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domingo, junio 22, 2025
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La inventiva de Lautaro y una sutileza de Valentín Carboni salvaron del papelón a un Inter que parece atado con alambres

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Cincuenta y tres argentinos disputan el Mundial de Clubes en equipos de ligas ajenas, y por segunda vez en una semana, dos de ellos rescataron a los suyos de caídas que parecían cantadas. Lo hicieron Ángel Di María y Nicolás Otamendi en Benfica frente a Boca; lo repitieron Lautaro Martínez y Valentín Carboni, incluso con más angustia y mejor resultado, porque el segundo gol fue en tiempo de descuento, y porque en este caso significó darle al Inter de Milán un triunfo –2 a 1 ante el Urawa Red Diamonds japonés– que la pobreza del juego desplegado no permitía ni siquiera aventurar.

A 17 minutos del silbato final, el conjunto subcampeón de Italia y la Champions League era una sombra desfigurada de sí mismo que se paseaba por el césped del estadio de Seattle. Sin ideas, sin variantes, casi sin destino. En ese momento Nicolo Barella ejecutó un córner desde la izquierda y Lautaro Martínez, encimado por un defensor, giró, se puso de espaldas al arco, lanzó el cuerpo hacia atrás y enganchó el remate de derecha, a media altura, una especie de media chilena que fue a clavarse arriba, a centímetros del travesaño para establecer el empate.

Un rato después, y cuando los nerazzurri ya se habían sacudido la inopia que los había gobernado durante todo el partido y encerraban al equipo nipón en su área, Valentín Carboni, que reaparecía nueve meses después de su rotura de ligamentos, capturó un rebote en el área y acomodó la pelota junto a la base del palo derecho: 2-1 y primer festejo con la camiseta del Inter para el pibe que llevaba 20 minutos en la cancha.

La indomable vergüenza deportiva y la inventiva de Lautaro habían salvado al Inter del papelón; la definición sutil de Carboni lo puso imprevistamente en carrera para meterse en octavos de final. Pero ninguna de las dos cosas alcanza para disimular el estado actual de un equipo que aparenta tener el indicador del combustible titilando en rojo furioso.

Lo mejor del partido

El rumano Cristian Chivu fue en su etapa de jugador un ídolo del Inter, con nueve títulos ganados en 169 partidos jugados durante seis temporadas, incluyendo una Copa de Europa y 3 ligas, además de ser declarado mejor futbolista del Calcio dos años consecutivos. Hace apenas un par de semanas, luego de la estrepitosa caída ante el PSG en la final de la Champions y la posterior marcha de Simone Inzaghi a Arabia Saudita, decidió transmutar su imagen cercana a la de un prócer por la muy inestable de apuesta arriesgada, y sus gestos durante los 90 minutos denotaron que, por ahora, no es feliz con el cambio.

A sus 44 años, y con apenas 13 partidos de experiencia como entrenador en Primera División al frente del Parma sobre el cierre de la última campaña, aceptó la llamada de su casa adoptiva para asumir una serie de retos con diferentes grados de complejidad. El más inmediato, afrontar un campeonato del mundo con un plantel física y psicológicamente atado con alambres.

A la frustración por los títulos perdidos hay que sumarles el agotamiento generalizado y un rosario de lesiones musculares. En el debut contra Rayados de Monterrey no fueron titulares Dumfries, Çalhanoglu, Frattesi, Zielinski y Bisseck, mientras Thuram y Dimarco estuvieron menos de media hora en el campo. Contra los japoneses del Urawa, el lateral italiano estuvo en el once inicial, el delantero francés ni siquiera se sentó en el banco, y por otro lado Chivu les dio descanso a Pavard y Acerbi, mientras que Bastoni y Mkhitaryan ingresaron avanzada la segunda mitad. Si faltaba algo más, Mehdi Taremi continúa en su Irán natal, atrapado por el conflicto bélico que envuelve a su país e Israel.

Esto obliga a Chivu a hacer pruebas, más allá de su voluntad. “No estamos en pretemporada. No es el momento de quitar certezas porque el equipo tiene identidad, solo necesitamos más velocidad y contundencia frente al arco que en el primer partido”, dijo el técnico en la previa al choque contra los japoneses. Después, hizo lo contrario. Trasladó a Darmian y Carlos Augusto, laterales con recorrido y vocación de ataque, a la posición de marcadores centrales; y acumuló jóvenes con escasas presencias en el equipo, como Stefano Esposito, el brasileño Luis Henrique y, más tarde, Pio Esposito, el croata Susic y el propio Carboni. En definitiva, desmanteló cualquier estructura previa de funcionamiento. Y para colmo, a los 10 minutos ya perdía 1 a 0.

Analizar el rendimiento de un equipo en estas condiciones es un ejercicio poco útil. Más aún si, como se asegura, Çalhanoglu, Dumfries y Frattesi podrían estar listos para el partido ante River, pero no deja de ser un llamado de atención. Porque esta segunda presentación del Inter fue francamente mala, decepcionante. Intentó la remontada tirando cientos de centros a la olla contra un rival que esperaba con hasta 8 o 9 jugadores metidos en su área, y demoró una eternidad en buscar otras alternativas.

Al inexperto Chivu y a los alicaídos nerazzurri acabaron salvándolo dos del medio centenar de argentinos que integran los equipos de otras latitudes, la misma carta ganadora que rescató al Benfica días atrás. Es mucho para no resignarse nunca a la derrota; suena a poco si la pretensión es terminar la temporada levantando una copa.

Cincuenta y tres argentinos disputan el Mundial de Clubes en equipos de ligas ajenas, y por segunda vez en una semana, dos de ellos rescataron a los suyos de caídas que parecían cantadas. Lo hicieron Ángel Di María y Nicolás Otamendi en Benfica frente a Boca; lo repitieron Lautaro Martínez y Valentín Carboni, incluso con más angustia y mejor resultado, porque el segundo gol fue en tiempo de descuento, y porque en este caso significó darle al Inter de Milán un triunfo –2 a 1 ante el Urawa Red Diamonds japonés– que la pobreza del juego desplegado no permitía ni siquiera aventurar.

A 17 minutos del silbato final, el conjunto subcampeón de Italia y la Champions League era una sombra desfigurada de sí mismo que se paseaba por el césped del estadio de Seattle. Sin ideas, sin variantes, casi sin destino. En ese momento Nicolo Barella ejecutó un córner desde la izquierda y Lautaro Martínez, encimado por un defensor, giró, se puso de espaldas al arco, lanzó el cuerpo hacia atrás y enganchó el remate de derecha, a media altura, una especie de media chilena que fue a clavarse arriba, a centímetros del travesaño para establecer el empate.

Un rato después, y cuando los nerazzurri ya se habían sacudido la inopia que los había gobernado durante todo el partido y encerraban al equipo nipón en su área, Valentín Carboni, que reaparecía nueve meses después de su rotura de ligamentos, capturó un rebote en el área y acomodó la pelota junto a la base del palo derecho: 2-1 y primer festejo con la camiseta del Inter para el pibe que llevaba 20 minutos en la cancha.

La indomable vergüenza deportiva y la inventiva de Lautaro habían salvado al Inter del papelón; la definición sutil de Carboni lo puso imprevistamente en carrera para meterse en octavos de final. Pero ninguna de las dos cosas alcanza para disimular el estado actual de un equipo que aparenta tener el indicador del combustible titilando en rojo furioso.

Lo mejor del partido

El rumano Cristian Chivu fue en su etapa de jugador un ídolo del Inter, con nueve títulos ganados en 169 partidos jugados durante seis temporadas, incluyendo una Copa de Europa y 3 ligas, además de ser declarado mejor futbolista del Calcio dos años consecutivos. Hace apenas un par de semanas, luego de la estrepitosa caída ante el PSG en la final de la Champions y la posterior marcha de Simone Inzaghi a Arabia Saudita, decidió transmutar su imagen cercana a la de un prócer por la muy inestable de apuesta arriesgada, y sus gestos durante los 90 minutos denotaron que, por ahora, no es feliz con el cambio.

A sus 44 años, y con apenas 13 partidos de experiencia como entrenador en Primera División al frente del Parma sobre el cierre de la última campaña, aceptó la llamada de su casa adoptiva para asumir una serie de retos con diferentes grados de complejidad. El más inmediato, afrontar un campeonato del mundo con un plantel física y psicológicamente atado con alambres.

A la frustración por los títulos perdidos hay que sumarles el agotamiento generalizado y un rosario de lesiones musculares. En el debut contra Rayados de Monterrey no fueron titulares Dumfries, Çalhanoglu, Frattesi, Zielinski y Bisseck, mientras Thuram y Dimarco estuvieron menos de media hora en el campo. Contra los japoneses del Urawa, el lateral italiano estuvo en el once inicial, el delantero francés ni siquiera se sentó en el banco, y por otro lado Chivu les dio descanso a Pavard y Acerbi, mientras que Bastoni y Mkhitaryan ingresaron avanzada la segunda mitad. Si faltaba algo más, Mehdi Taremi continúa en su Irán natal, atrapado por el conflicto bélico que envuelve a su país e Israel.

Esto obliga a Chivu a hacer pruebas, más allá de su voluntad. “No estamos en pretemporada. No es el momento de quitar certezas porque el equipo tiene identidad, solo necesitamos más velocidad y contundencia frente al arco que en el primer partido”, dijo el técnico en la previa al choque contra los japoneses. Después, hizo lo contrario. Trasladó a Darmian y Carlos Augusto, laterales con recorrido y vocación de ataque, a la posición de marcadores centrales; y acumuló jóvenes con escasas presencias en el equipo, como Stefano Esposito, el brasileño Luis Henrique y, más tarde, Pio Esposito, el croata Susic y el propio Carboni. En definitiva, desmanteló cualquier estructura previa de funcionamiento. Y para colmo, a los 10 minutos ya perdía 1 a 0.

Analizar el rendimiento de un equipo en estas condiciones es un ejercicio poco útil. Más aún si, como se asegura, Çalhanoglu, Dumfries y Frattesi podrían estar listos para el partido ante River, pero no deja de ser un llamado de atención. Porque esta segunda presentación del Inter fue francamente mala, decepcionante. Intentó la remontada tirando cientos de centros a la olla contra un rival que esperaba con hasta 8 o 9 jugadores metidos en su área, y demoró una eternidad en buscar otras alternativas.

Al inexperto Chivu y a los alicaídos nerazzurri acabaron salvándolo dos del medio centenar de argentinos que integran los equipos de otras latitudes, la misma carta ganadora que rescató al Benfica días atrás. Es mucho para no resignarse nunca a la derrota; suena a poco si la pretensión es terminar la temporada levantando una copa.

 Al inexperto Chivu y a los alicaídos nerazzurri acabaron salvándolo dos del medio centenar de argentinos que integran los equipos de otras latitudes  LA NACION