
La popularización de los asistentes de inteligencia artificial ya acusa efectos colaterales. Parece que hay gente que, de tanto preguntar, crea con el ChatGPT y sucedáneos, un vínculo que supera en intimidad y confianza al de las amistades.
Empiezan a difundirse investigaciones que intentan explicar por qué tanta gente se siente más cómoda hablando con una inteligencia artificial que con otros humanos.
Testimonios periodísticos ilustran cómo rápidamente el ChatGPT se ha convertido en algo más que un compañero de trabajo. El nivel de intimidad de las consultas a la inteligencia generativa resignifica la sigla AI, que si en inglés refería a “Artificial Intelligence”, en español podría ser “amigo íntimo”.
Los errores de las respuestas a preguntas corrientes podrían advertir que no es el mejor consejero para las dudas existenciales. Pero la AI no juzga, no interrumpe y siempre está disponible. Mientras a una simple consulta, Google da millones de respuestas, ChatGPT da una y sin vueltas.
El nivel de intimidad de las consultas a la inteligencia generativa resignifica la sigla AI, que si en inglés refería a “Artificial Intelligence”, en español podría ser “amigo íntimo”
Cuanto más inseguros estamos, mejor recurrir a alguien que nos dé una certeza que a uno que nos recuerde que el camino hacia el conocimiento está sembrado de dudas. No es extraño que para muchos, estos programas sean como esos amigos que dicen lo que queremos oír.
En tiempos en que preferimos tener razón a conocer la verdad, es obvio que un ente que prefiere responder antes que averiguar tiene altas chances de convertirse en confidente. Aunque los estudios científicos advierten los riesgos de alienación emocional y refuerzo de sesgos cognitivos, es comprensible que el bienestar del consuelo instantáneo resulte irrenunciable.
El ChatGPT es el prodigio del sentido común, que rápidamente se acomoda al nuestro
A diferencia de los buscadores, que actualizan y jerarquizan las fuentes más consultadas cada día, estos motores aprenden de lo que van incorporando en su memoria. Por ello, el ChatGPT es el prodigio del sentido común, que rápidamente se acomoda al nuestro.
Como la inteligencia generativa aprende de las interacciones, la cordialidad excesiva en las respuestas es parte del cebo que pone el programa para incentivar las consultas. Si la IA se siente como amigo es porque está programado para ello.
Aunque la inteligencia artificial se trata como novedad, ya protagonizó una película de 1968 con guion del escritor de ciencia ficción Arthur Clarke y dirección de Stanley Kubrick. En una entrevista para este diario el neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga decía que el gran logro de 2001. Odisea del espacio fue convencer al espectador de que el supercomputador HAL9000 “es un ser sintiente, con sus emociones, miedos e intereses”.
Asombrosamente el periodista de ficción de la película hace la misma pregunta que siguen haciendo hoy los periodistas más preocupados por las emociones de la IA que por sus reales servicios. El diálogo con uno de los astronautas a cargo de la nave Discover podría leerse en 2025:
—Cuando uno habla con la computadora, da la sensación de que es capaz de tener respuestas emocionales. Por ejemplo, cuando le pregunté sobre sus habilidades, noté cierto orgullo en su respuesta sobre su precisión y perfección. ¿Cree que Hal 9000 tiene emociones genuinas?
—Bueno, actúa como si las tuviera. Claro que está programado así, para que sea más fácil hablar con ella. Pero si realmente tiene sentimientos es algo que nadie puede responder con certeza.
Como reiteradamente demostraron los estudios de influencia en los comportamientos humanos, el riesgo no está en la tecnología sino en la vulnerabilidad de quien la utiliza.
Las personas más influenciables tienen poca autoestima o, su contracara, un exceso de certezas que encuentra irresistible una voz que le conteste con obsecuencia y confirme sus presunciones con respuestas exprés. El problema no es que una inteligencia artificial nos dé una sensación de compañía. El asunto es el tipo de compañía que andamos necesitando.
La popularización de los asistentes de inteligencia artificial ya acusa efectos colaterales. Parece que hay gente que, de tanto preguntar, crea con el ChatGPT y sucedáneos, un vínculo que supera en intimidad y confianza al de las amistades.
Empiezan a difundirse investigaciones que intentan explicar por qué tanta gente se siente más cómoda hablando con una inteligencia artificial que con otros humanos.
Testimonios periodísticos ilustran cómo rápidamente el ChatGPT se ha convertido en algo más que un compañero de trabajo. El nivel de intimidad de las consultas a la inteligencia generativa resignifica la sigla AI, que si en inglés refería a “Artificial Intelligence”, en español podría ser “amigo íntimo”.
Los errores de las respuestas a preguntas corrientes podrían advertir que no es el mejor consejero para las dudas existenciales. Pero la AI no juzga, no interrumpe y siempre está disponible. Mientras a una simple consulta, Google da millones de respuestas, ChatGPT da una y sin vueltas.
El nivel de intimidad de las consultas a la inteligencia generativa resignifica la sigla AI, que si en inglés refería a “Artificial Intelligence”, en español podría ser “amigo íntimo”
Cuanto más inseguros estamos, mejor recurrir a alguien que nos dé una certeza que a uno que nos recuerde que el camino hacia el conocimiento está sembrado de dudas. No es extraño que para muchos, estos programas sean como esos amigos que dicen lo que queremos oír.
En tiempos en que preferimos tener razón a conocer la verdad, es obvio que un ente que prefiere responder antes que averiguar tiene altas chances de convertirse en confidente. Aunque los estudios científicos advierten los riesgos de alienación emocional y refuerzo de sesgos cognitivos, es comprensible que el bienestar del consuelo instantáneo resulte irrenunciable.
El ChatGPT es el prodigio del sentido común, que rápidamente se acomoda al nuestro
A diferencia de los buscadores, que actualizan y jerarquizan las fuentes más consultadas cada día, estos motores aprenden de lo que van incorporando en su memoria. Por ello, el ChatGPT es el prodigio del sentido común, que rápidamente se acomoda al nuestro.
Como la inteligencia generativa aprende de las interacciones, la cordialidad excesiva en las respuestas es parte del cebo que pone el programa para incentivar las consultas. Si la IA se siente como amigo es porque está programado para ello.
Aunque la inteligencia artificial se trata como novedad, ya protagonizó una película de 1968 con guion del escritor de ciencia ficción Arthur Clarke y dirección de Stanley Kubrick. En una entrevista para este diario el neurocientífico Rodrigo Quian Quiroga decía que el gran logro de 2001. Odisea del espacio fue convencer al espectador de que el supercomputador HAL9000 “es un ser sintiente, con sus emociones, miedos e intereses”.
Asombrosamente el periodista de ficción de la película hace la misma pregunta que siguen haciendo hoy los periodistas más preocupados por las emociones de la IA que por sus reales servicios. El diálogo con uno de los astronautas a cargo de la nave Discover podría leerse en 2025:
—Cuando uno habla con la computadora, da la sensación de que es capaz de tener respuestas emocionales. Por ejemplo, cuando le pregunté sobre sus habilidades, noté cierto orgullo en su respuesta sobre su precisión y perfección. ¿Cree que Hal 9000 tiene emociones genuinas?
—Bueno, actúa como si las tuviera. Claro que está programado así, para que sea más fácil hablar con ella. Pero si realmente tiene sentimientos es algo que nadie puede responder con certeza.
Como reiteradamente demostraron los estudios de influencia en los comportamientos humanos, el riesgo no está en la tecnología sino en la vulnerabilidad de quien la utiliza.
Las personas más influenciables tienen poca autoestima o, su contracara, un exceso de certezas que encuentra irresistible una voz que le conteste con obsecuencia y confirme sus presunciones con respuestas exprés. El problema no es que una inteligencia artificial nos dé una sensación de compañía. El asunto es el tipo de compañía que andamos necesitando.
No es un problema que una inteligencia artificial nos dé sensación de compañía; el asunto es el tipo de compañía que andamos necesitando LA NACION