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lunes, julio 14, 2025
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Cole Palmer, el Hombre de Hielo que guio con fútbol y goles a Chelsea a las alturas

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El campo de juego del MetLife Stadium era un escenario de batalla entre los manotazos y las amenazas que se desataron tras la goleada que consagró a Chelsea campeón del Mundial de Clubes. Alejado del escándalo, observando prácticamente con desprecio el comportamiento de jugadores de París Saint-Germain y del entrenador Luis Enrique, la espigada figura de Cole Palmer irradiaba la misma serenidad que ofreció en el partido que lo tuvo como figura estelar.

Dos goles y la asistencia para el tanto de su compañero João Pedro señalará la estadística, números que no reflejarán la jerarquía y la clase de juego que regaló el inglés que nació y se crio en Manchester, pero que descubrió en Londres el espacio para triunfar. Una actuación soberbia, un homenaje reivindicatorio para aquellos distinguidos que representan con habilidad y picardía el valor y el sentir de la camiseta N°10.

El Hombre de Hielo levantó la bandera del fútbol de potrero, además de ser considerado el MVP del juego final y el mejor futbolista del Mundial de Clubes (Balón de Oro). Capaz de desandar la cancha con sus largas zancadas y conducción elegante con la pelota al pie, como de recrear junto con Ousmane Dembelé, un día antes del decisivo encuentro, la icónica fotografía del siglo XX, Lunch atop a Skyscraper. La imagen tomada en 1932, donde 11 obreros descansan sobre una viga de acero en el piso 69, a más de 200 metros de altura, en un alto de la edificación del Rockefeller Center, el rascacielos emblemático de Nueva York.

“Me gustan las finales. Es una sensación aún más agradable porque todos dudaron de nosotros antes del partido, pero salir a jugar y luchar como lo hicimos contra un gran equipo es magnífico”, apuntó Palmer, en diálogo con DAZN. En la charla apuntaló la tarea del entrenador Enzo Maresca: “Preparó un gran plan de juego, sabía dónde habría espacio. Yo intenté corresponderle con goles. Está construyendo algo especial, con un equipo joven. Mucha gente habló mal de nosotros durante esta temporada, pero creo que vamos en buena dirección”.

Con apenas 7 años, Palmer ingresó en las categorías formativas de Manchester City. En la adolescencia sufrió el primer desaliento: su débil físico era objeto de las dudas de quienes conducían la academia respecto de darle continuidad o enseñarle el camino de salida. Jason Wilcox, un ex jugador, entrenador y ahora director de fútbol de Manchester United, rescató al flacucho rubio, convencido que tendría un futuro brillante.

Arropado por quien era el director de la academia del City, la vida le recordaría la dureza del camino con un golpe estremecedor: pocos días antes de la final de la FA Youth Cup, le comunicaron que Jeremy Wisten, uno de sus mejores amigos y con quien compartió divisiones inferiores, se había quitado la vida tras ser despedido de la academia. La salud mental, esa alarma que aturde pero que no siempre es atendida. El mejor homenaje que pudo dedicarle fue levantar el trofeo, anotando el gol de la victoria.

La final resultó una confirmación de sus aptitudes, esas que ya eran señaladas en la Premier League o la Champions League, competencias en las que se estrenó antes de jugar aquel partido definitorio. Pep Guardiola lo reclamó para el plantel profesional, porque el catalán observaba el acierto de la mirada de Wilcox. El aprendizaje y el crecimiento, con goles en la Carabao Cup o la Champions, tuvo un freno por una lesión en el pie derecho que lo marginó de las canchas durante tres meses.

El regreso no lo tuvo en la vidriera: menos minutos eran sinónimo de menos participación y escasas posibilidades de recuperar el terreno y de demostrar el valor y la impronta de su juego. La selección Sub 21 de Inglaterra fue el campo que explotó para dejar en claro que su talento estaba intacto: goles en las semifinales y marcar en el juego definitorio con España en el campeonato europeo que se disputó en Georgia y Rumania, en 2023, el sello con el que validó su grado.

Las finales eran y son una especialidad de Palmer, porque con Manchester City hizo gala de sus apariciones con Arsenal, por la Community Cup, en la temporada 2023/24, y también frente a Sevilla, en la Supercopa de Europa… Era el momento de explotar con la camiseta de los citizens, de cumplir ese sueño que bordaba de niño. Pero el fútbol no siempre sabe de pasiones y el dinero marca pautas. El Fair Play financiero apremiaba al City, que necesitado de ajustar sus finanzas aceptó la oferta de Chelsea, de 50 millones de euros, y no tuvo más opción que mudarse de Manchester a Londres, donde empezaría a escribir una nueva y maravillosa historia.

El entrenador argentino Mauricio Pochettino le dio rodaje y confianza, y Palmer retribuyó con goles y un festejo icónico: el denominado Cool Palmer, el mismo con el que celebró sus tantos a PSG, pero ante Manchester City, su exclub. Un hat trick a Manchester United y el póquer frente a Everton, en un puñado de días, despertaron la fiebre Palmer en Stamford Bridge, aunque los números del jugador no caminaban a la par del equipo: Palmer le disputaba el liderazgo a Erling Haaland entre los artilleros, pero Chelsea estaba retrasado en la Premier League, al extremo que las posiciones de descenso fueron una amenaza. El título de la Conferencia League, sobre Betis, resultó un bálsamo en la última campaña.

Los atributos que Guardiola destacara los tomó Maresca, que fuera ayudante de Pep y es quien dirige a Chelsea. En Stamford Bridge durante años se gastaron fortunas en los mercados de pases sin descubrir una línea, sin armar un equipo, un logro del técnico italiano que configuró un bloque y tiene en Palmer a un puntal de esa estructura. La final con PSG enseño que no es suficiente una estrella, que hay que tener once o catorce, como define Luis Enrique, casualmente el entrenador que hizo de los parisinos una estructura coral, que fue arrollada por Chelsea con esa misma receta en el MetLife Stadium.

El jugador fino, zurdo, elegante, dio un recital como solista y también afinó cuando debió ser un instrumento en la actuación grupal. El callejón interno más próximo a la banda derecha, fue el espacio que eligió para ejecutar maniobras calcadas, de cintura quebradiza y pie calibrado para soltar con sutileza la pelota junto al poste derecho de Donnaruma. La asistencia a João Pedro, una estocada lacerante para desatar un 3-0 en 42 minutos, irremontable para el rival, aunque el partido tendría espacio para más destellos de Palmer: la pausa y lanzar contraataques, el método que eligió para ser protagonista en el segundo tiempo.

El Mundial de Clubes lo tuvo a Palmer en una actuación de menor a mayor, con los cuartos de final –la victoria sobre Palmeiras- como el punto de partida hacia el estrellato. El N°10 ofreció el salto cualitativo que necesitaba Chelsea para lograr una histórica conquista. Las finales, le sientan bien al Hombre de Hielo, al que ni el calor ni la altura lo derriten.

El campo de juego del MetLife Stadium era un escenario de batalla entre los manotazos y las amenazas que se desataron tras la goleada que consagró a Chelsea campeón del Mundial de Clubes. Alejado del escándalo, observando prácticamente con desprecio el comportamiento de jugadores de París Saint-Germain y del entrenador Luis Enrique, la espigada figura de Cole Palmer irradiaba la misma serenidad que ofreció en el partido que lo tuvo como figura estelar.

Dos goles y la asistencia para el tanto de su compañero João Pedro señalará la estadística, números que no reflejarán la jerarquía y la clase de juego que regaló el inglés que nació y se crio en Manchester, pero que descubrió en Londres el espacio para triunfar. Una actuación soberbia, un homenaje reivindicatorio para aquellos distinguidos que representan con habilidad y picardía el valor y el sentir de la camiseta N°10.

El Hombre de Hielo levantó la bandera del fútbol de potrero, además de ser considerado el MVP del juego final y el mejor futbolista del Mundial de Clubes (Balón de Oro). Capaz de desandar la cancha con sus largas zancadas y conducción elegante con la pelota al pie, como de recrear junto con Ousmane Dembelé, un día antes del decisivo encuentro, la icónica fotografía del siglo XX, Lunch atop a Skyscraper. La imagen tomada en 1932, donde 11 obreros descansan sobre una viga de acero en el piso 69, a más de 200 metros de altura, en un alto de la edificación del Rockefeller Center, el rascacielos emblemático de Nueva York.

“Me gustan las finales. Es una sensación aún más agradable porque todos dudaron de nosotros antes del partido, pero salir a jugar y luchar como lo hicimos contra un gran equipo es magnífico”, apuntó Palmer, en diálogo con DAZN. En la charla apuntaló la tarea del entrenador Enzo Maresca: “Preparó un gran plan de juego, sabía dónde habría espacio. Yo intenté corresponderle con goles. Está construyendo algo especial, con un equipo joven. Mucha gente habló mal de nosotros durante esta temporada, pero creo que vamos en buena dirección”.

Con apenas 7 años, Palmer ingresó en las categorías formativas de Manchester City. En la adolescencia sufrió el primer desaliento: su débil físico era objeto de las dudas de quienes conducían la academia respecto de darle continuidad o enseñarle el camino de salida. Jason Wilcox, un ex jugador, entrenador y ahora director de fútbol de Manchester United, rescató al flacucho rubio, convencido que tendría un futuro brillante.

Arropado por quien era el director de la academia del City, la vida le recordaría la dureza del camino con un golpe estremecedor: pocos días antes de la final de la FA Youth Cup, le comunicaron que Jeremy Wisten, uno de sus mejores amigos y con quien compartió divisiones inferiores, se había quitado la vida tras ser despedido de la academia. La salud mental, esa alarma que aturde pero que no siempre es atendida. El mejor homenaje que pudo dedicarle fue levantar el trofeo, anotando el gol de la victoria.

La final resultó una confirmación de sus aptitudes, esas que ya eran señaladas en la Premier League o la Champions League, competencias en las que se estrenó antes de jugar aquel partido definitorio. Pep Guardiola lo reclamó para el plantel profesional, porque el catalán observaba el acierto de la mirada de Wilcox. El aprendizaje y el crecimiento, con goles en la Carabao Cup o la Champions, tuvo un freno por una lesión en el pie derecho que lo marginó de las canchas durante tres meses.

El regreso no lo tuvo en la vidriera: menos minutos eran sinónimo de menos participación y escasas posibilidades de recuperar el terreno y de demostrar el valor y la impronta de su juego. La selección Sub 21 de Inglaterra fue el campo que explotó para dejar en claro que su talento estaba intacto: goles en las semifinales y marcar en el juego definitorio con España en el campeonato europeo que se disputó en Georgia y Rumania, en 2023, el sello con el que validó su grado.

Las finales eran y son una especialidad de Palmer, porque con Manchester City hizo gala de sus apariciones con Arsenal, por la Community Cup, en la temporada 2023/24, y también frente a Sevilla, en la Supercopa de Europa… Era el momento de explotar con la camiseta de los citizens, de cumplir ese sueño que bordaba de niño. Pero el fútbol no siempre sabe de pasiones y el dinero marca pautas. El Fair Play financiero apremiaba al City, que necesitado de ajustar sus finanzas aceptó la oferta de Chelsea, de 50 millones de euros, y no tuvo más opción que mudarse de Manchester a Londres, donde empezaría a escribir una nueva y maravillosa historia.

El entrenador argentino Mauricio Pochettino le dio rodaje y confianza, y Palmer retribuyó con goles y un festejo icónico: el denominado Cool Palmer, el mismo con el que celebró sus tantos a PSG, pero ante Manchester City, su exclub. Un hat trick a Manchester United y el póquer frente a Everton, en un puñado de días, despertaron la fiebre Palmer en Stamford Bridge, aunque los números del jugador no caminaban a la par del equipo: Palmer le disputaba el liderazgo a Erling Haaland entre los artilleros, pero Chelsea estaba retrasado en la Premier League, al extremo que las posiciones de descenso fueron una amenaza. El título de la Conferencia League, sobre Betis, resultó un bálsamo en la última campaña.

Los atributos que Guardiola destacara los tomó Maresca, que fuera ayudante de Pep y es quien dirige a Chelsea. En Stamford Bridge durante años se gastaron fortunas en los mercados de pases sin descubrir una línea, sin armar un equipo, un logro del técnico italiano que configuró un bloque y tiene en Palmer a un puntal de esa estructura. La final con PSG enseño que no es suficiente una estrella, que hay que tener once o catorce, como define Luis Enrique, casualmente el entrenador que hizo de los parisinos una estructura coral, que fue arrollada por Chelsea con esa misma receta en el MetLife Stadium.

El jugador fino, zurdo, elegante, dio un recital como solista y también afinó cuando debió ser un instrumento en la actuación grupal. El callejón interno más próximo a la banda derecha, fue el espacio que eligió para ejecutar maniobras calcadas, de cintura quebradiza y pie calibrado para soltar con sutileza la pelota junto al poste derecho de Donnaruma. La asistencia a João Pedro, una estocada lacerante para desatar un 3-0 en 42 minutos, irremontable para el rival, aunque el partido tendría espacio para más destellos de Palmer: la pausa y lanzar contraataques, el método que eligió para ser protagonista en el segundo tiempo.

El Mundial de Clubes lo tuvo a Palmer en una actuación de menor a mayor, con los cuartos de final –la victoria sobre Palmeiras- como el punto de partida hacia el estrellato. El N°10 ofreció el salto cualitativo que necesitaba Chelsea para lograr una histórica conquista. Las finales, le sientan bien al Hombre de Hielo, al que ni el calor ni la altura lo derriten.

 Elegante para recorrer la cancha, hábil para ser indetectable y eficaz frente al arco, el N°10 reivindicó su estilo y resultó la figura de la final del Mundial de Clubes  LA NACION