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sábado, mayo 10, 2025
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“Cuando nombró a Chiclayo casi nos agarra algo”: orgullo y emoción en la ciudad que mejor conoce al nuevo papa

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CHICLAYO.– No fueron muchos los años que Robert Prevost, flamante papa León XIV, vivió en Chiclayo, pero lo marcaron a fuego. Llegó a esta ciudad del norte de Perú con ya 58 años y una larga carrera pastoral y académica detrás, que incluyó misiones en otras ciudades y pueblos de Perú, estudios de posgrado en Roma y diversas funciones eclesiales en su Chicago natal.

Pero Chiclayo lo marcó a tal punto que, tras subir por primera vez al balcón de la basílica de San Pedro, ante una multitud de fieles eufóricos de todo el mundo y miles de cámaras televisivas, Prevost –para los chiclayanos, el “padre Robert”-, hizo una pausa en medio de su discurso en italiano y, tomado por la emoción, dijo en español: “Y si me permiten, también una palabra, un saludo, de modo particular para todos aquellos de mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”.

Los feligreses de esta ciudad ya estaban alucinados desde que escucharon, tras el clásico “Habemus Papam”, el nombre del arzobispo de su ciudad. La gente salía de sus casas y de los negocios del centro llorando, gritando y agitándose unos a otros, mientras de fondo sonaba con insistencia la campana de la Catedral donde él dio misa durante ocho años.

La euforia generalizada era tal que, cuando los fieles escucharon, en medio del discurso del Papa, que frenó para dedicarle unas palabras a su comunidad chiclayana, hubo algunos que directamente estallaron de la emoción.

“Cuando nombró a Chiclayo casi nos agarra algo. Imagínate la locura. ¡A Chiclayo! En el mundo nadie sabe que existe esta ciudad. Nos hizo darnos cuenta que él realmente nos ama”, cuenta emocionada Luisa Vázquez Ramos, una de las propietarias del histórico restaurante Las Américas, ubicado frente a la Catedral.

En la mañana de este viernes, apenas abrió el restaurante, los mozos escribieron en la pizarra: “Acá comió el Papa”. Es verdad, dice ella. El iba seguido a comprar jugo de naranja y miso caliente. El trébol, el restaurante de al lado, no se quedó atrás: inauguró un nuevo menú del día: “Hoy, cabrito chiclayano, el almuerzo preferido del Papa”, se lee en su pizarra.

Marta Vazquez se acerca desde una mesa del restaurante para mostrar desde su celular fotos y videos del último cumpleaños que ella y su grupo de adoración le festejaron al ahora Sumo Pontífice antes de que partiera, por pedido del Papa Francisco, al Vaticano, en 2023. En la filmación, se ve a un grupo de unas 20 mujeres mayores aplaudiendo y cantando las mañanitas, y al entonces arzobispo de Chiclayo aplaudiendo con una sonrisa, siguiendo la letra, junto a una torta casera.

“No me perdía ni una de sus homilías. Eran alucinantes. Él es muy culto y su mensaje llegaba de una manera muy directa y clara. También es muy humilde. Recuerdo la vez que celebró la misa por el tercer aniversario de la muerte de mi padre. Tras la celebración él se acercó y mi prima le dijo: ‘Padre, muchas gracias por su misa’ y él la miró y le dijo: “¿Les gustó? ¡Qué bueno!”.

Al caer la noche en el centro de Chiclayo, por momentos, se siguen escuchando las caravanas de autos que, al pasar por la Catedral, hacen escuchar sus bocinas. “Fue así todo el día. La gente está realmente muy contenta”, cuenta Vázquez Ramos.

El lugar donde el flamante Papa vivió desde fines de 2015 hasta 2023, cuando se mudó al Vaticano para estar a cargo de un dicasterio, es la quinta ciudad más grande del Perú.

Enclavada entre sierras, se encuentra a 14 kilómetros del océano Pacífico. El centro histórico, donde se entremezclan casas coloniales, edificios y construcciones precarias de varios pisos, se congestiona de tránsito varias veces por día.

Es una ciudad que supera los 600.000 habitantes y que, según sus vecinos, funciona más bien como un pueblo. “Acá todos se conocen. Por eso tantos conocen al Papa”, dice la estudiante universitaria Ángela Navarrete, de 20 años. Prevost también cosechó amistades de feligreses en los poblados de la afueras, donde tuvo un trabajo pastoral intenso.

Por su ubicación geográfica, la región de Chiclayo ha recibido en las últimas décadas migrantes venezolanos de a montones. Familias enteras que llegaron y continúan llegando a pie y con lo básico, o sin siquiera eso. Una comunidad que, a diferencia del buen recibimiento general que tiene en la Argentina, suelen ser discriminada en muchos de los países cercanos a Venezuela, como Perú.

A través de los distintos roles que fue ocupando en el obispado, y también como presidente de Cáritas, el flamante Papa prestó especial atención a esta comunidad, cuentan sus allegados.

Al Papa no le tocó ser peruano, lo eligió. Y no porque su experiencia en el país andino fuera de color de rosas. Es verdad, dicen muchos, que la pasó bien. Los parroquianos lo recuerdan cantando villancicos y canciones de José Feliciano junto a una banda en un escenario durante una fiesta juvenil; andando a caballo sobre un aguayo peruano por las calles polvorientas de las afueras de la ciudad; sonriente dando una misa multitudinaria en un tinglado con piso de tierra.

Pero también lo recuerdan andando con botas de goma entre casas inundadas durante las fuertes lluvias de 2022 y 2023, sirviendo comida en los centros de ayuda.

Y “moviendo cielo y tierra” durante la pandemia para colaborar con los hospitales de la zona.

Y así como él adoptó Chiclayo como su hogar, los pobladores de Chiclayo lo adoptaron a él como uno más.

“Se le notaba poco la tonada de extranjero. Y tenía formas lindas, que hacían que llegara a todos: a los mayores y a los más chicos. Cuando venía a dar misa en nuestro colegio, daba unas homilías muy lindas, pensadas especialmente para nosotros, que éramos adolescentes. Incluso lanzaba bromas. No se lo veía como un cura distante, todo lo contrario”, destaca Navarrete, que estudió en el colegio San Agustín.

Se enteró de la noticia estando en Lima, por el grupo de WhatsApp de exalumnas de su colegio, mientras estaba cursando en la universidad, donde estudia Diseño de Indumentaria. Enseguida llamó a su familia. “Mi abuelita lloraba. Ella solía ir a sus misas”, cuenta. Ella y todos los chicos de Chiclayo que tomaron la confirmación en 2022 recibieron el sacramento por parte del flamante Papa.

CHICLAYO.– No fueron muchos los años que Robert Prevost, flamante papa León XIV, vivió en Chiclayo, pero lo marcaron a fuego. Llegó a esta ciudad del norte de Perú con ya 58 años y una larga carrera pastoral y académica detrás, que incluyó misiones en otras ciudades y pueblos de Perú, estudios de posgrado en Roma y diversas funciones eclesiales en su Chicago natal.

Pero Chiclayo lo marcó a tal punto que, tras subir por primera vez al balcón de la basílica de San Pedro, ante una multitud de fieles eufóricos de todo el mundo y miles de cámaras televisivas, Prevost –para los chiclayanos, el “padre Robert”-, hizo una pausa en medio de su discurso en italiano y, tomado por la emoción, dijo en español: “Y si me permiten, también una palabra, un saludo, de modo particular para todos aquellos de mi querida diócesis de Chiclayo, en el Perú, donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto, para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”.

Los feligreses de esta ciudad ya estaban alucinados desde que escucharon, tras el clásico “Habemus Papam”, el nombre del arzobispo de su ciudad. La gente salía de sus casas y de los negocios del centro llorando, gritando y agitándose unos a otros, mientras de fondo sonaba con insistencia la campana de la Catedral donde él dio misa durante ocho años.

La euforia generalizada era tal que, cuando los fieles escucharon, en medio del discurso del Papa, que frenó para dedicarle unas palabras a su comunidad chiclayana, hubo algunos que directamente estallaron de la emoción.

“Cuando nombró a Chiclayo casi nos agarra algo. Imagínate la locura. ¡A Chiclayo! En el mundo nadie sabe que existe esta ciudad. Nos hizo darnos cuenta que él realmente nos ama”, cuenta emocionada Luisa Vázquez Ramos, una de las propietarias del histórico restaurante Las Américas, ubicado frente a la Catedral.

En la mañana de este viernes, apenas abrió el restaurante, los mozos escribieron en la pizarra: “Acá comió el Papa”. Es verdad, dice ella. El iba seguido a comprar jugo de naranja y miso caliente. El trébol, el restaurante de al lado, no se quedó atrás: inauguró un nuevo menú del día: “Hoy, cabrito chiclayano, el almuerzo preferido del Papa”, se lee en su pizarra.

Marta Vazquez se acerca desde una mesa del restaurante para mostrar desde su celular fotos y videos del último cumpleaños que ella y su grupo de adoración le festejaron al ahora Sumo Pontífice antes de que partiera, por pedido del Papa Francisco, al Vaticano, en 2023. En la filmación, se ve a un grupo de unas 20 mujeres mayores aplaudiendo y cantando las mañanitas, y al entonces arzobispo de Chiclayo aplaudiendo con una sonrisa, siguiendo la letra, junto a una torta casera.

“No me perdía ni una de sus homilías. Eran alucinantes. Él es muy culto y su mensaje llegaba de una manera muy directa y clara. También es muy humilde. Recuerdo la vez que celebró la misa por el tercer aniversario de la muerte de mi padre. Tras la celebración él se acercó y mi prima le dijo: ‘Padre, muchas gracias por su misa’ y él la miró y le dijo: “¿Les gustó? ¡Qué bueno!”.

Al caer la noche en el centro de Chiclayo, por momentos, se siguen escuchando las caravanas de autos que, al pasar por la Catedral, hacen escuchar sus bocinas. “Fue así todo el día. La gente está realmente muy contenta”, cuenta Vázquez Ramos.

El lugar donde el flamante Papa vivió desde fines de 2015 hasta 2023, cuando se mudó al Vaticano para estar a cargo de un dicasterio, es la quinta ciudad más grande del Perú.

Enclavada entre sierras, se encuentra a 14 kilómetros del océano Pacífico. El centro histórico, donde se entremezclan casas coloniales, edificios y construcciones precarias de varios pisos, se congestiona de tránsito varias veces por día.

Es una ciudad que supera los 600.000 habitantes y que, según sus vecinos, funciona más bien como un pueblo. “Acá todos se conocen. Por eso tantos conocen al Papa”, dice la estudiante universitaria Ángela Navarrete, de 20 años. Prevost también cosechó amistades de feligreses en los poblados de la afueras, donde tuvo un trabajo pastoral intenso.

Por su ubicación geográfica, la región de Chiclayo ha recibido en las últimas décadas migrantes venezolanos de a montones. Familias enteras que llegaron y continúan llegando a pie y con lo básico, o sin siquiera eso. Una comunidad que, a diferencia del buen recibimiento general que tiene en la Argentina, suelen ser discriminada en muchos de los países cercanos a Venezuela, como Perú.

A través de los distintos roles que fue ocupando en el obispado, y también como presidente de Cáritas, el flamante Papa prestó especial atención a esta comunidad, cuentan sus allegados.

Al Papa no le tocó ser peruano, lo eligió. Y no porque su experiencia en el país andino fuera de color de rosas. Es verdad, dicen muchos, que la pasó bien. Los parroquianos lo recuerdan cantando villancicos y canciones de José Feliciano junto a una banda en un escenario durante una fiesta juvenil; andando a caballo sobre un aguayo peruano por las calles polvorientas de las afueras de la ciudad; sonriente dando una misa multitudinaria en un tinglado con piso de tierra.

Pero también lo recuerdan andando con botas de goma entre casas inundadas durante las fuertes lluvias de 2022 y 2023, sirviendo comida en los centros de ayuda.

Y “moviendo cielo y tierra” durante la pandemia para colaborar con los hospitales de la zona.

Y así como él adoptó Chiclayo como su hogar, los pobladores de Chiclayo lo adoptaron a él como uno más.

“Se le notaba poco la tonada de extranjero. Y tenía formas lindas, que hacían que llegara a todos: a los mayores y a los más chicos. Cuando venía a dar misa en nuestro colegio, daba unas homilías muy lindas, pensadas especialmente para nosotros, que éramos adolescentes. Incluso lanzaba bromas. No se lo veía como un cura distante, todo lo contrario”, destaca Navarrete, que estudió en el colegio San Agustín.

Se enteró de la noticia estando en Lima, por el grupo de WhatsApp de exalumnas de su colegio, mientras estaba cursando en la universidad, donde estudia Diseño de Indumentaria. Enseguida llamó a su familia. “Mi abuelita lloraba. Ella solía ir a sus misas”, cuenta. Ella y todos los chicos de Chiclayo que tomaron la confirmación en 2022 recibieron el sacramento por parte del flamante Papa.

 Prevost desempeñó sus funciones durante años en Perú, hasta que en 2015 Francisco lo designó obispo de esta localidad que lo adoptó como propio  LA NACION