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domingo, julio 13, 2025
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Así está hoy la casa de Alfonsín en Chascomús: fue recuperda y convertida en un hotel boutique

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Donde alguna vez se oyó el bullicio de seis chicos, las conversaciones en tono bajo de un abogado austero y la risa discreta de una familia reunida, hoy se erige un hotel que honra la memoria sin congelarla. En el corazón de Chascomús, la antigua casa del expresidente Raúl Alfonsín fue reconvertida en Casa Laurel, un hotel boutique que combina diseño contemporáneo, arte local y un tributo respetuoso a quien supo habitarla.

El niño Raúl tenía por costumbre mojarse el cabello antes de salir al colegio. Su madre insistía en que esa era la forma correcta de presentarse al mundo, aun cuando la mañana chascomunense amenazaba con niebla. Al pasar frente al almacén del señor Irazábal, se detenía a saludar. Siempre a todos. Siempre con ese tono de niño que, con el tiempo, conservaría aún de adulto: cordial, algo tímido, tan distinto del aire grandilocuente que suele rodear a los políticos.

Emprendedores: son argentinos y desembolsarán US$20 millones en Chapadmalal en un proyecto con mar y viñedos

En aquella casa de la calle Lavalle, una estructura austera de principios del siglo XX, sin pretensiones, con paredes anchas y galería fresca, transcurrió una parte sustancial de su vida. Allí no solo compartió las rutinas familiares junto a María Lorenza Barreneche, su esposa, y sus seis hijos, sino que también instaló su estudio jurídico. Desde esas ventanas blancas, cubiertas por celosías de madera, se divisaba un trozo del alma de Chascomús. Fue en esas salas donde se escucharon los ecos de visitas emblemáticas: Arturo Illia, Ricardo Balbín, compañeros radicales que cruzaban la llanura bonaerense para conversar, debatir, fundar un país mejor.

Esa casa, desde 1957 hasta 1976, fue el escenario doméstico del hombre que más tarde sería llamado “el padre de la democracia”. Pero, más que un monumento político, fue un hogar: allí se celebraron cumpleaños, se despidieron adolescencias, se planificaron campañas y se colgaron dibujos en la heladera. También se la solía prestar para casamientos o eventos especiales porque no todas las propiedades tenían espacio suficiente.

Memoria viva en clave de diseño

Décadas después, en plena pandemia, Gastón Sessa y María Eugenia Muñoz encontraron por azar una publicación en redes sociales que anunciaba la venta del inmueble. “Ni lo dudamos —dice Sessa—, sentimos que el lugar nos eligió a nosotros para reescribir su historia sin negarla”. Así nació Casa Laurel.

El desafío fue grande: restaurar una vivienda centenaria sin petrificarla. El proyecto no pretendía convertir la propiedad en museo, sino dotarla de una nueva vitalidad. “Quisimos que cada visitante sintiera que llegaba a su propia casa, con el encanto de los detalles únicos y la elegancia del presente”, cuenta Muñoz. El sitio tenía, ya de por sí, alma. La tarea fue escucharla.

El espacio es hoy un hotel boutique con 13 habitaciones en suite, una de ellas llamada “Presidente”, que ocupa el espacio donde dormía Alfonsín. No hay bustos ni retratos solemnes: la memoria del expresidente está presente en los gestos, en los espacios recuperados, en el respeto que transmite la arquitectura. Los materiales nobles, la recuperación de carpinterías originales y la armonía entre lo antiguo y lo nuevo dan la pauta de que aquí nada fue improvisado.

En cada rincón habita el arte. Desde el inicio, artistas plásticos como Ricardo Calderón, Martín Enricci, Wanda Matulionis, Caro Etchepare, Sebastián Semino y Jessica Trosman aportaron obras que dialogan con la esencia del lugar. “No queríamos decoración, queríamos alma”, sintetiza Muñoz.

Cuánto cuesta construir una casa “barata” de 73 a 81 metros cuadrados hoy

La restauración arquitectónica fue un acto de escucha. Se conservaron los patios, las galerías, los pisos originales. Se incorporaron tecnologías de última generación, pero sin que se notaran. La luz natural baña los ambientes y resalta la paleta de colores elegida: tonos tierra, ocres, verdes suaves que remiten al entorno pampeano. El resultado es una experiencia que no solo hospeda: abraza.

El proyecto no se queda en lo arquitectónico, sino que se transforma en una experiencia decorativa que lleva a la vida real las puestas de Tienda Laurel, el espacio de diseño que pertenece a los mismos dueños. Cada cuarto ha sido concebido como un montaje que permite vivir el estilo sin necesidad de imaginarlo.

Un viaje al corazón de la ciudad

Casa Laurel no vive de la nostalgia. Tiene vida propia, empujada por su propuesta integral de hospitalidad. Uno puede ir solo por el placer de desayunar mirando el patio interior o dejarse tentar por una cena en el restó, el espacio gastronómico a cargo del chef Juan Augusto García, que reinventa la cocina local con guiños contemporáneos. “La cocina es el corazón de la casa, y queríamos que eso se notara”, dice García. Su carta apuesta por ingredientes de cercanía, con platos como roll de pejerrey sobre risotto verde, pastas caseras con frutos de mar o un lomo a la pimienta con papines que rinde homenaje a las mesas familiares del interior. Hay postres cuidados y un té vespertino que convoca a propios y ajenos, acompañado por las delicadas creaciones de Maruge Chocolates.

El restaurante está abierto todo el día con una zona exclusiva para huéspedes. El resto del espacio funciona con reservas. La intención es clara: cuidar la experiencia sin perder la apertura. Y eso también se nota en la forma en que los dueños recorren, saludan, se detienen a contar la historia de un cuadro o a sugerir un vino. Todo sucede sin estridencias.

El perfil del visitante es variado: desde turistas curiosos por la figura de Alfonsín hasta parejas que buscan una escapada tranquila desde La Plata o Buenos Aires, hasta formación y retiros. “La casa se adapta, como siempre lo hizo”, dice Sessa.

El entorno ayuda. Chascomús es un pueblo que aún conserva el ritmo de la siesta y el murmullo de los adoquines. La laguna cercana, la Catedral, la Casa de Casco, la Capilla de los Negros, el Teatro Brazzola y el Museo Pampeano componen un circuito que no necesita filtros de Instagram. Todo está ahí, a escala humana. Esta propiedad se integra a ese paisaje como una pieza más de un rompecabezas que honra el tiempo sin anclarse en él. Como un refugio donde lo íntimo se vuelve universal.

Hay hoteles que se visitan, y hay otros que se viven. Esta reinvención es de estos últimos. Es imposible caminar por sus pasillos sin imaginar a Alfonsín preparando un café para sus amigos del comité, o a una de sus hijas entrando del colegio, con los zapatos embarrados. Hay algo sutil que sobrevive en la atmósfera, un respeto delicado por la historia sin caer en el gesto conmemorativo. Es, ante todo, una casa viva.

Para Gastón y María Eugenia, la tarea fue siempre más grande que un emprendimiento comercial. “Queríamos regalarle a Chascomús un espacio que conservara lo que fuimos y lo proyectara hacia lo que podemos ser”, dice ella. Lo lograron. En una ciudad donde la palabra “democracia” tiene calle propia, esta casa convertida en hotel boutique se transforma también en un pequeño acto de memoria activa.

Venden departamentos y lotes que se pueden pagar hasta en 30 años sin crédito hipotecario

Y así, cada huésped se convierte, sin saberlo, en parte de esa continuidad. De esas paredes que siguen escuchando, de esas ventanas que alguna vez vieron jugar a seis chicos y ahora contemplan a una pareja de huéspedes leyendo junto al fuego.

En el patio trasero, la glicina que crece desde hace décadas sigue trepando como si nada hubiera cambiado. Cuando cae la tarde en Chascomús, cuando la ciudad empieza a silenciarse en tonos de durazno, hay algo en Casa Laurel que se enciende suave. Como un eco. Como una promesa. Como si, en algún rincón de la casa, Raúl aún murmurara bajito: el país que soñamos empieza siempre por casa.

Donde alguna vez se oyó el bullicio de seis chicos, las conversaciones en tono bajo de un abogado austero y la risa discreta de una familia reunida, hoy se erige un hotel que honra la memoria sin congelarla. En el corazón de Chascomús, la antigua casa del expresidente Raúl Alfonsín fue reconvertida en Casa Laurel, un hotel boutique que combina diseño contemporáneo, arte local y un tributo respetuoso a quien supo habitarla.

El niño Raúl tenía por costumbre mojarse el cabello antes de salir al colegio. Su madre insistía en que esa era la forma correcta de presentarse al mundo, aun cuando la mañana chascomunense amenazaba con niebla. Al pasar frente al almacén del señor Irazábal, se detenía a saludar. Siempre a todos. Siempre con ese tono de niño que, con el tiempo, conservaría aún de adulto: cordial, algo tímido, tan distinto del aire grandilocuente que suele rodear a los políticos.

Emprendedores: son argentinos y desembolsarán US$20 millones en Chapadmalal en un proyecto con mar y viñedos

En aquella casa de la calle Lavalle, una estructura austera de principios del siglo XX, sin pretensiones, con paredes anchas y galería fresca, transcurrió una parte sustancial de su vida. Allí no solo compartió las rutinas familiares junto a María Lorenza Barreneche, su esposa, y sus seis hijos, sino que también instaló su estudio jurídico. Desde esas ventanas blancas, cubiertas por celosías de madera, se divisaba un trozo del alma de Chascomús. Fue en esas salas donde se escucharon los ecos de visitas emblemáticas: Arturo Illia, Ricardo Balbín, compañeros radicales que cruzaban la llanura bonaerense para conversar, debatir, fundar un país mejor.

Esa casa, desde 1957 hasta 1976, fue el escenario doméstico del hombre que más tarde sería llamado “el padre de la democracia”. Pero, más que un monumento político, fue un hogar: allí se celebraron cumpleaños, se despidieron adolescencias, se planificaron campañas y se colgaron dibujos en la heladera. También se la solía prestar para casamientos o eventos especiales porque no todas las propiedades tenían espacio suficiente.

Memoria viva en clave de diseño

Décadas después, en plena pandemia, Gastón Sessa y María Eugenia Muñoz encontraron por azar una publicación en redes sociales que anunciaba la venta del inmueble. “Ni lo dudamos —dice Sessa—, sentimos que el lugar nos eligió a nosotros para reescribir su historia sin negarla”. Así nació Casa Laurel.

El desafío fue grande: restaurar una vivienda centenaria sin petrificarla. El proyecto no pretendía convertir la propiedad en museo, sino dotarla de una nueva vitalidad. “Quisimos que cada visitante sintiera que llegaba a su propia casa, con el encanto de los detalles únicos y la elegancia del presente”, cuenta Muñoz. El sitio tenía, ya de por sí, alma. La tarea fue escucharla.

El espacio es hoy un hotel boutique con 13 habitaciones en suite, una de ellas llamada “Presidente”, que ocupa el espacio donde dormía Alfonsín. No hay bustos ni retratos solemnes: la memoria del expresidente está presente en los gestos, en los espacios recuperados, en el respeto que transmite la arquitectura. Los materiales nobles, la recuperación de carpinterías originales y la armonía entre lo antiguo y lo nuevo dan la pauta de que aquí nada fue improvisado.

En cada rincón habita el arte. Desde el inicio, artistas plásticos como Ricardo Calderón, Martín Enricci, Wanda Matulionis, Caro Etchepare, Sebastián Semino y Jessica Trosman aportaron obras que dialogan con la esencia del lugar. “No queríamos decoración, queríamos alma”, sintetiza Muñoz.

Cuánto cuesta construir una casa “barata” de 73 a 81 metros cuadrados hoy

La restauración arquitectónica fue un acto de escucha. Se conservaron los patios, las galerías, los pisos originales. Se incorporaron tecnologías de última generación, pero sin que se notaran. La luz natural baña los ambientes y resalta la paleta de colores elegida: tonos tierra, ocres, verdes suaves que remiten al entorno pampeano. El resultado es una experiencia que no solo hospeda: abraza.

El proyecto no se queda en lo arquitectónico, sino que se transforma en una experiencia decorativa que lleva a la vida real las puestas de Tienda Laurel, el espacio de diseño que pertenece a los mismos dueños. Cada cuarto ha sido concebido como un montaje que permite vivir el estilo sin necesidad de imaginarlo.

Un viaje al corazón de la ciudad

Casa Laurel no vive de la nostalgia. Tiene vida propia, empujada por su propuesta integral de hospitalidad. Uno puede ir solo por el placer de desayunar mirando el patio interior o dejarse tentar por una cena en el restó, el espacio gastronómico a cargo del chef Juan Augusto García, que reinventa la cocina local con guiños contemporáneos. “La cocina es el corazón de la casa, y queríamos que eso se notara”, dice García. Su carta apuesta por ingredientes de cercanía, con platos como roll de pejerrey sobre risotto verde, pastas caseras con frutos de mar o un lomo a la pimienta con papines que rinde homenaje a las mesas familiares del interior. Hay postres cuidados y un té vespertino que convoca a propios y ajenos, acompañado por las delicadas creaciones de Maruge Chocolates.

El restaurante está abierto todo el día con una zona exclusiva para huéspedes. El resto del espacio funciona con reservas. La intención es clara: cuidar la experiencia sin perder la apertura. Y eso también se nota en la forma en que los dueños recorren, saludan, se detienen a contar la historia de un cuadro o a sugerir un vino. Todo sucede sin estridencias.

El perfil del visitante es variado: desde turistas curiosos por la figura de Alfonsín hasta parejas que buscan una escapada tranquila desde La Plata o Buenos Aires, hasta formación y retiros. “La casa se adapta, como siempre lo hizo”, dice Sessa.

El entorno ayuda. Chascomús es un pueblo que aún conserva el ritmo de la siesta y el murmullo de los adoquines. La laguna cercana, la Catedral, la Casa de Casco, la Capilla de los Negros, el Teatro Brazzola y el Museo Pampeano componen un circuito que no necesita filtros de Instagram. Todo está ahí, a escala humana. Esta propiedad se integra a ese paisaje como una pieza más de un rompecabezas que honra el tiempo sin anclarse en él. Como un refugio donde lo íntimo se vuelve universal.

Hay hoteles que se visitan, y hay otros que se viven. Esta reinvención es de estos últimos. Es imposible caminar por sus pasillos sin imaginar a Alfonsín preparando un café para sus amigos del comité, o a una de sus hijas entrando del colegio, con los zapatos embarrados. Hay algo sutil que sobrevive en la atmósfera, un respeto delicado por la historia sin caer en el gesto conmemorativo. Es, ante todo, una casa viva.

Para Gastón y María Eugenia, la tarea fue siempre más grande que un emprendimiento comercial. “Queríamos regalarle a Chascomús un espacio que conservara lo que fuimos y lo proyectara hacia lo que podemos ser”, dice ella. Lo lograron. En una ciudad donde la palabra “democracia” tiene calle propia, esta casa convertida en hotel boutique se transforma también en un pequeño acto de memoria activa.

Venden departamentos y lotes que se pueden pagar hasta en 30 años sin crédito hipotecario

Y así, cada huésped se convierte, sin saberlo, en parte de esa continuidad. De esas paredes que siguen escuchando, de esas ventanas que alguna vez vieron jugar a seis chicos y ahora contemplan a una pareja de huéspedes leyendo junto al fuego.

En el patio trasero, la glicina que crece desde hace décadas sigue trepando como si nada hubiera cambiado. Cuando cae la tarde en Chascomús, cuando la ciudad empieza a silenciarse en tonos de durazno, hay algo en Casa Laurel que se enciende suave. Como un eco. Como una promesa. Como si, en algún rincón de la casa, Raúl aún murmurara bajito: el país que soñamos empieza siempre por casa.

 Una de las habitaciones del lugar se llama “Presidente”, que ocupa el espacio donde dormía Alfonsín  LA NACION