¿Crece el gap entre los motivados y los que no? “Darse maña” y el futuro de la IA aplicada

En el mes de febrero comenzó a difundirse, primero en X y luego en otras redes en los medios, un nuevo término para referirse a quienes trabajan de manera intensiva con Inteligencia Artificial (IA): el “vibe coding” primero para los programadores y luego para trabajadores en general, que supuestamente “vibrand” o “fluyen” al ritmo de la IA.
El concepto reemplazó al de “susurradores” o al más viejo de “ingenieros en prompts”, y rápidamente los posteos se llenaron de imágenes relajadas y música chill out, más propias de estar en la playa por hacer surf. De inmediato surgieron infinitos cursos para este nuevo aspiracional, el de los “vibe workers” que, decía la promesa, van a poder transformar esas ideas que uno tiene a medio cocinar en el cerebro, como por arte de magia y con la ayuda automática de herramientas y agentes de esta tecnología en boom.
La experiencia del primer semestre para quienes se metieron de lleno en este océano de conocimiento muestra un panorama menos romántico. Hay ganancias de productividad, sí, pero que requieren un compromiso y un esfuerzo mental constante.
“La conclusión de que uno debe tener una idea más o menos buena y luego ‘fluir’ con IA hasta llevarla a la realidad es errónea”, sostuvo en un ensayo reciente la futurista canadiense Sinead Bowell. Bowell puso el ejemplo de los proyectos de startups que llegan a ser aceptados en la aceleradora Y Combinator, en un proceso que es más difícil (a nivel estadístico) que entrar a la Universidad de Harvard.
A pesar de que el foco mediático en los últimos meses estuvo puesto en noticias de cómo delegaron en IA el 95% de la escritura de código, “en realidad esa es la parte fácil”, sostiene Bowell. “Todo el trabajo más difícil (la estrategia, el pensamiento crítico, la validación del mercado, encontrar un ‘por qué’, la diferenciación de la competencia) ya fue hecho previamente, de manera muy trabajosa”. Como sostuvo la experta en comunicación Verónica Cheja en un reciente posteo en LinkedIn, el “pico y pala” sigue siendo la clave, más allá del despliegue de la IA.
Es más, Bowell redobla la apuesta: la IA en realidad va a ensanchar la brecha entre los motivados (o entusiastas, no necesariamente optimistas) y los que no lo están. “Aquellos que crean en este camino fácil de ‘del pensamiento al producto’ (un término acuñado por el ex CEO de Google Eric Schmidt) se están perdiendo el hecho de que esto va a estar disponible para todos, con lo cual las barreras de entrada colapsarán, y por lo tanto el desafío para tener éxito se va a incrementar en varios órdenes de magnitud”.
Seguro habrá unos meses de arbitraje entre quienes usen y no usen IA, pero muy pronto ese terreno se va a equilibrar. “Mientras los posteos sobre el ‘vibe working’ y la productividad sin esfuerzo se hacen virales, debemos mirar más profundo. Para los motivados, los curiosos, los que disfrutan de aprender, el boom de IAG (Inteligencia Artificial Generativa) ofrece una oportunidad increíble. Para los desmotivados, intelectualmente pasivos y que buscan atajos, el riesgo es el de una declinación y el de una pérdida neta en la medida que el mundo demanda pensamiento más sofisticado”, concluye la futurista canadiense.
Años atrás, el actor y guionista Danián Driezik (ex “Los Melli”) estrenó en el teatro su obra “La Maña”, cuyo resumen era: “Un hombre, obsesionado con el mar, naufraga en aguas dudosas. Está solo en una isla y tiene que sobrevivir, pero esta tarea se ve entorpecida por un obstáculo: que el hombre no tiene maña, no se da “maña” para resolver problemas”.
Si este personaje tuviera que reinventarse en la era de la IA, como nos sucede a la mayoría, estaría en serios problemas. “Darse maña” es una habilidad distinta a la inteligencia (aunque a menudo están correlacionadas): implica una sed de conocimiento, una preferencia por las actividades cognitivamente demandantes, en paralelo con un disfrute de ese viaje de aprendizaje.
Pasión por el esfuerzo
A fin de 2024 se publicó un artículo muy bueno en la revista Psyche, donde se resaltaba que la pasión por el esfuerzo mental (“algo que es distinto de la inteligencia”, se destaca en el título) genera muchos beneficios sobre el bienestar, que va más allá de un mejor rendimiento en la escuela o en el trabajo. La autora de este ensayo es Josephine Zerna, una investigadora de la Universidad de Tecnología de Dresden, en Alemania.
Zerna destaca que esta “necesidad de conocimiento” es un músculo que se entrena en todas las decisiones de la vida cotidiana. “Todo el tiempo estamos eligiendo hacerlo (flexibilizar este músculo) o no, sin saber a veces exactamente qué nos motiva. Si vemos una serie al volver del trabajo, podemos optar por una comedia fácil de seguir o por un policial de misterio que nos demanda más atención, y lo mismo sucede con un libro. En una reunión con amigos podemos votar por jugar al Twister o al Catán u otro juego de estrategia; y si nos vamos de vacaciones también elegimos previamente si hacer un research profundo para determinar los mejores lugares a visitar. Todos estos dilemas incluyen decisiones sobre distintos niveles de esfuerzo mental”.
La gente que tiene esta característica no es, necesariamente, más inteligente que otra (aunque hay una correlación positiva): la clave está en que disfrutan el viaje del conocimiento. Y la investigadora de Dresden cita estudios que asocian este tipo de personalidades con un mayor bienestar y equilibrio emocional.
Este es un músculo, también resalta, que se puede entrenar. Esto se ve muy claro en el mundo de los speedcubers (quienes compiten en cubo Rubik). No hay en este terreno personas con 150 de IQ (algunos sí, pero no es una condición necesaria), lo que los distingue es la pasión por mejorar y descubrir un atajo nuevo que lleve a resolver un cubo Rubik más rápido que la vez anterior. No hay “meseta del OK”, siempre están en modo mejora permanente.
A nivel personal, el Rubik fue un “gimnasio” para este músculo, que lleva a preferir naturalmente resolver un Clock o un 3×3; o a armar un sudoku, antes que escrolear en IG o TikTok en modo zombi. Se te automatiza esa función, se vuelve el default.
Todo lo anterior vale para la curiosidad, que no es necesariamente lo mismo que “preferencia por el esfuerzo cognitivo”, pero se le parece en muchos aspectos. Cuanto más sabés, más querés saber. En términos del físico y futurista ruso Andrei Vazhnov, el conocimiento es una isla cuyo contorno va creciendo a medida que aumenta el saber, pero en paralelo también lo hace la conciencia sobre el océano que tenemos enfrente: el de nuestra ignorancia.
En el mes de febrero comenzó a difundirse, primero en X y luego en otras redes en los medios, un nuevo término para referirse a quienes trabajan de manera intensiva con Inteligencia Artificial (IA): el “vibe coding” primero para los programadores y luego para trabajadores en general, que supuestamente “vibrand” o “fluyen” al ritmo de la IA.
El concepto reemplazó al de “susurradores” o al más viejo de “ingenieros en prompts”, y rápidamente los posteos se llenaron de imágenes relajadas y música chill out, más propias de estar en la playa por hacer surf. De inmediato surgieron infinitos cursos para este nuevo aspiracional, el de los “vibe workers” que, decía la promesa, van a poder transformar esas ideas que uno tiene a medio cocinar en el cerebro, como por arte de magia y con la ayuda automática de herramientas y agentes de esta tecnología en boom.
La experiencia del primer semestre para quienes se metieron de lleno en este océano de conocimiento muestra un panorama menos romántico. Hay ganancias de productividad, sí, pero que requieren un compromiso y un esfuerzo mental constante.
“La conclusión de que uno debe tener una idea más o menos buena y luego ‘fluir’ con IA hasta llevarla a la realidad es errónea”, sostuvo en un ensayo reciente la futurista canadiense Sinead Bowell. Bowell puso el ejemplo de los proyectos de startups que llegan a ser aceptados en la aceleradora Y Combinator, en un proceso que es más difícil (a nivel estadístico) que entrar a la Universidad de Harvard.
A pesar de que el foco mediático en los últimos meses estuvo puesto en noticias de cómo delegaron en IA el 95% de la escritura de código, “en realidad esa es la parte fácil”, sostiene Bowell. “Todo el trabajo más difícil (la estrategia, el pensamiento crítico, la validación del mercado, encontrar un ‘por qué’, la diferenciación de la competencia) ya fue hecho previamente, de manera muy trabajosa”. Como sostuvo la experta en comunicación Verónica Cheja en un reciente posteo en LinkedIn, el “pico y pala” sigue siendo la clave, más allá del despliegue de la IA.
Es más, Bowell redobla la apuesta: la IA en realidad va a ensanchar la brecha entre los motivados (o entusiastas, no necesariamente optimistas) y los que no lo están. “Aquellos que crean en este camino fácil de ‘del pensamiento al producto’ (un término acuñado por el ex CEO de Google Eric Schmidt) se están perdiendo el hecho de que esto va a estar disponible para todos, con lo cual las barreras de entrada colapsarán, y por lo tanto el desafío para tener éxito se va a incrementar en varios órdenes de magnitud”.
Seguro habrá unos meses de arbitraje entre quienes usen y no usen IA, pero muy pronto ese terreno se va a equilibrar. “Mientras los posteos sobre el ‘vibe working’ y la productividad sin esfuerzo se hacen virales, debemos mirar más profundo. Para los motivados, los curiosos, los que disfrutan de aprender, el boom de IAG (Inteligencia Artificial Generativa) ofrece una oportunidad increíble. Para los desmotivados, intelectualmente pasivos y que buscan atajos, el riesgo es el de una declinación y el de una pérdida neta en la medida que el mundo demanda pensamiento más sofisticado”, concluye la futurista canadiense.
Años atrás, el actor y guionista Danián Driezik (ex “Los Melli”) estrenó en el teatro su obra “La Maña”, cuyo resumen era: “Un hombre, obsesionado con el mar, naufraga en aguas dudosas. Está solo en una isla y tiene que sobrevivir, pero esta tarea se ve entorpecida por un obstáculo: que el hombre no tiene maña, no se da “maña” para resolver problemas”.
Si este personaje tuviera que reinventarse en la era de la IA, como nos sucede a la mayoría, estaría en serios problemas. “Darse maña” es una habilidad distinta a la inteligencia (aunque a menudo están correlacionadas): implica una sed de conocimiento, una preferencia por las actividades cognitivamente demandantes, en paralelo con un disfrute de ese viaje de aprendizaje.
Pasión por el esfuerzo
A fin de 2024 se publicó un artículo muy bueno en la revista Psyche, donde se resaltaba que la pasión por el esfuerzo mental (“algo que es distinto de la inteligencia”, se destaca en el título) genera muchos beneficios sobre el bienestar, que va más allá de un mejor rendimiento en la escuela o en el trabajo. La autora de este ensayo es Josephine Zerna, una investigadora de la Universidad de Tecnología de Dresden, en Alemania.
Zerna destaca que esta “necesidad de conocimiento” es un músculo que se entrena en todas las decisiones de la vida cotidiana. “Todo el tiempo estamos eligiendo hacerlo (flexibilizar este músculo) o no, sin saber a veces exactamente qué nos motiva. Si vemos una serie al volver del trabajo, podemos optar por una comedia fácil de seguir o por un policial de misterio que nos demanda más atención, y lo mismo sucede con un libro. En una reunión con amigos podemos votar por jugar al Twister o al Catán u otro juego de estrategia; y si nos vamos de vacaciones también elegimos previamente si hacer un research profundo para determinar los mejores lugares a visitar. Todos estos dilemas incluyen decisiones sobre distintos niveles de esfuerzo mental”.
La gente que tiene esta característica no es, necesariamente, más inteligente que otra (aunque hay una correlación positiva): la clave está en que disfrutan el viaje del conocimiento. Y la investigadora de Dresden cita estudios que asocian este tipo de personalidades con un mayor bienestar y equilibrio emocional.
Este es un músculo, también resalta, que se puede entrenar. Esto se ve muy claro en el mundo de los speedcubers (quienes compiten en cubo Rubik). No hay en este terreno personas con 150 de IQ (algunos sí, pero no es una condición necesaria), lo que los distingue es la pasión por mejorar y descubrir un atajo nuevo que lleve a resolver un cubo Rubik más rápido que la vez anterior. No hay “meseta del OK”, siempre están en modo mejora permanente.
A nivel personal, el Rubik fue un “gimnasio” para este músculo, que lleva a preferir naturalmente resolver un Clock o un 3×3; o a armar un sudoku, antes que escrolear en IG o TikTok en modo zombi. Se te automatiza esa función, se vuelve el default.
Todo lo anterior vale para la curiosidad, que no es necesariamente lo mismo que “preferencia por el esfuerzo cognitivo”, pero se le parece en muchos aspectos. Cuanto más sabés, más querés saber. En términos del físico y futurista ruso Andrei Vazhnov, el conocimiento es una isla cuyo contorno va creciendo a medida que aumenta el saber, pero en paralelo también lo hace la conciencia sobre el océano que tenemos enfrente: el de nuestra ignorancia.
El uso de inteligencia artificial va a ensanchar la brecha entre los motivados (o entusiastas) y los que no lo están, vaticinan expertos; las barreras de entrada colapsarán, y el desafío para tener éxito será mayor LA NACION