
Creo que la mayoría estaríamos de acuerdo en afirmar que la búsqueda de excelencia en lo que hacemos es algo deseable y positivo. Sin embargo, en esa búsqueda puede aparecer el perfeccionismo obstinado disfrazado de virtud.
Alice Boyes, doctorada en psicóloga clínica y autora de The Healthy Mind Toolkit, señala en su libro dos aspectos del perfeccionismo que pueden interferir en nuestra capacidad para priorizar bien y hacer foco en donde podemos aportar valor. El primero es la resistencia a considerar algunas decisiones como de baja o sin importancia. Les gusta tenerlo todo bajo control. ¿Por qué? Porque las imperfecciones les molestan más que a otras personas. Si algo sale mal, los perfeccionistas pueden sentir una frustración explosiva. A veces, están tan acostumbrados a la microgestión que ni siquiera se les ocurre que cualquier decisión sea sin importancia, no lo ven. Habitual y automáticamente clasifican todo como digno de su máximo esfuerzo. Y esto lleva a hacer más y peor y no menos y con valor. La fatiga de decisión es real y para combatirla hay que aprender a disfrutar cediendo el control sobre algunas decisiones y prestar atención a lo bien que se siente al liberarse de la carga o intentar usar heurísticas para decidir rápidamente o delegar con la expectativa de obtener decisiones mucho más rápidas y bastante buenas en general, pero no perfectas.
Romper moldes: cinco lecciones para aprender de las organizaciones no convencionales
Otro aspecto que interfiere es que los perfeccionistas se sienten moralmente obligados a superar las expectativas. Por ejemplo, si consideran que 24 horas es un plazo respetable para responder al correo electrónico de un compañero, fijan su propio límite en seis horas. La clave es que creen que lo generalmente razonable no se aplica a ellos y que el propio estándar debe ser diferente. A veces, esta forma de pensar proviene de querer un margen excesivo; por ejemplo, “Si mi objetivo es ofrecer 1,5 o 2 veces el valor por todos los servicios que presto, nunca voy a estar por debajo de lo esperado”. También puede estar impulsado por la ansiedad, la inseguridad o el síndrome del impostor; por ejemplo, crees que la única manera de evitar que alguien se sienta insatisfecho es superando siempre las expectativas. Los perfeccionistas a veces también imaginan que habrá consecuencias catastróficas si no superan las expectativas. Aunque este suele estar impulsado por la búsqueda de la excelencia, puede ser autodestructivo si conduce a comportamientos caprichosos, como mantener hábitos que no son útiles, excederse en las expectativas cuando no es necesario o darle demasiadas vueltas a cada decisión que toman. La flexibilidad es un sello distintivo de la salud psicológica y tener la capacidad de tomarte un día libre del gimnasio cuando estás cansado o entregar un trabajo bueno pero no excelente, incluso si eso significa romper una racha, puede ser lo “perfecto” para esa situación.
Creo que la mayoría estaríamos de acuerdo en afirmar que la búsqueda de excelencia en lo que hacemos es algo deseable y positivo. Sin embargo, en esa búsqueda puede aparecer el perfeccionismo obstinado disfrazado de virtud.
Alice Boyes, doctorada en psicóloga clínica y autora de The Healthy Mind Toolkit, señala en su libro dos aspectos del perfeccionismo que pueden interferir en nuestra capacidad para priorizar bien y hacer foco en donde podemos aportar valor. El primero es la resistencia a considerar algunas decisiones como de baja o sin importancia. Les gusta tenerlo todo bajo control. ¿Por qué? Porque las imperfecciones les molestan más que a otras personas. Si algo sale mal, los perfeccionistas pueden sentir una frustración explosiva. A veces, están tan acostumbrados a la microgestión que ni siquiera se les ocurre que cualquier decisión sea sin importancia, no lo ven. Habitual y automáticamente clasifican todo como digno de su máximo esfuerzo. Y esto lleva a hacer más y peor y no menos y con valor. La fatiga de decisión es real y para combatirla hay que aprender a disfrutar cediendo el control sobre algunas decisiones y prestar atención a lo bien que se siente al liberarse de la carga o intentar usar heurísticas para decidir rápidamente o delegar con la expectativa de obtener decisiones mucho más rápidas y bastante buenas en general, pero no perfectas.
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Otro aspecto que interfiere es que los perfeccionistas se sienten moralmente obligados a superar las expectativas. Por ejemplo, si consideran que 24 horas es un plazo respetable para responder al correo electrónico de un compañero, fijan su propio límite en seis horas. La clave es que creen que lo generalmente razonable no se aplica a ellos y que el propio estándar debe ser diferente. A veces, esta forma de pensar proviene de querer un margen excesivo; por ejemplo, “Si mi objetivo es ofrecer 1,5 o 2 veces el valor por todos los servicios que presto, nunca voy a estar por debajo de lo esperado”. También puede estar impulsado por la ansiedad, la inseguridad o el síndrome del impostor; por ejemplo, crees que la única manera de evitar que alguien se sienta insatisfecho es superando siempre las expectativas. Los perfeccionistas a veces también imaginan que habrá consecuencias catastróficas si no superan las expectativas. Aunque este suele estar impulsado por la búsqueda de la excelencia, puede ser autodestructivo si conduce a comportamientos caprichosos, como mantener hábitos que no son útiles, excederse en las expectativas cuando no es necesario o darle demasiadas vueltas a cada decisión que toman. La flexibilidad es un sello distintivo de la salud psicológica y tener la capacidad de tomarte un día libre del gimnasio cuando estás cansado o entregar un trabajo bueno pero no excelente, incluso si eso significa romper una racha, puede ser lo “perfecto” para esa situación.
La flexibilidad es un sello distintivo de la salud psicológica de las personas LA NACION