Lo que hay detrás de un nombre: León XIV, el pontífice de las cosas nuevas

Cuando el papa León XIV se presentó esta semana ante “la ciudad y el mundo” era inevitable pensar en la elección de su nombre: en parte proseguía la línea que en 1891 con la encíclica Rerum novarum (“Sobre las cosas nuevas”) publicó León XIII.
Éste fue un papa que gobernó la Iglesia durante largos años y se interesó tanto por la formación intelectual del clero como por la incipiente apertura política de los cristianos frente a la democracia. Fue, además, un difusor de la Iglesia en los Estados Unidos. Su famosa encíclica sigue siendo una pieza clave para el estudio inicial de la doctrina social de la Iglesia.
Puede resultar algo triste cuando algunos actores de la política argentina contemporánea nombran y evalúan a León XIII sin conocer nada de sus textos y lo confunden todo. Algunos dicen que era liberal, otros que era socialista. Si lo conocieran un poco o hubieran leído historia callarían, aunque más no fuera por vergüenza. Es verdad que la jerga religiosa a veces es un poco críptica, cuando no muchas veces (Javier Cercas en su reciente libro sobre Bergoglio llega a decir que se trata de un lenguaje anticuado y poco estético), pero de ahí a que un dirigente social que se declara fiel católico confunda, por ejemplo, liturgia con doctrina parece ya demasiado.
Volvamos ahora al actual pontífice, que sorprendió por su rápida e inesperada elección (los expertos en las peripecias vaticanas acostumbramos a equivocarnos en los pronósticos, pero no por ello dejamos de arriesgar con convicción alguna ficha): evidentemente, para nuestro asombro, este papa supo unir a los sectores reformistas de la Iglesia con los más numerosos considerados moderados, dejando fuera de juego a las fracciones ultramontanas.
Firme y reservado, Prevost es hijo de una familia de Chicago, pero de origen europeo, tanto francés como español. Sostiene que todo americano debe ser sensible ante el fenómeno de los migrantes porque, de alguna manera, todos lo somos. Y es un religioso agustino (fue superior general), una orden antigua inspirada en la espiritualidad de aquel gran Padre de la Iglesia que escribió una obra tan perdurable como pasmosamente moderna, Las confesiones. Se trata de un texto que inauguró un género literario, la autobiografía. Sigue siendo uno de los libros más editados y estudiados en todos los idiomas y tiene el encanto de las grandes narraciones íntimas y trascendentes; parece anticiparse siglos al existencialismo moderno.
Algunas de sus frases forman parte ya de nuestra cultura: “Nos hiciste para ti, oh Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que encuentre descanso en ti”.
Así se manifestaba Agustín de Hipona, el maestro espiritual del papa actual, y a la asombrosa sentencia de “ama y haz lo que quieras”, el santo agregaba: “la medida del amor es amar sin medida”, algo que bien podría verse insinuado en este discípulo.
Los agustinos atienden en Roma al menos dos iglesias maravillosas: la basílica de Santa María del Popolo y la de San Agustín, ambas con obras de Caravaggio, lo que constituye una visita obligada para todo amante del arte. Los pies de los peregrinos ante la Virgen, en la segunda basílica, tan cerca de Piazza Navona, podrían marcar cierto paralelismo con los que Prevost conoció de los feligreses pobres del Perú cuando iba a ayudar durante las inundaciones, porque este agustino estadounidense, movido por su vocación misionera se estableció Perú, donde con los años llegó a ser nombrado obispo.
Fue un pastor vestido muchas veces de civil, visitando las aldeas más olvidadas de su diócesis de Chiclayo, en la costa norte, incluso a caballo. Me escribía gente que lo admira con gran afecto para contar que él sostenía ser peruano, “porque uno no es de donde nace, sino de donde entrega el alma”. Y agregan que Chiclayo no lo miró como forastero sino que lo abrazó como hijo, a lo que él respondió con entrega total.
Este misionero humilde, culto y entregado a los más necesitados, llegó años después a ser creado cardenal y ocupar un cargo muy importante en el Vaticano: fue el prefecto del dicasterio (una suerte de ministerio) para los obispos. Es decir que asesoró a Francisco sobre el nombramiento de nuevos obispos, lo cual le supuso un conocimiento de las jerarquías católicas en todo el mundo. Fue también presidente de la pontificia comisión para América Latina (CAL), dado su conocimiento personal de este continente. La labor pastoral durante años, codo a codo con la feligresía le permitió estrechar vínculos con gran parte del laicado y entender las problemáticas que lo aquejan. Por otra parte, podría ser una figura clave para avanzar con Ecclesia in America, la exhortación apostólica de Juan Pablo II en 1999.
Cabe preguntarse, a propósito del futuro de la Iglesia, si continuará muchas de las iniciativas reformistas de Bergoglio o no. En principio parece que sí.
Pero qué los unía y qué los diferenciaba. Seguramente el amor por los más pobres era un tema común, como así también la idea de una Iglesia “en salida”, es decir al encuentro de la sociedad. Él se considera defensor de la sinodalidad y continuador de Bergoglio en varios aspectos. Los dos coincidían en recomendar escuchar antes que hablar y preguntar. También será importante la condición de León en cuanto hombre del Norte y su marcada distancia con el presidente Donald Trump, hostil con los migrantes. Acaso la diferencia se encuentre en un trato conciliador más amable y respetuoso, ajeno a reducciones políticas por parte del nuevo Papa.
Por delante estarán los hechos, los acontecimientos, las respuestas acertadas o no que deberá ensayar e ir encontrando. Los vaticanistas apuntan ahora a cuál será su primer viaje apostólico. Lo veremos…
Cuando el papa León XIV se presentó esta semana ante “la ciudad y el mundo” era inevitable pensar en la elección de su nombre: en parte proseguía la línea que en 1891 con la encíclica Rerum novarum (“Sobre las cosas nuevas”) publicó León XIII.
Éste fue un papa que gobernó la Iglesia durante largos años y se interesó tanto por la formación intelectual del clero como por la incipiente apertura política de los cristianos frente a la democracia. Fue, además, un difusor de la Iglesia en los Estados Unidos. Su famosa encíclica sigue siendo una pieza clave para el estudio inicial de la doctrina social de la Iglesia.
Puede resultar algo triste cuando algunos actores de la política argentina contemporánea nombran y evalúan a León XIII sin conocer nada de sus textos y lo confunden todo. Algunos dicen que era liberal, otros que era socialista. Si lo conocieran un poco o hubieran leído historia callarían, aunque más no fuera por vergüenza. Es verdad que la jerga religiosa a veces es un poco críptica, cuando no muchas veces (Javier Cercas en su reciente libro sobre Bergoglio llega a decir que se trata de un lenguaje anticuado y poco estético), pero de ahí a que un dirigente social que se declara fiel católico confunda, por ejemplo, liturgia con doctrina parece ya demasiado.
Volvamos ahora al actual pontífice, que sorprendió por su rápida e inesperada elección (los expertos en las peripecias vaticanas acostumbramos a equivocarnos en los pronósticos, pero no por ello dejamos de arriesgar con convicción alguna ficha): evidentemente, para nuestro asombro, este papa supo unir a los sectores reformistas de la Iglesia con los más numerosos considerados moderados, dejando fuera de juego a las fracciones ultramontanas.
Firme y reservado, Prevost es hijo de una familia de Chicago, pero de origen europeo, tanto francés como español. Sostiene que todo americano debe ser sensible ante el fenómeno de los migrantes porque, de alguna manera, todos lo somos. Y es un religioso agustino (fue superior general), una orden antigua inspirada en la espiritualidad de aquel gran Padre de la Iglesia que escribió una obra tan perdurable como pasmosamente moderna, Las confesiones. Se trata de un texto que inauguró un género literario, la autobiografía. Sigue siendo uno de los libros más editados y estudiados en todos los idiomas y tiene el encanto de las grandes narraciones íntimas y trascendentes; parece anticiparse siglos al existencialismo moderno.
Algunas de sus frases forman parte ya de nuestra cultura: “Nos hiciste para ti, oh Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que encuentre descanso en ti”.
Así se manifestaba Agustín de Hipona, el maestro espiritual del papa actual, y a la asombrosa sentencia de “ama y haz lo que quieras”, el santo agregaba: “la medida del amor es amar sin medida”, algo que bien podría verse insinuado en este discípulo.
Los agustinos atienden en Roma al menos dos iglesias maravillosas: la basílica de Santa María del Popolo y la de San Agustín, ambas con obras de Caravaggio, lo que constituye una visita obligada para todo amante del arte. Los pies de los peregrinos ante la Virgen, en la segunda basílica, tan cerca de Piazza Navona, podrían marcar cierto paralelismo con los que Prevost conoció de los feligreses pobres del Perú cuando iba a ayudar durante las inundaciones, porque este agustino estadounidense, movido por su vocación misionera se estableció Perú, donde con los años llegó a ser nombrado obispo.
Fue un pastor vestido muchas veces de civil, visitando las aldeas más olvidadas de su diócesis de Chiclayo, en la costa norte, incluso a caballo. Me escribía gente que lo admira con gran afecto para contar que él sostenía ser peruano, “porque uno no es de donde nace, sino de donde entrega el alma”. Y agregan que Chiclayo no lo miró como forastero sino que lo abrazó como hijo, a lo que él respondió con entrega total.
Este misionero humilde, culto y entregado a los más necesitados, llegó años después a ser creado cardenal y ocupar un cargo muy importante en el Vaticano: fue el prefecto del dicasterio (una suerte de ministerio) para los obispos. Es decir que asesoró a Francisco sobre el nombramiento de nuevos obispos, lo cual le supuso un conocimiento de las jerarquías católicas en todo el mundo. Fue también presidente de la pontificia comisión para América Latina (CAL), dado su conocimiento personal de este continente. La labor pastoral durante años, codo a codo con la feligresía le permitió estrechar vínculos con gran parte del laicado y entender las problemáticas que lo aquejan. Por otra parte, podría ser una figura clave para avanzar con Ecclesia in America, la exhortación apostólica de Juan Pablo II en 1999.
Cabe preguntarse, a propósito del futuro de la Iglesia, si continuará muchas de las iniciativas reformistas de Bergoglio o no. En principio parece que sí.
Pero qué los unía y qué los diferenciaba. Seguramente el amor por los más pobres era un tema común, como así también la idea de una Iglesia “en salida”, es decir al encuentro de la sociedad. Él se considera defensor de la sinodalidad y continuador de Bergoglio en varios aspectos. Los dos coincidían en recomendar escuchar antes que hablar y preguntar. También será importante la condición de León en cuanto hombre del Norte y su marcada distancia con el presidente Donald Trump, hostil con los migrantes. Acaso la diferencia se encuentre en un trato conciliador más amable y respetuoso, ajeno a reducciones políticas por parte del nuevo Papa.
Por delante estarán los hechos, los acontecimientos, las respuestas acertadas o no que deberá ensayar e ir encontrando. Los vaticanistas apuntan ahora a cuál será su primer viaje apostólico. Lo veremos…
La elección de León XIV, y los paralelos con el Papa que en 1891 escribió “Rerum novarum” LA NACION