Moisés Naím: “Hay que pensar bien con qué se reemplaza lo que la motosierra destruye”

Poría considerarse a Moisés Naím dentro del grupo más selecto de analistas contemporáneos, si no fuera porque su perspectiva lo ubica más allá. Inició su carrera en Venezuela, donde llegó a ser ministro de Industria y Comercio antes de que llegara el régimen chavista, lo que le da un profundo conocimiento de la región. Pero su prestigio internacional se forjó en dos instituciones globales, el Banco Mundial y la revista Foreign Policy, donde editó a los principales pensadores occidentales.
Como el dios Jano, que la mitología representa con dos caras, Naím mira el sur desde el norte, y viceversa. Por eso puede describir como sistémicos movimientos políticos que desde un punto geográfico pueden parecer coyunturales. Se considera columnista antes que analista y tiene el músculo periodístico que forja el gimnasio de la actualidad, que no muchos intelectuales visitan. De ahí proviene una lectura perspicaz de la realidad mundial, de la que nacen libros que se leen en todo el mundo.
Por caso, en una de sus columnas llamó a 2018 “el año de los charlatanes” para ilustrar el auge global de figuras públicas que venden soluciones simples, instantáneas e indoloras a problemas complejos, apelando más a la emoción que a la razón. Y Charlatanes es el título de su nuevo libro (escrito en coautoría con Quico Toro), que lleva un subtítulo elocuente: “Cómo los estafadores, embaucadores y farsantes engañan a los medios, los mercados y las masas”. A inicios de 2026 el libro tendrá su versión en español.
Inspiró esa columna una serie del Oeste de los años 50 en la que, curiosamente, un personaje llamado Walter Trump vendía sombrillas mágicas contra el fin del mundo. Cualquier similitud con el presente no es mera coincidencia. Para Naím, como entonces, vivimos tiempos de ansiedad colectiva y desconfianza en las instituciones que recrean el terreno ideal para que los charlatanes prosperen.
La norma en estos tiempos es que los gobiernos fracasan. El fracaso es la característica fundamental de la gobernabilidad
Naím asocia aquella serie televisiva con el poema “La era de la ansiedad”, que W. H. Auden escribió en 1947, para afirmar que los populistas de hoy son eco de los de ayer, tanto como los del norte se espejan en los del sur. La entrevista que brindó desde Washington por videoconferencia trata de rescatar esas sistematicidades que explican las coyunturas.
–Cada vez son menos los países considerados democracias plenas. ¿Cuánto de esta fragilidad está en la constitución misma del sistema?
–Hace poco, el profesor Steven Levitsky declaró que Estados Unidos ha dejado de ser una democracia plena y que estamos en un autoritarismo competitivo. Es una frase contundente de un investigador de Harvard respetado y objetivo, experto en cómo las democracias se convierten en autocracias [Levitsky es coautor con Daniel Ziblatt de Cómo mueren las democracias, de 2018]. Ante el hecho de que Estados Unidos ha dejado de ser una democracia de manera furtiva, de una forma muchas veces difícil de detectar, cabe preguntarse cómo será la democracia en otros países con menos fortalezas. Si hemos perdido esa democracia, como dice Levitsky, qué estará pasando con la democracia en países con instituciones más frágiles.
–Siempre se veía a Estados Unidos como un ejemplo de alternancia democrática, ¿qué ha pasado ahí?
–Un problema es la conducta poco eficaz que ha tenido el Partido Demócrata, hoy fragmentado en muchas facciones. Más que un partido es una coalición poco orgánica de diferentes grupos de interés, de generaciones y necesidades diversas. Están confundidos, asustados y enredados buscando un camino.
–El estilo de Donald Trump tiene antecedentes en América Latina, pero sorprende que la democracia estadounidense sea permeable a esos liderazgos.
–Efectivamente, es la gran sorpresa. Por eso debemos preocuparnos por lo frágil y vulnerable que es la democracia y lo fácil que es tumbarla en estos tiempos. Los jefes de Estado llegan al poder a través de elecciones más o menos creíbles y legítimas, pero en cuanto llegan al gobierno, se encargan de desvencijarlo. Como está pasando en Estados Unidos con los migrantes y la manera en cómo son tratados los hispanos. En cómo aliados solidarios son maltratados, como Canadá, México o Groenlandia. Si tuviera que identificar una foto que sintetice lo que está pasando, es esa en que vemos agentes del FBI llevándose detenida a la jueza Hannah Dugan, del condado de Milwaukee, que había permitido que se escabullera un latino que buscó protección en la corte. Eso es una ruptura clara de la división de poderes. Los padres fundadores dedicaron todos los esfuerzos para que su nueva democracia tuviese una verdadera división de poderes. Donde los tres poderes, ejecutivo, judicial y legislativo, estuvieran en el mismo nivel. Es la primera vez en que esa división se rompe tan flagrantemente. La esencia de estos primeros meses de Trump es haber conculcado la división de poderes.
En esta pospolítica, o antipolítica, en la que nada funciona y los partidos políticos son vistos como tóxicos, la gente en la calle está pidiendo soluciones inmediatas
–¿Cuánto de la atención mundial por estos procesos se debe a que los protagoniza una potencia, desafiando el prejuicio de que eran cosa de países periféricos?
–Así es. La norma en estos tiempos es que los gobiernos fracasan. El fracaso es la característica fundamental de la gobernabilidad. Es difícil pensar cuándo fue la última vez que vimos un gobierno digno de admiración sostenida. Digo, no porque haya tomado una o dos medidas dignas de encomio, sino porque sistemáticamente gobierna manteniendo la estabilidad política y económica. Ese es un lujo que los gobiernos actuales no se pueden dar. Pero como deben gobernar, recurren al salvataje de las tres pes: el populismo, la polarización, la posverdad.
–El Índex de democracia de The Economist Intelligence Unit muestra el declive democrático en los últimos 25 años en las variables cultura política, procesos electorales, gobierno y derechos civiles. El único indicador que mejora es la participación ciudadana. Con sus más y sus menos, ¿puede ser Venezuela un ejemplo de esto?
–Es así. Y es un caso digno de encomio y de esperanza. Dicho eso, hay que estar alerta, porque este activismo de la gente no está siendo canalizado por los partidos políticos. La gente activada políticamente no quiere saber nada con ellos. En esta pospolítica, o antipolítica, en la que nada funciona y los partidos políticos son vistos como tóxicos, la gente en la calle está pidiendo soluciones inmediatas. Eso me lleva a otro de los problemas más importantes en estos tiempos, que es la brecha entre el tiempo mínimo necesario para aliviar un problema público y el tiempo político para que eso ocurra. Ninguno de los problemas que nos afecta hoy es susceptible de ser aliviado de manera rápida e indolora. Tienen complejidades enormes y requieren tiempo para ser resueltos. El tiempo político se lleva por delante ese tiempo mínimo necesario. ¿Cómo esperar diez años para ver resultados frente a tal volatilidad del tiempo político?
–¿Qué tan dispuestos están los partidos políticos tradicionales a dejar la bandera de subsistencia a corto plazo y ponerse al servicio de la democracia a mediano plazo?
–Los partidos están formados por ciudadanos. El político también necesita oportunidades de garantizar su cargo, porque tiene familia que mantener, deseos que satisfacer. Los políticos están viendo todo el tiempo para dónde va el viento y pocos logran romper esa esclavitud de las preferencias inmediatas de los votantes. Quizás alguna minoría pueda independizarse de este yugo, pero no muchos ni por mucho tiempo.
Los charlatanes siempre han existido. Son los influencers de la historia, pero ahora están empoderados por la tecnología
–Eso me lleva al reciente fallecimiento de Mario Vargas Llosa, una voz potente que contrasta con la polarización de los intelectuales, más cerca de la antipolítica que de la política.
–El ejemplo es extraordinariamente fértil para hablar de estos temas. Todos admiramos a Vargas Llosa como gigante de las letras, pero también como activista político que, con ideas claras, estuvo dispuesto a tomar riesgos. Tanto así que se lanzó a la candidatura presidencial de su país, Perú, y fue derrotado por un entonces anónimo profesor de una universidad de agricultura del interior que se llamaba Alberto Fujimori, que permaneció en el poder décadas y moldeó al Perú que existe hoy. Este Vargas Llosa ilustra muy bien hasta dónde se le puede exigir comprensión de estos complejos momentos a votantes que quizá no están preparados o están distraídos. Han sido manipulados, trampeados. Vargas Llosa hubiera sido un presidente fantástico. Y, sin embargo, lo derrota un candidato marginal que se convierte en un gigante de la política peruana. Fujimori encarnó lo que después se hizo tan popular en América Latina y en otras partes, como es el autogolpe, que ocurre cuando el presidente desde el poder empieza a socavar la democracia.
–¿Qué relación tiene el autogolpe con el poder?
–El autogolpe se está popularizando como instrumento de captura y retención indefinida del poder. Los golpes solían caracterizarse por imágenes de aviones bombardeando la casa presidencial. Eran siempre golpes de Estado militares. Ahora no hay soldados en la calle sino abogados metiéndose en las instituciones del gobierno, despidiendo gente, etc. Son los activistas de la antidemocracia en acción, protegidos por el gobierno y por los poderes fácticos que socavan las instituciones de manera furtiva, de manera poco visible al ojo no entrenado.
–¿Era esto lo que le hizo ser tan cauteloso con los resultados esperables en las últimas elecciones de Venezuela?
–Venezuela es un país ocupado por otras potencias, donde los carteles criminales no van a dejar el poder simplemente porque haya una votación. No pueden existir si no se mantienen desde la violencia y la operación criminal. Países como Rusia, Irán, Turquía, China tienen intereses importantes en Venezuela. O como Cuba, que lleva décadas entrenando a una pequeña élite de represión y de tortura y de manipulación del pueblo. La frase más equivocada en estos tiempos es que los problemas de Venezuela solo los pueden solucionar los venezolanos. Los venezolanos están divididos entre quienes están con el régimen de opresión y tortura que hoy representa Nicolás Maduro, y quienes son víctimas de esa dictadura. Lamentablemente, el problema no lo van a resolver quienes hoy están muy solos en la oposición. Estoy pensando en el movimiento liderado por María Corina Machado, que es digno de admiración, apoyo y solidaridad. Pero solos no van a poder. La solución pasa por ver cuáles son las conductas de las potencias extranjeras y las de los grupos no gubernamentales, tales como los carteles del narcotráfico, del lavado de dinero, de todo esto, en un mundo donde las categorías históricas de gobierno y oposición ya no funcionan.
–¿Podría decirse que está cuestionado el principio de soberanía? Era un principio indiscutible, pero hoy parece haberse vuelto un escudo para tiranos.
–Claro que sí, pero lamentablemente los obstáculos a vencer son enormes. Ilustra esta tendencia de pensamiento la declaración de Trump de que va a tratar de que Estados Unidos salga de las Naciones Unidas. ¿Cómo podría tener éxito un movimiento de restauración de la soberanía en este contexto?
–Esta decisión no puede analizarse sin el dato de la baja confianza en instituciones como la ONU, e incluso la Unión Europea.
–Es una tendencia mundial. Los índices de confianza han venido declinando y ya hemos pasado a la desconfianza como norma global. Ya no es solo la desconfianza en las instituciones, en el Poder judicial, en los partidos políticos. Es la desconfianza del ciudadano común hacia sus vecinos, en el mundo de los negocios, donde bastaba en el pasado darse la mano para formalizar un acuerdo. Hoy la desconfianza reina.
–¿Cómo se ve desde Estados Unidos el gobierno de Javier Milei?
–Primero, felicitando a los argentinos, que por primera vez pudieron tomar una decisión tan drástica, tan difícil. Eso es aliviar el problema en parte, pero todavía no ha sido solucionado. Están logrando cosas que ningún gobierno había logrado antes, pero queda una segunda etapa de reconstrucción institucional alineada a las nuevas realidades del mundo y de la Argentina. No basta con ir con una motosierra a los actos públicos: hay que pensar bien con qué se reemplaza lo que la motosierra está destruyendo. Pareciera que la capacidad de Milei no es la paciencia de construir instituciones. Él es un ejemplo revelador de las consecuencias que tiene la brecha entre el tiempo político y el tiempo mínimo necesario para tomar decisiones. En la Argentina, la gente está pasándola mal. Las decisiones son necesarias, pero mucho más necesario es la creación de instituciones. Una cosa es firmar en un papel reformas políticas y económicas y otra impulsar la construcción de instituciones más modernas y alineadas a las exigencias del siglo XXI.
–Si en La revancha de los poderosos analiza cómo los líderes autoritarios manipulan la verdad y polarizan a la sociedad, en Charlatanes el foco se amplía hacia figuras no necesariamente políticas, pero igualmente influyentes y peligrosas. ¿Por qué este libro?
–Mi inquietud era ver cómo era fácil estafar a los votantes con mentiras y manipularlos. Y descubrí que eso estaba ocurriendo no solo en la política, sino en todos los ámbitos, como la religión, los negocios, la astrología. Los charlatanes siempre han existido. Los personajes carismáticos son los grandes influencers de la historia, pero nunca existieron con tanta potencia como ahora. Los charlatanes hoy están empoderados por la tecnología, simbolizada por la inteligencia artificial, y la globalización. Ahora su escala de acción es planetaria. Ahora los charlatanes se pueden dar el lujo de tener influencia en todas partes. El libro tiene capítulos dedicados a explicar por qué somos tan crédulos, tan fáciles de engañar. Lo más sorprendente es cómo son capaces de llevar a la gente a actuar en contra de sus intereses. Es el caso de los latinos en Estados Unidos, que se creyeron que Trump les iba a solucionar su situación migratoria y se encuentran ahora siendo encarcelados en campos de detención como inmigrantes ilegales.
–Si tuviera un deseo para el mundo, como esos que enuncian las misses universo, ¿cuál sería?
–No sé en el mundo, pero sé que tengo clarísimo que mi prioridad sería el desalojo de Maduro y sus acólitos del palacio de Miraflores y que Venezuela tuviera un gobierno democrático elegido de manera transparente.
–Antepone eso a su preocupación por Estados Unidos…
–Obviamente. Hay mucha gente que se está ocupando de Estados Unidos. Yo quisiera ayudar a mis compatriotas venezolanos.
ANALISTA CON PULSO DE COLUMNISTA
PERFIL: Moisés Naím
Moisés Naím nació en Libia en 1952, pero vivió en Caracas desde muy pequeño. Como venezolano llegó a Ministro de Industria y Comercio (1989–1990) y fue director del Banco Central de Venezuela.
Estudió en la Universidad Metropolitana de Caracas y obtuvo maestría y doctorado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology).
Fue director ejecutivo del Banco Mundial y dirigió durante catorce años la revista Foreign Policy. Desde 2010 es miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace en Washington.
Es autor de libros sobre política global y economía, entre los que destacan El fin del poder (2013) y La revancha de los poderosos (2022). Acaba de publicar Charlatanes. También escribió la novela Dos espías en Caracas.
Recibió numerosos premios internacionales y es columnista habitual de diarios como El País (España), La Repubblica (Italia), El Tiempo (Colombia) y LA NACION, entre otros. También ha escrito para The Atlantic, The New York Times, The Washington Post y Financial Times, entre otro medios.
Poría considerarse a Moisés Naím dentro del grupo más selecto de analistas contemporáneos, si no fuera porque su perspectiva lo ubica más allá. Inició su carrera en Venezuela, donde llegó a ser ministro de Industria y Comercio antes de que llegara el régimen chavista, lo que le da un profundo conocimiento de la región. Pero su prestigio internacional se forjó en dos instituciones globales, el Banco Mundial y la revista Foreign Policy, donde editó a los principales pensadores occidentales.
Como el dios Jano, que la mitología representa con dos caras, Naím mira el sur desde el norte, y viceversa. Por eso puede describir como sistémicos movimientos políticos que desde un punto geográfico pueden parecer coyunturales. Se considera columnista antes que analista y tiene el músculo periodístico que forja el gimnasio de la actualidad, que no muchos intelectuales visitan. De ahí proviene una lectura perspicaz de la realidad mundial, de la que nacen libros que se leen en todo el mundo.
Por caso, en una de sus columnas llamó a 2018 “el año de los charlatanes” para ilustrar el auge global de figuras públicas que venden soluciones simples, instantáneas e indoloras a problemas complejos, apelando más a la emoción que a la razón. Y Charlatanes es el título de su nuevo libro (escrito en coautoría con Quico Toro), que lleva un subtítulo elocuente: “Cómo los estafadores, embaucadores y farsantes engañan a los medios, los mercados y las masas”. A inicios de 2026 el libro tendrá su versión en español.
Inspiró esa columna una serie del Oeste de los años 50 en la que, curiosamente, un personaje llamado Walter Trump vendía sombrillas mágicas contra el fin del mundo. Cualquier similitud con el presente no es mera coincidencia. Para Naím, como entonces, vivimos tiempos de ansiedad colectiva y desconfianza en las instituciones que recrean el terreno ideal para que los charlatanes prosperen.
La norma en estos tiempos es que los gobiernos fracasan. El fracaso es la característica fundamental de la gobernabilidad
Naím asocia aquella serie televisiva con el poema “La era de la ansiedad”, que W. H. Auden escribió en 1947, para afirmar que los populistas de hoy son eco de los de ayer, tanto como los del norte se espejan en los del sur. La entrevista que brindó desde Washington por videoconferencia trata de rescatar esas sistematicidades que explican las coyunturas.
–Cada vez son menos los países considerados democracias plenas. ¿Cuánto de esta fragilidad está en la constitución misma del sistema?
–Hace poco, el profesor Steven Levitsky declaró que Estados Unidos ha dejado de ser una democracia plena y que estamos en un autoritarismo competitivo. Es una frase contundente de un investigador de Harvard respetado y objetivo, experto en cómo las democracias se convierten en autocracias [Levitsky es coautor con Daniel Ziblatt de Cómo mueren las democracias, de 2018]. Ante el hecho de que Estados Unidos ha dejado de ser una democracia de manera furtiva, de una forma muchas veces difícil de detectar, cabe preguntarse cómo será la democracia en otros países con menos fortalezas. Si hemos perdido esa democracia, como dice Levitsky, qué estará pasando con la democracia en países con instituciones más frágiles.
–Siempre se veía a Estados Unidos como un ejemplo de alternancia democrática, ¿qué ha pasado ahí?
–Un problema es la conducta poco eficaz que ha tenido el Partido Demócrata, hoy fragmentado en muchas facciones. Más que un partido es una coalición poco orgánica de diferentes grupos de interés, de generaciones y necesidades diversas. Están confundidos, asustados y enredados buscando un camino.
–El estilo de Donald Trump tiene antecedentes en América Latina, pero sorprende que la democracia estadounidense sea permeable a esos liderazgos.
–Efectivamente, es la gran sorpresa. Por eso debemos preocuparnos por lo frágil y vulnerable que es la democracia y lo fácil que es tumbarla en estos tiempos. Los jefes de Estado llegan al poder a través de elecciones más o menos creíbles y legítimas, pero en cuanto llegan al gobierno, se encargan de desvencijarlo. Como está pasando en Estados Unidos con los migrantes y la manera en cómo son tratados los hispanos. En cómo aliados solidarios son maltratados, como Canadá, México o Groenlandia. Si tuviera que identificar una foto que sintetice lo que está pasando, es esa en que vemos agentes del FBI llevándose detenida a la jueza Hannah Dugan, del condado de Milwaukee, que había permitido que se escabullera un latino que buscó protección en la corte. Eso es una ruptura clara de la división de poderes. Los padres fundadores dedicaron todos los esfuerzos para que su nueva democracia tuviese una verdadera división de poderes. Donde los tres poderes, ejecutivo, judicial y legislativo, estuvieran en el mismo nivel. Es la primera vez en que esa división se rompe tan flagrantemente. La esencia de estos primeros meses de Trump es haber conculcado la división de poderes.
En esta pospolítica, o antipolítica, en la que nada funciona y los partidos políticos son vistos como tóxicos, la gente en la calle está pidiendo soluciones inmediatas
–¿Cuánto de la atención mundial por estos procesos se debe a que los protagoniza una potencia, desafiando el prejuicio de que eran cosa de países periféricos?
–Así es. La norma en estos tiempos es que los gobiernos fracasan. El fracaso es la característica fundamental de la gobernabilidad. Es difícil pensar cuándo fue la última vez que vimos un gobierno digno de admiración sostenida. Digo, no porque haya tomado una o dos medidas dignas de encomio, sino porque sistemáticamente gobierna manteniendo la estabilidad política y económica. Ese es un lujo que los gobiernos actuales no se pueden dar. Pero como deben gobernar, recurren al salvataje de las tres pes: el populismo, la polarización, la posverdad.
–El Índex de democracia de The Economist Intelligence Unit muestra el declive democrático en los últimos 25 años en las variables cultura política, procesos electorales, gobierno y derechos civiles. El único indicador que mejora es la participación ciudadana. Con sus más y sus menos, ¿puede ser Venezuela un ejemplo de esto?
–Es así. Y es un caso digno de encomio y de esperanza. Dicho eso, hay que estar alerta, porque este activismo de la gente no está siendo canalizado por los partidos políticos. La gente activada políticamente no quiere saber nada con ellos. En esta pospolítica, o antipolítica, en la que nada funciona y los partidos políticos son vistos como tóxicos, la gente en la calle está pidiendo soluciones inmediatas. Eso me lleva a otro de los problemas más importantes en estos tiempos, que es la brecha entre el tiempo mínimo necesario para aliviar un problema público y el tiempo político para que eso ocurra. Ninguno de los problemas que nos afecta hoy es susceptible de ser aliviado de manera rápida e indolora. Tienen complejidades enormes y requieren tiempo para ser resueltos. El tiempo político se lleva por delante ese tiempo mínimo necesario. ¿Cómo esperar diez años para ver resultados frente a tal volatilidad del tiempo político?
–¿Qué tan dispuestos están los partidos políticos tradicionales a dejar la bandera de subsistencia a corto plazo y ponerse al servicio de la democracia a mediano plazo?
–Los partidos están formados por ciudadanos. El político también necesita oportunidades de garantizar su cargo, porque tiene familia que mantener, deseos que satisfacer. Los políticos están viendo todo el tiempo para dónde va el viento y pocos logran romper esa esclavitud de las preferencias inmediatas de los votantes. Quizás alguna minoría pueda independizarse de este yugo, pero no muchos ni por mucho tiempo.
Los charlatanes siempre han existido. Son los influencers de la historia, pero ahora están empoderados por la tecnología
–Eso me lleva al reciente fallecimiento de Mario Vargas Llosa, una voz potente que contrasta con la polarización de los intelectuales, más cerca de la antipolítica que de la política.
–El ejemplo es extraordinariamente fértil para hablar de estos temas. Todos admiramos a Vargas Llosa como gigante de las letras, pero también como activista político que, con ideas claras, estuvo dispuesto a tomar riesgos. Tanto así que se lanzó a la candidatura presidencial de su país, Perú, y fue derrotado por un entonces anónimo profesor de una universidad de agricultura del interior que se llamaba Alberto Fujimori, que permaneció en el poder décadas y moldeó al Perú que existe hoy. Este Vargas Llosa ilustra muy bien hasta dónde se le puede exigir comprensión de estos complejos momentos a votantes que quizá no están preparados o están distraídos. Han sido manipulados, trampeados. Vargas Llosa hubiera sido un presidente fantástico. Y, sin embargo, lo derrota un candidato marginal que se convierte en un gigante de la política peruana. Fujimori encarnó lo que después se hizo tan popular en América Latina y en otras partes, como es el autogolpe, que ocurre cuando el presidente desde el poder empieza a socavar la democracia.
–¿Qué relación tiene el autogolpe con el poder?
–El autogolpe se está popularizando como instrumento de captura y retención indefinida del poder. Los golpes solían caracterizarse por imágenes de aviones bombardeando la casa presidencial. Eran siempre golpes de Estado militares. Ahora no hay soldados en la calle sino abogados metiéndose en las instituciones del gobierno, despidiendo gente, etc. Son los activistas de la antidemocracia en acción, protegidos por el gobierno y por los poderes fácticos que socavan las instituciones de manera furtiva, de manera poco visible al ojo no entrenado.
–¿Era esto lo que le hizo ser tan cauteloso con los resultados esperables en las últimas elecciones de Venezuela?
–Venezuela es un país ocupado por otras potencias, donde los carteles criminales no van a dejar el poder simplemente porque haya una votación. No pueden existir si no se mantienen desde la violencia y la operación criminal. Países como Rusia, Irán, Turquía, China tienen intereses importantes en Venezuela. O como Cuba, que lleva décadas entrenando a una pequeña élite de represión y de tortura y de manipulación del pueblo. La frase más equivocada en estos tiempos es que los problemas de Venezuela solo los pueden solucionar los venezolanos. Los venezolanos están divididos entre quienes están con el régimen de opresión y tortura que hoy representa Nicolás Maduro, y quienes son víctimas de esa dictadura. Lamentablemente, el problema no lo van a resolver quienes hoy están muy solos en la oposición. Estoy pensando en el movimiento liderado por María Corina Machado, que es digno de admiración, apoyo y solidaridad. Pero solos no van a poder. La solución pasa por ver cuáles son las conductas de las potencias extranjeras y las de los grupos no gubernamentales, tales como los carteles del narcotráfico, del lavado de dinero, de todo esto, en un mundo donde las categorías históricas de gobierno y oposición ya no funcionan.
–¿Podría decirse que está cuestionado el principio de soberanía? Era un principio indiscutible, pero hoy parece haberse vuelto un escudo para tiranos.
–Claro que sí, pero lamentablemente los obstáculos a vencer son enormes. Ilustra esta tendencia de pensamiento la declaración de Trump de que va a tratar de que Estados Unidos salga de las Naciones Unidas. ¿Cómo podría tener éxito un movimiento de restauración de la soberanía en este contexto?
–Esta decisión no puede analizarse sin el dato de la baja confianza en instituciones como la ONU, e incluso la Unión Europea.
–Es una tendencia mundial. Los índices de confianza han venido declinando y ya hemos pasado a la desconfianza como norma global. Ya no es solo la desconfianza en las instituciones, en el Poder judicial, en los partidos políticos. Es la desconfianza del ciudadano común hacia sus vecinos, en el mundo de los negocios, donde bastaba en el pasado darse la mano para formalizar un acuerdo. Hoy la desconfianza reina.
–¿Cómo se ve desde Estados Unidos el gobierno de Javier Milei?
–Primero, felicitando a los argentinos, que por primera vez pudieron tomar una decisión tan drástica, tan difícil. Eso es aliviar el problema en parte, pero todavía no ha sido solucionado. Están logrando cosas que ningún gobierno había logrado antes, pero queda una segunda etapa de reconstrucción institucional alineada a las nuevas realidades del mundo y de la Argentina. No basta con ir con una motosierra a los actos públicos: hay que pensar bien con qué se reemplaza lo que la motosierra está destruyendo. Pareciera que la capacidad de Milei no es la paciencia de construir instituciones. Él es un ejemplo revelador de las consecuencias que tiene la brecha entre el tiempo político y el tiempo mínimo necesario para tomar decisiones. En la Argentina, la gente está pasándola mal. Las decisiones son necesarias, pero mucho más necesario es la creación de instituciones. Una cosa es firmar en un papel reformas políticas y económicas y otra impulsar la construcción de instituciones más modernas y alineadas a las exigencias del siglo XXI.
–Si en La revancha de los poderosos analiza cómo los líderes autoritarios manipulan la verdad y polarizan a la sociedad, en Charlatanes el foco se amplía hacia figuras no necesariamente políticas, pero igualmente influyentes y peligrosas. ¿Por qué este libro?
–Mi inquietud era ver cómo era fácil estafar a los votantes con mentiras y manipularlos. Y descubrí que eso estaba ocurriendo no solo en la política, sino en todos los ámbitos, como la religión, los negocios, la astrología. Los charlatanes siempre han existido. Los personajes carismáticos son los grandes influencers de la historia, pero nunca existieron con tanta potencia como ahora. Los charlatanes hoy están empoderados por la tecnología, simbolizada por la inteligencia artificial, y la globalización. Ahora su escala de acción es planetaria. Ahora los charlatanes se pueden dar el lujo de tener influencia en todas partes. El libro tiene capítulos dedicados a explicar por qué somos tan crédulos, tan fáciles de engañar. Lo más sorprendente es cómo son capaces de llevar a la gente a actuar en contra de sus intereses. Es el caso de los latinos en Estados Unidos, que se creyeron que Trump les iba a solucionar su situación migratoria y se encuentran ahora siendo encarcelados en campos de detención como inmigrantes ilegales.
–Si tuviera un deseo para el mundo, como esos que enuncian las misses universo, ¿cuál sería?
–No sé en el mundo, pero sé que tengo clarísimo que mi prioridad sería el desalojo de Maduro y sus acólitos del palacio de Miraflores y que Venezuela tuviera un gobierno democrático elegido de manera transparente.
–Antepone eso a su preocupación por Estados Unidos…
–Obviamente. Hay mucha gente que se está ocupando de Estados Unidos. Yo quisiera ayudar a mis compatriotas venezolanos.
ANALISTA CON PULSO DE COLUMNISTA
PERFIL: Moisés Naím
Moisés Naím nació en Libia en 1952, pero vivió en Caracas desde muy pequeño. Como venezolano llegó a Ministro de Industria y Comercio (1989–1990) y fue director del Banco Central de Venezuela.
Estudió en la Universidad Metropolitana de Caracas y obtuvo maestría y doctorado en el MIT (Massachusetts Institute of Technology).
Fue director ejecutivo del Banco Mundial y dirigió durante catorce años la revista Foreign Policy. Desde 2010 es miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace en Washington.
Es autor de libros sobre política global y economía, entre los que destacan El fin del poder (2013) y La revancha de los poderosos (2022). Acaba de publicar Charlatanes. También escribió la novela Dos espías en Caracas.
Recibió numerosos premios internacionales y es columnista habitual de diarios como El País (España), La Repubblica (Italia), El Tiempo (Colombia) y LA NACION, entre otros. También ha escrito para The Atlantic, The New York Times, The Washington Post y Financial Times, entre otro medios.
El celebrado analista venezolano elogia los logros del gobierno de Javier Milei, pero advierte sobre la necesidad de fortalecer las instituciones; afirma que Trump ha roto la división de poderes en EE.UU. LA NACION