“Como a un perro rabioso”: a 80 años de la ejecución y la macabra exhibición pública de Benito Mussolini y su amante Clara Petacci

El cadáver de un hombre voluminoso cuelga de sus tobillos desde el techo de una estación de servicio ubicada en una esquina de la Plaza Loreto, en el centro de la ciudad de Milán. A su lado, también cabeza abajo, se halla el cuerpo sin vida de una mujer. Una multitud rodea a ambos personajes. La gente se acerca a ellos para insultarlos. También, para cerciorarse definitivamente de que ese muerto colgado, con la cabeza calva, la cara desfigurada a golpes y los brazos tendidos hacia el suelo es nada menos que Benito Mussolini.
En efecto, se trata de il Duce, el líder fascista que sumió a Italia en el totalitarismo y la opresión por casi dos décadas y que, en alianza con Adolf Hitler, llevó a su país al horror de la Segunda Guerra Mundial.
La escena transcurrió el 29 de abril de 1945. El día anterior, Mussolini y su amante, Claretta Petacci -la mujer que cuelga a su lado-, habían sido juzgados sumariamente y ejecutados por partisanos italianos en una villa a orillas del lago de Como. Como dijo uno de sus captores, el Duce fue fusilado “como un perro rabioso”. Y así terminaba, hace exactamente 80 años, la vida de uno de los más crueles dictadores que surgió en Europa durante el siglo XX.
Mussolini y el fascismo
Mussolini se había hecho cargo del poder en Italia en el año 1922. En octubre de ese año, unos 40.000 camisas negras, -violentos partidarios del partido fascista que encabezaba Mussolini-, demostraron su poder desfilando por la capital italiana en un acto tristemente célebre recordado como Marcha sobre Roma. Eso provocó que el Rey Víctor Manuel, que quería evitar enfrentamientos con los insurrectos, le pidiera a Il Duce que formara un nuevo gobierno.
El nuevo líder aprovechó su carisma, un buen aparato de propaganda y su excelente oratoria para ir ganando el favor de las masas. Apeló al espíritu patriótico y el sentimiento nacional para sumar a su causa a sectores de la población atemorizados por los avances del comunismo en la región. Creó el Partido Nacional Fascista, que utilizó como símbolo el “fascio”, un manojo de ramas unido a un hacha, que era el emblema de poder en la antigua roma.
Si bien la violencia y el actuación criminal contra los opositores, especialmente socialistas y comunistas formó parte desde el principio del ideario fascista, fue a partir de 1926 que Mussolini llevó su prédica antidemocrática a su nivel más extremo. Aprovechó que hubo cuatro atentados contra su vida para proscribir partidos, cerrar el parlamento, apropiarse de medios de comunicación y poner tribunales propios para condenar a la pena de muerte a cualquier insurrecto. De este modo, sus opositores, debían huir del país, silenciarse, o morir.
La II Guerra y el fin del gobierno fascista
A comienzos de los años ’40, en una Europa convulsionada, Mussolini decidió unir a su país a los deseos imperialistas del canciller alemán Adolf Hitler. Así, pocos menos de un año después de comenzada la Segunda Guerra Mundial, en junio de 1940, Italia le declaró la guerra a las fuerzas aliadas. Ese mismo año, la república de il Duce pasó a formar parte activa del Eje Berlín, Roma y Tokio.
En teoría, Italia debía ocuparse de territorios aledaños al Mediterráneo -Grecia, Albania, regiones del norte de África- mientras los alemanes ocupaban más del norte de Europa. Pero los soldados de Mussolini nunca hicieron grandes avances.
En julio de 1943, los aliados invadieron la isla italiana de Sicilia y fue el principio del fin para las tropas del líder fascista, y también para su gobierno. La actitud de Mussolini que, temeroso de Hitler, se negaba a rendirse ante el inevitable avance del enemigo, terminó de exacerbar el descontento de la población. El 24 de julio de ese año, el tirano italiano fue depuesto de su rol de primer ministro y al día siguiente fue encarcelado por el rey en el hotel Campo Imperatore, en la región italiana de Abruzzo.
Pero poco después ese mismo año, el 12 de septiembre, agentes de fuerzas especiales de paracaidistas nazis rescataron al Duce de su encierro en una operación realizada a pedido de Hitler que fue bautizada como Operación Roble. Tras el éxito del operativo, los alemanes llevaron al exlíder italiano al norte de Italia, donde se convirtió en el presidente de un estado títere del Führer, que se llamó la República Social Italiana o República de Salo, por el nombre de su municipio cabecera, ubicado en el norte, en la región de Lombardía a orillas del lago de Garda.
Se cierra el cerco sobre el Duce
En ese rol de dirigente de una república ficticia, el temido Duce, el militar que quiso convertirse en el nuevo César, vivía sus días casi como un prisionero de los alemanes. Además, el porvenir no parecía benévolo para él. Por un lado, los aliados avanzaban por Italia hacia el norte, venciendo la resistencia establecida por los nazis de la llamada “línea Gótica”. Por el otro, los propios italianos antifascistas tenían muchas ganas de atrapar y hacer rendir cuentas al tirano que los había oprimido sangrientamente y perseguido durante casi 20 años.
Para el verano de 1944, los aliados habían tomado Roma y luego, Florencia. Cuando se aproximaban a Salo y la República Social Italiana estaba cerca de caer, Mussolini no vio otra solución que buscar la manera de salvarse en Milán. Así, en esa ciudad del norte de Italia, el Duce organizó una reunión con Ildefons Schuster, el arzobispo milanés. El religioso iba a tramitar un encuentro con la resistencia italiana para organizar la rendición del líder depuesto. La fecha para esta reunión fue programada el 25 de abril, a las tres de la tarde.
Pero fue justamente ese día, cuando el exhombre fuerte italiano había llegado al arzobispado de Milán con intención de negociar su salvación, que el Comitato di Liberazione Nazionale Alta Italia (Clnai), conformado por partisanos antifascistas, declaró el levantamiento de las ciudades del norte en contra de sus ocupantes. Entonces Mussolini se dio cuenta de que, en ese estado de cosas, su única salida era huir de esa ciudad.
El escape del Duce y los posibles destinos
Aquí, quienes han estudiado la vida del dictador italiano aceptan dos teorías diferentes. La primera es que il Duce intentó huir simplemente al exilio en Suiza, un país neutral cuya frontera se encuentra a unos 250 kilómetros de Milán.
La otra conjetura indica que la retirada del exlíder en realidad tenía como destino una zona segura conocida como Reducto Alpino Republicano, donde él pensaba que lo esperaban partidarios suyos -las Camisas Negras- y que desde allí podía pactar una entrega civilizada cuando llegasen allí las fuerzas aliadas.
Los que sostienen esta última hipótesis señalan que Mussolini tendría consigo alguna documentación que probaría su buena relación con los aliados, como un paquete de cartas que habría intercambiado con el primer ministro inglés, Winston Churchill, cartas que hasta el momento, de existir, nadie ha visto ni desclasificado.
Pero el lugar al que intentó huir el Duce nunca se conocería, porque el hombre sería interceptado en el camino hacia su salvación.
Un convoy de un kilómetro de largo
Junto a otros jerarcas, Mussolini huyó en un convoy conformado por soldados alemanes e italianos. El exlíder fascista, que viajaba disfrazado de militar alemán, dejó atrás a su esposa y sus cinco hijos y se dirigió a buscar, en la ciudad de Menaggio, a 80 kilómetros de Milán y a orillas del lago de Como, a su amante, Clara Petacci. El Duce le ofreció a esta mujer la posibilidad de escapar en avión hacia España, pero ella se negó rotundamente: “Me gustaría estar con vos hasta el final y morir con vos si tu destino es ese”, le dijo la joven.
Lo cierto es que Mussolini y su leal acompañante no viajaban solos en su huida. Todo lo contrario. El hombre venía en uno de los 28 vehículos que componían un convoy de casi un kilómetro de largo. Según la publicación de divulgación científica italiana Focus, en ese convoy viajaban unos 200 soldados alemanes y 174 italianos.
Por supuesto, semejante gusano de coches y camiones militares serpenteando por los caminos de los Apeninos no podía pasar desapercibido. Es así que la columna de vehículos fue detenida dos veces en su ruta por partisanos italianos. En la primera de estas paradas obligadas, en Mosso, el Duce no fue descubierto. Pero en la segunda, a las 6.30 de la mañana del 27 de abril en un pueblo llamado Dongo, el exlíder italiano no tuvo la misma suerte.
La Brigada Garibaldi, un grupo de partisanos comunistas que dirigía Urbano Lázzaro se trenzó a tiros con el convoy hasta que finalmente, en diálogo con los alemanes de la caravana, se coordinó que los teutones podían seguir su camino siempre y cuando dejaran en la ruta a los italianos. No pasó mucho tiempo para que uno de los partisanos reconociera, entre sus compatriotas, la figura inconfundible de Benito Mussolini. Llevaba un tapado militar alemán y una bolsa con documentos. De inmediato, el que identificó al Duce denunció su presencia a sus superiores.
El líder fascista y otros exdirigentes de su gobierno fueron llevados al ayuntamiento de Dongo para iniciarles un proceso sumario.
“Asesinado como un perro rabioso”
Esa misma noche, el destino de Mussolini estaba sellado. En un comunicado a la Radio Milano Libera, el partisano socialista Sandro Pertini -que sería presidente italiano entre 1978 y 1985- sentenció: “Obreros, el fascismo ha caído (…). El líder de esta asociación criminal, Mussolini ha sido arrestado. Debe ser entregado a un tribunal popular para un juicio sumario. Y por todas las víctimas del fascismo y por el pueblo italiano, sumido en la ruina por el fascismo, debe ser y será ejecutado. Esto es lo que deseamos, aunque pensemos que para este hombre el pelotón de fusilamiento es demasiado honor. Merece ser asesinado como un perro rabioso“.
La noche del 27 de abril, Mussolini y su amante fueron alojados en la casa de unos humildes campesinos de apellido De María, en la localidad de Bonziango. Tanto el Duce como su joven acompañante fueron presentados a los dueños de casa como dos prisioneros alemanes heridos. Para ocultar su identidad, taparon la calva y parte del rostro del dictador italiano con una venda.
En la mañana del 28 de abril, al hombre que fue dueño de Italia y a su una amante le ofrecieron un modesto tentempié: un poco de salame y pan. Pese a que esa sería su última comida, el exlíder fascista no ingirió casi nada. Y se negó a beber lo que le ofrecieron, por temor a ser envenenado.
“Juzgado y fusilado”
Ese mismo día, a las 16.10, Mussolini y Petacci fueron fusilados contra un paredón frente a la puerta de un lugar conocido como Villa Belmonte, en la localidad de Giulino de Mezzagra, también a la vera del lago de Como. La historia oficial le atribuye el fusilamiento al partisano “Valerio” Walter Audisio.
Otros dos hombres acompañaron al ejecutor en su tarea: Aldo Lampredi, hombre del Partido Comunista de Italia, y Michele Moretti, un partisano local. Mientras que la versión de Valerio aseguraba que en sus últimos momentos el Duce se mostró tembloroso, la de los otros dos hombres lo contradicen y aseveran que el dictador afrontó con osadía su muerte: solicitó a sus ejecutores que tiraran a su corazón y se despidió del mundo al grito de “¡Viva Italia!“.
Cabe destacar que la muerte de ambos amantes, y de otros jerarcas fascistas, se hizo contra los pedidos de los aliados, que enviaban sucesivos telegramas para que los partisanos les entregasen con vida a Mussolini. Pero, según lo que registran los cronistas de esta historia, no existió ni la mínima posibilidad de negociar esa solicitud por parte de los captores de el Duce.
Es más, aún antes de ultimar a su prisionero, en la madrugada del 28 de abril, el comando partisano del Clnai telegrafió a los aliados el siguiente engaño: “Lamentamos no poder entregarles a Mussolini, quien fue juzgado por el Tribunal del Pueblo y fusilado“.
Tras ser acribillados, los amantes fueron cargados en un camión y trasladados, ese mismo 28 de abril, a Milán. A las 3.40 de la madrugada del 29 de abril, ambos cadáveres fueron depositados en la Plaza Loreto. La elección del lugar no fue azarosa: allí, el 10 de agosto de 1944, un grupo parapolicial fascista depositó los cadáveres de 15 partisanos recién ultimados, que dejaron allí todo el día, bajo el sol, y sin permitir que nadie, ni sus familiares, se acercaran a recogerlos para darles una piadosa sepultura.
Golpeados, escupidos y colgados
Alrededor de las 7 de la mañana del 29 de abril, cuando la gente comenzó a advertir la presencia de esos cuerpos allí y logró identificarlos, cientos de personas se congregaron para darles a ambos una última y violenta despedida.
Mussolini en Piazzale Loreto
Según las crónicas, los cadáveres de Benito y Claretta fueron golpeados por una multitud cada vez más enardecida. Entre insultos, los que llegaban a la Plaza Loreto también escupían a los odiados cadáveres. Y hasta los orinaban. Una radio de Milán aseguró que en ese maremágnum de gente tomándose revancha contra su antiguo líder, una mujer descerrajó cinco tiros contra Mussolini y gritó: “¡Cinco tiros por mis cinco hijos asesinados!“.
Alrededor de las 11 de la mañana, partisanos y bomberos decidieron que ya había sido suficiente la descarga de la población y entonces lavaron los cuerpos con las mangueras de bomberos y los colgaron luego, boca abajo, junto con otros líderes fascistas, del techo de una estación de servicio ubicada en una de las esquinas de la plaza.
Enterrado sin nombre
Los cadáveres estuvieron exhibidos hasta las 7.30 de la siguiente mañana, cuando fueron llevados a la morgue del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Milán. Se constató que el cuerpo del Duce tenía 14 orificios de entrada -siete de entrada y siete de salida- y otros seis producidos luego de su muerte. Y la causa de la muerte había sido uno de esos primeros balazos, que le seccionó la aorta.
El 5 de agosto Mussolini, al igual que su amante, fue enterrado en un precario cajón de madera, de forma anónima, en el cementerio del convento Capuccino del serro Maggiore, de Milán. Allí permaneció hasta 1957, cuando sus restos fueron entregados a su viuda. Actualmente, su tumba se encuentra en el cementerio de San Casiano, en Predappio, el pueblo en el que nació.
La manera en que murió Mussolini y el posterior escarnio público de su cadáver fue lo que terminó de convencer a Adolf Hitler de que su vida no podía concluir de la misma manera que la del líder fascista. Por ello, apenas dos días después de la muerte del italiano, el canciller alemán, vencido y a punto de ser capturado por el enemigo ruso, decidió quitarse la vida y ordenar a su séquito la destrucción, a través del fuego, y el ocultamiento de su cadáver. Y también el de su flamante esposa, Eva Braun.
El cadáver de un hombre voluminoso cuelga de sus tobillos desde el techo de una estación de servicio ubicada en una esquina de la Plaza Loreto, en el centro de la ciudad de Milán. A su lado, también cabeza abajo, se halla el cuerpo sin vida de una mujer. Una multitud rodea a ambos personajes. La gente se acerca a ellos para insultarlos. También, para cerciorarse definitivamente de que ese muerto colgado, con la cabeza calva, la cara desfigurada a golpes y los brazos tendidos hacia el suelo es nada menos que Benito Mussolini.
En efecto, se trata de il Duce, el líder fascista que sumió a Italia en el totalitarismo y la opresión por casi dos décadas y que, en alianza con Adolf Hitler, llevó a su país al horror de la Segunda Guerra Mundial.
La escena transcurrió el 29 de abril de 1945. El día anterior, Mussolini y su amante, Claretta Petacci -la mujer que cuelga a su lado-, habían sido juzgados sumariamente y ejecutados por partisanos italianos en una villa a orillas del lago de Como. Como dijo uno de sus captores, el Duce fue fusilado “como un perro rabioso”. Y así terminaba, hace exactamente 80 años, la vida de uno de los más crueles dictadores que surgió en Europa durante el siglo XX.
Mussolini y el fascismo
Mussolini se había hecho cargo del poder en Italia en el año 1922. En octubre de ese año, unos 40.000 camisas negras, -violentos partidarios del partido fascista que encabezaba Mussolini-, demostraron su poder desfilando por la capital italiana en un acto tristemente célebre recordado como Marcha sobre Roma. Eso provocó que el Rey Víctor Manuel, que quería evitar enfrentamientos con los insurrectos, le pidiera a Il Duce que formara un nuevo gobierno.
El nuevo líder aprovechó su carisma, un buen aparato de propaganda y su excelente oratoria para ir ganando el favor de las masas. Apeló al espíritu patriótico y el sentimiento nacional para sumar a su causa a sectores de la población atemorizados por los avances del comunismo en la región. Creó el Partido Nacional Fascista, que utilizó como símbolo el “fascio”, un manojo de ramas unido a un hacha, que era el emblema de poder en la antigua roma.
Si bien la violencia y el actuación criminal contra los opositores, especialmente socialistas y comunistas formó parte desde el principio del ideario fascista, fue a partir de 1926 que Mussolini llevó su prédica antidemocrática a su nivel más extremo. Aprovechó que hubo cuatro atentados contra su vida para proscribir partidos, cerrar el parlamento, apropiarse de medios de comunicación y poner tribunales propios para condenar a la pena de muerte a cualquier insurrecto. De este modo, sus opositores, debían huir del país, silenciarse, o morir.
La II Guerra y el fin del gobierno fascista
A comienzos de los años ’40, en una Europa convulsionada, Mussolini decidió unir a su país a los deseos imperialistas del canciller alemán Adolf Hitler. Así, pocos menos de un año después de comenzada la Segunda Guerra Mundial, en junio de 1940, Italia le declaró la guerra a las fuerzas aliadas. Ese mismo año, la república de il Duce pasó a formar parte activa del Eje Berlín, Roma y Tokio.
En teoría, Italia debía ocuparse de territorios aledaños al Mediterráneo -Grecia, Albania, regiones del norte de África- mientras los alemanes ocupaban más del norte de Europa. Pero los soldados de Mussolini nunca hicieron grandes avances.
En julio de 1943, los aliados invadieron la isla italiana de Sicilia y fue el principio del fin para las tropas del líder fascista, y también para su gobierno. La actitud de Mussolini que, temeroso de Hitler, se negaba a rendirse ante el inevitable avance del enemigo, terminó de exacerbar el descontento de la población. El 24 de julio de ese año, el tirano italiano fue depuesto de su rol de primer ministro y al día siguiente fue encarcelado por el rey en el hotel Campo Imperatore, en la región italiana de Abruzzo.
Pero poco después ese mismo año, el 12 de septiembre, agentes de fuerzas especiales de paracaidistas nazis rescataron al Duce de su encierro en una operación realizada a pedido de Hitler que fue bautizada como Operación Roble. Tras el éxito del operativo, los alemanes llevaron al exlíder italiano al norte de Italia, donde se convirtió en el presidente de un estado títere del Führer, que se llamó la República Social Italiana o República de Salo, por el nombre de su municipio cabecera, ubicado en el norte, en la región de Lombardía a orillas del lago de Garda.
Se cierra el cerco sobre el Duce
En ese rol de dirigente de una república ficticia, el temido Duce, el militar que quiso convertirse en el nuevo César, vivía sus días casi como un prisionero de los alemanes. Además, el porvenir no parecía benévolo para él. Por un lado, los aliados avanzaban por Italia hacia el norte, venciendo la resistencia establecida por los nazis de la llamada “línea Gótica”. Por el otro, los propios italianos antifascistas tenían muchas ganas de atrapar y hacer rendir cuentas al tirano que los había oprimido sangrientamente y perseguido durante casi 20 años.
Para el verano de 1944, los aliados habían tomado Roma y luego, Florencia. Cuando se aproximaban a Salo y la República Social Italiana estaba cerca de caer, Mussolini no vio otra solución que buscar la manera de salvarse en Milán. Así, en esa ciudad del norte de Italia, el Duce organizó una reunión con Ildefons Schuster, el arzobispo milanés. El religioso iba a tramitar un encuentro con la resistencia italiana para organizar la rendición del líder depuesto. La fecha para esta reunión fue programada el 25 de abril, a las tres de la tarde.
Pero fue justamente ese día, cuando el exhombre fuerte italiano había llegado al arzobispado de Milán con intención de negociar su salvación, que el Comitato di Liberazione Nazionale Alta Italia (Clnai), conformado por partisanos antifascistas, declaró el levantamiento de las ciudades del norte en contra de sus ocupantes. Entonces Mussolini se dio cuenta de que, en ese estado de cosas, su única salida era huir de esa ciudad.
El escape del Duce y los posibles destinos
Aquí, quienes han estudiado la vida del dictador italiano aceptan dos teorías diferentes. La primera es que il Duce intentó huir simplemente al exilio en Suiza, un país neutral cuya frontera se encuentra a unos 250 kilómetros de Milán.
La otra conjetura indica que la retirada del exlíder en realidad tenía como destino una zona segura conocida como Reducto Alpino Republicano, donde él pensaba que lo esperaban partidarios suyos -las Camisas Negras- y que desde allí podía pactar una entrega civilizada cuando llegasen allí las fuerzas aliadas.
Los que sostienen esta última hipótesis señalan que Mussolini tendría consigo alguna documentación que probaría su buena relación con los aliados, como un paquete de cartas que habría intercambiado con el primer ministro inglés, Winston Churchill, cartas que hasta el momento, de existir, nadie ha visto ni desclasificado.
Pero el lugar al que intentó huir el Duce nunca se conocería, porque el hombre sería interceptado en el camino hacia su salvación.
Un convoy de un kilómetro de largo
Junto a otros jerarcas, Mussolini huyó en un convoy conformado por soldados alemanes e italianos. El exlíder fascista, que viajaba disfrazado de militar alemán, dejó atrás a su esposa y sus cinco hijos y se dirigió a buscar, en la ciudad de Menaggio, a 80 kilómetros de Milán y a orillas del lago de Como, a su amante, Clara Petacci. El Duce le ofreció a esta mujer la posibilidad de escapar en avión hacia España, pero ella se negó rotundamente: “Me gustaría estar con vos hasta el final y morir con vos si tu destino es ese”, le dijo la joven.
Lo cierto es que Mussolini y su leal acompañante no viajaban solos en su huida. Todo lo contrario. El hombre venía en uno de los 28 vehículos que componían un convoy de casi un kilómetro de largo. Según la publicación de divulgación científica italiana Focus, en ese convoy viajaban unos 200 soldados alemanes y 174 italianos.
Por supuesto, semejante gusano de coches y camiones militares serpenteando por los caminos de los Apeninos no podía pasar desapercibido. Es así que la columna de vehículos fue detenida dos veces en su ruta por partisanos italianos. En la primera de estas paradas obligadas, en Mosso, el Duce no fue descubierto. Pero en la segunda, a las 6.30 de la mañana del 27 de abril en un pueblo llamado Dongo, el exlíder italiano no tuvo la misma suerte.
La Brigada Garibaldi, un grupo de partisanos comunistas que dirigía Urbano Lázzaro se trenzó a tiros con el convoy hasta que finalmente, en diálogo con los alemanes de la caravana, se coordinó que los teutones podían seguir su camino siempre y cuando dejaran en la ruta a los italianos. No pasó mucho tiempo para que uno de los partisanos reconociera, entre sus compatriotas, la figura inconfundible de Benito Mussolini. Llevaba un tapado militar alemán y una bolsa con documentos. De inmediato, el que identificó al Duce denunció su presencia a sus superiores.
El líder fascista y otros exdirigentes de su gobierno fueron llevados al ayuntamiento de Dongo para iniciarles un proceso sumario.
“Asesinado como un perro rabioso”
Esa misma noche, el destino de Mussolini estaba sellado. En un comunicado a la Radio Milano Libera, el partisano socialista Sandro Pertini -que sería presidente italiano entre 1978 y 1985- sentenció: “Obreros, el fascismo ha caído (…). El líder de esta asociación criminal, Mussolini ha sido arrestado. Debe ser entregado a un tribunal popular para un juicio sumario. Y por todas las víctimas del fascismo y por el pueblo italiano, sumido en la ruina por el fascismo, debe ser y será ejecutado. Esto es lo que deseamos, aunque pensemos que para este hombre el pelotón de fusilamiento es demasiado honor. Merece ser asesinado como un perro rabioso“.
La noche del 27 de abril, Mussolini y su amante fueron alojados en la casa de unos humildes campesinos de apellido De María, en la localidad de Bonziango. Tanto el Duce como su joven acompañante fueron presentados a los dueños de casa como dos prisioneros alemanes heridos. Para ocultar su identidad, taparon la calva y parte del rostro del dictador italiano con una venda.
En la mañana del 28 de abril, al hombre que fue dueño de Italia y a su una amante le ofrecieron un modesto tentempié: un poco de salame y pan. Pese a que esa sería su última comida, el exlíder fascista no ingirió casi nada. Y se negó a beber lo que le ofrecieron, por temor a ser envenenado.
“Juzgado y fusilado”
Ese mismo día, a las 16.10, Mussolini y Petacci fueron fusilados contra un paredón frente a la puerta de un lugar conocido como Villa Belmonte, en la localidad de Giulino de Mezzagra, también a la vera del lago de Como. La historia oficial le atribuye el fusilamiento al partisano “Valerio” Walter Audisio.
Otros dos hombres acompañaron al ejecutor en su tarea: Aldo Lampredi, hombre del Partido Comunista de Italia, y Michele Moretti, un partisano local. Mientras que la versión de Valerio aseguraba que en sus últimos momentos el Duce se mostró tembloroso, la de los otros dos hombres lo contradicen y aseveran que el dictador afrontó con osadía su muerte: solicitó a sus ejecutores que tiraran a su corazón y se despidió del mundo al grito de “¡Viva Italia!“.
Cabe destacar que la muerte de ambos amantes, y de otros jerarcas fascistas, se hizo contra los pedidos de los aliados, que enviaban sucesivos telegramas para que los partisanos les entregasen con vida a Mussolini. Pero, según lo que registran los cronistas de esta historia, no existió ni la mínima posibilidad de negociar esa solicitud por parte de los captores de el Duce.
Es más, aún antes de ultimar a su prisionero, en la madrugada del 28 de abril, el comando partisano del Clnai telegrafió a los aliados el siguiente engaño: “Lamentamos no poder entregarles a Mussolini, quien fue juzgado por el Tribunal del Pueblo y fusilado“.
Tras ser acribillados, los amantes fueron cargados en un camión y trasladados, ese mismo 28 de abril, a Milán. A las 3.40 de la madrugada del 29 de abril, ambos cadáveres fueron depositados en la Plaza Loreto. La elección del lugar no fue azarosa: allí, el 10 de agosto de 1944, un grupo parapolicial fascista depositó los cadáveres de 15 partisanos recién ultimados, que dejaron allí todo el día, bajo el sol, y sin permitir que nadie, ni sus familiares, se acercaran a recogerlos para darles una piadosa sepultura.
Golpeados, escupidos y colgados
Alrededor de las 7 de la mañana del 29 de abril, cuando la gente comenzó a advertir la presencia de esos cuerpos allí y logró identificarlos, cientos de personas se congregaron para darles a ambos una última y violenta despedida.
Mussolini en Piazzale Loreto
Según las crónicas, los cadáveres de Benito y Claretta fueron golpeados por una multitud cada vez más enardecida. Entre insultos, los que llegaban a la Plaza Loreto también escupían a los odiados cadáveres. Y hasta los orinaban. Una radio de Milán aseguró que en ese maremágnum de gente tomándose revancha contra su antiguo líder, una mujer descerrajó cinco tiros contra Mussolini y gritó: “¡Cinco tiros por mis cinco hijos asesinados!“.
Alrededor de las 11 de la mañana, partisanos y bomberos decidieron que ya había sido suficiente la descarga de la población y entonces lavaron los cuerpos con las mangueras de bomberos y los colgaron luego, boca abajo, junto con otros líderes fascistas, del techo de una estación de servicio ubicada en una de las esquinas de la plaza.
Enterrado sin nombre
Los cadáveres estuvieron exhibidos hasta las 7.30 de la siguiente mañana, cuando fueron llevados a la morgue del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Milán. Se constató que el cuerpo del Duce tenía 14 orificios de entrada -siete de entrada y siete de salida- y otros seis producidos luego de su muerte. Y la causa de la muerte había sido uno de esos primeros balazos, que le seccionó la aorta.
El 5 de agosto Mussolini, al igual que su amante, fue enterrado en un precario cajón de madera, de forma anónima, en el cementerio del convento Capuccino del serro Maggiore, de Milán. Allí permaneció hasta 1957, cuando sus restos fueron entregados a su viuda. Actualmente, su tumba se encuentra en el cementerio de San Casiano, en Predappio, el pueblo en el que nació.
La manera en que murió Mussolini y el posterior escarnio público de su cadáver fue lo que terminó de convencer a Adolf Hitler de que su vida no podía concluir de la misma manera que la del líder fascista. Por ello, apenas dos días después de la muerte del italiano, el canciller alemán, vencido y a punto de ser capturado por el enemigo ruso, decidió quitarse la vida y ordenar a su séquito la destrucción, a través del fuego, y el ocultamiento de su cadáver. Y también el de su flamante esposa, Eva Braun.
El 28 de abril de 1945, el temible líder fascista que sumió al pueblo italiano bajo su bota por dos décadas fue capturado por un comando de partisanos y fusilado junto a su amante; su cadáver fue colgado luego en una plaza de Milán LA NACION