote que tiene un perfil de franco arenoso, franco arcilloso, con temperaturas altas, evapotranspiración elevada y por ende la mineralización del carbono también es alta si estos suelos no permanecen cubiertos durante todo el año. El escenario intensificado, con cultivos de servicio como vicia, mostró un incremento claro y sostenido en el tiempo del carbono, en contraste con una rotación típica soja-maíz-soja que apenas lo mantiene al carbono”, dijo Moresco.

Si ese productor ingresara al mercado de carbono, podría monetizar esa ganancia de carbono con un ingreso estimado de 473 dólares por hectárea a lo largo de 50 años, correspondiente a 20 toneladas de carbono por año. “Es un ejemplo de cómo las buenas prácticas pueden traducirse no solo en beneficios ambientales y agronómicos, sino también económicos”, destacó.

“Otro caso es en la provincia de Santa Fe, un lote que tiene suelos de textura franco-limosa, franco-arcillosa, suelos que por lo general no tienen periodo de déficit hídrico prolongado, tienen la capacidad de expresar sus potenciales de rendimiento y parten de niveles de carbono elevados para el promedio general del país. La rotación típica planteada es maíz, soja, centeno, soja, maíz, centeno, soja, en dos campañas, hace cultivos de servicio. Es claro que este productor alrededor de los 50 años estaría ganando un promedio de 20 toneladas de carbono por hectárea y en contraposición con lo que sucedería con una rotación típica representativa de la zona que es trigo soja-maíz-soja, que es una rotación que ni siquiera permite mantener el nivel de carbono en el suelo. Teniendo en cuenta que son suelos que permiten expresar todo su potencial también requieren mucho aporte de materia orgánica. Si se quiere monetizar la ganancia de carbono en su sistema, podría acceder a alrededor de 710 dólares por hectárea”, agregó.

Por su parte, Beltrán remarcó la importancia de trabajar sobre el carbono orgánico del suelo: “Tiene muchos beneficios, no solo ambientales sino también productivos. Mejora la estructura, la porosidad, la dinámica del agua y el ciclo de nutrientes. Todo eso estabiliza rendimientos en zonas frágiles e incluso los incrementa en zonas de mayor potencial”.

Además, el investigador se refirió al mapa nacional de carbono elaborado en 2023 con la participación de múltiples instituciones: INTA, Aapresid, CREA, Conicet, universidades y la Secretaría de Agricultura. “Se tomaron más de 5500 muestras de suelos en todo el país. El mapa muestra que los suelos argentinos almacenan unas 13 millones de toneladas de carbono en los primeros 30 centímetros, lo que representa un 2% del carbono mundial”, precisó.

En promedio, se registraron 51 toneladas de carbono por hectárea, aunque con diferencias: zonas arenosas como el norte tienen valores más bajos (29-30 t/ha), mientras que zonas arcillosas y del sudoeste bonaerense superan las 100 t/ha.

También Beltrán señaló: “Cuanto más carbono hay, mayor es la incertidumbre de los datos, por eso estamos trabajando en aumentar la densidad de muestreo para mejorar la calidad de la información”. Además, se está evaluando el impacto del cambio climático sobre el carbono en los suelos: “El aumento de temperatura puede reducir el contenido de carbono en zonas cálidas, pero quizás compensarse en zonas frías”, explicó.

La textura del suelo también es un factor determinante: “La arcilla fija el carbono, por eso es clave conocer la composición del suelo. Cuanto más arcilla, más chances de retener carbono generado por la biomasa”, dijo.

Al finalizar, ambos especialistas coincidieron en que los suelos argentinos tienen un gran potencial para mejorar sus reservas de carbono, pero que esto requiere decisiones concretas, inversión en prácticas sustentables y políticas que acompañen. El camino está trazado: hay mapas, modelos, tecnologías y experiencias reales. Ahora, falta llenar el tanque.

 En el Congreso Aapresid, Florencia Moresco (Aapresid) y Marcelo Beltrán (INTA) revelaron que los suelos agrícolas del país están al 46% de su capacidad de carbono y detallaron prácticas clave para cerrar la brecha  LA NACION