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sábado, mayo 17, 2025
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Gachi Ferrari: fue modelo y conductora, pero tras un apasionado romance cambió su vida y fundó un imperio

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De pequeña, en su San Isidro natal, Gachi Ferrari soñaba con ser azafata y viajar por todo el mundo. Sin embargo, la vida le tendría asignado otro destino: en principio, ser una de las modelos más famosas de los 70. “Todo empezó a los 16 años, cuando acepté hacer promociones los fines de semana en un stand de La Rural con el fin de ganar unos pesos para comprarme ropa. Luego, de golpe, me llamaron de una agencia y pasé a hacer fotos publicitarias. Por mi altura no podía desfilar, pero no me importaba porque, por ejemplo, me elegían para ser la cara del chocolate Suflair y las galletitas Terrabusi”, rememora entre orgullosa y extrañada la hoy empresaria textil. Su sello personal era su sonrisa. “Yo no era sexy, era simpática, eso fue lo que me hizo ganar mucha plata, por lo que pude comprarme un auto y una casa”. Más tarde, tras ser elegida Chica Para Ti y formar parte de “Los personajes del año” de la revista Gente, fue convocada para actuar y conducir programas de televisión. Desde el vamos su target fue el público infantil, que la adoraba, y su ciclo más recordado El libro gordo de Petete.

Retirada hace ya 40 años del mundo del espectáculo, hoy se dedica a una actividad muy diferente, pero que –asegura- le demanda una gran cuota de creatividad. Es, junto a su esposo, el italiano Lando Simonetti, factótum de La Martina, la prestigiosa marca de ropa argentina con proyección internacional, relacionada con el polo, que cuenta con 20 locales en el país y 70 repartidos a lo largo y ancho del mundo. De paso por Buenos Aires (vive la mayor parte del año en Italia, en Lago Maggiore, y también en Suiza, en Chiasso, donde la empresa tiene su oficina), hizo un alto en su alejamiento de los medios y conversó con LA NACION sobre su pasado artístico, su presente empresarial y la historia de amor que lo cambió todo.

-Tu debut actoral fue en la primera versión de la telecomedia Mi cuñado, ¿no?

-Tal cual, en la versión que protagonizaban Osvaldo Miranda y Ernesto Bianco y que emitió Canal 13 en 1976. Del elenco también participaban, Gabriela Acher, Emilio Disi, Nelly Láinez. Yo hacía de hermana de Bianco y novia de Disi. Durante dos años fuimos el programa más visto de toda la televisión. A partir de ese momento me empezaron a llamar para hacer distintos tipos de programas, hasta que me convoca García Ferré y me dedico exclusivamente a los chicos.

-Pocos saben que al año siguiente participaste del film Una mujer, junto a Cipe Lincovsky y Federico Luppi. ¿Te interesó el desafio dramático?

-¿Cómo lo sabés? ¡No quedó mi escena en la película! Lo peor es que no me lo avisaron y fui al estreno con mi mamá, súper orgullosa. ¡Fue un papelón! [risas]. Hacía de una vendedora en un negocio de ropa y mis diálogos eran con Federico. Él venía a comprarle algo a su mujer y también a su amante. Se trató de una escena muy chica, pero para mí fue como trabajar en Hollywood. Hoy me río de todo eso, pero en aquel momento fue un drama.

-¿Cómo fue el paso de modelo y actriz a conductora de televisión, en 1980? ¿Qué recuerdos tenés de tu debut en ATC con A todo color, junto a Fernando Bravo?

-Era un programa de cosas raras y de récords, muy bueno, pero que no tuvo demasiada repercusión. Por ese entonces yo estaba embarazada de mi hijo Ignacio, y Fernando, que ya era todo un profesional, se comportó muy generosamente conmigo.

-Después de esa primera experiencia en la conducción se sucedieron tus participaciones en los productos televisivos de Manuel García Ferré. ¿El libro gordo de Petete fue la más importante?

-Con Ferré hice de todo: El club de Anteojito y Antifaz, La maquinola y otros programas de ese tipo, siempre para chicos, pero el que realmente me marcó y me instaló en el imaginario popular fue El libro gordo de Petete. Ese micro lo hice durante cinco años, entre mis 22 y mis 26 años.

Gachi Ferrari en el ciclo El libro gordo de Petete

-¿Cómo era la interacción con el muñeco?

-Muy fácil porque lo manejaba García Ferré junto con Néstor D´Alessandro. Ferré manejaba la cabeza y el cuerpo de Petete y D´Alessandro, los bracitos. Como era todo con telón negro –en esa época no existía el chroma- era muy fácil de hacerlo: había un espejo en el que yo debía mirarme y responder lo que me decía Petete. Fue asombroso el éxito mundial de esos micros, se llegó a traducir al japonés. Las canciones las creaba y tocaba en vivo Néstor D´Alessandro.

-También “conviviste” con La máquina de mirar.

-¡Sí! La había traído al país Cacho Fontana junto a Fernando Marín para hacer VideoShow. Y a Marín se le ocurrió hacer lo mismo para chicos, y ahí nos contrató a Berugo Carámbula, a Mónica Jouvet, a Alberto Muney y a mí. El programa se llamó Supershow infantil, iba por Canal 9 y fue un éxito fenomenal. Estábamos divididos en dos parejas, una integrada por Alberto, que era el serio del grupo y Mónica, y otra por mí, que era la zarpada y Berugo. Y después estaba La mona Margarita… que me odiaba porque amaba a Berugo y, al parecer, yo le despertaba celos. ¡Era una hija de p…, se me tiraba encima y me mordía! ¡O me tiraba del pelo y me pegaba cachetazos!¡Era de lo peor! [risas]. Yo no podía hacerle nada porque los chicos la amaban, así que cualquier respuesta mía a su agresión iba a ser muy mal tomada. Hasta que un día me dieron un fierro, yo lo levantaba un tanto amenazantemente y ella, que no era ninguna tonta, seguía de largo y ya no me molestaba. Creo que fue el trabajo más difícil de toda mi vida, te diría que hasta infrahumano.

-Con Berugo trabajaste en distintas ocasiones, ¿fue tu mejor partenaire?

-Fue un placer haber trabajado con él. Fui yo la que le propuse a García Ferré que lo sumara a El club de Anteojito y Antifaz porque me parecía carismático y muy simpático con los chicos. Después, como te conté, hicimos Supershow infantil, más tarde Cantaniño (en televisión y en cine), un programa en la radio (Arriba chicos) y así nos fuimos convirtiendo en una dupla. Tengo de él los mejores recuerdos y su muerte, tan joven, me pareció una verdadera lástima. Era un gran tipo que no merecía morir de esa manera. Pensá que él era concertista, así que imaginate lo que habrá sufrido cuando se le estropearon las manos y no pudo tocar más.

-¿Cómo fue que, dedicándote tanto al público infantil, te convocaron para formar parte del elenco de una obra con “los galancitos” en Mar del Plata?

-Eso fue en 82 o 83, cuando estaba al frente de tres programas infantiles, uno que iba los sábados y estaba dedicado a los niños más pequeños, que se llamaba Jardincito, más uno diario y otro semanal, de García Ferré. ¡Una locura! Y sucedió lo siguiente: yo era muy amiga del productor Gustavo Rozas. A sabiendas de mi éxito con los chicos, me propuso hacer una obra de teatro infantil. Pero, eso sí, acompañada de otra chica. “Porque acá hay que cantar y vos cantando sos una bestia”, me dijo [risas]. Entonces la llamó a Elvira Romey, ella cantaba y yo hacía todas las payasadas. Lo hicimos durante dos temporadas en el Teatro Regina. Y como parece que funcioné bien en el teatro infantil, se le ocurrió después que probara suerte en el teatro para adultos. Yo dudé porque me parecía un gomazo trabajar todos los días en el verano, pero al final acepté formar parte de Hasta mañana si Dios quiere, que dirigió Rodolfo Ranni, y la experiencia fue buenísima. Los chicos (Ricardo Darín y Raúl Taibo) eran un amor y mis compañeras (Ana María Picchio, Virginia Hanglin), también. Yo hacía de la novia de Raúl.

-A mediados de los 80 abandonaste el medio y la profesión, ¿por qué?

– En 1987 dije basta. Sucede que yo estaba grabando tres programas para chicos más La novicia rebelde, que al fin y al cabo fue mi último trabajo. No tenía tiempo para mi vida personal y Lando quiso que lo acompañara en sus viajes.

-¿Cuándo, dónde y cómo conociste a Lando?

-En 1982… Yo lo conocí acá, pero él vivía en los Estados Unidos, trabajaba para una empresa internacional de jeans. Su especialidad era negociar licencias de esa marca en todo el mundo. Los dos estábamos casados y bueno… en lo nuestro hubo mucha “trampa”. Nunca lo conté por respeto a mi exmarido y a mi hijo, pero como a Lando –después de ocultar “este detalle” durante 40 años- se le escapó hace poco, ya no tiene sentido negar el comienzo de nuestra historia de amor. Yo adelantaba la grabación de programas para poder encontrarnos en cualquier continente. En mi casa inventaba alguna excusa y dejaba a mi hijo al cuidado de mi marido, la mucama y mi santa madre. ¡Una vez me fui un mes! Pero llegó un momento en que eso ya no fue viable. El primero que se separó fue él, dejó a su mujer, a su trabajo excelentemente remunerado y se vino a Buenos Aires. Yo me quería morir, no me imaginaba pudiendo hacer lo mismo.

-¿Cómo lograste tomar la decisión?

-Es que no la tomé yo. En cuanto volví de mi último viaje, mi marido me dijo: “Me separo”. No me lo esperaba para nada, pero ahí respiré profundo y dije: `¡Qué bueno!´ [Risas]. ¡No tuve que hacer nada, fue un lujo! Y ahí nomás se fue de la casa y yo quedé en libertad de seguir adelante con Lando.

-¿Cómo cambió tu vida desde entonces?

-Bueno, por un tiempo corto seguí trabajando en lo mío y vivimos de lo que yo ganaba. Después Lando empezó a trabajar desde aquí para Timberland y ahí nos entró cierta plata. Con lo de uno y otro arrancamos de a poquito con La Martina, que nace con y gracias a nosotros.

-¿Cuál es tu rol en La Martina?

-Al principio fue poner plata. Cuando me separé vendí mi casa y puse toda la guita aquí adentro. Después pasé a ser “el che pibe”, hacía todo lo que fuese necesario: lavar, ir a comprar las telas, todo. Es que en un comienzo éramos solo nosotros dos. Luego, de a poco, fui aprendiendo diseño y me especialicé en ese rubro, incluyendo el diseño de los locales. No es que contratamos un arquitecto, ¿eh? Todo lo que ves acá, además de la ropa, fue idea mía.

La realeza, el kirchnerismo y Milei

-Trabajaste para una industria de masas, como es la televisiva, y ahora lo hacés para una industria más bien elitista, relacionada con el polo. ¿Cuáles son las diferencias y los pro y los contra?

-No sé si esta industria es tan de elite, sí lo es el polo. El polo es de elite porque es un deporte muy caro, eso es real. El que quiere jugar al polo tiene que tener cierta cantidad de caballos, veterinarios y petiseros, en fin, toda una estructura a su servicio que es carísima. Ahora, polo de campo y de familia tenés en todos lados. Los petiseros, que son los que adiestran los caballos, juegan espectacularmente bien y no tienen una moneda. Más allá de esta aclaración, para el afuera el polo está considerado una actividad de reyes.

-A propósito, ¿cómo se produce tu relación con la realeza británica?

-¿Cómo entramos en ese mundo? Te explico: nosotros teníamos un corner en Harrods. Parece que alguien de la realeza se enteró y entonces nos llamaron del castillo de Windsor para ver si estábamos interesados en poner un pro shop en el jardín del lugar, que es donde existe un club de polo. ¡Imaginate! Ahora, allí, vendemos –en exclusiva- de todo, desde vestimenta de polo hasta monturas, botas y cascos. Pero lo más inaudito sucedió después, cuando nos comunicaron que la reina quería inaugurar el pro shop. Y fue así nomás, vino en su autito, elogió el lugar y cortó la cinta. En nuestra representación estuvo el hijo de Lando, Adrián. Allí estamos hace más de 15 años y les regalamos las camisetas que hacemos para el equipo oficial. Pero como los príncipes no pueden usar logos, hacen con ellas charities. En una de esas estuve yo con mi hijo Ignacio y los príncipes nos vinieron a saludar porque son muy educados.

¿Qué impresión te causaron los príncipes Harry y Guillermo?

-Con ellos el protocolo es el siguiente: no podés tocarlos ni hablarles, salvo que ellos se dirijan a vos, y mucho menos pedirles por tu cuenta una foto. ¿Y qué hice yo? ¡Todo lo contrario! [risas]. Al primero que enganché fue a William (Guillermo), que es altísimo, y me le puse a hablar en inglés, idioma que hablo como el traste, pero, como no me importa nada, me mando como si fuera Shakespeare. De golpe se agacha y me da un beso. Y como temí que el fotógrafo de la realeza no hubiera llegado a tomar ese momento, le dije: “William, en la Argentina, en señal de agradecimiento, se dan dos besos”. ¡Y entonces me volvió a besar! [risas] Yo, chocha. Con Harry me pasó algo parecido aunque él es más antipatiquito. William, en cambio, es un tierno. Luego, no tuvieron problemas en enviarme las fotos al hotel.

-En base a tu experiencia de todos estos años, ¿en qué estado se encuentra hoy la industria textil?

-Está muy lastimada en todos lados. Acá, porque el país está tratando de salir adelante, aunque le está costando muchísimo. Hoy el argentino no tiene suficiente plata como para gratificarse con la compra de algo, menos de ropa. Es que en realidad nadie necesita ropa, el que compra algo es porque quiere tener algo nuevo o hacer un presente. Hasta hace un tiempo nosotros dependíamos del turismo, pero ahora, con este dólar, hay cero turismo. Para cualquier turista hoy la Argentina es carísima, a nivel del disparate. Pero ya tuvimos épocas jorobadísimas, como las de 2001 y 2008, así que supongo que también zafaremos de esta. En Europa a la industria textil no le va mejor, las guerras pusieron en estado de alerta a la gente y eso frenó el consumo; a un nivel tal que, por ejemplo, Vuitton y Gucci bajaron sus ventas en un 20 y un 30 por ciento, respectivamente.

-En las redes sociales apoyás claramente al actual gobierno. Incluso impulsás el “Milei 2027”. ¿Cuánto te interesa la política? ¿Aceptarías un cargo?

-Yo siempre soy jefa de mesa. Vengo especialmente del exterior para cumplir con mi obligación cívica, pero nunca aceptaría un cargo político, para nada. Simplemente soy una ciudadana que quiere lo mejor para el país. Y hoy creo que (Javier Milei) es la única alternativa que nos queda. Este tipo, te guste o no te guste, está haciendo las cosas que deberíamos haber hecho los últimos 20 años. Por eso, aunque esté loquísimo, tenemos que darle bola. Si no, es volver al kirchnerismo y yo no quiero volver al kirchnerismo.

-¿Te fue mal durante el kirchnerismo?

-No, me fue bárbaro. Con el kirchnerismo gané un montón de plata porque la gente tenía papelitos y me compraban mucho. No me puedo quejar de eso, obviamente, ni de toda aquella época, pero no la quiero otra vez para mi país. Dejaron a la Argentina en ruinas. Por eso apoyo a este tipo que es la única lucesita, allá en el fondo, que nos puede iluminar el camino y ayudar a crecer. Si somos un país rico y tenemos de todo, ¿cómo puede ser que haya gente pobre que no coma diariamente? Hay que acabar con las coimas, los chorros y los ñoquis. Esta es nuestra última oportunidad.

-¿Extrañás la popularidad?

-Al principio, sí, la extrañaba. Estaba acostumbrada a que me reconocieran en la calle y me pidieron autógrafos en cualquier lado, en los restaurantes, en los supermercados, bah, donde fuere. Me perseguían todos, desde las madres hasta los niños y nunca rechacé a nadie, siempre fui muy agradecida por el reconocimiento, el cariño y los besos. Pero a los dos años de abandonar la profesión, ya no me reconocía nadie. ¿Qué pasó?, me preguntaba. Fue muy feo, horrible. Me costó aceptarlo.

-¿Hoy volverías a la actividad artística, aunque sea esporádicamente?

-¿A los 72 años? No, no, ya no.

-¿Por qué creés que ya no existen programas infantiles en la televisión abierta?

-Porque los chicos cambiaron rotundamente. Hoy los niños tienen un teléfono en una mano y una tablet en la otra, cuentan con mucha información. Hoy un programa como el de Xuxa o como el que hacía yo no lo vería nadie. Tal vez podrían verlos los más chiquititos, los muy, pero muy chiquititos, pero yo tenía un público de hasta 12 ó 14 años. Ese público mayorcito ahora no se bancaría ni en pedo mis viejas propuestas ni una hora sentado frente al televisor.

-¿Las nuevas formas de entretenimiento infantiles son necesariamente mejores?

-No, mirá justamente el drama de los chicos de 12 y 14 años que juegan por plata en el colegio. El que era mi público ahora está atrapado en el vicio del juego. ¡Un horror! Así que imaginate si yo hoy, desde una pantalla les diría: `hola chicos, soy Gachi y vamos a hacer tal cosa…” ¡Me matan! [Risas].

Los nietos, el sexo y Louis Vuitton

-Ahora que sos abuela, ¿cómo es la relación con tus nietos? ¿Saben que fuiste idolatrada por los niños? ¿Te creen?

-No, no están al tanto de mi pasado. Les muestro algunas cosas, pero no las comprenden. Es que son muy chiquitos. Las hijas de mi hijo tienen cinco años y uno. Los nietos de Lando, en cambio, tienen de 15 a 21. Mis nietos viven en Uruguay, junto a sus padres porque allí tenemos un emprendimiento. El hijo de Lando vive en Madrid, con sus cuatro chicos. Así que estamos repartidos por todo el mundo.

-¿Solés ver cada tanto los programas en los que participaste? ¿Qué sentís?

-Justamente estuve viendo algo en estos días, con motivo de esta nota y fue como un volver a vivir… Y me dio muchísimas ganas de encontrar mi primer trabajo. ¿Sabés cuál fue? Una publicidad que hice a los seis años, cuando no era ni Gachi ni nada, por insistencia de mi mamá. Recuerdo perfectamente que estaba vestida con un vestidito color azul francia y circulaba con una canastita por La Franco Inglesa, que en los 50 era una súper perfumería. La quería encontrar para mostrársela a mi nieta Mali, la de 5 años, porque está desesperada por empezar a actuar. Ella es un avión a chorro, hermosísima y muy caradura, igualita a mí cuando era chica. Tal vez sea ella la que recoja el guante y se convierta en una actriz con todas las letras. Me encantaría.

-Hablando de Lando, ¿cuál ha sido la fórmula para estar tantos años juntos?

-El sexo. En un principio, claro. Ahora no tanto… (risas). Al comienzo lo nuestro era una locura. Éramos una pareja completamente pasional. Lo nuestro fue un clinch tan grande que no nos podíamos despegar. Realmente fue eso lo que nos unió, el sexo y después vino La Martina, pero el éxito de la empresa nunca desplazó del primer lugar al sexo.

-¿Es verdad que Louis Viutton quiso comprar La Martina?

-Es cierto. Eso fue hace como 15 años. Un día nos llama Juan Navarro, un tipo que en ese entonces se dedicaba a comprar todas las marcas para un pool, y así se hizo de Lacoste, Paula Cahen D´Anvers, Freddo y Musimundo. Nos invitó a su casa y le dijo a Lando que (el director ejecutivo de Louis Viutton) Bernard Arnault quería tener una charla personal con él. Por supuesto Lando dijo que sí y se fue a encontrar con él en París. Recibió una gran oferta, irrechazable en términos económicos, pero de todos modos le dijo que no.

-¿Por qué?

-A él le dijo cualquier cosa, pero a mí me dijo la verdad. “¿Vos querés que venda mi sueño? Ni loco, ¿Qué hago el lunes a la mañana?“. A mí me gusta mucho más la guita que a él, así que no sé qué le hubiera contestado a Arnaut cara a cara, pero hoy ni Lando ni yo nos arrepentimos de aquella decisión. En la empresa están depositados todos nuestros años de esfuerzos, penurias y logros. En fin, La Martina es nuestra vida.

 

De pequeña, en su San Isidro natal, Gachi Ferrari soñaba con ser azafata y viajar por todo el mundo. Sin embargo, la vida le tendría asignado otro destino: en principio, ser una de las modelos más famosas de los 70. “Todo empezó a los 16 años, cuando acepté hacer promociones los fines de semana en un stand de La Rural con el fin de ganar unos pesos para comprarme ropa. Luego, de golpe, me llamaron de una agencia y pasé a hacer fotos publicitarias. Por mi altura no podía desfilar, pero no me importaba porque, por ejemplo, me elegían para ser la cara del chocolate Suflair y las galletitas Terrabusi”, rememora entre orgullosa y extrañada la hoy empresaria textil. Su sello personal era su sonrisa. “Yo no era sexy, era simpática, eso fue lo que me hizo ganar mucha plata, por lo que pude comprarme un auto y una casa”. Más tarde, tras ser elegida Chica Para Ti y formar parte de “Los personajes del año” de la revista Gente, fue convocada para actuar y conducir programas de televisión. Desde el vamos su target fue el público infantil, que la adoraba, y su ciclo más recordado El libro gordo de Petete.

Retirada hace ya 40 años del mundo del espectáculo, hoy se dedica a una actividad muy diferente, pero que –asegura- le demanda una gran cuota de creatividad. Es, junto a su esposo, el italiano Lando Simonetti, factótum de La Martina, la prestigiosa marca de ropa argentina con proyección internacional, relacionada con el polo, que cuenta con 20 locales en el país y 70 repartidos a lo largo y ancho del mundo. De paso por Buenos Aires (vive la mayor parte del año en Italia, en Lago Maggiore, y también en Suiza, en Chiasso, donde la empresa tiene su oficina), hizo un alto en su alejamiento de los medios y conversó con LA NACION sobre su pasado artístico, su presente empresarial y la historia de amor que lo cambió todo.

-Tu debut actoral fue en la primera versión de la telecomedia Mi cuñado, ¿no?

-Tal cual, en la versión que protagonizaban Osvaldo Miranda y Ernesto Bianco y que emitió Canal 13 en 1976. Del elenco también participaban, Gabriela Acher, Emilio Disi, Nelly Láinez. Yo hacía de hermana de Bianco y novia de Disi. Durante dos años fuimos el programa más visto de toda la televisión. A partir de ese momento me empezaron a llamar para hacer distintos tipos de programas, hasta que me convoca García Ferré y me dedico exclusivamente a los chicos.

-Pocos saben que al año siguiente participaste del film Una mujer, junto a Cipe Lincovsky y Federico Luppi. ¿Te interesó el desafio dramático?

-¿Cómo lo sabés? ¡No quedó mi escena en la película! Lo peor es que no me lo avisaron y fui al estreno con mi mamá, súper orgullosa. ¡Fue un papelón! [risas]. Hacía de una vendedora en un negocio de ropa y mis diálogos eran con Federico. Él venía a comprarle algo a su mujer y también a su amante. Se trató de una escena muy chica, pero para mí fue como trabajar en Hollywood. Hoy me río de todo eso, pero en aquel momento fue un drama.

-¿Cómo fue el paso de modelo y actriz a conductora de televisión, en 1980? ¿Qué recuerdos tenés de tu debut en ATC con A todo color, junto a Fernando Bravo?

-Era un programa de cosas raras y de récords, muy bueno, pero que no tuvo demasiada repercusión. Por ese entonces yo estaba embarazada de mi hijo Ignacio, y Fernando, que ya era todo un profesional, se comportó muy generosamente conmigo.

-Después de esa primera experiencia en la conducción se sucedieron tus participaciones en los productos televisivos de Manuel García Ferré. ¿El libro gordo de Petete fue la más importante?

-Con Ferré hice de todo: El club de Anteojito y Antifaz, La maquinola y otros programas de ese tipo, siempre para chicos, pero el que realmente me marcó y me instaló en el imaginario popular fue El libro gordo de Petete. Ese micro lo hice durante cinco años, entre mis 22 y mis 26 años.

Gachi Ferrari en el ciclo El libro gordo de Petete

-¿Cómo era la interacción con el muñeco?

-Muy fácil porque lo manejaba García Ferré junto con Néstor D´Alessandro. Ferré manejaba la cabeza y el cuerpo de Petete y D´Alessandro, los bracitos. Como era todo con telón negro –en esa época no existía el chroma- era muy fácil de hacerlo: había un espejo en el que yo debía mirarme y responder lo que me decía Petete. Fue asombroso el éxito mundial de esos micros, se llegó a traducir al japonés. Las canciones las creaba y tocaba en vivo Néstor D´Alessandro.

-También “conviviste” con La máquina de mirar.

-¡Sí! La había traído al país Cacho Fontana junto a Fernando Marín para hacer VideoShow. Y a Marín se le ocurrió hacer lo mismo para chicos, y ahí nos contrató a Berugo Carámbula, a Mónica Jouvet, a Alberto Muney y a mí. El programa se llamó Supershow infantil, iba por Canal 9 y fue un éxito fenomenal. Estábamos divididos en dos parejas, una integrada por Alberto, que era el serio del grupo y Mónica, y otra por mí, que era la zarpada y Berugo. Y después estaba La mona Margarita… que me odiaba porque amaba a Berugo y, al parecer, yo le despertaba celos. ¡Era una hija de p…, se me tiraba encima y me mordía! ¡O me tiraba del pelo y me pegaba cachetazos!¡Era de lo peor! [risas]. Yo no podía hacerle nada porque los chicos la amaban, así que cualquier respuesta mía a su agresión iba a ser muy mal tomada. Hasta que un día me dieron un fierro, yo lo levantaba un tanto amenazantemente y ella, que no era ninguna tonta, seguía de largo y ya no me molestaba. Creo que fue el trabajo más difícil de toda mi vida, te diría que hasta infrahumano.

-Con Berugo trabajaste en distintas ocasiones, ¿fue tu mejor partenaire?

-Fue un placer haber trabajado con él. Fui yo la que le propuse a García Ferré que lo sumara a El club de Anteojito y Antifaz porque me parecía carismático y muy simpático con los chicos. Después, como te conté, hicimos Supershow infantil, más tarde Cantaniño (en televisión y en cine), un programa en la radio (Arriba chicos) y así nos fuimos convirtiendo en una dupla. Tengo de él los mejores recuerdos y su muerte, tan joven, me pareció una verdadera lástima. Era un gran tipo que no merecía morir de esa manera. Pensá que él era concertista, así que imaginate lo que habrá sufrido cuando se le estropearon las manos y no pudo tocar más.

-¿Cómo fue que, dedicándote tanto al público infantil, te convocaron para formar parte del elenco de una obra con “los galancitos” en Mar del Plata?

-Eso fue en 82 o 83, cuando estaba al frente de tres programas infantiles, uno que iba los sábados y estaba dedicado a los niños más pequeños, que se llamaba Jardincito, más uno diario y otro semanal, de García Ferré. ¡Una locura! Y sucedió lo siguiente: yo era muy amiga del productor Gustavo Rozas. A sabiendas de mi éxito con los chicos, me propuso hacer una obra de teatro infantil. Pero, eso sí, acompañada de otra chica. “Porque acá hay que cantar y vos cantando sos una bestia”, me dijo [risas]. Entonces la llamó a Elvira Romey, ella cantaba y yo hacía todas las payasadas. Lo hicimos durante dos temporadas en el Teatro Regina. Y como parece que funcioné bien en el teatro infantil, se le ocurrió después que probara suerte en el teatro para adultos. Yo dudé porque me parecía un gomazo trabajar todos los días en el verano, pero al final acepté formar parte de Hasta mañana si Dios quiere, que dirigió Rodolfo Ranni, y la experiencia fue buenísima. Los chicos (Ricardo Darín y Raúl Taibo) eran un amor y mis compañeras (Ana María Picchio, Virginia Hanglin), también. Yo hacía de la novia de Raúl.

-A mediados de los 80 abandonaste el medio y la profesión, ¿por qué?

– En 1987 dije basta. Sucede que yo estaba grabando tres programas para chicos más La novicia rebelde, que al fin y al cabo fue mi último trabajo. No tenía tiempo para mi vida personal y Lando quiso que lo acompañara en sus viajes.

-¿Cuándo, dónde y cómo conociste a Lando?

-En 1982… Yo lo conocí acá, pero él vivía en los Estados Unidos, trabajaba para una empresa internacional de jeans. Su especialidad era negociar licencias de esa marca en todo el mundo. Los dos estábamos casados y bueno… en lo nuestro hubo mucha “trampa”. Nunca lo conté por respeto a mi exmarido y a mi hijo, pero como a Lando –después de ocultar “este detalle” durante 40 años- se le escapó hace poco, ya no tiene sentido negar el comienzo de nuestra historia de amor. Yo adelantaba la grabación de programas para poder encontrarnos en cualquier continente. En mi casa inventaba alguna excusa y dejaba a mi hijo al cuidado de mi marido, la mucama y mi santa madre. ¡Una vez me fui un mes! Pero llegó un momento en que eso ya no fue viable. El primero que se separó fue él, dejó a su mujer, a su trabajo excelentemente remunerado y se vino a Buenos Aires. Yo me quería morir, no me imaginaba pudiendo hacer lo mismo.

-¿Cómo lograste tomar la decisión?

-Es que no la tomé yo. En cuanto volví de mi último viaje, mi marido me dijo: “Me separo”. No me lo esperaba para nada, pero ahí respiré profundo y dije: `¡Qué bueno!´ [Risas]. ¡No tuve que hacer nada, fue un lujo! Y ahí nomás se fue de la casa y yo quedé en libertad de seguir adelante con Lando.

-¿Cómo cambió tu vida desde entonces?

-Bueno, por un tiempo corto seguí trabajando en lo mío y vivimos de lo que yo ganaba. Después Lando empezó a trabajar desde aquí para Timberland y ahí nos entró cierta plata. Con lo de uno y otro arrancamos de a poquito con La Martina, que nace con y gracias a nosotros.

-¿Cuál es tu rol en La Martina?

-Al principio fue poner plata. Cuando me separé vendí mi casa y puse toda la guita aquí adentro. Después pasé a ser “el che pibe”, hacía todo lo que fuese necesario: lavar, ir a comprar las telas, todo. Es que en un comienzo éramos solo nosotros dos. Luego, de a poco, fui aprendiendo diseño y me especialicé en ese rubro, incluyendo el diseño de los locales. No es que contratamos un arquitecto, ¿eh? Todo lo que ves acá, además de la ropa, fue idea mía.

La realeza, el kirchnerismo y Milei

-Trabajaste para una industria de masas, como es la televisiva, y ahora lo hacés para una industria más bien elitista, relacionada con el polo. ¿Cuáles son las diferencias y los pro y los contra?

-No sé si esta industria es tan de elite, sí lo es el polo. El polo es de elite porque es un deporte muy caro, eso es real. El que quiere jugar al polo tiene que tener cierta cantidad de caballos, veterinarios y petiseros, en fin, toda una estructura a su servicio que es carísima. Ahora, polo de campo y de familia tenés en todos lados. Los petiseros, que son los que adiestran los caballos, juegan espectacularmente bien y no tienen una moneda. Más allá de esta aclaración, para el afuera el polo está considerado una actividad de reyes.

-A propósito, ¿cómo se produce tu relación con la realeza británica?

-¿Cómo entramos en ese mundo? Te explico: nosotros teníamos un corner en Harrods. Parece que alguien de la realeza se enteró y entonces nos llamaron del castillo de Windsor para ver si estábamos interesados en poner un pro shop en el jardín del lugar, que es donde existe un club de polo. ¡Imaginate! Ahora, allí, vendemos –en exclusiva- de todo, desde vestimenta de polo hasta monturas, botas y cascos. Pero lo más inaudito sucedió después, cuando nos comunicaron que la reina quería inaugurar el pro shop. Y fue así nomás, vino en su autito, elogió el lugar y cortó la cinta. En nuestra representación estuvo el hijo de Lando, Adrián. Allí estamos hace más de 15 años y les regalamos las camisetas que hacemos para el equipo oficial. Pero como los príncipes no pueden usar logos, hacen con ellas charities. En una de esas estuve yo con mi hijo Ignacio y los príncipes nos vinieron a saludar porque son muy educados.

¿Qué impresión te causaron los príncipes Harry y Guillermo?

-Con ellos el protocolo es el siguiente: no podés tocarlos ni hablarles, salvo que ellos se dirijan a vos, y mucho menos pedirles por tu cuenta una foto. ¿Y qué hice yo? ¡Todo lo contrario! [risas]. Al primero que enganché fue a William (Guillermo), que es altísimo, y me le puse a hablar en inglés, idioma que hablo como el traste, pero, como no me importa nada, me mando como si fuera Shakespeare. De golpe se agacha y me da un beso. Y como temí que el fotógrafo de la realeza no hubiera llegado a tomar ese momento, le dije: “William, en la Argentina, en señal de agradecimiento, se dan dos besos”. ¡Y entonces me volvió a besar! [risas] Yo, chocha. Con Harry me pasó algo parecido aunque él es más antipatiquito. William, en cambio, es un tierno. Luego, no tuvieron problemas en enviarme las fotos al hotel.

-En base a tu experiencia de todos estos años, ¿en qué estado se encuentra hoy la industria textil?

-Está muy lastimada en todos lados. Acá, porque el país está tratando de salir adelante, aunque le está costando muchísimo. Hoy el argentino no tiene suficiente plata como para gratificarse con la compra de algo, menos de ropa. Es que en realidad nadie necesita ropa, el que compra algo es porque quiere tener algo nuevo o hacer un presente. Hasta hace un tiempo nosotros dependíamos del turismo, pero ahora, con este dólar, hay cero turismo. Para cualquier turista hoy la Argentina es carísima, a nivel del disparate. Pero ya tuvimos épocas jorobadísimas, como las de 2001 y 2008, así que supongo que también zafaremos de esta. En Europa a la industria textil no le va mejor, las guerras pusieron en estado de alerta a la gente y eso frenó el consumo; a un nivel tal que, por ejemplo, Vuitton y Gucci bajaron sus ventas en un 20 y un 30 por ciento, respectivamente.

-En las redes sociales apoyás claramente al actual gobierno. Incluso impulsás el “Milei 2027”. ¿Cuánto te interesa la política? ¿Aceptarías un cargo?

-Yo siempre soy jefa de mesa. Vengo especialmente del exterior para cumplir con mi obligación cívica, pero nunca aceptaría un cargo político, para nada. Simplemente soy una ciudadana que quiere lo mejor para el país. Y hoy creo que (Javier Milei) es la única alternativa que nos queda. Este tipo, te guste o no te guste, está haciendo las cosas que deberíamos haber hecho los últimos 20 años. Por eso, aunque esté loquísimo, tenemos que darle bola. Si no, es volver al kirchnerismo y yo no quiero volver al kirchnerismo.

-¿Te fue mal durante el kirchnerismo?

-No, me fue bárbaro. Con el kirchnerismo gané un montón de plata porque la gente tenía papelitos y me compraban mucho. No me puedo quejar de eso, obviamente, ni de toda aquella época, pero no la quiero otra vez para mi país. Dejaron a la Argentina en ruinas. Por eso apoyo a este tipo que es la única lucesita, allá en el fondo, que nos puede iluminar el camino y ayudar a crecer. Si somos un país rico y tenemos de todo, ¿cómo puede ser que haya gente pobre que no coma diariamente? Hay que acabar con las coimas, los chorros y los ñoquis. Esta es nuestra última oportunidad.

-¿Extrañás la popularidad?

-Al principio, sí, la extrañaba. Estaba acostumbrada a que me reconocieran en la calle y me pidieron autógrafos en cualquier lado, en los restaurantes, en los supermercados, bah, donde fuere. Me perseguían todos, desde las madres hasta los niños y nunca rechacé a nadie, siempre fui muy agradecida por el reconocimiento, el cariño y los besos. Pero a los dos años de abandonar la profesión, ya no me reconocía nadie. ¿Qué pasó?, me preguntaba. Fue muy feo, horrible. Me costó aceptarlo.

-¿Hoy volverías a la actividad artística, aunque sea esporádicamente?

-¿A los 72 años? No, no, ya no.

-¿Por qué creés que ya no existen programas infantiles en la televisión abierta?

-Porque los chicos cambiaron rotundamente. Hoy los niños tienen un teléfono en una mano y una tablet en la otra, cuentan con mucha información. Hoy un programa como el de Xuxa o como el que hacía yo no lo vería nadie. Tal vez podrían verlos los más chiquititos, los muy, pero muy chiquititos, pero yo tenía un público de hasta 12 ó 14 años. Ese público mayorcito ahora no se bancaría ni en pedo mis viejas propuestas ni una hora sentado frente al televisor.

-¿Las nuevas formas de entretenimiento infantiles son necesariamente mejores?

-No, mirá justamente el drama de los chicos de 12 y 14 años que juegan por plata en el colegio. El que era mi público ahora está atrapado en el vicio del juego. ¡Un horror! Así que imaginate si yo hoy, desde una pantalla les diría: `hola chicos, soy Gachi y vamos a hacer tal cosa…” ¡Me matan! [Risas].

Los nietos, el sexo y Louis Vuitton

-Ahora que sos abuela, ¿cómo es la relación con tus nietos? ¿Saben que fuiste idolatrada por los niños? ¿Te creen?

-No, no están al tanto de mi pasado. Les muestro algunas cosas, pero no las comprenden. Es que son muy chiquitos. Las hijas de mi hijo tienen cinco años y uno. Los nietos de Lando, en cambio, tienen de 15 a 21. Mis nietos viven en Uruguay, junto a sus padres porque allí tenemos un emprendimiento. El hijo de Lando vive en Madrid, con sus cuatro chicos. Así que estamos repartidos por todo el mundo.

-¿Solés ver cada tanto los programas en los que participaste? ¿Qué sentís?

-Justamente estuve viendo algo en estos días, con motivo de esta nota y fue como un volver a vivir… Y me dio muchísimas ganas de encontrar mi primer trabajo. ¿Sabés cuál fue? Una publicidad que hice a los seis años, cuando no era ni Gachi ni nada, por insistencia de mi mamá. Recuerdo perfectamente que estaba vestida con un vestidito color azul francia y circulaba con una canastita por La Franco Inglesa, que en los 50 era una súper perfumería. La quería encontrar para mostrársela a mi nieta Mali, la de 5 años, porque está desesperada por empezar a actuar. Ella es un avión a chorro, hermosísima y muy caradura, igualita a mí cuando era chica. Tal vez sea ella la que recoja el guante y se convierta en una actriz con todas las letras. Me encantaría.

-Hablando de Lando, ¿cuál ha sido la fórmula para estar tantos años juntos?

-El sexo. En un principio, claro. Ahora no tanto… (risas). Al comienzo lo nuestro era una locura. Éramos una pareja completamente pasional. Lo nuestro fue un clinch tan grande que no nos podíamos despegar. Realmente fue eso lo que nos unió, el sexo y después vino La Martina, pero el éxito de la empresa nunca desplazó del primer lugar al sexo.

-¿Es verdad que Louis Viutton quiso comprar La Martina?

-Es cierto. Eso fue hace como 15 años. Un día nos llama Juan Navarro, un tipo que en ese entonces se dedicaba a comprar todas las marcas para un pool, y así se hizo de Lacoste, Paula Cahen D´Anvers, Freddo y Musimundo. Nos invitó a su casa y le dijo a Lando que (el director ejecutivo de Louis Viutton) Bernard Arnault quería tener una charla personal con él. Por supuesto Lando dijo que sí y se fue a encontrar con él en París. Recibió una gran oferta, irrechazable en términos económicos, pero de todos modos le dijo que no.

-¿Por qué?

-A él le dijo cualquier cosa, pero a mí me dijo la verdad. “¿Vos querés que venda mi sueño? Ni loco, ¿Qué hago el lunes a la mañana?“. A mí me gusta mucho más la guita que a él, así que no sé qué le hubiera contestado a Arnaut cara a cara, pero hoy ni Lando ni yo nos arrepentimos de aquella decisión. En la empresa están depositados todos nuestros años de esfuerzos, penurias y logros. En fin, La Martina es nuestra vida.

 

 En una extensa entrevista con LA NACION, Gachi Ferrari rememora su pasado y reflexiona sobre su presente; además confiesa quién fue su peor “compañera de trabajo” y revela la fórmula del éxito de su matrimonio con el dueño de La Martina  LA NACION