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lunes, agosto 4, 2025
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Paisajes de un mundo en guerra, a 80 años de los bombardeos en Hiroshima y Nagasaki

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Los restos de una ciudad destruida impactan en pleno Palermo. Esos edificios destruidos, con algunas partes derretidas por el calor por el artista Andrés Waissman, funcionan como un símbolo de lo que ocurre en el mundo a ocho décadas de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945.

La muerte de un hombre obstinado: leyó al menos 3599 libros y ahora cualquiera puede ver su lista

Si bien desencadenaron el fin de la Segunda Guerra Mundial, estuvieron lejos de mejorar la situación: hoy hay 59 conflictos activos entre Estados, más de los que había entonces, según un reciente informe del Instituto de Economía y Paz (IEP). “Mientras existan armas nucleares, lo mismo podría ocurrir en cualquier ciudad del mundo”, advierten hoy los alcaldes de ambas ciudades japonesas, en un mensaje incluido en la exposición documental conmemorativa que se inaugurará el miércoles en la Manzana de las Luces.

“Las bombas sobre estas dos ciudades nunca fueron suficientemente condenadas. Fue un verdadero genocidio y el primer atentado masivo sobre civiles para ‘detener’ una guerra”, dice Waissman, creador del paisaje apocalíptico y tridimensional que se exhibe hasta septiembre en la galería Gachi Prieto. Aunque no se inspiró en estos hechos al construir esta impactante instalación con telgopor, sí tuvo en cuenta el contexto general global: “el derrumbe, la destrucción, el colapso del que no somos sólo testigos, sino también responsables”. “En estos ochenta años la guerra se impuso como un negocio estable, como otro commodity –agrega-. No se aprendió nada, no se reflexionó sobre las consecuencias de este tipo de actos criminales. ¿Por qué tantas guerras? Porque no hemos entendido el sentido de la vida”.

Similar es la opinión de Rodrigo Abd, reportero gráfico con dos premios Pulitzer por sus coberturas de conflictos armados para la agencia AP. “Es muy triste leer cómo los presupuestos militares de las grandes potencias se multiplican década tras década. Creo que el negocio es tan grande que ningún político tiene el poder de pararlo”, dice a LA NACION –donde también trabajó- tras haber cubierto guerras en Ucrania, Siria y Afganistán, la caída de Khadafy en Libia y enfrentamientos de todo tipo en varios países latinoamericanos.

Algunas de esas imágenes se exhiben hasta el domingo en Arthaus, como parte de la muestra titulada Desvío. No está centrada en las fotos icónicas de más de veinticinco años de trabajo, sino que presenta “historias mínimas que dan cuenta de las violencias del mundo”. La más cercana a un frente de batalla es la que muestra a un soldado rescatando a heridos en un área de combate en Kandahar, en 2010.

“Esa escena es el momento en que escuchamos una explosión –recuerda- y salimos de la base donde estábamos, con una división del ejército estadounidense en Kandahar. A cincuenta metros, un helicóptero médico estaba evacuando a dos soldados que habían pisado una mina antipersonal, que podríamos haber pisado todos en veinte días de patrullaje. Uno perdió las dos piernas y el otro estaba gravemente. En muchos lugares hubo riesgo”.

¿Qué lo motiva a exponerse de esa manera? Abd lo explica en la publicación que acompaña la muestra: “Existe una fascinación por la figura del corresponsal de guerra. El fotógrafo que arriesga su vida por contar lo que ocurre en el frente de batalla y construye, tantas veces, representaciones épicas. El desembarco de Normandía retratado por Robert Capa y los marines clavando la bandera de Estados Unidos en Iwo Jima, entre otras fotos, moldearon mi mirada, me enseñaron una manera de documentar una contienda bélica. Yo también quería hacer eso”.

Probablemente la imagen más icónica sea El terror de la guerra, más conocida como La niña del napalm. Muestra a Phan Thi Kim Phuc, de nueve años, mientras corre desnuda por una calle y gritando de dolor debido a las quemaduras sufridas por el combustible de una bomba arrojada sobre Trang Bang, en Vietnam. Si bien este año la organización internacional World Press Photo (WPP) suspendió la atribución de autor al fotorreportero vietnamita-estadounidense Huynh Cong “Nick” Ut, que en 1973 había recibido por ella el Premio Pulitzer y el World Press Photo, el poder de la dramática escena no está bajo cuestión. En su momento incrementó las protestas en Estados Unidos y en todo el mundo contra una las más guerras sangrientas de la historia reciente, que dejó más de 2,5 millones de muertos.

Fotografías como esa son reproducidas por los medios “como pochoclo” según Paula Senderowicz, autora de una serie de pinturas titulada Poppukoon. Es la traducción fonética de la palabra popcorn, traducida al japonés. “Mientras nos creemos al reparo en nuestros espacios habituales, absorbemos la transmisión mediática de estos eventos relativizando las nociones de proximidad y distancia. Gozamos de contemplar el espectáculo del desastre. La belleza inquietante de los paisajes catastróficos nos conmueve y nos endulza a distancia desde nuestros hogares”, explica mientras exhibe hasta el domingo en el Centro Cultural Borges, como parte de la muestra La naturaleza del paisaje, una pintura que recrea una explosión y ganó el Premio 8M.

Más dramáticas aún son las dramáticas escenas de obras creadas por Raquel Forner y Antonio Berni incluidas en la exposición Carroña última forma, en el Centro Cultural Recoleta. Mientras que la mujer mutilada de Forner fue realizada en 1939, año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, las de Berni son de 1976 y aluden a la violencia de la última dictadura militar.

El título de esta muestra, explican los curadores Carla Barbero y Javier Villa, “retoma el libro homónimo de Leónidas Lamborghini, escrito en 2001, durante el colapso social y económico del país. En ese texto, el poeta recorre una ciudad descompuesta donde el lenguaje, como el cuerpo social, ha sido degradado. En diálogo con esa obra, la exposición asume la carroña no como desecho, sino como forma última: lo que persiste, lo que habla desde lo corroído”. Igual que la instalación de Waissman.

Para agendar:

Hay afuera de acá, de Andrés Waissman, en Gachi Prieto (Uriarte 1373). Hasta el 6 de septiembre, con entrada gratis.Desvío, de Rodrigo Abd, en Arthaus (Bartolomé Mitre 434). Hasta el 3 de agosto, con entrada gratis. El domingo a las 17 habrá un cierre con Indio Márquez como músico invitado.Paula Senderowicz en La naturaleza del paisaje. En el Centro Cultural Borges (Viamonte 525) hasta el 3 de agosto. Hasta el 12 de octubre, con entrada gratis. Carroña última forma en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), con entrada gratis. A 80 años desde el bombardeo. Exposición sobre las bombas atómicas y la paz de Hiroshima y Nagasaki en el Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces (Perú 272). Desde el 6 de agosto, con entrada gratis.

Los restos de una ciudad destruida impactan en pleno Palermo. Esos edificios destruidos, con algunas partes derretidas por el calor por el artista Andrés Waissman, funcionan como un símbolo de lo que ocurre en el mundo a ocho décadas de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y el 9 de agosto de 1945.

La muerte de un hombre obstinado: leyó al menos 3599 libros y ahora cualquiera puede ver su lista

Si bien desencadenaron el fin de la Segunda Guerra Mundial, estuvieron lejos de mejorar la situación: hoy hay 59 conflictos activos entre Estados, más de los que había entonces, según un reciente informe del Instituto de Economía y Paz (IEP). “Mientras existan armas nucleares, lo mismo podría ocurrir en cualquier ciudad del mundo”, advierten hoy los alcaldes de ambas ciudades japonesas, en un mensaje incluido en la exposición documental conmemorativa que se inaugurará el miércoles en la Manzana de las Luces.

“Las bombas sobre estas dos ciudades nunca fueron suficientemente condenadas. Fue un verdadero genocidio y el primer atentado masivo sobre civiles para ‘detener’ una guerra”, dice Waissman, creador del paisaje apocalíptico y tridimensional que se exhibe hasta septiembre en la galería Gachi Prieto. Aunque no se inspiró en estos hechos al construir esta impactante instalación con telgopor, sí tuvo en cuenta el contexto general global: “el derrumbe, la destrucción, el colapso del que no somos sólo testigos, sino también responsables”. “En estos ochenta años la guerra se impuso como un negocio estable, como otro commodity –agrega-. No se aprendió nada, no se reflexionó sobre las consecuencias de este tipo de actos criminales. ¿Por qué tantas guerras? Porque no hemos entendido el sentido de la vida”.

Similar es la opinión de Rodrigo Abd, reportero gráfico con dos premios Pulitzer por sus coberturas de conflictos armados para la agencia AP. “Es muy triste leer cómo los presupuestos militares de las grandes potencias se multiplican década tras década. Creo que el negocio es tan grande que ningún político tiene el poder de pararlo”, dice a LA NACION –donde también trabajó- tras haber cubierto guerras en Ucrania, Siria y Afganistán, la caída de Khadafy en Libia y enfrentamientos de todo tipo en varios países latinoamericanos.

Algunas de esas imágenes se exhiben hasta el domingo en Arthaus, como parte de la muestra titulada Desvío. No está centrada en las fotos icónicas de más de veinticinco años de trabajo, sino que presenta “historias mínimas que dan cuenta de las violencias del mundo”. La más cercana a un frente de batalla es la que muestra a un soldado rescatando a heridos en un área de combate en Kandahar, en 2010.

“Esa escena es el momento en que escuchamos una explosión –recuerda- y salimos de la base donde estábamos, con una división del ejército estadounidense en Kandahar. A cincuenta metros, un helicóptero médico estaba evacuando a dos soldados que habían pisado una mina antipersonal, que podríamos haber pisado todos en veinte días de patrullaje. Uno perdió las dos piernas y el otro estaba gravemente. En muchos lugares hubo riesgo”.

¿Qué lo motiva a exponerse de esa manera? Abd lo explica en la publicación que acompaña la muestra: “Existe una fascinación por la figura del corresponsal de guerra. El fotógrafo que arriesga su vida por contar lo que ocurre en el frente de batalla y construye, tantas veces, representaciones épicas. El desembarco de Normandía retratado por Robert Capa y los marines clavando la bandera de Estados Unidos en Iwo Jima, entre otras fotos, moldearon mi mirada, me enseñaron una manera de documentar una contienda bélica. Yo también quería hacer eso”.

Probablemente la imagen más icónica sea El terror de la guerra, más conocida como La niña del napalm. Muestra a Phan Thi Kim Phuc, de nueve años, mientras corre desnuda por una calle y gritando de dolor debido a las quemaduras sufridas por el combustible de una bomba arrojada sobre Trang Bang, en Vietnam. Si bien este año la organización internacional World Press Photo (WPP) suspendió la atribución de autor al fotorreportero vietnamita-estadounidense Huynh Cong “Nick” Ut, que en 1973 había recibido por ella el Premio Pulitzer y el World Press Photo, el poder de la dramática escena no está bajo cuestión. En su momento incrementó las protestas en Estados Unidos y en todo el mundo contra una las más guerras sangrientas de la historia reciente, que dejó más de 2,5 millones de muertos.

Fotografías como esa son reproducidas por los medios “como pochoclo” según Paula Senderowicz, autora de una serie de pinturas titulada Poppukoon. Es la traducción fonética de la palabra popcorn, traducida al japonés. “Mientras nos creemos al reparo en nuestros espacios habituales, absorbemos la transmisión mediática de estos eventos relativizando las nociones de proximidad y distancia. Gozamos de contemplar el espectáculo del desastre. La belleza inquietante de los paisajes catastróficos nos conmueve y nos endulza a distancia desde nuestros hogares”, explica mientras exhibe hasta el domingo en el Centro Cultural Borges, como parte de la muestra La naturaleza del paisaje, una pintura que recrea una explosión y ganó el Premio 8M.

Más dramáticas aún son las dramáticas escenas de obras creadas por Raquel Forner y Antonio Berni incluidas en la exposición Carroña última forma, en el Centro Cultural Recoleta. Mientras que la mujer mutilada de Forner fue realizada en 1939, año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial, las de Berni son de 1976 y aluden a la violencia de la última dictadura militar.

El título de esta muestra, explican los curadores Carla Barbero y Javier Villa, “retoma el libro homónimo de Leónidas Lamborghini, escrito en 2001, durante el colapso social y económico del país. En ese texto, el poeta recorre una ciudad descompuesta donde el lenguaje, como el cuerpo social, ha sido degradado. En diálogo con esa obra, la exposición asume la carroña no como desecho, sino como forma última: lo que persiste, lo que habla desde lo corroído”. Igual que la instalación de Waissman.

Para agendar:

Hay afuera de acá, de Andrés Waissman, en Gachi Prieto (Uriarte 1373). Hasta el 6 de septiembre, con entrada gratis.Desvío, de Rodrigo Abd, en Arthaus (Bartolomé Mitre 434). Hasta el 3 de agosto, con entrada gratis. El domingo a las 17 habrá un cierre con Indio Márquez como músico invitado.Paula Senderowicz en La naturaleza del paisaje. En el Centro Cultural Borges (Viamonte 525) hasta el 3 de agosto. Hasta el 12 de octubre, con entrada gratis. Carroña última forma en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), con entrada gratis. A 80 años desde el bombardeo. Exposición sobre las bombas atómicas y la paz de Hiroshima y Nagasaki en el Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces (Perú 272). Desde el 6 de agosto, con entrada gratis.  Varias muestras evocan imágenes de un planeta que no logra encontrar la paz, mientras se está por conmemorar el aniversario de los trágicos ataques a ambas ciudades japonesas  LA NACION